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HistoriaPolíticaBiografía

Peralta, Gastón de. Marqués de Falces (1510-1580).

Político español, tercer virrey de Nueva España (1566-1588), nacido en Pau, entonces la Baja Navarra, hacia 1510 y muerto en Valladolid en 1580. Descendía de don Alonso Carrillo de Peralta, segundo condestable de Navarra. Fue el tercer marqués de Falces y quinto conde de Santisteban de Larín, era hijo primogénito de don Antonio de Peralta y Velasco y de doña Ana de Bosquet, ambos emparentados con la casa real navarra. Su padre, el segundo marqués de Falces había combatido a los Reyes Católicos pero se rindió finalmente a Carlos V en 1524.

Gastón entró de mozo al servicio del emperador que en Bruselas, el 15 de marzo de 1545, le nombró mayordomo mayor de la Casa Real de Navarra, demostrándole así su confianza. Coronado Felipe II le sirvió tan fiel y adictamente que el rey, en agradecimiento a su lealtad, le nombró corregidor de la recién elegida Corte de su reino. Se encontraba ejerciendo esta corregiduría cuando Felipe II decidió, el 12 de febrero de 1566, designarlo como tercer virrey de Nueva España, al conocer la noticia del fallecimiento del virrey don Luis de Velasco.

Don Gastón había casado en primeras nupcias, el 20 de noviembre de 1534, con doña Ana de Velasco, hija bastarda del tercer duque de Frías, con lo que se reforzó la relación familiar de su familia con la de los Velasco, una de las ramas de los Condestables de Castilla. Viudo de estas nupcias casó por segunda vez en Zaragoza en 1559, con doña Leonor de Mur (algunos autores la llaman de Vico) de origen catalán, quien le acompañó durante el breve tiempo de su virreinato en Nueva España.

Embarcó en Cádiz en la nao del maestre Antonio Darmas y llegó a Veracruz el 17 de septiembre de 1566, habiendo tocado tierra previamente en Campeche, donde recibió amplias noticias de cuanto acontecía en Nueva España, con motivo de la llamada Conspiración del Marqués del Valle, por lo que en el trayecto entre Veracruz y la capital, en prevención de posibles injusticias, suspendió la ejecución de don Luis de Cortés, hijo natural del Conquistador. Entró en la Ciudad de México el sábado 19 de octubre, al final de un largo y penoso viaje, tras descansar en la plaza de Guadalupe, donde se encontró con los representantes del cabildo que, por vez primera en la historia del virreinato, habían decidido organizar una lujosa y pintoresca recepción.

Según las crónicas de la época, se le recibió bajo palio, "hecho con flecos de oro y plata, seda colorada, varas doradas y cinco escudos que contenían sendas armas de la ciudad", mientras los justicias y regidores y otras autoridades vestían con ropones que les hacían parecer "rozagantes con sus mangas largas, de puntas de raso carmesí, aforradas de tafetán blanco en las partes e lugares que sea necesario". Al escribano Mayor y el Mayordomo de la ciudad, se los vistió con "ropas francesas de raso de otro color". Terminado este "brillante acto", se celebraron en la ciudad una serie de "manifestaciones de regocijo", consistentes en escaramuzas en la Plaza Mayor, en la que compitieron ochenta caballeros.

El Marqués de Falces encontró la capital y el virreinato hondamente conmovidos. Mediado el año, se había cerrado en México la causa contra el marqués del Valle de Oaxaca, don Martín Cortés, conocida como La Conjuración del Marqués del Valle por lo que se decidió a intervenir, impidiendo su ejecución y ordenando su traslado a España, para que se presentara ante el Consejo de Indias, que debereía ser el encargado de juzgarle. Aunque el enfrentamiento entre los oidores de la Audiencia y el virrey solía ser habitual, aquella decisión ocasionó al marqués de Falces numerosos contratiempos y dificultades. Se pretendía aprovechar la próxima salida de Veracruz de la flota del general Juan Velasco de Barrio, por lo que el virrrey pronunció un auto con caracter de urgencia, ordenando que el marqués del Valle fuese llevado a San Juan de Ulúa, y allí "entregado en calidad de preso al general de la flota para que éste lo entregase al Consejo", juntamente con la causa que se le había formado por parte de la Audiencia. Al negarse los oidores a acompañar al preso, por temor a posibles represalias o el ataque de sus partidarios, el virrey optó por una resolución inusual: ordenó enviar al marqués a Veracruz "sin más guarda ni escolta que su palabra", exigiéndole en compensación que se entregase al general de la flota y que "en llegando a España" se presentara ante el Consejo de Indias. El Marqués del Valle salió el 22 de febrero de 1567 con destino a Veracruz, depués de haber presentado su palabra como caballero e hijodalgo, al fuero de España.

El marqués del Valle, en el momento de embarcarse, escribió al virrey con la súplica de que se hiciera cargo del estado de su hacienda, así como de la protección de sus hijos pequeños, a los que no quería exponer a los peligros de una navegación tan larga. El virrey se negó a hacerse cargo de la hacienda, pero en cambio, dando muestras de una decidida nobleza de corazón, se ofreció "a tomar y criar a sus hijos lo mejor que pudiese". Algunos cronistas, enemigos del virrey, comentaron con malicia que en realidad su pretensión había sido "la de tenerlos como rehenes y en seguridad de lo que pudiese suceder".

Aprovechando la salida de la flota, tanto los oidores de la Audiencia como el virrey escribieron sendas cartas y memorandos a la Corte, en los que se recogían sus distintos puntos de vista y los argumentos que apoyaban sus conductas, justificando el virrey, por su parte, la legalidad y conveniencia de los procedimientos aplicados, pero los oidores formularon todo un memorial de acusaciones contra el marqués, incluyendo las de "querer alzarse con el reino", aprovechándose de la situación en que se encontraba Nueva España. Apoyaban esta denuncia en el supuesto hecho de que el virrey tenía prestos a treinta mil combatientes, como se ponía de manifiesto en las pinturas de los muros interiores de palacio, en los que aparecían grandes batallas con multitud de soldados. Aunque se trataba de una acusación pueril y desprovista de pruebas, surtió sus efectos en el ánimo de Felipe II, monarca tan desconfiado y sensible a las amenazas de quienes creía sus enemigos. Los oidores, que se habían ganado al factor Ortuño de Ibarra, encargado de la correspondencia del virrrey, lograron impedir que los papeles del mandatario siguieran su curso normal, por lo que finalmente sólo llegaron a la corte de Madrid los alegatos y las acusaciones de la Audiencia y ninguna comunicación virreinal.

La indefensión del marqués frente a tan calumniosas acusaciones, se plasmó en la decisión de Felipe II de nombrar "jueces visitadores revestidos de omnímodas facultades, al igual que había ocurrido con ocasión de la sublevación de Pizarro en el Perú". Nombrados don Luis Carrillo y a don Alonso Muñoz, con instrucciones para investigar su conducta, tras la apertura de una información que años más tarde se demostró excesivamente ligera, e influida por la Audiencia, entregaron al virrey una Real Cédula en la que se le ordenaba dejar el mando, "porque su presencia era necesaria en la Corte". En realidad, se trataba de su destitución en toda regla.

El marqués de Falces tuvo mala suerte. Gobernó escasamente algo más de un año, del 19 de octubre de 1566 al 11 de noviembre de 1567, y a ello contribuyó tanto su toma de posición en la llamada Conspiración del marqués del Valle, como por la arrogancia de la Audiencia y la despiada actitud del visitador real don Alonso Muñoz. Despojado de su cargo, se le obligó a regresar a España pero antes de hacerlo, tuvo tiempo para dirigir un memorial al rey, fechado el 23 de marzo de 1567, dando cumplida cuenta de sus actividades. Una vez destituído, la Audiencia gobernó durante varios meses hasta la llegada del virrey Martín Enríquez de Almansa, designado por Felipe II el 19 de mayo de 1568, quien tomó posesión de su cargo el 4 de noviembre de 1568 para gobernar durante 12 años. En el viaje de regreso a la península, el marqués de Falces, por curiosa coincidencia, viajó en el mismo barco que el visitador don Alonso Muñoz, responsable principal de su infortunio. Sin embargo el rey, que recibió con exquisita amabilidad al marqués, reprendió acremente a Muñoz.

El Marqués de Falces, a pesar de su breve mandato, tuvo la oportunidad de realizar una buena administración, como se puede ver en el Memorial de marzo de 1567, en el que se incluyen observaciones muy sensatas, como la del aumento en el número de mestizos y criollos, que estaban cobrando una fuerza que habría que atender. Interesante resultaba igualmente la mención de una reunión de Cortes, en la que debería procederse democráticamente, pero con cuidadosa vigilancia. Durante su gestión, se inició la fortificación de San Juan de Ulúa, se embelleció el Palacio virreinal, se decidió que su designación tuviera el tratamiento de excelencia y se construyó un hospital para ancianos, inválidos y convalecientes.

Al regresar a España, se encontró con la comprensión y el respeto real, una vez advertido el monarca del excesivo rigor con el que habían procedido los visitadores. Retirado a sus posesones y, tras el fallecimiento de su esposa, que murió en el castillo de Marcilla en diciembre de 1573, el Marqués volvió a contraer terceras nupcias con doña Isabel Díez de Aux y Armendáriz, dama navarra e hija del señor de Cadeyreta. El marqués de Falces sería por esta causa, abuelo del marqués de Cadereita, Lope Díaz de Armendáriz, virrrey de Nueva España en 1635.

Retirado a Valladolid, el marqués de Falces falleció en el año 1580.

Bibliografía

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Manuel Ortuño

Autor

  • 0207 Manuel Ortuño