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PinturaBiografía

Rosales y Martínez, Eduardo (1836-1873).

Pintor español nacido el 4 de noviembre de 1836 en Madrid y fallecido el 13 de septiembre de 1873 en la misma ciudad. De salud muy precaria (padecía tuberculosis) y pocos medios materiales, alcanzó prestigio y fama ya antes de morirse, sin ni siquiera haber cumplido los 37 años. Rosales cultivó todos los géneros pictóricos, el retrato, el paisaje, la pintura de historia, la pintura religiosa, la costumbrista, etc., aunque su renombre y su prestigio artístico no se deben exclusivamente a su producción artística, relativamente escasa en lo que a óleos y obras definitivamente acabadas se refiere (aun teniendo en cuento la brevedad de su vida creativa, que apenas sobrepasó los tres lustros), sino también a la imagen de artista bohemio y malogrado, resultado de su enfermad y de su precaria situación económica.

Vida

De familia humilde (su padre fue funcionario), quedó huérfano y sin medios con la muerte de su madre, Petra Gallinas, en 1853, y la de su padre Anselmo Rosales, en 1855. Le sostuvieron y acogieron su hermano mayor, Ramón, miembro del cuerpo de telégrafos, y sus tíos, los Martínez Pedrosa. Su primo Fernando Martínez Pedrosa fue un fiel amigo y confidente durante toda su breve vida, y su prima Maximina Martínez Pedrosa se casó con el en 1868, dándole dos hijas, Eloísa y Carlota.

Eduardo Rosales cursó sus primeros estudios en las Escuelas Pías de San Antón en 1845, para pasar posteriormente, en 1849, al Instituto San Isidro de Madrid. En 1851, a los quince años, ingresó en la Escuela que tenía la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en la calle Alcalá. Ahí fue discípulo de José, Pedro y Federico de Madrazo, Luis Ferrant, Villaamil, Juan Antonio Ribera, Luis López Piquer e hizo amistad con Alejo Vera, Vicente Palmaroli y Raimundo de Madrazo. Su expediente académico durante su estancia de 1851 a 1856 fue muy positivo, e incluyó la obtención del premio de la especialidad de figura.

Tras la finalización de sus estudios en la Escuela de la Real Academia de Bellas Artes, vivió ayudado por su hermano y por sus tíos y ganó algún dinero copiando retratos oficiales y pequeñas obras de encargo. Practicó el retrato al dibujo con un grupo de familiares. El tío Blas, firmado y fechado en 1856 (Colección Particular) es quizás su primer retrato. Éste, el Retrato de Maximina de azul y negro (Colección Particular) y el Retrato de Pepita (Paradero desconocido) se encontraron terminados en la primavera de 1856.

Colaboró también con algunos grabados en la Historia del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial de Antonio Rotondo. En El Escorial le causaron una fuerte impresión las pinturas del techo de la biblioteca realizadas por Pellegrino Tibaldi. En una carta a su hermano del 5 de enero de 1857 manifestó por primera vez su deseo de dedicarse a las grandes composiciones y a la pintura de historia.

Pero ya en febrero de 1856, en las fiestas de carnavales y a la edad de diecinueve años, se le manifestó el primer síntoma de tuberculosis en forma de vómito de sangre. La tuberculosis marcaría su vida tanto artística como personalmente, ya que fue la causa de que su obra se concibiera en un exiguo período de diecisiete años. El aspecto débil y consumido por la enfermedad incluso hizo que el pintor Domingo Valdivieso le escogiera como modelo para su Descendimiento, y el escultor Vallmitjana le pidiera que posara para su Cristo yacente. En una carta a Vicente Palmaroli del 31 de diciembre de 1856, a la edad de tan sólo veinte años, escribió: "Habría querido vivir, no para tener ideas de ambición ni para desplegar fausto, sino para saborear los goces de una felicidad que se me había permitido comprender" (citado por Juan Chacón Enríquez).

Con la ayuda económica, y en compañía de sus amigos Vicente Palmaroli y Luis Álvarez, emprendió en 1857 el viaje a Italia. Pasó por Biarritz y Burdeos, donde le impresionó profundamente el cuadro La hija de Tintorreto de León Cogniet. Esta pintura y el Cromwell mirando el cadáver de Carlos I de Delaroche, que Rosales vio en Nîmes, fueron sus primeres puntos de referencia en la pintura contemporánea de historia. De Marsella viajó a Livorno, y tuvo más tarde breves estancias en Pisa y Florencia, para llegar el 18 de octubre de 1857 a Roma, donde vivió con algunas interrupciones por viajes a Francia y España hasta 1869.

En Roma sobrevivió primero con la ayuda de su hermano y sus compañeros, hasta que José Piquer, director de la Academia Española, y el conde d´Epinay le cogieron bajo su protectorado sosteniéndole con una pequeña pensión. Entre 1858 y 1860 ingresó en varias ocasiones en el Hospital de Montserrat, dedicado a la curación de los españoles residentes en Roma. Por aquel entonces se enamoró de Carlota, una vecina relacionada con otro hombre, a la que retrató. Las cartas personales y su diario relatan su amor, sus celos y el sufrimiento que le causaron su enfermedad y las condiciones económicas de su vida bohemia.

Su primera obra de su estancia romana es Tobías y el Ángel (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro), empezada hacia 1859 e inacabada, entre otras razones, por ser ingresado en el hospital de los españoles. Ese mismo año volvió a España, y en abril 1860 consiguió, según Xavier de Salas (1973), una pensión por "intervención del marqués de Vega de Armijo, ministro de Fomento, a quien se la pidió Vicente Palmaroli, y por el marqués de Corvera, político influyente, cuyo apoderado era Martínez Torregrosa, primo a su vez de los Martínez Pedrosa".

De 1861 son sus estudios de composición para una Visita de Carlos a Francisco I, tema que había escogido para su primera pintura de historia, pero que más tarde abandonaría por estimarlo él mismo "frío e indiferente", sustituyéndolo primero por el tema de Isabel la Católica en el sitio de Baza, luego por la Muerte de Cava, y más tarde una Apoteosis de los Reyes Católicos, para pintar finalmente El Testamento de Isabel la Católica (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro), que terminó en julio 1864 para presentarlo a la Exposición Nacional de Bellas Artes, cuadro con el que consiguió la Primera Medalla. De esta época es también la copia obligada por su pensión de un fresco sienés con el tema de Santa Catalina (La Coruña, Museo de Bellas Artes) del pintor italiano Bazzi, más conocido por el apodo de Sodoma.

En 1862 participó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid, presentando el óleo Niña sentada en una silla, también llamado Nena (Colección Particular), con el que obtuvo una mención honorífica. De esta época es también Angelo, niño calabrés (Colección Particular) que le fue encargado por la condesa de Velle para hacer pareja con el anterior. El realismo costumbrista y sentimental en estos dos cuadros encajó a la perfección con el gusto en Europa hacia mitad del siglo, y era el preludio del naturalismo del Testamento de Isabel la Católica. De esta época son también el pequeño retrato de perfil de Pasuccia (Colección Particular) y su figura en pie (inacabada), llamada Ciocciara (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro).

El éxito de la obtención de la Primera Medalla de Oro, conseguido en la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1864 en Madrid por su primera pintura de historia, El Testamento de Isabel la Católica, fue seguido por un éxito internacional. En la Exposición Universal de París, inaugurada con retraso el 1 de abril de 1867, obtuvo la Primera Medalla de Oro y la Legión de Honor por este cuadro.

La innovación de El Testamento de Isabel la Católica consistió en la creación un ambiente comparativamente menos retórico que el que hasta entonces se practicaba en la pintura de historia. Fue tan novedoso que creó una polémica en Madrid, dándole fama a Rosales como uno de los representantes de la nueva generación de pintores, es decir, uno de los primeros naturalistas. Los estudios y bocetos conservados para este cuadro revelan de hecho el abandono de la composición y las formas del purismo romántico a favor de la realización de una escena histórica basada en la representación natural, ya tan sólo con ciertas alusiones de sentimiento romántico.

En 1865 viajó al Pirineo, a Panticosa, debido a su enfermedad, y ese mismo año viajó a la Exposición Oficial de París, donde se expusieron con gran escándalo la Olimpia y el Cristo coronado de espinas de Manet.

El reconocimiento artístico conseguido con el Testamento de Isabel la Católica llegó a los comitentes, y Rosales tuvo más encargos oficiales y privados que los que podía realmente atender. De todos modos, no se aferró a un género determinado, a pesar de haber mostrado su capacidad artística en la pintura de historia. A partir de 1865 realizó un gran número de retratos. De esta época datan El Duque de Fernán Núñez (Colección Particular), los retratos de la familia del conde Manuel de Villena y Álvarez (Colección Particular) y los retratos de las hijas del marqués de Corvera (Colección Particular), que están técnicamente inspirados en los retratos de Velázquez. Una prueba de su valía artística en todos los géneros es el Desnudo de 1868 (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro).

En 1868 vino a Madrid para casarse con su prima, Maximina Martínez Pedrosa, con la que tuvo dos hijas. La primera, Eloísa, murió al poco de nacer (como puede contemplarse en el dibujo Retrato de Eloísa muerta, del 8 de enero 1872, Colección Particular; y el cuadro Primeros Pasos, Colección Particular; en el que representa a Eloísa junto a su esposa Maximina), mientras que Carlota, que iba a ser también pintora, prácticamente no conoció a su padre por fallecer éste en 1873.

De 1868 son el retrato de su mujer Maximina Martínez Pedrosa (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro) y el de su tía María Antonia Martínez Pedrosa (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro). De esta época parecen ser también los retratos de la Hija de Carderera (Colección Particular), el del Violinista Pinelli (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro) y el inacabado cuadro de historia Doña Juana la Loca en el Castillo de Illescas (Colección Particular). A partir de 1869 estaba instalado definitivamente en Madrid, y es más que probable que fue en su nuevo estudio en la calle Libertad 21 donde concluyó La muerte de Lucrecia (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro) y también La entrega de Blanca de Navarra al Captal de Buch, La presentación de Don Juan de Austria a Carlos V (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro) y el retrato de Concepción Serrano, hija del Duque de la Torre y futura condesa de Santovenia (Valencia, Museo de Bellas Artes), conocido también como La Niña en rosa. Estos cuadros fueron presentados juntos en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1871 de Madrid.

Presentación de don Juan de Austria a Carlos V en Yuste. Rosales.

Es particularmente importante la evolución de La muerte de Lucrecia por la acogida que recibió, cuando finalmente fue presentada en la Exposición Nacional. La noticia de haber sido premiado en París por su Testamento de Isabel la Católica le había llegado a Rosales a través de un telegrama de sus amigos Martín Rico y Raimundo Madrazo del 30 de abril de 1867. En su carta de respuesta Rosales mencionó estar trabajando en un cuadro con el tema de La muerte de Lucrecia, un cuadro que, por su acción, dramatismo y movimiento le causó muchos problemas: "Las dificultades de este [La muerte de Lucrecia] son infinitamente mayores que las del otro [El Testamento de Isabel la Católica], en que pude estudiarlos con calma, porque las figuras estaban todas en perfecto reposo, y en este todo en acción y de una dificultad inmensa; el grupo del padre y el marido que sostienen a Lucrecia moribunda en sus brazos, es terrible, porque en el natural no lo puedo ver más que tres o cuatro minutos." (Citado por Xavier de Salas, 1973). Pero la primera mención de este cuadro data ya del año 1865 cuando Rosales le comentó a su primo Fernando Martínez Pedrosa que quería pintar un cuadro de La Muerte de Lucrecia. A través de una carta de abril de 1866 a Martín Rico se sabe que Rosales llevaba en el momento de la concesión de la Medalla de Oro en la Exposición Universal de París ya por lo menos un año trabajando en este cuadro, pero dijo poder tenerlo listo para mayo de este mismo año. Finalmente, y tanto por razones de salud y como por las dificultades pictóricas, que el mismo relató en varias cartas, no consiguió terminarlo hasta 1869 y presentarlo hasta la Exposición Nacional de Bellas Artes del año 1871, es decir, después de haber estado seis años ocupado con la idea y la realización del tema. Es por eso que resulta aun más paradójico que una de las críticas más repetidas que recibió esta pintura fuera la que el cuadro pareciera una obra inacabada.

A pesar de que La muerte de Lucrecia obtuviese la Primera Medalla del jurado académico, los críticos y, a través de ellos, también el gran público se mostraron feroces con el cuadro y el pintor, alegando que el cuadro pareciese inacabado. El rechazo universal de este cuadro refleja muy bien el desconcierto que produjo el abandono del acabado académico en el arte de Rosales a favor de una emancipación de valores puramente pictóricos, y es fundamental para explicar la tensión creativa en su obra.

La reacción de Rosales a estas críticas, desde su punto de vista totalmente injustificadas, fue una carta, en la que expresó detenidamente las vicisitudes de la elaboración del cuadro para redactar posteriormente una justificación estética del mismo: "A el decir de la mayoría mi cuadro es un cuadro no concluido y por lo tanto una obra defectuosa y digna de censura; convengo en parte en ello, pero no en todo, el cuadro no está terminado, pero el cuadro está hecho, si le falta por hacer un pie, una mano, un trozo de paños, el cuadro no es menos cuadro por ello y voy a demostrarlo. ¿Es el deber de un crítico pararse en la superficie de una obra y ver lo que aparenta, o debe penetrar dentro de ella y rebuscar con sabio discernimiento aquellas cualidades que no pueden ser apreciadas por la mayoría de las gentes, en general poco versadas en esta clase de juicios? [...] la crítica debe penetrar en una obra y examinar si su autor se ha propuesto algo en ella y si lo ha conseguido, si hay un pensamiento en ella y si este se trasluce en su obra siquiera sea vagamente. La mayor parte de los que han dicho que mi cuadro no estaba concluido, que era un boceto, que hacía alarde de desenvoltura etc., no han dicho nada, absolutamente nada. Tanto valdrá acusar a Rafael de poco colorista o a Rubens de incorrecto en el dibujo […] Una obra del carácter de la presentada por mí no es un cuadro de gabinete que ha de ser primorosamente ejecutado para que seduzca a la vista, es una obra de impresión y de impresión vigorosa y enérgica que debe ante todo hablar al alma y no al sentido; pues bien, ¿alguno de los críticos la ha censurado en este terreno? Entiendo que no y de aquí que los que han repetido en todos los tonos que mi cuadro era un boceto […] mi cuadro es un cuadro de impresión, la escena es eminentemente dramática, mi mayor anhelo es que el cuadro hiciera estremecer, si fuera posible que tuviera [en] alto grado, desde el primer momento, la emoción de lo terrible, yo quería ante todo que en mi obra palpitase el drama hasta en su último rincón del cuadro, de aí [sic] la vehemencia en el hacer, la ejecución desaliñada y brutal, yo creo que con una ejecución primorosa el cuadro no sería lo que debía ser, este es mi parecer, este es mi modo de pensar […]. (Citado por Xavier de Salas, 1973)

Paralelamente a la decepción por la crítica que había descalificado lo que para el había sido su obra maestra, la enfermedad de Rosales se agravó a partir de 1871 y por estos motivos tuvo que pasar largas temporadas en el campo, especialmente en Murcia. Allí descubrió el arte del paisaje y realizó bellos y simples esbozos de una intensa luminosidad, pero también pinturas costumbristas como la Venta de Novillos de 1872 (Colección Particular), Tipo Murciano (Colección Particular) y Los Caballos (Colección Particular).

Ya en 1871 o poco después Rosales había recibido el encargo del marqués de Portugalete para decorar el salón de baile de su palacete en la calle Alcalá. Cumplió con el encargo pintando el techo con una Alegoría de la Música (destruido). A este encargo siguió otro, que fue el de restaurar la Iglesia de Santo Tomás de Madrid, conocida por Sta. Cruz. Se trataba de la representación de los cuatro evangelistas en tamaño sobrenatural para ser colocados en las pechinas de la cúpula de la iglesia. Rosales realizó varios estudios y empezó a pintar los evangelistas, pero no pudo acabarlos.

En 1873 fue nombrado director del Museo del Prado, pero por razones de salud tuvo que rechazar el cargo. Fue igualmente propuesto como director de la Academia de España en Roma, noticia que recibió en Panticosa, pero tampoco llegó a ocupar esta sí aceptada dirección porque murió, después de haber regresado a Madrid, el 13 de septiembre de 1873, el mismo año de su nombramiento.

Sus amigos organizaron la primera exposición póstuma este mismo año en la madrileña Platería de Martínez, para la que reunieron 34 obras.

Obra

El catálogo razonado de sus obras, publicado con motivo de la exposición de la conmemoración del centenario de su muerte en 1973, recogió 54 pinturas al óleo y 235 dibujos y acuarelas. Entre la totalidad de sus óleos hay poco más de una docena de cuadros que no son retratos o copias de otros maestros, y de su gran ambición (ser un pintor de historia) sólo existe media docena de muestras.

Aunque él mismo se considerase un pintor realista (lo que fue más bien en el sentido técnico), su evolución está marcada por el paso de una concepción romántica, próxima al sentimentalismo nazareno, como se ve en el Tobias y el Ángel (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro), que comenzó a pintar hacia 1859, hacia otra más realista cinco años más tarde, cuando pintó el Testamento de Isabel la Católica (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro). La composición de los cuadros de Rosales es muy clásica con pocas variaciones, y mantiene un repertorio convencional. Aunque posteriormente se le ha querido ver como un impresionista avant la lettre (Juan Chacón Enríquez, 1926), los críticos contemporáneos se fijaron más en lo anecdótico, el naturalismo y el bocetismo de sus pinturas, opinando que seguía el camino de Velázquez. Característico para su obra entera es la búsqueda de una forma sintética, basada en la construcción de masas y resuelta mediante el empleo libre del color, que en ocasiones le lleva a la fragmentación y el bocetismo. Siempre predominan en él los valores plásticos sobre los lineales. Nacido en el mismo año de la Desamortización de Mendizábal y muerto a punto de iniciarse la Restauración, su pintura muestra la influencia de El Greco, Velázquez y Goya, y está estrechamente vinculada a la pintura francesa del Segundo Imperio.

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Autor

  • 0302 Félix Scheffler