A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
PolíticaFilosofíaQuímicaFísicaReligiónBiografía

Priestley, Joseph (1733-1804).

Joseph Priestley.

Físico, químico, teólogo, político y filósofo angloamericano, nacido en Fieldhead (en la parroquia de Birstal, cerca de Leeds, perteneciente al condado de York, Gran Bretaña) el 13 de marzo de 1733 (o el 24 del mismo mes y año, según el calendario gregoriano adoptado por los ingleses en 1751), y fallecido en Northumberland (Pensilvania, Estados Unidos de América) el 6 de febrero de 1804. Es bien conocido en la historia del pensamiento iluminista por las conclusiones claramente materialistas a las que quiso llevar el asociacionismo psico-físico de Hartley (1704-1757); además, alcanzó gran notoriedad entre los científicos de su tiempo por sus investigaciones sobre el oxígeno y otros tipos de gases, que le convirtieron en un precursor directo de Lavoisier (1743-1794). De hecho, se le considera el descubridor del oxígeno y de otros muchos gases, como el amoníaco, el clorhídrico, el dióxido de azufre, el monóxido de carbono y el gas hilarante. En su doble faceta de científico y pensador, Priestley defendió un monismo universal de las fuerzas según el cual las fuerzas físicas y las fuerzas psíquicas son dos aspectos complementarios y paralelos de la única substancia material. Fue, asimismo, un destacado político liberal, partidario del enciclopedismo y defensor de los ideales de la Revolución Francesa (1789-1799).

Vino al mundo en el seno de una modesta familia rural, formada por Jonas Priestley, curtidor de pieles, y María Swift, hija de ganaderos y agricultores. Al ser el mayor de los seis hijos que tuvo este matrimonio, fue pronto enviado a la granja de sus abuelos maternos, para que se criase bajo su tutela mientras sus padres se hacían cargo del resto de la prole.

Al cumplir los nueve años de edad, tras haber quedado huérfano de madre, el pequeño Joseph regresó al hogar familiar y, a los pocos días, quedó al cuidado de su tía Sarah, hermana de su padre. El esposo de ésta, Mr. John Keighly, era un hombre de espíritu crítico y talante liberal, que solía recibir en su casa a todos los ciudadanos discrepantes con la ideología política y la moral religiosa que estaba en boga en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XVIII.

En este caldo de cultivo se forjó la mentalidad abierta de Joseph Priestley, quien permaneció en dicha casa hasta que, en 1764, falleció su tía. Alentado por el estímulo de sus tutores, durante su niñez estudió con ahínco todas las disciplinas que integraban la formación académica básica de un buen alumno de su tiempo, y destacó por su especial capacidad para el aprendizaje del griego, el latín e, incluso, el hebreo. Concibió, entonces, la idea de consagrarse a la vida religiosa; pero, en plena adolescencia, una grave dolencia pulmonar (probablemente, la tuberculosis) le obligó a abandonar temporalmente los estudios y a aplazar su proyecto de convertirse en pastor y teólogo.

Tan pronto como hubo recobrado la salud, regresó con mayor entusiasmo a la actividad intelectual y, en un breve período de tiempo, aprendió a la perfección el francés, el italiano, el alemán, el sirio, el árabe y el caldeo, al tiempo que se volcaba en el estudio de la geometría, el álgebra y otras áreas de las Matemáticas. Con este espléndido bagaje en su haber, volvió a concebir la idea de estudiar Teología, si bien por aquel entonces ya empezaba a cuestionarse seriamente algunos dogmas de la Fe calvinista que le habían legado sus mayores.

Ante estas dudas, decidió renunciar a su ingreso en la Academy de Mile End, donde se seguía a rajatabla el dogma calvinista, y se matriculó, en cambio, en la Academy de Daventry, célebre en aquel tiempo por su ideario liberal. Allí, el joven Joseph Priestley tuvo ocasión de familiarizarse con la experimentación científica y otras prácticas habituales de los físicos, los químicos y los estudiosos de las Ciencias Naturales (botánicos, zoólogos, etc.); pero, lejos de desechar su viejo proyecto de estudiar Teología, ahondó al mismo tiempo en sus estudios religiosos y acabó convirtiéndose en ministro de la Iglesia calvinista.

Así pues, tras haberse licenciado en Daventry, pasó a dirigir la congregación espiritual de Needham Market (en Suffolk), donde habría de permanecer durante tres años. Durante todo aquel tiempo, sus dudas acerca del Calvinismo continuaban atormentándole, por lo que el ejercicio de su ministerio pastoral se le tornaba cada vez más áspero, al tiempo que le ocasionaba una gran impopularidad entre los miembros de su comunidad (que pronto detectaron la endeblez de sus creencias). De ahí que Priestley decidiese romper radicalmente con el Calvinismo y abrazar la fe del Unitarismo, otra doctrina protestante que, como principal rasgo distintivo frente a las demás, niega la existencia de la Santísima Trinidad y tiene como pilares básicos la Razón, la Libertad y la Tolerancia Religiosa (principios que encajan a la perfección con el enciclopedismo que, por aquellos años, ya estaba triunfando en Francia).

Pasó, así, a dirigir la vida espiritual de la parroquia de Nantwich (en Cheshire), integrada por unos fieles mucho más liberales y tolerantes. Allí se sintió tan a gusto que fue capaz de brindar valiosos servicios a la comunidad, lo que su vez se tradujo en numerosas ofertas para que ejerciera como profesor y tutor privado de diferentes jóvenes del lugar. Con este trabajo, Priestley logró reunir cierta cantidad de dinero que le permitió ir adquiriendo diversos materiales de estudio e investigación, y ganó también una notable reputación docente, que a la postre le sirvió para ingresar, en calidad de profesor de lenguas clásicas, en la Academia de Warrington, otras de las instituciones educativas que gozaban de gran prestigio por su ideario liberal. Allí pasó seis años que el propio Priestley siempre recordó entre los más felices de su vida laboral; y, lejos de limitarse a sus clases de idiomas, se hizo muy popular entre sus alumnos y compañeros por sus lecciones y conferencias sobre temas políticos, sobre hechos históricos relacionados con su propio tiempo, sobre avances y descubrimientos de Ciencia de la época y sobre los grandes autores clásicos ingleses de los siglos anteriores, como Shakespeare (1564-1616) y Milton (1608-1674).

En 1762, cuando aún vivía en casa de sus tíos, el científico y humanista de Fieldhead contrajo nupcias con Mary Wilkinson, hija de uno de los grande promotores de la Revolución Industrial en el Reino Unido, John Wilkinson (1728-1808). Por aquel tiempo, en el transcurso de sus periódicas visitas a Londres, empezó a entablar amistad con las figuras más destacadas del enciclopedismo racional, como Richard Price -autor del panfleto Civil Liberty (Libertad Civil), del que se dice que influyó directamente en la redacción de la Declaración de la Independencia de América-, o el norteamericano Benjamin Franklin (1706-1790), a la sazón destacado en la capital inglesa con el encargo de presentar las reivindicaciones independentistas de las colonias.

Fue precisamente Franklin quien, asombrado por los estudios científicos que, de forma autodidáctica, había realizado Priestley, le animó a publicar su libro titulado The History and Present State of Electricity (Historia y estado actual de la electricidad, 1767), al tiempo que fomentaba su ingreso en la Royal Society (que tuvo lugar en 1766). Esta primera obra científica, de gran interés para los físicos y otros especialistas en el estudio de la electricidad, resultó ser demasiado compleja para el lector medio; de ahí que Priestley, movido siempre por ese afán divulgador propio de su condición de maestro, decidiera ofrecer una versión más sencilla, enriquecida con ilustraciones que pudiesen aclarar algunos conceptos demasiado áridos. Y, comoquiera que no hallara en su entorno ningún dibujante capaz de reflejar lo que exponía en su tratado, el propio Priestley -haciendo gala, una vez más, de su asombrosa condición de sabio polifacético- aprendió a las técnicas básicas de la perspectiva y realizó las ilustraciones de esta versión elemental de la Historia de la electricidad. Fue, además, en el curso de este trabajo artístico-científico, el primero en utilizar el caucho de la India como material empleado para eliminar las marcas que el lápiz deja sobre el papel, por lo que se le considera desde entonces el inventor de la goma de borrar.

Sus cargas familiares, incrementadas durante aquella década de los años sesenta, le obligaron a abandonar la Academia de Warrington para aceptar un nuevo cargo religioso de elevado rango, el de director espiritual de la congregación o parroquia de Mill Hill; y así, en 1767 se afincó con los suyos en Mill Chapel (en Leeds), un territorio que conocía a la perfección, pues quedaba muy cerca de su lugar de nacimiento.

A partir de entonces comenzó a estudiar a fondo los gases y el aire, con especial atención a la teoría del flogisto que, a comienzos del siglo XVIII, había enunciado Georg Ernst Stahl (1660-1734). Según esta teoría, todos los metales estaban compuesto por cal y flogisto, un principio que se desprendía de ellos durante la combustión (y que podía volver a ser transferido a los metales, por ejemplo en forma de carbón vegetal, por lo que fue considerado un reactivo transferible). Priestley, que no era un gran teórico de la investigación física y química, pero si un magnífico cultivador de la Ciencia experimental, partió de la teoría del flogisto de Stahl, en la que creían firmemente, para acabar obteniendo, en 1774, lo que en un principio denominó aire desflogisticado (es decir, oxígeno, nombre que poco después habría de dar, a la misma substancia, el ya citado Lavoisier).

El método empleado por Priestley en la obtención de su aire desflogisticado no es demasiado complejo: imbuido en la idea original de Stahl, procedió a concentrar los rayos solares por medio de una lente sobre una muestra de óxido de mercurio; a continuación, pudo apreciar que, de la combustión provocada por efecto del calor de dichos rayos, se desprendía un gas en cuyo seno la llama de una bujía ardía con vivacidad (circunstancia que fue, precisamente, la que le indujo a denominarle "aire desflogisticado"). Además, observó que la cal resultante de este proceso, a la que llamó mercurius precipitatus per se, presentaba mayor peso.

Aunque, como ya se ha dejado entreve más arriba, fue realmente Lavoisier quien comprendió la auténtica importancia de este gas (al que cambió de nombre porque, en su opinión, le cuadraba más la voz grecolatina oxigenium, que significa "engendrador de ácidos"), Priestley fue el primero en descubrir que las plantas verdes desprenden oxígeno y necesitan luz para desarrollarse.

Además del oxígeno, Priestley descubrió el amoníaco, el monóxido de carbono, el ácido sulfhídrico (o sulfuro de hidrógeno), el anhídrido sulfuroso, el nitrógeno y el tetrafluoruro de silicio. Parte de sus investigaciones y experimentos sobre estos y otros gases quedaron plasmados en su obra Experimens and observations ondifferent kinds of air (Experimentos y observaciones sobre distintas clases de aire, 1772). Aunque, a priori, pueda parecer una circunstancia banal, a Priestley le ayudó mucho en sus descubrimientos acerca del oxígeno la proximidad de su casa a una gran industria en la que se elaboraba cerveza; allí pudo hacer importantes observaciones acerca del gas y las burbujas de aire, que también relacionó con sus experiencias en algunos balnearios naturales donde el agua manaba con efervescencia.

Esta observaciones le permitieron fabricar, en 1772, un instrumento al que denominó "canal neumático" o "artesa neumática", con el que resultaba fácil recoger los gases solubles en agua -hasta entonces, muy difíciles de obtener-, y también los disueltos en mercurio. Con éste y otros trabajos, no es de extrañar que resultara exitoso el ya referido experimento que realizó en Wiltshire el día 1 de agosto de 1774, en el que, valiéndose del calor de los rayos solares, logró detectar por vez primera su aire desflogisticado (que, según sus propias palabras, se la antojaba "cinco o seis veces mejor que el aire común").

Consagrado, merced a este hallazgo, como una de las grandes figuras científicas de su tiempo, Priestley quiso enrolarse, poco después, en la Tercera Expedición de celebérrimo navegante y aventurero científico James Cook (1728-1779). Pero los expedicionarios le rechazaron por temor a que las firmes creencias religiosas del erudito de Fieldhead sembrasen las desavenencias entre los integrantes de aquella singladura que tenía por objetivo descubrir y explorar un supuesto estrecho que, por latitudes septentrionales, atravesase el continente americano para poner en comunicación el Atlántico con el Pacífico.

Priestley no se dejó vencer por la decepción que le causó este rechazo, y, empecinado en seguir ampliando sus horizontes vitales e intelectuales, aceptó el cargo de preceptor particular de los hijos del conde de Shelburne (1737-1805), que llevaba aparejado una substanciosa remuneración; además, el brillante científico ocupó su propia vivienda en Calne (la residencia veraniega de la familia Shelburne en Wiltshire), y fijó, entre otras condiciones laborales muy ventajosas, la de poder compaginar en todo momento sus labores de instructor con su dedicación vocacional a la Ciencia y al estudio de las Humanidades.

Durante la década de los años setenta, Priestley escribió algunas de sus obras más notables, coincidiendo con su etapa de mayor entrega a los estudios de Física y Química. Entre ellas, y al margen del ya mencionado libro que dedicó a la electricidad, figuran las tituladas Disquisitions Relating to Matter and Spirit -en la que expuso su concepto materialista de la existencia humana- y Experiments and Observations -donde dejó impresa una minuciosa relación de sus principales logros en el terreno de la Química.

Cada vez más afianzado en su puesto de preceptor particular de los vástagos de una de las familias más linajudas del Reino Unido, Joseph Priestley, por desquitarse del sinsabor que le había ocasionado el no poder viajar con Cook, acompañó a Lord Shelburne en un largo recorrido por Europa. Durante la prolongada estancia de ambos en París, entró en contacto con las figuras más notables de la intelectualidad francesa del momento, entre ellas Lavoisier, a quien puso al tanto de su descubrimiento del aires desflogisticado; merced a estas informaciones de primera mano, el científico galo realizó poco después notables hallazgos sobre el oxígeno y otros gases.

A su regreso al Reino Unido, Priestley, siempre abierto a nuevas expectativas, rompió amistosamente los lazos laborales y afectivos que le ligaban a la familia Shelburne (que, en agradecimiento a los servicios prestados, le otorgó una pensión vitalicia) y reanudó su labor pastoral, ahora en Fairhill, enclave ubicado en las inmediaciones de Birmingham. Allí se instaló, en 1780, con toda su familia, compuesta a la sazón por su mujer Mary, sus tres hijos varones y su única hija. Merced a la fortuna de los Wilkinson -y, en particular, de su cuñado John-, Priestley adquirió una casa en propiedad y en ella estableció no sólo la sede de su nuevo ministerio pastoral, sino también de su particular laboratorio y centro de estudio. Allí, pronto se rodeó de hombres cultos y espíritus emprendedores que mostraban gran curiosidad por la Ciencia, la Ingeniería y la innovación tecnológica, como el alfarero Josiah Wedgwood -que le consiguió gran parte de los utensilios con los que fue montando su laboratorio-, el empresario y mecenas Matthew Boulton -que se había hecho rico con la explotación de su célebre fábrica de hebillas y botones-, y el ingeniero y mecánico escocés James Watt (1736-1819) -quien, gracias en parte al dinero aportado por Boulton, trabajaba sin descanso en la construcción de la primera máquina de vapor-. En aquel círculo de ingenieros y científicos emprendedores también figuraban Erasmus Darwin -abuelo paterno de quien habría de formular la teoría de la evolución de las especies- y William Small -que había sido profesor del norteamericano Thomas Jefferson (1743-1826), futuro tercer presidente de los Estados Unidos de América, en el prestigioso William and Mary College.

En Birmingham, Joseph Priestley se unió también a la Lunar Society (Sociedad Lunar), en la que, además de los ya citados Darwin, Watt y Boulton, solía aparecer de vez en cuando, como invitado de honor, Benjamin Franklin, un viejo conocido del científico de Fieldhead. Los miembros de esta sociedad -conocidos popularmente como "los lunáticos"- solían reunirse para comentar temas relacionados con la Astronomía y las Ciencias Naturales, aunque también gustaban de entablar animados debates literarios y filosóficos. Se citaban una vez al mes en casa de alguno de ellos, siempre un lunes de luna llena (para facilitar el regreso de los demás a sus respectivos domicilios).

Priestley se centró, por aquel tiempo, en su faceta de teólogo y pensador, a la que recurrió para escribir algunas obras tan notables como Letters to a Philosophical Unbeliever (Cartas a un filósofo incrédulo) -en la que defendía la religión natural de los ataques lanzados contra ella por el escepticismo de David Hume (1711-1776); History of the Corruptions of Christianity (Historia de las corrupciones del Cristianismo) -en la que arremetía frontalmente contra los dogmas básicos de la ortodoxia cristiana, particularmente contra la doctrina de la Santísima Trinidad-; e History of the Early Opinions Concerning Jesus Christ (Historia de las primeras opiniones acerca de Jesucristo), -donde volvía a negar dicho dogma de la Trinidad divina, demostrando que no figuraba en ningún pasaje de las Sagradas Escrituras. Lógicamente, la difusión de estas tres obras acarreó graves problemas a su autor, que fue duramente criticado en los púlpitos, acusado de hereje ante la Cámara de los Comunes y tildado, incluso, por los más retrógrados de "agente de Satanás".

Joseph Priestley y otros practicantes del Unitarismo -doctrina religiosa que no reconoce en Dios más que una sola persona- fueron privados de la ciudadanía británica y de los derechos que les correspondían como ciudadanos del Reino Unido, si bien no se forzó su expulsión del país. Para acentuar las dificultades que atravesaba por aquellas fechas, el erudito y científico de Fieldhead se declaró públicamente partidario de la Revolución Francesa, y llegó a tomar parte activa, el día 14 de julio de 1791, en una cena en la que se conmemoraba en Birmingham la toma de la Bastilla, y en la que los congregados festejaban la "emancipación de veintiséis millones de personas del yugo de despotismo".

La muchedumbre local, enfurecida con las creencias religiosas y las opiniones políticas de Priestley, atacó sus propiedades y destruyó su casa y su laboratorio, prendiendo fuego a todas su pertenencias (incluida su magnífica biblioteca y los preciosos manuscritos que conservaba en ella, algunos de ellos inéditos). El científico y su familia lograron huir apresuradamente, rescatando de aquel furibundo ataque únicamente las ropas que aquel día llevaban puestas. Al cabo de un año -concretamente, el día 26 de agosto de 1792-, en respuesta a una solicitud de concesión de la ciudadanía francesa a todos los filósofos que se hubieran distinguido por la defensa de la libertad, la Asamblea de Francia otorgó la ciudadanía a Joseph Priestley, Jeremy Bentham, Williarn Willberforce, David Williams, N. Gorain, Anacharsis Cloots, Corneille Pauw, Joachim-Henri Campe, N. Pestalozzi, Thaddeus Kosciusko, Friedrich Schiller, George Washington, Thomas Paine, James Madison y Alexander Hamilton.

Tras la destrucción de sus propiedades, Priestley juró no regresar jamás a Birmingham. Se refugió primero en Londres, y de allí pasó a vivir, durante un breve período, en Tottenham. Luego, buscando aún mayor anonimato y discreción, se estableció en Hackney. Condenado públicamente por la Cámara de los Comunes, Priestley se vio perseguido y vilipendiado en púlpitos, pasquines y artículos periodísticos, humillado en soflamas y caricaturas, y acosado por cartas amenazantes. La campaña contra su figura alcanzó proporciones de tal gravedad, que la Royal Society llegó a expulsarlo de sus filas debido a la presión ejercida en su contra por muchos de sus miembros más conspicuos.

Ante esta situación, sus hijos -que se sentían tan acosados como él, hasta el extremo de ver cómo se les negaba el derecho a trabajar en su propio país- decidieron emigrar a los Estados Unidos de América. Prestley -que ya no era ciudadano inglés y se sentía francamente decepcionado por sus antiguos compatriotas- decidió acompañarlos a pesar de su avanzada edad; y así, el día 7 de abril de 1794, a los sesenta y un años, se embarcó con su esposa y sus hijos rumbo a un Nuevo Mundo en el que habría de pasar el resto de su vida.

Al desembarcar en Nueva York, Priestley tuvo ocasión de confirmar lo atinado de esa decisión suya de abandonar una revuelta, airada y enrarecida Europa, pues supo que, durante su periplo naval, Lavoisier había sido guillotinado en la parisina Place de la Revolution. Se Nueva York, los Priestley pasaron pronto a Filadelfia, donde el viejo erudito tomó la determinación de volver a la predicación, para seguir propagando su credo unitario. Rechazó una cátedra de Química que le ofrecía la Universidad de Pensilvania y se afincó en la pequeña localidad de Northumberland, al norte de dicho estado, donde fundó una colonia de disidentes ingleses. Allí volvió a reunir una importante biblioteca y a fundar su propio laboratorio, en el que continuó realizando estudios y experimentos de gran calado; pero la muerte de su hijo menor (Harry), seguida en muy poco tiempo por la de su esposa, ensombreció profundamente sus años postreros.

En su condición de fundador de la Iglesia Unitaria de América, Joseph Priestley ejerció una notable influencia en la vida social de los Estados Unidos a finales del siglo XVIII y comienzos de la centuria siguiente (llegó a ser nombrado consejero del Presidente Jefferson, que contó con su asesoramiento en materia religiosa y educativa). Pasaba, por aquel tiempo, los inviernos en Filadelfia, donde, además del reconocimiento social de que gozaba, fue objeto de varios homenajes por su labor científica y humanística (entre ellos, el que le ofreció la American Philosophical Society). A partir de 1801, cayó gravemente enfermo, mas no interrumpió por ello su inagotable inactividad religiosa e intelectual, como lo prueba el hecho de que continuase redactando artículos y revisando sus escritos hasta los últimos instantes de su vida. Finalmente, la muerte le sorprendió el 6 de febrero de 1804, cuando se hallaba corrigiendo sus papeles.

JRF

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.