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LiteraturaBiografía

Pino Gutiérrez, Francisco (1910-2002).

Poeta español, nacido en Valladolid el 18 de enero de 1910 y fallecido en su ciudad natal el 22 de octubre de 2002. A lo largo de su longeva existencia -murió a los noventa y dos años de edad-, fue pergeñando una sólida, lúcida y deslumbrante producción lírica que, ajena a cualquier moda o tendencia estética o ideológica del momento, le situó entre las voces más rigurosamente originales e innovadoras de la poesía española del siglo XX. Poeta de poetas, admirado y emulado por un selecto círculo de autores, críticos literarios y discípulos de su obra, dejó un extenso legado impreso que ejerció una poderosa influencia en varias generaciones de escritores españoles que celebraron su singular vanguardismo juvenil, su espléndido aprovechamiento de la tradición clásica y su compleja y virtuosa evolución, en la última etapa de su trayectoria creativa, hacia la poesía visual, cuyo cultivo le convirtió en una de las figuras más sobresalientes de la neovanguardia europea de finales del siglo XX.

Vida

Nacido en el seno de una familia acomodada, perteneciente a la alta burguesía castellana y dedicada al comercio y a la exportación, vino al mundo en el número 14 de la vallisoletana calle Constitución, donde estaba ubicada la casa que habitaban sus progenitores, Francisco Pino Mazariegos y María del Carmen Gutiérrez y García de la Cruz. Su familia paterna, oriunda del pueblo vallisoletano de Nava del Rey, arrastraba una larga tradición militar adscrita al liberalismo, y documentada ya en los tiempos de la Guerra de la Independencia, cuando un antepasado del poeta -fusilado por las tropas napoleónicas- capitaneó la resistencia local contra los invasores franceses. Casi un siglo después, Pedro Pino Carbonero, abuelo del escritor, alcanzó el grado de coronel de infantería, se convirtió en la mano derecha del general Macías, luchó en Cuba contra el ejército norteamericano, fue testigo del hundimiento del acorazado Maine y protagonizó un notorio acto de heroísmo al arrebatar una bandera a las tropas americanas (trofeo que contempló en su hogar familiar, desde su infancia, el poeta vallisoletano). A su regreso a España, Pedro Pino contrajo matrimonio con Celestina Mazariegos, unión de la que nacieron una hija (Clementina) y un varón (Francisco, el padre del poeta).

Los abuelos maternos del escritor, Hermenegildo Gutiérrez y Martina García de la Cruz, procedían de Asturias, de sendas familias relacionadas con el ámbito de las Letras (entre los Gutiérrez figuraba un poeta que llegó a ser rector de la Universidad de México, y entre los García de la Cruz había abogados, notarios y registradores de la propiedad). De la unión conyugal entre Hermenegildo y Martina nacieron también dos vástagos, María del Carmen (madre del poeta) y Hermenegildo, ambos educados desde su infancia en una exquisita sensibilidad literaria que habría de influir decisivamente en la vocación poética del pequeño Francisco.

En efecto, bajo la tutela de su madre se inició el futuro poeta en la lectura de textos literarios, a los que era muy aficionada María del Carmen Gutiérrez, quien había llegado a conocer a algunos poetas decimonónicos tan relevantes como su paisano José Zorrilla (1817-1893) y el asturiano Ramón de Campoamor (1817-1901), de quien atesoraba una dolora inédita que aprendió de memoria, en su niñez, el pequeño Francisco ("No os canta, cual quisiera, el amor mío, / porque ya el aire de mi aliento es frío"). Junto a esta influencia directa de su madre, en la formación humanística del futuro escritor intervino decisivamente María Anievas, sobrina de la cocinera que servía en casa de los Pino y estudiante de magisterio, quien, en sus frecuentes visitas a su tía, entretenía a Francisco leyéndole pasajes de las novelas de Julio Verne (1828-1905) y poemas de Rubén Darío (1867-1916).

No compartía, empero, estas aficiones literarias el cabeza de familia, quien, a pesar de sus estudios universitarios, desdeñaba las veleidades artísticas y la especulación intelectual, guiado siempre por el pragmatismo que le exigía su dedicación a los negocios mercantiles y de exportación. Y tampoco hacía gala Francisco Pino Mazariegos del mismo fervor religioso que animaba a su esposa, quien, junto a la pasión por la poesía -anclada en un Romanticismo ya ciertamente desfasado-, inculcó a su hijo una severa fe católica en la que cobraban suma importancia el sentimiento de culpa y el temor por los pecados. A lo largo de toda su vida, ese sentido del pecado "dinámico y terrible" -en palabras del propio Pino- habría de acompañar al poeta como un elemento dramático y perturbador de su paz interior.

En 1918, cumplidos ya los ocho años de edad, Francisco Pino se matriculó en el Colegio de Lourdes de su ciudad natal, donde dio inicio a unos estudios primarios que habrían de prolongarse hasta 1924. Su precoz interés por las Letras volvió a quedar patente en su intento de crear en dicho centro educativo, junto a su compañero Dionisio Martín Sanz -quien, años después, habría de presidir las Cortes de la nación-, una revista literaria que nunca llegó a salir. A pesar de ello, este primer "fracaso editorial" le permitió descubrir su afición por el dibujo, plasmada en una serie de proyectos de portadas que, íntimamente relacionados con los textos, fueron el germen de las que luego habría de denominar "poeturas" (es decir, poemas visuales que combinaban imágenes y palabras).

Era, a la sazón, Francisco Pino un niño callado e introvertido, buen estudiante -aunque demasiado abstraído en su complejo mundo interior- y poco amigo del bullicio del recreo, del que solía huir buscando refugio en la capilla del colegio. En su constante ensimismamiento, acostumbraba a reflexionar sobre la forma y el sentido de las palabras, especialmente de aquellos vocablos nuevos que iba conociendo durante su instrucción escolar; al respecto, es muy significativa la anécdota de su fascinación por la palabra inmiscuir, que oyó por vez primera a los doce años de edad, en boca de un maestro, y le suscitó una serie de imágenes derivadas de su grafía (la cadena de tres íes, unidas por los ganchos de la n y la m, como si de una oruga o un ciempiés se tratase) que preludiaban ya su posterior interés por la poesía visual.

Tras su fallido intento de plasmar todas estas precoces intuiciones en una revista artesanal, concluyó su formación primaria y pasó, en 1924, al Instituto Zorrilla de Valladolid, en donde afrontó sus estudios de bachillerato. Un nuevo mundo se abrió entonces ante sus ojos, demasiado acostumbrados a la atmósfera de mimos y cuidados excesivos que le había envuelto en su niñez: aunque siguió siendo un estudiante modélico, poseedor de unos conocimientos muy superiores a la media de sus compañeros de aula, empezó a descubrir, de la mano de algunos buenos amigos, las vivencias autónomas -y un tanto golfas- propias de un adolescente, y durante sus largos veraneos en Francia experimentó sus primeras pasiones amorosas, que le inspiraron unas composiciones líricas de arrebatado furor romántico y -como cabía esperar en un muchacho de su edad- muy corto vuelo poético. Aunque el propio Pino ordenó quemar, medio siglo después, estas primeras muestras de su consagración a la creación literaria, lo cierto es que siempre las recordó como su definitiva incursión en el misterioso y sugerente ámbito de la poesía.

Ya por aquel entonces tuvo ocasión de comprobar que su original concepción del valor poético de la imagen no habría de ser bien asimilada por los espíritus más apegados a la tradición, de lo que quedó triste constancia en el único suspenso que cosechó durante el bachillerato, calificación que le puso un profesor de dibujo incapaz de entender las sugerencias y connotaciones de una mancha de tinta que, voluntariamente, había extendido Pino sobre un lienzo en blanco. Durante el resto de su vida, muchos lectores y críticos literarios habrían de juzgar las "poeturas" del poeta vallisoletano con los mismos criterios estéticos alicortos de aquel severo profesor.

Entre los que no compartían sus aficiones artísticas figuraba, en un puesto bien visible, el padre del poeta, quien hizo valer su proverbial pragmatismo a la hora de orientar su formación superior hacia unos estudios de mayor prestigio y provecho social que la poesía. Se matriculó, en efecto, Francisco Pino en la Facultad de Derecho de la Universidad de Valladolid, donde obtuvo brillantemente una licenciatura en Leyes (1927-1931) que luego amplió con estudios de Derecho Mercantil en Francia e Inglaterra (London School of Economic). Mimado, todavía, por la fortuna familiar, siguió gozando durante aquel período universitario de una elevada posición social y económica que le permitía dar rienda suelta a todos sus impulsos vitalistas, dominados por aquel entonces por una intensa fijación erótica que quedó bien plasmada en sus versos. Paradójicamente, al tiempo que gozaba de estos privilegios socio-económicos (que le permitían pasar los veranos en lujosos núcleos de ocio y descanso como Biarritz, San Sebastián, Angulema y París), Pino iba desarrollando una acusada conciencia cívica que le llevó a ejercer altos cargos -como el de tesorero- en la Fundación Universitaria Española, y a tomar parte activa en varias revueltas estudiantiles favorables al advenimiento de la República y contrarias a la tradición católica de su familia. Radicalmente enfrentado con los sectores más reaccionarios de la Universidad, acudió a Madrid para participar en los actos que celebraban, en la Puerta del Sol, la instauración de la República, y juró fidelidad a la bandera republicana desfilando como gastador de artillería; a pesar de ello, desoyó luego todos los llamamientos que le invitaban a incorporarse al servicio militar, aunque siguió mostrándose fiel al gobierno republicano, lo que le acarreó nuevas desavenencias con su entorno familiar, al que pertenecía, por lejanos vínculos matrimoniales, el líder falangista vallisoletano Onésimo Redondo (1905-1936). Por aquel tiempo, DDOOSS, la publicación surrealista editada por el joven poeta, se imprimía en los mismos talleres gráficos donde se estampaba Arriba, dirigida por Redondo, con el que sostuvo agrias discusiones políticas.

Las contradicciones internas, auténticas señas de identidad de su personalidad y -lógicamente- de su obra, se le hacían en aquel agitado período más patentes que nunca: por un lado, su fervorosa ideología republicana chocaba con esa vida regalada de rico señorito provinciano; y, por otra parte, su arrebatada pasión erótica -que estalló definitivamente en el París lujoso, galante y desinhibido de comienzos de los años treinta, al que Pino acudió para consolidar sus conocimientos de francés- dejaba hondos posos de dolor y remordimiento en ese joven poeta que seguía lastrado por un temor irracional a la culpa y el pecado. Al tiempo que iba dejando plasmadas todas estas inquietudes en sus primeros volúmenes de versos y en las publicaciones culturales que fundaba con sus compañeros de andadura estética, comenzó a preparar sus oposiciones al cuerpo diplomático, que le exigían poseer un perfecto dominio del francés y el inglés. Así, tras sus ya mencionadas estancias en Angulema y París, en abril de 1933 marchó Inglaterra y se matriculó en el University College Hall de Londres, ciudad en la que habría de experimentar una nueva y virulenta agitación religiosa, que disipó todas sus dudas y le devolvió a España reconvertido en un fervoroso católico. Contertulio asiduo en los salones de miss Rosa Richard (sitos en el número 96 de Maida Vale), Pino descubrió su radical discrepancia con quienes profesaban otras creencias y volvió a sentirse, como en los años de su infancia, profundamente católico y romano, al tiempo que esta impulsiva recuperación de la fe de sus mayores provocaba en su vida y en su obra poética una agitación que el propio poeta vallisoletano definió como "los aportes de una naturaleza temblorosa". A partir de entonces, ese temblor interno, esa zozobra existencial habría de acompañarle de contino, como bien puede apreciarse en estos versos extraídos de su poemario Cinco preludios (1966): "Temblaré como entonces, por Maida Vale; / como entonces al volver de la iglesia de San Luis, / cerca de Picadilly, al amanecer. / Luego, / como entonces; / ahora, / como entonces, / temblaré, / tiemblo".

A su regreso a España en 1935, Francisco Pino se afincó en Madrid y se matriculó en la Universidad Central, con el propósito de seguir preparando sus oposiciones al tiempo que cursaba estudios de Filología Francesa. La dura pugna entre sus convicciones republicanas y su fervoroso catolicismo halló un campo abonado en la confusa agitación que reinaba en la Universidad y, en general, en todos los ámbitos de la sociedad española, dramáticamente golpeada el 18 de julio de 1936, con las primeras manifestaciones del alzamiento de los militares sublevados contra el legítimo gobierno republicano. El domingo 19 de julio, cuando salían de oír misa en la madrileña Iglesia de la Concepción, Pino y su amigo Díaz de Jove fueron detenidos por un grupo de jóvenes milicianos que los condujo, junto al resto de las personas que abandonaban el templo, hasta un garaje cercano a la Dirección General de Seguridad, donde estuvieron a punto de ser fusilados. Las órdenes tajantes de un teniente de asalto impidieron este crimen y dieron con los huesos del poeta en la DGS, desde donde fue trasladado a la mañana siguiente a la Cárcel Modelo, en medio de un pavoroso recorrido por las calles de Madrid en el que Pino asistió, bajo el fuego cruzado de ambos bandos, al terrible enfrentamiento entre las fuerzas republicanas y los militares que se habían sumado a la rebelión desde su asentamiento en el Cuartel de la Montaña. A pesar el temor y el desasosiego que le infundió la contemplación de esta devastadora lucha en las mismas calles de la capital (bien reflejados en su "Romance del día 19 de julio de 1936 en Madrid"), Pino pensó, en un principio, que se trataba de una mera revuelta sin mayores consecuencias, y así se lo hizo saber por vía epistolar a su amigo Rafael Alberti (1902-1999), cuya ayuda reclamó desde la cárcel.

Pero al cabo de un mes, a raíz del inicio del asalto a la Cárcel Modelo (22 de agosto de 1936), cayó en la cuenta de su grave error y comenzó a calibrar las verdaderas dimensiones de un conflicto sangriento y dramático en el que la mayor parte de los combatientes no tenían siquiera una conciencia clara de la causa por la que luchaban. Durante el asalto al presidio en el que seguía recluido, Pino, admirado y protegido por sus amigos falangistas, tuvo ocasión de constatar esta enloquecida confusión, por obra y gracia de la cual los propios guardianes republicanos se enfrentaron con las milicias de izquierdas para cumplir con su obligación de proteger a los presos políticos de derechas. El poeta, que reflejó este combate en su composición titulada "Asalto a la Cárcel Modelo", plasmó también, años después, el caos ideológico que dominaba en aquella España devastada por ancestrales enfrentamientos cainitas: "No entiendo, aplicados a mí, los conceptos de izquierda y derecha. En el sentido real de la palabra nunca he sido un hombre de derechas, pero me han acompañado siempre sus connotaciones más particulares: catolicismo, bienestar familia y negocios. Tampoco he sido un hombre de izquierdas y, sin embargo, me han acompañado también sus rasgos más notables: el republicanismo, el talante liberal y libertario y la solidaridad. Por ello sigo sin entender lo que me ocurrió con unos y otros. De tal manera era así que mi madre, aún encarcelado por los republicanos como estaba, pensaba que me fusilarían los nacionales".

En noviembre de 1936, el avance de las tropas nacionales sobre la Cárcel Modelo provocó la inmediata distribución de sus ocupantes por otros presidios de la capital. Pino fue enviado a la prisión de Ventas, donde vivió episodios de triste recuerdo, lo que no le impidió aprovechar su prolongada inactividad para entregarse a la escritura. Entretanto, don Francisco Pino Mazariegos movía desde Valladolid todos los hilos necesarios para procurar la puesta en libertad de su primogénito, y en virtud de sus poderosas influencias logró que el poeta abandonara la cárcel y encontrara una colocación en el Banco Central de Crédito, en cuya sede central -sita en la madrileña calle de Alcalá- halló no sólo trabajo, sino también provisional residencia. Aprovechó aquel período de sosiego para seguir cortejando a María Jiménez Aguirre -su futura esposa-, hija del republicano Alfredo Jiménez Proy -responsable del Ministerio de Estado en la dirección de Colonias-, a la que había conocido en Valladolid, aunque sin llegar a intimar con ella -ya en Madrid- hasta su retorno de Inglaterra.

Alentado por un firme compromiso cívico, en su estancia en Madrid durante la Guerra Civil el poeta no rehuyó ninguna empresa conflictiva, como la que le condujo, en marzo de 1937, a incorporarse al Socorro Rojo Internacional, en calidad de Delegado de Cultura. Alternó entonces su labores de enlace entre esta institución y los refugiados en las embajadas con la redacción de una serie de artículos que fueron apareciendo, anónimos, en Mundo Obrero, el órgano portavoz del Partido Comunista (PCE), hasta que en septiembre de aquel mismo año volvió a ser detenido, esta vez por el SIM (Servicio de Información Militar), que demostró su secreta condición de alférez suplementario y le instó a incorporarse a filas. Pino alegó incapacidad para el servicio de armas, y el tribunal militar que le juzgaba decretó su pase al CRIM (Centro de Reclutamiento, Instrucción y Movilización) y su ingreso en la prisión del Panteón de Hombres Ilustres de la Basílica de Atocha, donde -merced, sin duda, a los privilegiados contactos de su padre-, llevó una vida tranquila y regalada, que le permitía incluso salir a pasear con su novia por el madrileño Parque del Oeste. Pero las autoridades del CRIM ejercieron pronto sus prerrogativas y, en octubre de 1937, lo enviaron a la prisión de Porlier, en la que permaneció recluido hasta mayo de 1938, después de haber pasado unos días terribles en los calabozos de que disponía el SIM en el Ministerio de Marina, donde, a pesar de las calamidades que le rodeaban -era, según el propio poeta, la peor de las cárceles en que había estado-, tuvo ánimos para escribir tres poemas en los que entonaba un canto laudatorio a las tropas nacionales y el espíritu del alzamiento -Franco (1892-1975) aparece en ellos como el emblema del triunfo, Onésimo Redondo es el "Capitán de los conquistadores", y los caídos del bando nacional son vistos como "los hombres del alba"-. El poemario en el que quedaron recogidas estas tres composiciones fue publicado al cabo de un año (mayo de 1939) por la Jefatura Provincial de la FET y de las JONS de Madrid, bajo el elocuente título de Saludo y arco de triunfo.

Ganado, en fin, el favor de los sublevados, obtuvo la libertad provisional y, en tanto llegaba el dictamen del tribunal militar que juzgaba su causa, permaneció cómodamente alojado en el hotel Laris, próximo a la comisaría de Santa Engracia, en la que tenía que comparecer regularmente. A comienzos de 1939, con el inminente triunfo del bando nacional, Pino recibió la notificación definitiva de su inutilidad total para el servicio de armas, lo que le permitió permanecer tranquilo en su hotel hasta el término de la contienda fratricida. Pero el cobro de los favores que le habían prestado desde el bando de los triunfadores no se hizo esperar: tan pronto como hubo acabado la guerra, Pino fue reclamado como censor de prensa en la Presidencia del Gobierno, al tiempo que se decretaba nuevamente su incorporación a filas, habida cuenta de que jamás había cumplido con sus obligaciones militares. De nuevo tuvo que recurrir a sus influyentes amistades para librarse de ambas tareas, más no por ello quedó exonerado de prestar sus servicios a los vencedores, pues de inmediato fue designado Secretario General de Organizaciones Juveniles de Madrid. Con toda la desgana e incapacidad que pudo reunir, Francisco Pino ejerció este cargo durante un breve período de tiempo, consciente de que su acreditada torpeza en las labores organizativas habría de proporcionarle una pronta destitución.

En efecto, fue pronto relegado en estas funciones y, por mediación directa de Serrano Suñer (presidente de Falange, ministro de Interior y de Exteriores entre 1938 y 1942, y cuñado de Francisco Franco), se le propuso ocupar la agregaduría cultural de la embajada que él eligiera. Pero ya por aquel año de 1940 había comenzado a hacerse cargo de los pingües negocios de su familia, por lo que rechazó cualquier destino público y se centró de lleno en su vida privada, que le obligó a vivir durante buena parte de la década de los años cuarenta a caballo entre Madrid y Valladolid. Fue precisamente el regreso a su tierra natal después de la guerra lo que le permitió constatar, súbitamente, la miseria y crueldad del bando al que había acabado sirviendo: su compañera de infancia María Anievas, con la que había compartido tantas horas de lectura en la casa de la calle Constitución, estaba encarcelada por haberse significado como maestra partidaria del régimen republicano; su entrañable amigo José María Luelmo, inseparable colaborador en todas sus aventuras literarias juveniles (era él quien guardaba esos poemas primerizos que Pino ordenó quemar en la década de los setenta), sufría el desprecio y el vejamen de los vencedores; y, en general, todo a su alrededor era desolación, pobreza y luto (su hermano José María acababa de fallecer, de muerte natural, poco antes del retorno del poeta a Valladolid). Avergonzado por su innoble comportamiento durante la guerra, el poeta cayó en una honda depresión cuyas causas describió, años después, con estas palabras: "Entonces supe que me había equivocado. Vi que el señorito era más bárbaro, por ser más culto, que ese pueblo hambriento y sin cultura que cogió las armas. Pude observar cómo los que yo llamaba míos fusilaban en las cunetas y mi repugnancia fue total y absoluta".

Regresó poco después a Madrid para hacerse cargo de una empresa de pinturas y barnices fundada por su cuñado Eloy Caro, pero la tristeza y la melancolía, sumadas a los penosos recuerdos que le traían las calles de la capital, le forzaron a abandonar nuevamente la Villa y Corte en 1947, después de haber celebrado su enlace conyugal con María Jiménez Aguirre, fruto del cual habría de nacer, en 1948, un único vástago (Francisco Pino Jiménez). Volvió, pues, en compañía de su esposa a Valladolid y se afincó en el Pinar de Antequera, donde creyó encontrar el lugar idóneo para el aislamiento y el olvido. A partir de entonces, su peripecia vital, tan agitada en años precedentes, se redujo al recogimiento interior, la consagración a su rigurosa y metódica producción literaria, el desprecio de las relaciones sociales y -superficialmente- el trabajo rutinario al frente de una empresa familiar de tejidos en la que, en realidad, apenas era necesaria su colaboración (lo que redundó en provecho de su obra poética). Recluido en la soledad de su retiro provinciano, el poeta se dedicó a publicar -a veces, en ediciones selectas y minoritarias que no llegaban a distribuirse- sus nuevos versos y, sobre todo, la voluminosa producción lírica que había venido gestando desde su infancia y adolescencia, recogida en una veintena larga de poemarios cuyo denominador común es el desfase entre las fechas de redacción y publicación (lo que dificulta enormemente el análisis de su obra por etapas cronológicas). La anécdota más reseñable en su biografía durante el largo período que va desde 1947 hasta 1968 fue la detención de su hijo por culpa de unos poemas religiosos escritos por Pino, que despertaron el recelo de la feroz censura franquista. Al parecer, la policía se presentó en la residencia del Pinar de Antequera con una orden de detención dictada contra Francisco Pino, y al responder el hijo del poeta que ése era su nombre, se llevó a los calabozos al muchacho. La inmediata comparecencia del escritor ante las autoridades enderezó el entuerto, si bien le redujo a él nuevamente a prisión, tras la puesta en libertad de su hijo. El origen de todo este embrollo estaba en unos versos en los que Pino especulaba sobre la naturaleza del amor y la vida marital entre la Virgen María y San José, versos que hubo de desmenuzar minuciosamente ante las autoridades -alegando que, en su opinión, María había amado a su esposo con una pureza e inocencia paradisíacas, similares a las que regulaban las relaciones entre Adán y Eva en el Edén- hasta lograr que el proceso abierto contra el autor del poema quedara sobreseído.

Los profundos cambios experimentados en el mundo occidental durante la década de los años sesenta (con el triunfo de la ideas renovadoras del Concilio Vaticano II, el movimiento pacifista, las revueltas de Mayo del 68 y la Primavera de Praga) hicieron renacer en el aislado y melancólico Pino un nuevo aliento de esperanza, un hálito de frescura y renovación que le devolvió la ilusión por el poder de la palabra poética, capaz de ponerse al servicio de la imaginación y abanderar -siempre desde sus postulados vanguardistas- el despertar de una nueva conciencia ética y estética que vendría a disipar la enrarecida atmósfera de abulia y tristeza dominante en España desde la Guerra Civil. Siguió escribiendo con asiduidad, y publicando sus poemas en esas raras y limitadísimas ediciones que venían recogiendo su obra desde la fecha de su retiro en el Pinar de Antequera; hasta que, tras la muerte de Franco y la instauración del nuevo régimen democrático, se avino a difundir su poesía por otros cauces de mayor presencia en la vida cultural española, y publicó por fin un poemario -Antisalmos (Madrid: Hiperión, 1978)- en una editorial de reconocido prestigio y acreditada capacidad de promoción y difusión. De inmediato, su nombre empezó a circular con inusitada frecuencia en todos los foros y cenáculos literarios del país, y llovieron sobre él numerosos honores y reconocimientos -entre ellos, el Premio de las Letras de Castilla y León- que, pese a todo, no lograron sacarle del voluntario aislamiento en que se había recluido. Reclamado por los medios de comunicación, invitado y homenajeado por instituciones públicas y privadas, requerido por jóvenes poetas y rodeado, en todo momento, por el cariño de su único hijo y los tres nietos que éste le había dado (Asís, Henar y María), siguió viviendo en su recoleto apartamiento vallisoletano en compañía de su esposa, que falleció en 1987 (tres años después de que el poeta se jubilara en la empresa textil de su familia), dejándole sumido en un hondo desconsuelo que acentuó su anhelo de permanecer alejado de cualquier acto social o cultural. Pese a ello, ya era por aquel entonces un referente obligado en todos los estudios de la poesía española del siglo XX, una presencia ineludible en cualquier antología vanguardista y, sobre todo, un autor de culto entre los jóvenes escritores que descubrían, deslumbrados, su asombrosa asimilación de las vanguardias y su poderosa capacidad de síntesis entre las más arriesgadas propuestas experimentales y el mejor legado de la tradición. Sus poeturas (broche de oro para la última fase de su fecunda trayectoria creativa -en la que llegó a publicar más de cuarenta volúmenes-, y suma integradora de todos los postulados estéticos que había venido defendiendo desde su adolescencia) fueron objeto de múltiples ediciones, exhibiciones en galerías de arte, números monográficos en publicaciones culturales, etc. La muerte le sobrevino en el otoño de 2002, ya nonagenario, en medio de una sorprendente lucidez que le permitió seguir escribiendo poemas y colaboraciones periodísticas hasta sus postreros días de existencia.

Obra

Los primeros poemas impresos de Francisco Pino vieron la luz en las páginas de las revistas literarias fundadas por el propio poeta en colaboración con su amigo José María Luelmo, al que el autor vallisoletano apreció siempre como si de un hermano suyo se tratara. A finales de los años veinte y durante el primer lustro de la siguiente década, en plena ebullición de los "ismos" vanguardistas e imparable efervescencia de las publicaciones culturales destinadas a propagar sus respectivos postulados estéticos, Pino y Luelmo unieron sus afanes creativos y sus dotes de animadores culturales para fundar tres revistas que, a pesar de su breve andadura, sirvieron como portavoces de sus primeros vagidos poéticos y, en el caso de Pino, anticiparon muchos de los poemas que luego habrían de conformar sus poemarios iniciales. La primera de estas publicaciones, fundada en 1928 bajo la cabecera de Meseta, dio a conocer las composiciones de Diecisiete primaveras, un volumen de versos escrito por Pino entre 1926 y 1928. DDOOSS, editada por vez primera en 1931, difundió algunos poemas de su libro Inversos anversos, y otras composiciones de este mismo poemario aparecieron impresas en la tercera de las revistas fundadas por Pino y Luelmo, A la nueva ventura (1934). Al mismo tiempo, el poeta vallisoletano escribía algunos de los poemas de una de sus obras mayores, Méquina dalicada, en cuya redacción anduvo enfrascado por espacio de diez años (1929-1939).

La escasa fortuna de estas tres publicaciones obedeció, según el testimonio del propio Pino, a la voracidad oportunista de los poetas integrantes de la Generación del 27, quienes se apropiaron de sus páginas y, con el apoyo del mercado editorial de la época y de quienes habían puesto todo su interés en su exclusiva promoción, acabaron por anular la presencia de otras nuevas voces. En 1927, un jovencísimo Pino se había reunido con José María de Cossío (1893-1977) y Jorge Guillén (1893-1984) para estudiar el lanzamiento de dos revistas: Cántico, dirigida por Guillén, y Meseta, fundada y editada por Pino. La falta de dinero provocó la pronta desaparición de esta segunda publicación, e idéntico problema -sumado a los constantes viajes de Pino al extranjero- causó el cierre de DDOOSS y A la nueva ventura.

En estos compases iniciales de su trayectoria literaria, el poeta vallisoletano se reveló como un original creador atento al poderoso influjo de la Vanguardia, aunque ya obsesionado por la búsqueda de una poética original que habría de establecer los cimientos de su posterior "mundo de agujeros". En efecto, Pino se sintió en un principio atraído por la estética surrealista, pero el suyo no era ese surrealismo canónico en el que la imagen y la realidad buscan una correspondencia automática dentro del poema, sino un surrealismo sui generis que partía de su propia experiencia espiritual -próxima, casi siempre, a la mística- para buscar un espacio único, un hueco privativo en el que intuía que la palabra no bastaba para transmitir la esencia de la poesía.

Poco a poco, ese verso en tensión que venía elaborando el poeta desde su adolescencia fue conjugando el legado tradicional con los nuevos hallazgos vanguardistas, simbiosis que caracteriza su poesía de madurez, orientada -tras la Guerra Civil- hacia una normalización preceptiva y temática. El poeta vallisoletano igual componía versos tradicionales -como los recogidos en Vuela pluma (Valladolid: Server-Cuesta, 1957), que indagaba en la experimentación vanguardista -así, v. gr., en su ya citado poemario Méquina dalicada (Madrid: Hiperión, 1981)- o escribía una biografía en verso tan singular como su Vida de San Pedro Regalado (Valladolid: Meseta, 1956); y, al mismo tiempo, seguía buscando con ahínco la mejor forma de expresar ese mundo de agujeros que le obsesionaba, bien plasmado en su Bloc de hojas avisadas. Los poemarios que configuran esta poesía de madurez de Francisco Pino -comprendida entre 1942 y 1968- son los titulados Espesa rama (Madrid: Gráficas Sánchez, 1942) -del que sólo se tiraron veinticinco ejemplares-, XXXV Canciones del sol (Valladolid: Gesper, 1952) -en tirada de cincuenta ejemplares-, Versos religiosos (Valladolid: Server-Cuesta, 1954) -cien ejemplares-, El caballero y la peonía (Valladolid: Miñón, 1955) -ciento cincuenta ejemplares-, El pájaro y los muros (Valladolid: Miñón, 1955) -cien ejemplares-, Vida de San Pedro Regalado (Valladolid: Meseta, 1956) -cien ejemplares-, Vuela pluma (Valladolid: Server-Cuesta, 1957) -cien ejemplares-, Las raíces y el aire (Valladolid: Server-Cuesta, 1958) -cien ejemplares-, Pet (Valladolid: Server-Cuesta, 1959) -cien ejemplares-, San José (Valladolid: Server-Cuesta, 1961) -cien ejemplares-, Este sitio (Valladolid: Server-Cuesta, 1961) -100 ejemplares-, Alegría (Valladolid: Server-Cuesta, 1964) -cien ejemplares-, Camino de la Cruz (Valladolid: Server-Cuesta, 1965) -cien ejemplares-, Vía Crucis (Valladolid, 1965) -manuscrito autógrafo-, Más cerca (Valladolid: Server-Cuesta, 1965) -cien ejemplares-, Cinco preludios (Valladolid: Server-Cuesta, 1966) -cien ejemplares-, Concierto de la Virgen joven (Valladolid: Server-Cuesta, 1967) -cien ejemplares-, Concierto del Niño verdadero (Valladolid: Server-Cuesta, 1968) -cien ejemplares- y Desamparo (Valladolid: Server-Cuesta, 1968) -cien 100 ejemplares-. Además, hacia mediados de los años sesenta Pino fundó otra publicación periódica, Mejana (Valladolid, 1965), donde vieron la luz algunos poemas suyos de este período, en el que nunca dejó de ser -como se desprende de las modestas editoriales y las reducidísimas tiradas reflejadas en la relación precedente- un poeta selecto y minoritario.

En la suma de los títulos recién citados se hace patente la amplia gama de moldes formales que dominó Francisco Pino, quien cultivó con singular maestría las formas métricas clásicas (con especial acierto en el soneto, el romance, la canción, el villancico, la endecha, la décima y los tercetos) y manejó, con notable audacia, los modelos expresivos más caros a la Vanguardia (como el versículo, el verso libre y la prosa poética). Respecto a los contenidos dominantes en dichos poemarios, cabe anotar que la mayor parte de ellos están referidos a un tema concreto (que puede ser religioso, paisajístico, lingüístico-expresivo o relacionado con el complejo mundo interior del poeta), si bien en el conjunto del corpus poético de Pino sobresalen dos campos temáticos bien definidos: la reflexión filosófica y la indagación en la existencia poética. En el primero de ellos tienen cabida aquellas composiciones en las que predominan el yo y el tiempo poéticos, así como las que especulan acerca de la esencia de la poesía; en el segundo se enmarcan los poemas sobre el paisaje, la experiencia religiosa y la búsqueda tenaz de la palabra precisa y desnuda. De la fusión de ambos campos surgen los mayores hallazgos de la producción literaria de Pino, aquellos que ponen al descubierto las carencias de la palabra a la hora de transmitir la esencia poética, y postulan una poesía del silencio y la luminosidad, claro preludio de su particular "mundo de los agujeros".

A finales de los años sesenta, con la aparición del poemario titulado Textos económicos (Valladolid: Librería Relieve, 1969), se inicia la última etapa de la trayectoria poética de Francisco Pino, correspondiente a sus versos de vejez. El poeta ya sabe con certeza que la palabra poética ha entrado en crisis, y necesita desesperadamente hallar la mejor manera de que el ritmo, la expresión formal y el lenguaje gramatical compartan un espacio común con la imagen visual o sonora. Así, tras la publicación de otros dos poemarios en el transcurso de aquel mismo año -Invisibilidad de Castilla (Valladolid: Librería Relieve, 1969) y Concierto de los Reyes Magos (Valladolid: Server-Cuesta, 1969)-, Pino tiene conciencia de haber alcanzado una auténtica revelación poética en los versos de Solar (Valladolid: Server-Cuesta, 1970), donde por fin las poeturas logran ese viejo propósito suyo de privar de contenido semántico a la palabra -siempre lastrada por su configuración histórica y temporal- y lograr, con la ayuda de soportes visuales, una poesía que se asoma a la hondura del vacío, es decir, un punto intermedio entre la materialidad literaria y el insondable mundo de los agujeros.

La vasta producción literaria de Francisco Pino incluye otros muchos títulos aparecidos durante el último tercio del siglo XX, entre los que cabe recordar Carpetas amarillas (Valladolid: Server-Cuesta, 1971) -compuesto por veinticuatro poemas estampados en cartulina amarilla-, Concierto de la Virgen Vieja (Valladolid: Server-Cuesta, 1971), 15 poemas fotografiados (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1971) -se trata de una serie de poeturas en forma de diapositiva-, Revela velado (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1972), Poemas (Valladolid: Server-Cuesta, 1972), Cinco conciertos de Navidad (Valladolid: Server-Cuesta, 1973), Octaedro mortal o reloj de arena (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1973), Hombre, canción (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1973), Ocho infinito (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1974) -conformado por ocho postales con otras tantas poeturas-, La salida (Carboneras de Guadazaón [Cuenca]: El toro de barro, 1974), Bloques (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1974), Terrón, cántico (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1974), Oes (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1975), Carpetas blancas (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1975) -colección de nueve postales-, El júbilo: la ultima sílaba (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1976), Ventana oda (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1976), Realidad (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1976), Carpetas grises (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1976) -serie de nueve postales-, Algo a Jorge Guillén (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1977), Carpetas verdes (Valladolid: Imprenta Ambrosio Rodríguez, 1978) -nueve postales más-, Antisalmo (Madrid: Hiperión, 1978), Nada más que mirar (Madrid: Entregas de la Ventura, 1980), Desnudos (Valladolid: Gráficas Andrés Martín, 1981), Méquina dalicada (Madrid: Ediciones Hiperión, 1981), Siete silvas (Valladolid: Balneario Escrito, 1981), Versos para distraerme (Madrid: Editorial Nacional, 1982), Cuaderno salvaje (Madrid: Ediciones Hiperión, 1983), Sobre la manifestación y el último lenguaje en poesía (Valladolid: Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, 1985), En no importa que idioma (Valladolid: Junta de Castilla y León, 1986), Así que (Madrid: Ediciones Hiperión, 1987), Hay más (Madrid: Ediciones Hiperión, 1989), Distinto y junto (Valladolid: Junta de Castilla y León, 1990) -se trata de su poesía completa, en tres volúmenes-, Y por qué (Madrid: Ediciones Hiperión, 1992), Apremios de una sirena (Velliza [Valladolid]: El gato gris, Ediciones de Poesías, 1992), SIYNO SINO (Valladolid: Fundación Municipal de Cultura, Ayuntamiento de Valladolid, Fundación Jorge Guillén, 1994), Poemas a la muerte niña (1996), Tejas, Lugar de Dios (2000) y La canción del deseo (2000).

Objeto de profuso estudio, la obra de Francisco Pino ha quedado recogida en tres antologías. Ella. 50 poemas de amor (1999), seleccionó los versos dedicados en exclusiva al amor; la segunda se elaboró con un objetivo didáctico mientras la tercera, Siempre y nunca (2003), logró reunir toda la obra del poeta, desde sus comienzos hasta sus últimos poemas.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.