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Pelayo. Rey de Asturias (¿-737)

Primer rey de Asturias, inmediato sucesor de don Rodrigo, el último soberano de la España visigoda. Sobre la genealogía de don Pelayo existe una gran confusión, ya que las fuentes con frecuencia entremezclan las leyendas y mitos con los datos históricos verídicos. Pese a ello es normalmente admitido que falleció en el año 737 y que gobernó el reino de Asturias entre el 718 y el 737; también suele ser reconocido como hijo del duque Favila, como padre del rey Favila, e incluso en determinadas crónicas como nieto del propio Recesvinto.

Parece ser que se crió en la corte, mientras don Rodrigo se mantuvo en el trono, y después de la derrota de Guadalete se refugió en las montañas de Burgos, desde donde pasó a Asturias, lugar en el que por su inaccesibilidad se habían refugiado algunos nobles cristianos. Venció a los musulmanes en la batalla de Covadonga, magnificada por las crónicas cristianas. A la derrota de Covadonga siguieron otras, que extendieron el territorio cristiano en los varios encuentros y escaramuzas que tuvo Pelayo con los musulmanes.

Contexto histórico

El último rey visigodo de la península ibérica fue don Rodrigo que según la tradición, era hijo de Teodofredo y por lo tanto nieto del rey Chindasvinto. Rodrigo alcanzó el poder en el 710 a la muerte del rey Witiza, y a pesar de que éste había nombrado sucesor a su hijo Akhila. Rodrigo fue elegido por un concilio de nobles y prelados por lo que se abrió un periodo de guerra civil entre los partidarios de Akhila y los de Rodrigo. Este controlaba la casi totalidad del territorio, incluyendo Toledo. En el lado contrario estaban Akhila; el obispo de Sevilla y hermano de Witiza, Oppas; y el aristócrata Teodomiro, señor de extensos territorios, entre otros nobles y obispos.

A principios del 711 estalló una revuelta en el norte de España provocada por los partidarios de Akhila. Rodrigo reunió su ejercito y se dirigió a combatirla; mientras, aprovechando el momento de confusión y el vacío de poder, el conde Julián, gobernador de Ceuta, y el obispo Oppas pactaron con Musa ibn Nusayr una alianza para deponer del trono a Rodrigo. En respuesta a dicha alianza el lugarteniente de Musa, Tariq, acompañado por don Julián y Oppas, desembarcó en Gibraltar con un importante ejército islámico. Rodrigo mandó reunir a su ejército para dirigirse al encuentro de los invasores. Entre el 19 y el 26 de julio del 711 se dio la famosa batalla de Guadalete, en la que Rodrigo fue totalmente derrotado, en parte porque muchos de los nobles hispanogodos abandonaron la batalla o se pasaron al bando de los hijos de Witiza y los musulmanes.

A partir de este momento es cuando aparece en la historia la confusa figura de don Pelayo como sucesor de don Rodrigo al frente de la cristiandad hispanorromana. Pelayo se hizo fuerte en el norte de la cordillera Cantábrica y de los Pirineos, sectores ambos que apenas habían recibido influencias ni de romanos ni de visigodos. Los musulmanes mantuvieron las guarniciones frente a los pueblos del norte, cántabros, astures y vascones, que habían conservado su estructura social primigenia compuesta por una mayoría de hombres libres y con unas diferencias de clase muy pequeñas.

Historia y leyenda, las dificultades del estudio de don Pelayo

La mezcla de historia y leyenda, de mito y realidad que rodea todo lo relacionado con la creación del reino de Asturias y con la persona de don Pelayo hacen tremendamente difícil el estudio de estos acontecimientos. El mito a ensalzado hasta el absurdo la figura del primer rey asturiano, hasta el punto de que su biografía está frecuentemente rodeada de historias sin sentido y exageraciones en extremo grotescas. Un claro ejemplo de esto es la Crónica del rey don Rodrigo, con la destruyción de España, de Pedro del Corral, que data de la primera mitad del siglo XV y en la que se narra de forma totalmente fabulosa una sorprendente historia de la infancia de don Pelayo en la que se equipara con algunos de los más conocidos personajes bíblicos, como Moisés. Otro ejemplo no menos extraordinario es el de la leyenda que cuenta como Pelayo con un ejército compuesto de miles de soldados conquistó la ciudad de León e incluso de cómo derrotó al emir Abd al-Rahman I, el cual no subió al poder hasta 19 años después de la muerte de Pelayo.

Todas las crónicas y textos que se conservan de la vida de don Pelayo son muy posteriores a los hechos que narran. Ello no contribuye en nada a separar los acontecimientos verídicos de la mera fabulación propagandística de los reyes posteriores. Un hecho altamente significativo del reinado de don Pelayo es que no se conozca ninguna moneda acuñada por él, cuando si se han conservado monedas visigodas y romanas, mucho más antiguas.

Todo ello, las leyendas fabulosas y la falta de datos históricos fehacientes sumergen la vida de don Pelayo en las oscuras lagunas del mito y hacen prácticamente imposible realizar un estudio serio en el que ambos aspectos, mito y realidad, aparezcan diferenciados con nitidez.

Genealogía

El primer texto en el que aparece la figura de don Pelayo es una Crónica del 883, de la que ni siquiera se conoce a ciencia cierta el autor, ya que algunos historiadores la han atribuido al monarca Alfonso III, y otros a Sebastián de Salamanca. Con posterioridad, el Cronicón Albedense o Emilianense en el siglo IX y el Cronicón Silense, del siglo XII mencionan también la figura de el monarca asturiano. Pero todas estas fuentes se contradicen unas a otras. Por un lado, la Crónica del siglo IX le hace hijo de Favila, duque de Cantabria. El Cronicón Albaldense le supone hijo de Veremundo o Bermudo, y sobrino de Rodrigo, el último rey visigodo de la península. El Cronicón Silense, por su parte, cuenta que su padre fue el duque de Álava. Por si todo esto fuera poco, otras fuentes hacen descender a Pelayo de la estirpe real visigoda. Por último, ciertos estudios ponen el énfasis en el mismo nombre de don Pelayo, que aparece en las fuentes como Pelagius, y hacen notar la clara raíz hispanorromana del mismo y por lo tanto niegan la supuesta ascendencia visigótica y le hacen miembro de una noble familia indígena, que por sus méritos habría logrado ocupar un puesto elevado en la corte de don Rodrigo. Esta última teoría se apoya en las crónicas musulmanas, las cuales siempre se refieren a Pelayo como Belay o Belaz-el-Rumi (‘Pelayo o Pelayo el Romano’).

Pese a todo, la opinión más generalizada, o al menos la que ha gozado de más éxito entre los historiadores medievalistas, es la de Pelayo como miembro de la estirpe visigoda y en concreto, como hijo de Favila, el duque de Cantabria, que pertenecía a la familia de Rodrigo y en cuya corte había desempeñado el cargo de conde de los espatarios o de la guardia real. Pero lo que merece destacarse realmente de don Pelayo, con independencia de su origen, es que él y su grupo familiar, muy arraigados en la sociedad indígena, lograron imponer una hegemonía estable que permitió la cohesión de distintos clanes y linajes para que bajo su dirección luchasen contra el Islam, y sobre estos grupos indígenas tradicionalmente poco cohesionados entre si y tendentes al individualismo, llegaron a implantar una jefatura vitalicia que acabó por convertirse en hereditaria y dar origen a la monarquía astur.

Vida

Como hemos dicho, la genealogía de Pelayo es un tema que entraña gran dificultad, y algo parecido ocurre con lo concerniente a sus primeros años de vida. De nuevo aparecen varias hipótesis, todas ellas mezcladas con la leyenda y provenientes de fuentes contradictorias. Por un lado, algunos textos hablan de que una vez muerto o preso Favila (el padre de Pelayo según estas fuentes), por orden de Witiza, cuando aún vivía el rey Ervigio (aunque no está claro si aún reinaba o ya había sido sucedido por su yerno Egica), a causa de los celos, sin que se sepa a ciencia cierta si los tenía Witiza de su esposa, a la cual creía amante de Favila, o del propio Favila, ya que Witiza era el amante de la mujer de este. El caso, es que según estas fuentes, una vez caído en desgracia o muerto Favila, don Pelayo tuvo que huir a los territorios de su padre en Cantabria, donde la familia tenía poderosos aliados. Muerto Ervigio (si es que no había muerto ya con anterioridad), Witiza trató de apresar a Pelayo, el cual aprovechó para emprender una peregrinación a Jerusalén y huir de este modo del vengativo rey.

Otros historiadores no dan crédito a la historia anteriormente citada y afirman que Pelayo se crió y vivió en la corte durante el reinado de don Rodrigo y gozó de la confianza de este, hasta el extremo de que ocupó un destacado lugar en la batalla de Guadalete del 711, la cual supuso el fin del reino visigodo de Toledo y la implantación en casi toda la península de los árabe-bereberes de Tariq. Tras esta batalla, Pelayo, escapó a las montañas de Asturias ante la debacle del ejército hispano. Cuando la noticia de la muerte de Rodrigo llegó a Asturias, las proezas militares de Pelayo, unidas a la confianza que el difunto rey tenía en él y al alto puesto que en la corte de este desempeñaba, pusieron a Pelayo en una posición inmejorable para convertirse en el nuevo rey. De este modo, los nobles supervivientes al desastre de Guadalete, así como un grupo de obispos del sur peninsular que habían llegado a Asturias huyendo de los invasores, y los restos del derrotado ejército hispano eligieron a Pelayo como caudillo y posteriormente rey.

Una tercera corriente intenta unir las dos anteriores, asegurando que dado el proverbial enfrentamiento entre Witiza y Rodrigo no sería raro que un noble que tuviese problemas, como los descritos con anterioridad, en la corte de Witiza fuese, sin embargo, bien recibido en la de Rodrigo.

Reinado de don Pelayo

La mayoría de los historiadores admiten que entre el 716 y el 718 Pelayo fue proclamado como rey de Asturias en algún lugar entre Cangas de Onís y Covadonga.

Los primeros tiempos del reinado de don Pelayo vinieron marcados por la extrema debilidad de sus fuerzas, ya que contaba con muy pocos combatientes con los que hacer frente a los continuos avances de las tropas musulmanas de Musa ibn Nusayr y de Tariq. La debilidad era tal que en el 714 tuvo que retirarse hasta los Picos de Europa. En este punto una vez más aparece la leyenda y las fuentes se distancia. Por un lado, algunas hablan de que Pelayo fue capturado bien en la batalla de Guadalete, bien inmediatamente después y enviado a Córdoba, donde permaneció cautivo hasta el 717, fecha esta en la que pudo escapar y se refugió en los Picos de Europa, donde fue nombrado rey. Esta visión tiene escaso fundamento ya que fuentes tanto cristianas como musulmanas confirman la oposición encontrada en el 714 por Musa ibn Nusayr en sus razzias por el norte de la península.

Algunas fuentes hablan de que don Pelayo no huyó a Asturias tras la derrota de Guadalete sino que permaneció oculto en Toledo hasta que ante la proximidad de los invasores, el obispo de Toledo, Urbano, decidió huir de la ciudad junto con los nobles cristianos que en ella se encontraban y que entre todos transportaron las valiosas reliquias y todo el tesoro de la rica iglesia de Toledo a Asturias. El encargado de dirigir dicho traslado sería Pelayo y debido a su prestigio personal, al éxito de la operación y al favor y confianza del obispo de Toledo y de los nobles que participaron en dicha acción, Pelayo fue elegido caudillo de los habitantes del norte y poco después aclamado como rey.

Otra versión, también entremezclada de leyenda, cuenta un supuesto viaje de Pelayo a Córdoba para entrevistarse con el emir Abd al-Aziz (714-717), hijo y sucesor de Musa ibn Nasayr. Una leyenda surgida posteriormente y totalmente carente de fundamento histórico, hace referencia a que en el transcurso de este viaje, un tal Munuza, gobernador musulmán de Gijón, violó a la hija de Pelayo por lo que este al enterarse juró vengarse y con ello dio lugar al proceso que se ha venido a llamar Reconquista.

El historiador Claudio Sánchez Albornoz, basándose en las crónicas cristianas, mantiene que fue en este momento cuando Pelayo, antiguo miembro de la guardia del rey Rodrigo, enemistado con el gobernador musulmán de Gijón Munuza porque se había casado con su hermana sin su consentimiento, buscó refugio entre los astures y estos le proclamaron su caudillo en el 718. Según Claudio Albornoz, la circunstancia de que la elección fuera hecha por los astures, y no por los nobles godos, confiere al inicio del reino astur un carácter de movimiento insurreccional popular, y un carácter local creado a partir de pueblos no sometidos al dominio romano ni visigodo.

Sin entrar en este tipo de valoraciones, lo cierto es que la idea de los dirigentes musulmanes de extender el Islam por Europa a través de la Galia, supuso un gran alivio para el acorralado Pelayo, ya que la presión sobre los cristianos del norte de la península disminuyó enormemente. Eso permitió que don Pelayo y sus hombres llegasen incluso a derrotar a algunos destacamentos musulmanes, como entre los años 717-722 cuando lograron derrotar la expedición de castigo enviada por el caudillo al-Hor y comandada por el general Alkama en Covadonga, lo que consolidó el pequeño grupo insurgente. En dicha campaña y por parte de los musulmanes es posible que tomasen parte algunas de las personalidades que aún entonces defendían la legalidad dinástica de los hijos de Witiza, como por ejemplo el obispo Oppas.

Historiadores como Abilio Barbero y Marcelo Vigil, han señalado cómo a través de las Crónicas se advierte la existencia de una tradición indígena localista, propia de una sociedad gentilicia que atravesaba un momento difícil y que estaba a punto de desaparecer. Lo que defienden los astures en Covadonga, para estos autores, no es sino la independencia de sus modos de vida frente a la organización social heredada de Roma por los visigodos y, a través de éstos, por los árabes; frente a la gran propiedad atendida por esclavos y siervos, los pueblos del norte defienden la libertad individual y la pequeña propiedad.

La referencia más antigua sobre la batalla de Covadonga se encuentra en la Crónica de Alfonso III en la que se asegura: (..).Pelayo, habiendo conseguido escapar a los musulmanes y refugiándose en Asturias, es elegido rey por una asamblea, y organiza la resistencia de los asturianos en el monte Auseva, en la cova dominica (Covadonga). Contra él marcha un ejército innumerable, mandado por Alcama, compañero de Terec, y con el que va también Opas, hijo de Vitiza y metropolitano de Toledo o Sevilla, quien mantiene con Pelayo un dramático diálogo. Fracasada la mediación intentada por Opas, comienza la batalla; pero la flechas y las piedras lanzadas por las hondas se vuelven para herir a los atacantes, que acaban por huir quedando Alcama muerto y prisionero Opas. Al bajar los fugitivos el monte Auseva, para alcanzar Liébana, un monte se desplomó sobre ellos, muriendo 63.000 caldeos(..). Pese a esto, la batalla de Covadonga no fue la terrible batalla que las crónicas cristianas han descrito. Es evidente la idealización que de la misma se hace en la Crónica de Alfonso III, en la que incluso se llega a hablar de ayuda divina en forma de aparición mariana para acabar con los musulmanes. No es verosímil, que los pocos hombres con los que contaba Pelayo fuesen capaces de derrotar a un ejército tan numeroso como el descrito, sobre todo, si tenemos en cuenta que con anterioridad el ejército cristiano al completo había sido derrotado estrepitosamente en Guadalete, donde se demostró la mejor organización de las tropas musulmanas y su superioridad táctica sobre el ejército cristiano. En Covadonga, ni siquiera sería físicamente viable el choque de ejércitos de tal tamaño. El hecho de que las crónicas musulmanas ni tan siquiera hagan referencia a la batalla en cuestión, pese a que si reconocen la existencia de Pelayo en los montes de Asturias, reafirma la teoría que no existió tal batalla y que la misma no fue más que un encontronazo de carácter local y fronterizo entre una patrulla más o menos numerosa de musulmanes, probablemente en misión de castigo o de exploración, y los hombres de Pelayo.

Posiblemente el mito de Covadonga y el motivo por el cual las crónicas cristianas han magnificado el acontecimiento se deba a la necesidad de encontrar una actitud heroica en los primeros combatientes contra los musulmanes por parte de los reyes posteriores, los cuales usarían esta mitificación como motivo de legitimación y de engrandecimiento de su propia ascendencia. Por otro lado, es bastante probable que al no existir una crónica cristiana de la batalla realizada en las mismas fechas en las que esta se produjo, la tradición oral, que sería la fuente de transmisión de los hechos, tendiese a mitificar a los protagonistas y a dar mayor importancia a lo que en su momento no la tuvo. Pese a todo ello, la importancia de Covadonga fue doble, por un lado, se convirtió, en reinados posteriores, en el símbolo mítico de la resistencia de los cristianos frente a los musulmanes, un claro ejemplo de ello es la leyenda de la Cruz de la Victoria que pasó de ser una simple cruz de madera que Pelayo usó como estandarte en Covadonga, a convertirse en el símbolo de Asturias después de que Alfonso III la recubriese de oro y piedras preciosas, y la convirtiera en poco más que un elemento de culto y sagrado dada su supuesta bendición divina. Por otro lado, algunos historiadores opinan que no fue hasta después de Covadonga y precisamente a consecuencia de ella, cuando Pelayo fue reconocido como rey, gracias a que la victoria sobre los musulmanes (no hay que olvidar que posiblemente fuese la primera vez que un contingente cristiano derrotase a tropas islámicas desde el desastre de Guadalete) dotó a Pelayo de una fama como guerrero que le permitió elevarse por encima del resto de los nobles cristianos de Asturias. Parece ser que fue en estos momentos cuando Pelayo estableció su campamento o quizás la capital de su reino, de forma fija en Cangas de Onís.

Independientemente de la importancia de Covadonga, lo cierto es que la atención de los musulmanes estaba más en Francia que en el abrupto norte peninsular. Para los emires cordobeses era más atractiva la conquista del rico Mediodía francés que las montañosas tierras asturianas en las cuales el clima era adverso, la orografía poco favorable y la agricultura no se desarrollaba eficazmente, por tanto el asentamiento de la civilización musulmana se encontraba con serios inconvenientes. Todo ello unido a la escasa importancia que dieron a las huestes de Pelayo, debido a que su escaso número en nada inquietaba a los poderosos ejércitos que habían rendido para el Islam la totalidad del norte de África; provocó que durante unos años cruciales para el asentamiento y organización del reino de Pelayo en Asturias, y tras una serie de escaramuzas, se produjese una paz no escrita pero prácticamente total entre ambos bandos.

Lentamente Pelayo aglutinó en su reducto de Cangas a todos los cristianos de las tierras vecinas, hasta que el puñado de montañeses que en un principio compuso el grueso de la tropa del rey asturiano, pronto se convirtió en una numerosa hueste que aprovechó los territorios abandonados por los musulmanes al otro lado de las montañas asturianas para hacer pequeñas incursiones que de tener éxito daban lugar a un nuevo asentamiento, con el consiguiente crecimiento del territorio asturiano; pero que si motivaban la respuesta de los musulmanes, eran abandonados y sus moradores regresaban a la seguridad de las montañas en espera de tiempos mejores o de una oportunidad más propicia. Fue este el lento proceso lo que dio origen a la expansión del reino cristiano de Asturias a costa de las conquistas iniciales de los musulmanes.

Tras diecinueve años de reinado, en el 737 Pelayo falleció dejando de su matrimonio con Gaudiosa dos hijos, Favila que le sucedió en el trono asturiano y Ermesinda, la cual contrajo matrimonio con el que a su vez sería el rey Alfonso I el Católico. Pelayo fue enterrado en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, en Cangas de Onís, que él mismo había fundado para tal fin. Existe la tradición, totalmente infundada, de que los restos del primer rey de Asturias fueron trasladados a Santa María de Covadonga durante el reinado de Alfonso X el Sabio, pero de dicho traslado no hay ningún tipo de prueba y no es admisible el epitafio que existe en Covadonga sobre la supuesta lápida, ya que este data del siglo XVIII.

Autor

  • Juan Antonio Castro Jiménez