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LiteraturaBiografía

Pereda, José María de (1833-1906).

Novelista español, nacido en Polanco (Santander) el 6 de febrero de 1833 y fallecido en Santander el 1 de marzo de 1906. Formó parte (hijo número 21) de una rica familia montañesa; educado en el seno del catolicismo y en la discriminación social, nunca puso en duda la existencia de clases sociales. El triunfo de la revolución liberal, a la que atacó enérgicamente, le incitó a escribir artículos. Tras afiliarse al carlismo, pasó a ser diputado en las Cortes de 1871. Por estas fechas, contrajo matrimonio.

En opinión de Galdós, Pereda representa, dentro de la sociedad revuelta que surgió de la crisis del 68, el deseo de ensimismamiento, de encerrarse en la España del pasado, aunque adaptándola a las exigencias de los tiempos nuevos. Pero lo admira por su ingenio y por su carácter; y alaba su afán por resucitar todo lo humano y bello del pasado, por defender sus creencias y por la sencillez de su vida.

Las ideas políticas de Pereda no eran muy claras. Le preocupaban más los hombres que las ideas. Sus simpatías y antipatías son menos ideológicas que de clase o de incompatibilidades morales. No era como los modernos reaccionarios que veían en el liberalismo la causa primera de la ruina de España, más bien lo consideraba consecuencia.

En la evolución literaria de Pereda se pueden distinguir tres períodos: costumbrismo, las novelas de dualismo moral y político, la novela regionalista. El escritor cántabro inicia su carrera narrativa en el mundo del costumbrismo, habitual en la España de mediados de siglo. Pero su relato de costumbres escapa de la inmovilidad descriptiva del género. Pinta la montaña de modo naturalista, sin olvidar los detalles, incluidos los más desagradables. Pereda conocía a fondo la literatura costumbrista, que había precedido en algunos años a sus primeros escritos. De ella tomó los métodos que aplicaría a la exploración de la realidad. Sobre todo se inspiró en Fernán Caballero (desechada entonces por vulgar y poco elegante), Mesonero Romanos y Larra. Así, sus primeros escritos santanderinos aparecen adscritos al costumbrismo, con análisis del espacio popular lleno de agudezas satíricas.

Escribió en la prensa escenas, tipos, bocetos, que después recogió en libros. Escenas montañesas (1864) fue la primera obra de este tipo. El autor pretendía pintar la realidad que observaba siguiendo la tradición realista española. Aquí se fijaron muchas de las fórmulas y técnicas narrativas que se repitieron en la novelística posterior. El autor tiene una postura típica del costumbrismo conservador: recuperar para el recuerdo futuro tantas cosas que están a punto de perderse (rincones pintorescos, lugares, edificios, etc.). Por eso, en las Escenas predominan los recuerdos, y las escenas pintadas, aunque recientes, huelen ya a viejo. En Tipos y paisajes (1871) y en Esbozos y rasguños (1881) destaca la memoria ligada a la infancia y a la mocedad, y se asocian esas experiencias al proceso de transformación de Santander o al estado actual de la ciudad, o sea una visión con añoranza y nostalgia.

El segundo momento de su creación narrativa corresponde al de las novelas de dualismo político y moral, una evolución lógica del costumbrismo, bajo la influencia de Fernán Caballero. Expresan su ideología católica y tradicional, y su conservadurismo político. Las primeras tentativas novelescas de Pereda, desligadas del costumbrismo, se recogen en Bocetos al temple (1876). En 1878 publicó El buey suelto, fechada en Polanco, que tuvo buena acogida. Trata el tema de la vida conyugal, y quiere ser una réplica de Balzac, Petites misères de la vie conjugale, y más remotamente de la Physiologie du mariage.

Progresó dentro de esta tendencia cultivando lo que Montesinos ha denominado como “égloga realista”, en la que Pereda cultiva un realismo consciente. Su mundo novelesco se basa en una realidad poética y moral a un tiempo, en la que la belleza está condicionada por la pureza de los sentimientos y la rectitud de las acciones. Por eso su realismo se convierte en una concepción idílica de la vida. Las novelas idilio tienen una estructura muy similar: idilio entre personajes, acompañados de una naturaleza bucólica que se rompe con la presencia de un elemento perturbador (políticamente liberal, ideológicamente librepensador). Se entabla entonces una lucha entre dos tipos de personajes, que representan el bien y el mal respectivamente. Y se vuelve a la situación primitiva tras la derrota del elemento perturbador. Se da incluso una ambientación interior por la naturaleza feliz (primavera-verano: buen tiempo, paisaje bello...) o en conflicto (invierno: lluvia, nieve...) en consonancia con las pasiones de los personajes. A este grupo pertenecen Don Gonzalo González de la Gonzalera (1878), en la que el autor resume sus experiencias políticas y saca conclusiones de los diez años de período revolucionario, tras el afianzamiento de la Restauración; y De tal palo, tal astilla (1880), novela de tesis religiosa, que pretende ser una réplica a la Gloria de Galdós, y su protagonista, Águeda, la contrafigura del personaje galdosiano. La tesis de Pereda, opuesta a la del escritor canario, es que de un hombre descreído sólo pueden venir desgracias.

En el tercer momento de su evolución narrativa cultiva la novela regionalista realista, que coincide con la visión totalizadora propia de la década 80-90. En la novela idílica o “égloga realista” utiliza una trama ligerísima para recrear el universo regional, en la que predomina lo descriptivo. El sabor de la tierruca (1882), precedida de un elogioso Prólogo de Galdós, supone la culminación de la fórmula artística ya apuntada. Con ella, el escritor santanderino logra lo que se puede llamar la gran novela regionalista realista. Los críticos vieron en la obra una acción escasa, sólo un pretexto para hilvanar cuadros de distintos usos y costumbres de la Montaña. Es un compendio de la vida montañesa, aunque no por ello, el contenido novelesco es menos denso. El autor nos presenta la vida de una aldea, Cumbrales, y de sus habitantes. Domina la felicidad en este mundo rural, frente al dramatismo desconsolador de las grandes urbes. Se yuxtaponen en esta novela dos tendencias del arte: la idílica o poética y la realista o novelesca, que se mantienen en equilibrio sin que ninguna tesis se imponga.

Con Pedro Sánchez (1883), novela muy valorada por algunos críticos, se acerca al mundo galdosiano. Escrita en forma autobiográfica, a modo de memorias del protagonista, presenta la historia de un mozo montañés que, tras unos años en la capital, termina regresando a su tierra natal. El estilo de Pereda es aquí más suelto, con menos descripciones que en otras novelas. Se dan dos rasgos que suelen faltar en el resto de la obra: ciertas evocaciones de carácter autobiográfico y una pintura levemente satírica de la realidad.

Sotileza (1885), novela del Santander marinero, es la mejor obra de Pereda y una de las más relevantes del siglo XIX. Tuvo un éxito extraordinario y fue muy elogiada por sus contemporáneos. El libro responde al deseo de Menéndez Pelayo: “Si quieres elevar un verdadero monumento a tu nombre y a tu gente, cuenta la epopeya marítima de tu ciudad natal”, le había sugerido. Es, por tanto, una reconstrucción del Santander que el autor conoció en su infancia. El argumento es muy elemental: el enamoramiento por parte de tres hombres de la joven Sotileza. Sin embargo, el verdadero protagonista de la obra es la gente del mar, la vida de los marineros santanderinos observada y descrita con gran fidelidad en una gran variedad de tipos y costumbres. Abundan las descripciones de la ciudad y del mar.

Tras el éxito de Sotileza, Pereda quiso probar fortuna de nuevo saliéndose de sus límites regionalistas y escribió una novela de ambiente madrileño: La Montálvez (1888). Está considerada como el mayor fracaso del autor. Menéndez Pelayo pensaba que se debía a dos causas: la falta de observación directa y la hostilidad hacia los personajes de la aristocracia.

Con La puchera (1889) volvió Pereda al mundo rural, en el que se encontraba más a gusto. Para Montesinos, es una de las obras maestras del novelista porque tiene un tema estructural que da a la obra una unidad de tono y de intención. Intenta mostrarnos lo dura que les resulta la vida a unos hombres que se exponen a constantes peligros, en el campo o en el mar, para lograr el sustento. No existe aquí ningún idilio, sino una visión más pesimista y amarga, con personajes primitivos que sufren ante la injusticia. Incluye escenas de costumbres y ambientes muy bien trabadas con la intriga. Otros valores son la calidad de sus diálogos y el valor plástico de su lenguaje.

En 1891 publicó Pereda dos nuevas novelas, Nubes de estío y Al primer vuelo, consideradas por la crítica como libros endebles, un retroceso en la evolución del novelista. La primera trata de los “trashumantes” veraniegos que cada año destruían el ritmo de la región. La segunda, de gran extensión, es una novela un poco extraña, sobre todo porque el desenlace queda a cargo de la imaginación del lector.

Peñas arriba (1895) supone la culminación de la obra literaria de Pereda. Es la mejor novela de la Montaña. Fue recibida con entusiasmo y críticas muy favorables. Es un canto a la naturaleza. Los personajes están subordinados al paisaje en el que viven. Defiende en ella un mundo que cree que todavía se puede salvar. Faltan notas costumbristas, pero el lenguaje rústico se plasma con acierto.

José María de Pereda, Peñas arriba.

Aún escribió Pereda una novela más, Pachín González (1896), en la que relata la gran catástrofe ocurrida en Santander tres años antes, al estallar el barco Cabo Machichaco, atracado en el muelle. La acción está vista desde la mirada del protagonista, que describe el espectáculo de la ciudad antes y después de la explosión.

Uno de los mayores méritos de Pereda, y una gran aportación a la novela del siglo XIX es la utilización de la lengua hablada, sobre todo la vulgar. En ello fue un gran innovador. Para Ferreras, Pereda enriquece a la novela realista con su lenguaje, dotándola no sólo de unas descripciones vigorosas, casi naturalistas, sino de un diálogo hasta cierto punto nuevo. Incorpora algunas formas o expresiones dialectales de la provincia de Santander que le parecen necesarias para caracterizar a un personaje. Sus diálogos resultan ricos y apropiados, en una época en la que se busca la verosimilitud realista.

Autor

  • Emilio Palacios