A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
Ocio y entretenimientoBiografía

Rivera Pérez, Francisco, "Paquirri" (1948-1984).

Matador de toros español, nacido en Zahara de los Atunes (Cádiz) el 23 de marzo de 1948, y muerto en la provincia de Córdoba el 26 de septiembre de 1984. En el planeta de los toros es conocido por el sobrenombre de "Paquirri". Era hermano de otro matador, José Rivera Pérez ("Riverita"), y padre del torero actual Francisco Rivera Ordóñez.

Animado desde muy joven por su gran afición al mundillo taurino, con tan sólo catorce años de edad vistió su primer traje de luces. Tuvo lugar este debut en el municipio gaditano de Barbate, el día 16 de agosto de 1962, fecha en la que se enfrentó con reses de Núñez Polavieja. A partir de entonces, el enorme valor que regía todos sus actos, unido a un poderoso conocimiento natural de las reacciones del ganado bravo, difundieron su nombre de principiante y le permitieron ejercitarse en el Arte de Cúchares por toda su región, a lo largo de más de treinta festejos sin picar. Por fin, ante el veloz ascenso que experimentaba su carrera, el día 28 de junio de 1964 intervino en su primera novillada asistida por el concurso de los varilargueros; fue en la plaza de toros de Cádiz, donde alternó con los jóvenes novilleros José González Copano y Rafael Jiménez Márquez, para dar cuenta de un encierro procedente de los corrales del marqués de Villamarta.

Tan destacados fueron los comienzos del precoz Francisco Rivera Pérez ("Paquirri"), que durante aquella campaña de 1964 cumplió un total de veintidós ajustes, que se convirtieron en cuarenta y uno durante la temporada de 1965. Consagrado, en fin, como uno de los novilleros punteros de su promoción, recibió la oportunidad de tomar la alternativa en el transcurso de la campaña de 1966, cuando ya había intervenido en diecinueve novilladas. Se anunció para tan señalada ceremonia en los carteles previstos para el día 17 de julio en la plaza Monumental de Barcelona, donde había de apadrinarle el espada madrileño -aunque nacido en Caracas- Antonio Mejías Jiménez ("Antonio Bienvenida"), en presencia del diestro zamorano Andrés Mazariegos Vázquez ("Andrés Vázquez"). Pero quiso la fatalidad que el primer toro de la tarde, un morlaco de don Juan Pedro Domecq con cuya lidia y muerte había de doctorarse "Paquirri", lo hiriera gravemente en el muslo derecho, lo que redujo la corrida a un mano a mano entre los dos espadas veteranos, y retrasó durante algunos días la toma de alternativa del toricantano.

Un par de meses después, el 11 de agosto de aquel año 1966, Francisco Rivera Pérez volvió a cruzar el ruedo de la plaza Monumental de Barcelona, dispuesto a recibir el grado de doctor en tauromaquia. Fue su padrino en aquel segundo intento el sevillano Francisco Camino Sánchez ("Paco Camino"), quien, bajo la atenta mirada del matador salmantino Santiago Martín Sánchez ("El Viti"), le cedió los trastos con los que había de muletear y estoquear a un toro criado en las dehesas de Urquijo de Federico, que atendía a la voz de Zambullido. No acompañó la fortuna aquella tarde al animoso "Paquirri", lo que no fue óbice para que, tres días después, triunfara plenamente en las mismas arenas de la Ciudad Condal, al cortar dos orejas de su primer enemigo, un burel marcado con la señal de doña Mercedes Pérez-Tabernero.

Tras acabar aquella temporada de su doctorado habiendo intervenido en diecinueve corridas de toros, en la campaña siguiente hizo el paseíllo a través de la arena de la plaza Monumental de Las Ventas (Madrid), dispuesto a confirmar ante la primera afición del mundo los méritos que le avalaban como matador de toros bravos. Venía, a la sazón, apadrinado por el susodicho Francisco Camino Sánchez ("Paco Camino"), quien, en presencia del diestro jienense José Fuentes Sánchez, que hacía las veces de testigo, le facultó para que diera lidia y muerte a estoque a Alelado, un morlaco señalado con el hierro de don Juan Pedro Domecq.

Acabada en España la temporada de 1967, se desplazó a tierras hispanoamericanas, donde dejó buenas muestras de su valor y su oficio de lidiador poderoso y curtido, a pesar de su corta experiencia. Tras haber toreado en Perú, Colombia y Venezuela, regresó a España para emprender la campaña de 1968 en los puestos cimeros del escalafón, como lo prueban los sesenta y siete contratos que cumplió durante aquel año. Ya entonces se veía bien claro que, si bien no era "Paquirri" un diestro llamado a renovar los fundamentos estéticos del Arte de Cúchares, su desmesurada valentía, su serenidad delante de los toros, su perfecto dominio de todas las suertes (incluida la de banderillas) y, en definitiva, su extraordinario conocimiento del comportamiento de las reses bravas lo anunciaban como una de las grandes figuras del toreo del último tercio del siglo XX.

Idéntico reconocimiento recibió en las más severas plazas de Ultramar, donde, a finales de aquel año de 1968, fue distinguido con los máximos galardones otorgados a los triunfadores de las ferias del Señor de los Milagros (en Lima, Perú), del Señor de los Cristales (en Cali, Colombia) y del Señor de Monserrate de Bogotá (Colombia). Vuelto a España, en 1969 se vistió de luces en sesenta y nueve ocasiones, y en cincuenta y tres durante el año siguiente, en el que volvió a viajar a Hispanoamérica para, entre otros contratos, confirmar su alternativa en la plaza de toros Monumental de México. Acaeció este acto un 29 de noviembre de 1970, fecha en la que, apadrinado por Raúl Contreras ("Finito") y en presencia de Manolo Martínez, confirmó su doctorado dando lidia y muerte a un toro que lucía la divisa de don José Julián Llaguno.

De regreso a la península Ibérica, en 1971 hizo sesenta paseíllos, y ochenta y cuatro en 1972, año en el que acabó la temporada al frente del escalafón de matadores de toros. Por supuesto, al término de cada una de las mencionadas campañas se trasladó a Hispanoamérica, donde los triunfos alternaron con alguna cornada de gravedad, como la que recibió en el coso caraqueño el día 14 de octubre de 1972.

Convertido, pues, en una figura consagrada, durante la década de los setenta cosechó innumerables éxitos por todas las plazas españolas, a pesar de que no gozaba de toda la complacencia de los aficionados más pendientes de la estética del toreo (quienes, sin embargo, no podían menos que reconocer las briosas facultades de "Paquirri" para someter a cualquier tipo de toro). En 1973 se vistió de luces en setenta ocasiones; en 1974, intervino en ochenta y un festejos; y en 1975, a pesar de la grave cornada que sufrió en Sevilla el día 16 de mayo, llegó a cumplir setenta y cuatro ajustes. Y aunque en 1976 el número de sus actuaciones se redujo a cincuenta, al término de la siguiente temporada había reconquistado de nuevo el puesto cimero del escalafón, al dar por concluida la campaña tras haberse vestido de luces ochenta y una veces.

Durante 1978 hizo sesenta y un paseíllos, que aumentaron a sesenta y tres en 1979, año en el que alcanzó la cima de su carrera taurina. En efecto, el día 27 de abril de dicha temporada salió a hombros por la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, después de haber enjaretado una espléndida faena a una res procedente de las dehesas de Torrestrella; y antes de que transcurriera un mes (concretamente, el día 24 de mayo de aquel mismo año de 1979) volvió a triunfar clamorosamente, pero esta vez ante la primera afición del mundo, que lo sacó a hombros a través de la Puerta Grande de Las Ventas.

Triunfó de nuevo en Sevilla (el 25 de abril) y en Madrid (el 19 de junio) en la temporada de 1980, y el 28 de abril del año siguiente volvió a salir a hombros por la hispalense Puerta del Príncipe. Poco a poco, el número de festejos en los que participaba fue decreciendo, aunque no dejó por ello de acudir al término de cada campaña a su cita anual con los cosos americanos, donde era tan querido y admirado como en España. El 30 de enero de 1983 fue corneado en la plaza de Santamaría (Bogotá) por un astado de la ganadería de Icuasuco, que le produjo una herida de seria consideración en el muslo derecho, de resultas de lo cual tan sólo pudo vestirse de luces en treinta y siete ocasiones en el transcurso de aquella campaña.

El día 26 de septiembre de 1984, cuando, tras haber toreado en España cuarenta y nueve corridas, se disponía ya a trasladarse de nuevo a Hispanoamérica, compareció en la plaza del pueblo cordobés de Pozoblanco, para intervenir en la que había previsto como su última función española durante aquel año. El cuarto toro de la tarde, un burel llamado Avispado, negro de capa, perteneciente a la divisa de Sayalero y Bandrés, le infirió una tremenda cornada en el muslo derecho, justo cuando "Paquirri" lanceaba de capa para ponerlo en suerte durante el tercio de varas. En la misma enfermería de la plaza se intentó contener la gran hemorragia y reparar el profundo destrozo arterial; pero, ante la gravedad del percance, los doctores decidieron el traslado urgente al hospital Reina Sofía de la capital cordobesa, donde los medios técnicos y humanos se antojaban más adecuados para atender satisfactoriamente al herido. Durante el traslado en ambulancia, el estado de "Paquirri" empeoró considerablemente, por lo que se decidió conducirlo hasta el Hospital Militar, que quedaba algo más cerca. Al llegar allí, los facultativos sólo pudieron certificar el fallecimiento de Francisco Rivera Pérez, óbito que causó una conmoción general en todo el país, debido sobre todo a una cinta de vídeo que había recogido los últimos minutos de la vida de este valeroso torero. Impresionaba la serenidad del diestro gaditano, quien, herido de muerte sobre la mesa de operaciones de la deficiente enfermería de Pozoblanco, pedía calma a todos los que por allí circulaban nerviosamente, estorbando la labor de los galenos, y aconsejaba a éstos lo que debían hacer, sin dejar de indicarles las trayectorias de la gravísima cornada.

Junto a esta espeluznante muestra de serenidad, la tragedia de su muerte se vio desmesuradamente amplificada por la enorme popularidad de que gozaba el diestro en toda España y en muchos países hispanoamericanos, así como por la fama que entonces aupaba a su joven viuda, la tonadillera sevillana Isabel Pantoja. Anteriormente, el malogrado espada había estado casado con la hija del genial torero rondeño Antonio Ordóñez Araujo, Carmen Ordóñez, con la que había tenido un hijo que, andando el tiempo, se convertiría en matador de toros y luciría en los carteles dos apellidos de tanta solera taurina como Rivera Ordóñez.

Autor

  • JR.