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LiteraturaBiografía

Rostand, Edmond (1868-1918).

Poeta y dramaturgo francés, nacido en Marsella en 1868 y fallecido en París en 1918. Dotado de una excepcional facilidad para la versificación, dejó una brillante producción teatral que, abanderada por la proyección universal de su espléndido drama Cyrano de Bergerac, le sitúa entre los grandes dramaturgos franceses de todos los tiempos. Fue, además, padre de dos escritores notables: el biólogo y ensayista Jean Rostand (1894-1977), que destacó por sus aciertos como divulgador científico; y el autor teatral Maurice Rostand, que también fue aplaudido en los escenarios galos (aunque nunca llegó a alcanzar los éxitos de crítica y público logrados por su ilustre progenitor).

Inclinado desde su temprana infancia hacia los saberes humanísticos y el cultivo de la creación literaria, cursó sus estudios primarios y secundarios en su ciudad natal, para trasladarse luego a París y matricularse en el prestigioso Collège Stanislas de la capital francesa. Allí completó una brillante formación literaria que le permitió alimentar convenientemente su vocación creativa, puesta de manifiesto a comienzos de la última década del siglo XIX por medio de la publicación de su primera colección de versos, titulada Les musardines (1890). La aparición de este fresco y novedoso poemario anunció la irrupción de un original e impetuoso autor, dotado de un innegable virtuosismo poético y empecinado en poner todo su talento creativo al servicio de un vitalismo optimista y renovador que, por un lado, venía a oponerse abiertamente a los excesos decadentes del simbolismo, y, por otra parte, rescataba con singular audacia y maestría los mejores logros estilísticos de algunos poetas románticos como Musset (1810-1857), animando con ello una nueva estética neo-romántica que pronto habría de dejar bien consolidada con sus piezas teatrales en verso.

En efecto, a mediados de dicho decenio Edmond Rostand llevó a los escenarios franceses su primer estreno teatral, Les romanesques (1894), una sutil y delicada comedia en verso que, ya desde el privilegiado frontispicio de su título, venía a anunciar la predilección del autor marsellés por esa estética romántica, al tiempo que confirmaba su extraordinario talento versificador, que gozó de gran aprecio entre la crítica, los lectores y el público teatral de su tiempo. Pero fueron dos obras posteriores las que realmente le convirtieron en uno de los dramaturgos favoritos del público galo de finales del siglo XIX, porque pusieron ya sobre las tablas todos los recursos lingüísticos y escénicos que, poco tiempo después, habrían de condensarse de forma admirable en su célebre Cyrano. Se trata de La pricesse lointaine (La princesa lejana, 1895), que mostraba también la propensión de Rostand a situar sus argumentos teatrales en épocas pasadas (en este caso, la Francia medieval), partiendo de leyendas y figuras antiguas (como la del trovador occitano Jaufré Rudel, cuya nebulosa peripecia vital se esboza a lo largo de esta obra); y La samaritaine (La samaritana, 1897), tal vez la pieza teatral que más prestigio le había otorgado hasta que se decidió a llevar a los escenarios las peripecias amorosas del poeta y espadachín narigudo del siglo XVII.

Fue aquel mismo año de 1897 cuando remató y estrenó la obra más aplaudida y difundida del teatro neo-romántico francés (y, tal vez, universal): el drama en verso titulado Cyrano de Bergerac, basado en la fabulesca, extravagante, desordenada y bohemia figura del escritor y militar parisino -aunque Rostand lo convirtió en gascón- Savinien de Cyrano de Bergerac (1619-1655), un personaje real que, en la actualidad, ha quedado totalmente difuminado por la semblanza literaria que sobre su propia andadura vital trazó el autor marsellés. Pero esto no es óbice para que se le siga recordando como uno de los grandes artífices de la prosa barroca francesa del siglo XVII (a la que enriqueció con una lujosa y exuberante aplicación de todos los recursos retóricos que tanto furor causaban en la época) y como uno de los más iluminados precursores de la ciencia ficción, sin olvidar otros rasgos característicos suyos que luego pasaron a enriquecer el perfil literario del personaje (como su ingenio punzante, su elegante bravuconería, su afición a los desafíos, su imaginación desbordada y su facilidad para los juegos verbales). Con el estreno de su Cyrano y el éxito inmediato que cosechó, Edmond Rostand asestó un duro golpe al pesimismo reflexivo y estático del teatro naturalista, y logró que la brillantez, el colorido y la agilidad de sus versos, así como la excelente fluidez de las secuencias dramáticas y la emotiva carga sentimental de la historia relatada, arrinconasen por un tiempo en los gustos del público francés esa tendencia hacia el drama psicológico que, procedente de otras latitudes europeas, triunfaba por aquel entonces en todos los escenarios del Viejo Continente.

Cyrano de Bergerac.

Cyrano de Bergerac es un drama en verso, compuesto de cinco actos, ambientado en la Francia del siglo XVII y protagonizado por el poeta y espadachín que da título a la obra, cuyo rasgo físico más destacado es una prominente nariz que confiere a su rostro un aspecto grotesco. Secretamente enamorado de su bella prima Roxana, Cyrano no se atreve a declararle su pasión por temor a ser rechazado a causa de su fealdad, y se conforma, en cambio, con esconderse bajo el balcón de Roxana y dictar desde allí a Christian de Neuvillette las frases de amor que éste -un joven y rudo cadete procedente de Gascuña- no acierta a dirigir a la muchacha. Ante la pasión puesta por Cyrano en unas declaraciones amorosas que, sin que lo sepa Christian, obedecen al dictado de sus propios sentimientos, Roxana cae rendidamente enamorada del cadete gascón y se casa con él, provocando con ello la cólera del conde de Guisa. Éste, para vengarse del rechazo de la joven, resuelve movilizar de inmediato su compañía de cadetes y conducirla hasta el asedio de Arras, para privar así a Christian de Nuevillette de sus primeros días de casado al lado de su esposa. Cyrano acude también a dicha campaña militar y, ante la timidez y la torpeza del recién casado, sigue prestándole su ingenio y su ardor literario para la redacción de las frecuentes misivas que envía desde el frente a su esposa. Pero Christian, a pesar de su incapacidad para elaborar las bellas frases de amor que le sigue dictando Cyrano, es lo bastante inteligente como para advertir que las apasionadas respuestas epistolares de Roxana revelan que ésta, sin saberlo, está realmente enamorada de su primo, pues en el fondo está respondiendo -y, en su ignorancia, correspondiendo- a las manifestaciones de amor de Cyrano. La nobleza del joven cadete le impide seguir engañando así a su esposa, por lo que acuerda con Cyrano que, al término del asedio, ambos irán juntos a confesar la verdad a Roxana. Sin embargo, la repentina muerte de Chistian de Neuvillette impide esta revelación, pues su viuda se retira apesadumbrada a un convento y Cyrano, que la visita allí con frecuencia, no se atreve por sí solo a confesar el secreto. Finalmente, el desventurado poeta le declara a su prima toda la verdad, pero ya es demasiado tarde para la unión entre ambos, porque acaba de ser herido de muerte, en una emboscada a traición, cuando se dirigía al convento a visitar a Roxana.

El espléndido personaje creado por Rostand, unido a la rotunda sonoridad de sus magníficos versos alejandrinos, cautivó de inmediato al público francés y sirvió, desde sus primeras salidas a escena, para catapultar las carreras artísticas de los actores que lo encarnaban, pues pocas veces un personaje teatral reunía tantos ingredientes para el lucimiento del intérprete (ingenio verbal, altanería y humor en sus réplicas, ternura y desesperación en su pasión amorosa, caballerosidad en su trato con las damas, habilidad física como espadachín, apostura a pesar de su horrible nariz, etc.). Ya el primer actor que lo llevó a escena en 1897, Benoît-Constant Coquelin (1841-1909) -a la sazón director del parisino Théâtre de la Porte-Saint-Martin, donde se estrenó el drama de Rostand-, cosechó un triunfo clamoroso y alcanzó por este trabajo fama internacional. A partir de entonces, la obra del dramaturgo marsellés cruzó las fronteras de todo el mundo para convertirse, allí donde era representada, en uno de los estrenos más sonados del año, y contribuir con sus aciertos dramatúrgicos al estrellato de sus intérpretes. Así, sólo dos años después de su primera representación en Francia, llegó a los escenarios de la capital de España para consagrar a un joven actor que debutaba en la compañía de doña María Guerrero (1867-1928) encarnando la figura del poeta narigudo, y que estaba llamado a convertirse en una de las figuras precipuas del teatro español de todos los tiempos: el madrileño Ricardo Calvo (1873-1966). Y al año siguiente fue la excelente actriz parisina Sarah Bernhardt (1844-1923), considerada por aquellas postrimerías del siglo XIX como la intérprete más famosa del mundo, quien encarnó la figura de Roxana en un triunfal montaje del Cyrano en el Théâtre de L'Odéon de París.

La impetuosa irrupción de las artes cinematográficas a comienzos del siglo XX propició también que muchos actores y directores adquiriesen prestigio internacional merced al texto de Edmond Rostand, que pronto se convirtió en uno de los clásicos del cine dentro del género de espadachines. Tras una primera versión de escaso relieve realizada en 1923, resulta obligado reparar en la adaptación producida en 1950 por Stanley Kramer (1913-2001), que le valió al actor de origen puertorriqueño José Ferrer (1912-1992) un Globo de Oro y un Oscar de Hollywood por su interpretación del personaje de Cyrano, al que ya había llevado a los escenarios de Broadway en 1946 (en un trabajo por el que fue reconocido entonces como el mejor actor teatral del año). En 1955 fue la actriz británica Claire Bloom (1931) quien alcanzó renombre internacional por su interpretación de Roxana para una adaptación del Cyrano a la pequeña pantalla, y ocho años después tuvo cierto éxito una película del cineasta francés Abel Gance (1889-1981) inspirada también en el personaje de Edmond Rostand (Cyrano y D'Artagnan, 1963). Dentro de estas versiones y recreaciones cinematográficas de las situaciones y las figuras inventadas por el dramaturgo de Marsella, conviene recordar también la original cinta Roxanne (1987), del director australiano Fred Schepisi, una actualización del texto de Rostand en la que el actor norteamericano Steve Martin encarna a un narigón jefe de bomberos que está secretamente enamorado de una mujer que se le antoja inalcanzable (interpretada por Daryl Hannah). Continuando con esa tradición de lanzar al estrellato a los actores que encarnaban las vivencias de Cyrano de Bergerac, Steve Martin fue nominado candidato a un Globo de Oro por este trabajo, y reconocido como el mejor actor norteamericano de 1987 por parte de la Asociación de Críticos de Cine de Los Ángeles. Pero, sin lugar a dudas, la mejor y más difundida adaptación al cine de la obra inmortal de Edmond Rostand es la realizada en 1990 por el cineasta galo Jean-Paul Rappeneau (1932), con una magistral interpretación de la figura del protagonista a cargo de Gérard Depardieu (1948), y Anne Brochet en el papel también estelar de Roxana.

Por lo demás, el drama en verso de Edmond Rostand ha inspirado a otros muchos artistas y creadores ajenos al ámbito de la gran pantalla, con singular rendimiento dentro de algunas disciplinas musicales como el ballet y la ópera. En efecto, ya en 1913 se estrenó la primera versión operística del Cyrano, firmada por el compositor prusiano Walter Johannes Damrosch (1862-1950), si bien fue el napolitano Franco Alfano (1876-1954) el autor de la ópera más célebre de cuantas se han inspirado en el personaje de Rostand. Entre los ballets de mayor proyección universal, resulta obligado recordar la espléndida coreografía de Roland Petit (1924), estrenada en 1959 con la exitosa participación de Tessa Beaumont (1938); y el no menos magnífico Cyrano del coreógrafo británico David Julian Bintley (1957), en donde rayó a gran altura el trabajo de los bailarines Lesley Collier(1947), Stephen Jefferies (1951) y Aslhey Page (1956).

Otras obras de Rostand.

Tras el clamoroso éxito de Cyrano de Bergerac, Edmond Rostand llevó a los escenarios otras piezas teatrales que gozaron, igualmente, de los elogios de la crítica y el público, y contribuyeron, asimismo, a consolidar la fama de los actores que las ponían en escena. La citada Sarah Bernhardt alcanzó uno de los mayores triunfos de su larga y brillante carrera profesional a los cincuenta y seis años de edad, merced a su trabajo en L'Aiglon (El aguilucho, 1900), otra excelente obra de Rostand en la que el dramaturgo marsellés, fiel a su costumbre de inspirarse en figuras peregrinas del pasado, reconstruía la enigmática vida del único hijo de Napoleón (1769-1821), muerto a los veintiún años de edad (se da la circunstancia de que la propia actriz y dramaturga parisina encarnó sobre las tablas, a pesar de las evidentes diferencias de sexo y edad, la figura del protagonista, en un alarde de capacidad interpretativa que contaba con el visto bueno de Edmond Rostand, de quien se dice que escribió esta obra a petición de la famosa intérprete y pensando en todo momento en ella como protagonista). En este primer montaje de L'Anglion, que habría de pasar a la historia como el debut de la Bernhardt en papeles masculinos, trabajó también Benoît-Constant de Coquelin, el primer actor que había encarnado sobre las tablas la figura de Cyrano.

El prestigio de que gozaba por aquel entonces Edmond Rostand propició su ingreso en la Academia Francesa en 1901, con tan sólo treinta y tres años de edad, lo que le convirtió en uno de los "Inmortales" más jóvenes de todos los tiempos. Continuó cosechando éxitos teatrales hasta el final de sus días, que le sobrevino prematuramente a los cincuenta años de edad, cuando vivía -retirado de los ajetreos literarios de París- en su finca al pie de los Pirineos. Entre esos últimos estrenos del dramaturgo marsellés cabe recordar la comedia alegórico-satírica Chantecler (1910), protagonizada por aves de corral y lejanamente inspirada en Le roman de Renard (La novela del zorro), una recopilación de fabliaux (o relatos en verso de carácter satírico y realista) escritos por más de veinte autores entre 1175 y 1205. Otras obras suyas son La gloire (La gloria) y La dernière nuit de Don Juan (La última noche de Don Juan, 1921).

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.