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PolíticaBiografía

Pacheco, Juan Fernando, Marqués de Villena (1419-1474).

Aristócrata castellano, marqués de Villena, duque de Escalona y maestre de la Orden de Santiago. Nacido en Belmonte (Cuenca) en 1419 y muerto en Santa Cruz de la Sierra (Cáceres) el 4 de octubre de 1474. Durante el reinado de Enrique IV(1454-1474), el marqués de Villena se convirtió en el gobernante efectivo del reino, en calidad de privado del rey. Fue, por este motivo, uno de los más importantes políticos del turbulento siglo XV castellano, contribuyendo ampliamente, tanto con sus aciertos como con sus errores, al devenir histórico de la península durante la Baja Edad Media.

Origen y primeros años

El linaje Pacheco es originario de Portugal, concretamente de Santarem. El bisabuelo de Juan Pacheco fue Juan Hernández Pacheco, uno de los nobles portugueses que lucharon a favor de la pretensión del monarca castellano Juan I de ser coronado rey de Portugal. En 1385, tras el desastre de la batalla de Aljubarrota, en la que la causa de Juan I fue desbaratada por las tropas de Juan de Avís, la gran mayoría de nobles lusos que habían apoyado al monarca de la Casa Trastámara pasó a residir en Castilla. En el caso de Juan Hernández Pacheco, el hijo y sucesor de Juan I, Enrique III, le concedió en 1398 el señorío conquense de Belmonte, donde se instalaron los Pacheco desde entonces. La única hija del primer señor de Belmonte, Teresa Téllez Girón, se casó con Martín Vázquez de Acuña, conde de Valencia de don Juan (León). El hijo primogénito de este matrimonio fue Alonso Téllez Girón, que se casó con su prima, María Pacheco. En las capitulaciones matrimoniales se firmó que el primogénito de este enlace llevase como primer apellido el "Pacheco", y no el "Téllez Girón". Juan Pacheco, marqués de Villena, fue el primogénito de este matrimonio, y junto a su hermano Pedro Téllez Girón, maestre de la Orden de Calatrava, protagonizaría una de las más brillantes carreras cortesanas y políticas de Castilla, siempre bajo el beneplácito de Enrique IV.

El padre de Juan, Alonso Téllez Girón, formaba parte del séquito de Álvaro de Luna, el todopoderoso condestable de Castilla, desde aproximadamente el año 1422. Es bastante posible que la intercesión de don Álvaro fuera favorable a que el joven Juan entrase, hacia 1436, a servir como doncel en la casa del entonces príncipe heredero don Enrique, futuro Enrique IV. Con tan solo 17 años, el joven noble ya debió de hacer gala de su don de gentes, pues se hizo con toda la confianza del huraño príncipe, tal como describe el cronista Hernando del Pulgar al respecto de Juan Pacheco (Claros varones, ed. cit., pp. 55-56):

Era omme agudo e de grand prudencia: e seyendo moço vino a biuir con el rey don Enrique cuando era príncipe, e alcançó tanta gracia que fue más acebto a él que ninguno de los que en aquel tiempo estauan en su seruicio. [...] Fablaua con buena gracia e abundancia en razones, sin prolixidad de palabras. Tenbláuale un poco la boz por enfermedad acidental, e no por defeto natural. En la hedad de moço touo seso e autoridad de viejo. Era omme esencial, e no curaua de apariencias ni de cirimonias infladas.

Esta cordura y buen talante de Juan Pacheco, además de al príncipe don Enrique, tampoco pasó desapercibida a Álvaro de Luna, que, además de promocionarle en la corte, tuvo la idea de atraérsele hacia su causa, para lo cual le ofreció en matrimonio a su prima, Angelina de Luna; el matrimonio por poderes se celebró en Toledo, el 22 de noviembre de 1436, pero muy pronto el joven Pacheco demostró tener más ambición y no se conformó con el segundo puesto, lo que le llevó a intentar por todos los medios anular el citado matrimonio.

Jefe de la casa del príncipe (1442-1454)

En 1442 ya había conseguido que Diego Sánchez, vicario de Segovia, concediese la nulidad, previo paso al matrimonio de Juan Pacheco con María Portocarrero, hija de Pedro Portocarrero, señor de Moguer y de Villanueva de Barcarrota. Con la dote aportada por la esposa, Juan Pacheco comenzaba a formar un rico patrimonio territorial que, a la vez, se veía correspondido con su cada vez mayor ascenso en los puestos cortesanos. En 1440, con ocasión de la boda entre el príncipe Enrique y la infanta Blanca de Navarra, Juan Pacheco había sido obsequiado con uno de los mayores privilegios cortesanos, como era el tener el cuchillo en la mesa del príncipe. En 1441, Juan Pacheco fue nombrado miembro del Consejo de Castilla, en representación de Enrique, desde donde comenzó a mover los hilos de su proyecto político: sustituir en la privanza a Álvaro de Luna cuando el príncipe sucediese a su padre.

A pesar del desaire que para el condestable Luna había significado la anulación del primer matrimonio de Juan Pacheco, la relación entre ambos hombres no fue mala: ambos eran demasiado astutos como para dejarse llevar por enemistades livianas. Por esta razón, a partir de 1442, cuando Pacheco fue nombrado camarero mayor del príncipe, las relaciones entre Luna y Pacheco pasaron desde un primerizo enfrentamiento hasta el acuerdo final. En la dura pugna política que mantenían los infantes de Aragón (por un lado el rey de Navarra Juan I y, por otro, el maestre de Santiago, Enrique de Aragón) contra el gobierno del condestable Luna, el príncipe don Enrique había cometido un tremendo error: participar en esas luchas de bandos como un noble más. De esta forma, la autoridad real, esa misma de la que en el futuro Enrique iba a ser depositario, era continuamente menoscabada por las pretensiones de la nobleza de imponer sus criterios en la política del reino. Una vez Pacheco tomó las riendas de las decisiones del príncipe, el paulatino acercamiento a las posturas autoritarias defendidas por Álvaro de Luna fue la tónica habitual, visible sobre todo en el apoyo que las tropas señoriales de Juan Pacheco y de su hermano, Pedro Girón, comandando a las del príncipe, prestaron al ejército real en la batalla de Olmedo (1445), en la que la facción nobiliaria representada por los infantes de Aragón quedó definitivamente derrotada. Como recompensa por esta acción, y siempre a instancias del príncipe Enrique, Juan Pacheco fue nombrado por Juan II marqués de Villena, uno de los títulos nobiliarios más codiciados de todo el reino por su riqueza patrimonial y rentista.

Desde esta posición de privilegio, el marqués de Villena comenzó a convertirse en la cabeza visible de las reivindicaciones nobiliarias. En 1445, nada más finalizar la batalla de Olmedo, volvió a instigar al príncipe Enrique para que abandonase la causa regia, contrariado por el excesivo protagonismo de Álvaro de Luna, que había sido nombrado maestre de Santiago, merced que Pacheco quería para su hermano, Pedro Girón. La concordia entre ambos privados finalizó con el nombramiento de Pedro Girón como maestre de la orden de Calatrava, pero entre 1446 y 1449 las rupturas entre padre e hijo, entre rey y príncipe, forzaron la situación hacia una nueva alianza de la nobleza en contra de Álvaro de Luna, la llamada Gran Liga de Coruña del Conde (1449). Por ello, a pesar de que en 1451 el marqués y el maestre acordaron celebrar unas vistas en Ocaña para solucionar las múltiples divergencias políticas del reino, la situación era ya demasiado tensa para hallar pócima alguna que sanase los múltiples enfrentamientos. En 1452 la guerra de bandos se reanudó y las tropas del marqués de Villena cercaron la villa de Briones, que había sido tomada a la fuerza por ejércitos favorables a la Gran Liga nobiliaria; ante las bajas provocadas por la férrea defensa de Briones, Álvaro de Luna acudió con tropas de refuerzo para ayudar al marqués de Villena, potenciando la amistad entre ambos. No obstante, Pacheco supo ver que la caída en desgracia del maestre de Santiago era imparable, sobre todo después del impune asesinato de Alonso Pérez de Vivero, contador de Juan II, al que el propio Luna lanzó por la terraza de su casa en Valladolid. Aunque bien es cierto que el marqués de Villena avisó al maestre de la celada que le preparaban sus enemigos, con la ejecución de don Álvaro en el cadalso vallisoletano, el 3 de junio de 1453, ninguna personalidad política parecía hacerle sombra.

Apogeo político (1454-1462)

Apenas tardó un año Juan II en compartir destino con su privado Luna, lo que conllevó inmediatamente la proclamación de Enrique IV como rey de Castilla. En principio, la situación era altamente favorable a la privanza del marqués, en quien el nuevo monarca confió todo lo referente al gobierno de Castilla. A esta posición de preeminencia ayudó también que en el Consejo Real estuviese presente Pedro Girón, hermano de Pacheco, y, sobre todo, el arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo, tío de ambos. De esta forma, los otros favoritos de Enrique IV, el mayordomo mayor, Beltrán de la Cueva, y el futuro condestable Miguel Lucas de Iranzo, quedaban algo desplazados de los círculos de poder. A partir de este momento, la figura del marqués de Villena recuerda demasiado a la hegemonía mantenida por Álvaro de Luna, tanto que no dudó en imitar la política del privado de Juan II en su puesto de privado de Enrique IV. En opinión de L. Suárez Fernández, "el marqués de Villena aspiraba a llenar en la corte del nuevo soberano el papel que don Álvaro desempeñara en el reinado anterior, con una diferencia: su absoluta despreocupación por cuanto representaba el prestigio de la monarquía " (op. cit., p. 174).

En primer lugar, esta imitación explica los planes del marqués de Villena para la nueva boda del rey. Tras el repudio de la primera esposa de Enrique IV, la reina Blanca, y sobre todo después de la no consumación del matrimonio, los rumores sobre una supuesta homosexualidad del rey comenzaron a circular por toda Castilla, en la que los corrillos le adjudicaban diversos amantes, entre ellos Beltrán de la Cueca y el propio marqués de Villena. Éste intentó paliar la inestabilidad primero presentando a una dama de la corte, la portuguesa Guiomar de Castro, como amante del rey, pero finalmente decidió enviar delegados a Portugal para conseguir el enlace con la princesa Juana, hija del rey Duarte de Portugal y de Leonor de Aragón. La boda se celebró en 1455 y el protagonismo del marqués de Villena dejó bien claro quién era el favorito del monarca, lo que, como es lógico, levantó las suspicacias de la nobleza, sobre todo de linaje Mendoza.

Por otra parte, la imitación de la política lunista continuó al intentar Pacheco calmar los ánimos de la nobleza mediante una campaña militar contra el reino de Granada, acontecida entre los años 1454 y 1456, en la que se conquistaron las villas de Archidona y Álora, además de socorrer la sitiada Úbeda. No obstante, la despreocupación de Enrique IV sobre los temas militares, así como la inquietud del resto de nobles, que veían cómo el arzobispo Carrillo, regente del reino, procuraba todos los cargos para sí o para sus parientes, hizo que las campañas se suspendieran y todos volviesen a Castilla. Antes de ello, Enrique IV concedió al marqués de Villena la villa de Estepona, en el mismo día en que unas justas celebradas en Sevilla demostrase la altísima rivalidad existente entre Juan Pacheco y Juan de Guzmán, duque de Medinasidonia. También comenzaron, a raíz de la campaña granadina, las primeras fricciones entre el marqués de Villena y Miguel Lucas de Iranzo, pugna de la que, aparentemente, salió vencedor el segundo, que en 1458 fue nombrado condestable de Castilla. Pero como el condestable pasó a residir en la ciudad de Jaén, al cuidado de sus labores militares, lo cierto es que Villena se aseguró un rival menos en la corte.

Las esperanzas depositadas en Enrique IV al comienzo de su reinado comenzaron a desvanecerse después de este año de 1458. Por una parte, la nobleza veía cómo nobles segundones, caso de Beltrán de la Cueva y Lucas de Iranzo, eran elevados a la más alta cumbre del abolengo únicamente por su amistad con el rey; por otra parte, el marqués de Villena gobernaba a sus anchas y procuraba que todos los beneficios, rentas y señoríos cayesen de su lado. De forma inteligente, el marqués firmó pactos de ayuda mutua con los principales miembros de la nobleza, como Rodrigo de Pimentel (conde de Benavente), Pedro Fernández de Velasco (conde de Haro), y con los hijos y herederos del marqués de Santillana, fallecido en 1458. Así, la oposición a su política quedaba reducida a Beltrán de la Cueva y a Juan de Valenzuela, prior de San Juan. El poder de Pacheco era tan incontestable que a raíz de las algaradas en Murcia por parte de Alonso Fajardo, el propio Enrique IV ordenó que tropas reales defendieran los intereses privados de su valido, pues el marqués aspiraba a que Murcia se integrara en su dominio de Villena. El grado de preeminencia del marqués lo explica perfectamente el genealogista López de Haro (ed. cit., II, p. 285):

Uno de los cavalleros que más florecieron en los tiempos del Rey don Enrique IV, y el que a su voluntad tuvo todas las cosas del govierno de sus reynos, fue el famoso varón don Juan Fernández Pacheco [...], siendo la causa d'ello la gran sumissión que este príncipe [i.e., Enrique IV] le hazía en todo, de manera que absolutamente disponía y dispensava de muchas y grandes mercedes, honores y títulos honoríficos, de cuya mano recibió para su autoridad.

Otra de los aspectos en que quiso el marqués de Villena emular a Álvaro de Luna fue en el de hacerse dueño de todo el riquísimo patrimonio territorial que fue propiedad del malhadado condestable. En 1459, los Pacheco y los Luna entablaron un pleito por la posesión del condado de San Esteban de Gormaz, ya que la condesa viuda, Juana de Pimentel, se negó a aceptar el ofrecimiento de Villena: casar a su hija y heredera, María de Luna, con Diego López Pacheco, primogénito del marqués. Juana de Pimentel resistió en el castillo de Arenas de San Pedro (llamado a la sazón Castillo de la Triste Condesa por los lugareños), donde se celebró el matrimonio de su hija con Íñigo López de Mendoza, primogénito de Diego Hurtado de Mendoza. Encolerizado por esta desobediencia, casi todos los bienes de la condesa fueron confiscados por Juan Pacheco, que había logrado convencer a Enrique IV de la perfidia de esta boda, por considerarla contraria a la buena salud del reino. La enemistad del marqués de Villena y los Mendoza provocó un cisma en el precario gobierno de Castilla, sobre todo después de que en el mismo año de 1459 tropas del marqués invadiesen por la fuerza los territorios alcarreños de los Mendoza. Bajo el auspicio de Juan II de Aragón, la inmensa mayoría de nobles, incluido el propio Alonso Carrillo, formó una Liga contra el marqués de Villena. Éste actuó con la astucia, el cinismo y con los pocos escrúpulos que fueron característicos de su devenir político: a través de su hermano, Pedro Girón, envió un mensaje de adhesión a la Liga... culpando a Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla, de las discordias reinantes. Sólo el inicio de las hostilidades entre todos los reinos peninsulares, provocadas por la guerra en Navarra (Véase: Agramonteses y Beamonteses) a raíz de la prisión de Carlos, príncipe de Viana, evitó el descalabro.

No fue ajeno el marqués de Villena al estallido de esta guerra, ya que precisamente fue él quien avisó al monarca aragonés Juan II de que su hijo el príncipe de Viana había aceptado, a espaldas paternas, casarse con la infanta Isabel, futura Reina Católica. Esta acción (es decir, un chivatazo puro y duro) abrió las puertas al marqués de Villena de la Liga Nobiliaria, pero su fama de traidor y adulador también corría por toda la península. No obstante, en 1461 consiguió plenos poderes de Enrique IV para apoyar la rebelión de Carlos de Viana, y consiguió la adhesión de sus antaño enemigos, los Mendoza, a los planes militares. Aquí radica la principal diferencia entre Álvaro de Luna y su émulo el marqués: Pacheco, para mantener su posición y patrimonio, no dudó en sacrificar el autoritarismo de la monarquía y entregárselo a la Liga, que, vía Consejo Real, comenzó a imponer sus postulados políticos a partir de que el confiado Enrique IV firmase el acuerdo de agosto de 1461.

Caída en desgracia y cambio de bando (1462-1468)

Casi coincidiendo con la muerte del príncipe de Viana y el enfriamiento de las hostilidades entre Castilla, Navarra y Aragón, en los primeros días de 1462 nació en Madrid la hija de Enrique IV, a la que pusieron el nombre materno, Juana. Esta princesa, a la que la historiografía ha deparado el probablemente espurio apodo de la Beltraneja, fue jurada como heredera del trono en las Cortes de Toledo (9 de mayo de 1462), aparentemente sin mayor problema. Pero al poco tiempo, Enrique IV otorgó el título de conde de Ledesma a su favorito, Beltrán de la Cueva, que acababa de emparentar por matrimonio con los Mendoza. El equilibrio del Consejo Real se rompió, por lo que Pacheco, tradicional enemigo del linaje alcarreño, comenzó las conspiraciones nobiliarias. Aunque se carece de información objetiva para aseverarlo con seguridad, parece bastante probable que los rumores sobre la impotencia del rey Enrique y las relaciones adúlteras entre la reina Juana y Beltrán de la Cueva, de las que habría nacido el apodo de Beltraneja dado a Juana, fueran iniciadas por el marqués de Villena, pese a que no tuvo el más mínimo escrúpulo a figurar en el bautizo de la infanta como padrino. Al mismo tiempo, se opuso radicalmente a que Enrique IV aceptase ser nombrado rey de Aragón, tal como la Generalitat barcelonesa, en guerra contra Juan II, le había ofrecido. En las negociaciones que tuvieron lugar en Bayona se descubrió el porqué: Pacheco había firmado acuerdos con Juan II y con el otro implicado, el monarca francés Luis XI, que le prometió casar a una de sus hijas bastardas a un hijo de Pacheco.

La maniobra no fue bien vista en el seno de la Corte, de tal modo que en el mismo año de 1462, Beltrán de la Cueva sustituyó a todos los efectos al marqués de Villena como nuevo privado de Enrique IV. Movido por esta cuestión, Pacheco, junto a su hermano, el maestre, y su tío, el arzobispo Carrillo, agrupó a los descontentos con el ascenso de Beltrán de la Cueva para urdir un plan novedoso: forzar a Enrique IV a nombrar heredero a su hermano Alfonso, en detrimento de su hija Juana. Muchos de los grandes del reino, como el almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, el conde de Paredes, Rodrigo Manrique, su hermano Gómez Manrique, el conde de Benavente, Rodrigo Alonso de Pimentel (yerno del marqués de Villena), el conde de Plasencia, Álvaro de Estúñiga, o el conde de Alba, García Álvarez de Toledo, se unieron a la trama. En octubre de 1464, el marqués de Villena ya se había convertido en tutor del joven príncipe, lo que, unido al apoyo nobiliario, hizo posible que Enrique IV aceptase jurar a su hermano Alfonso como heredero, invistiéndole con el título de Príncipe de Asturias el 4 de diciembre de 1464.

Apenas un año duró esta aparente concordia, ya que Beltrán de la Cueva y los Mendoza, dirigiendo las huestes enriqueñas, comenzaron a aislar al bando alfonsino en la villa abulense de Arévalo. Sin embargo, el astuto marqués de Villena logró escapar con el infante Alfonso y dirigirse a Ávila, donde el 5 de junio de 1465 tuvo lugar la deposición figurada del rey Enrique IV, representado por un muñeco de cartón y pieles (Véase: Farsa de Ávila). En el cadalso abulense, los partidarios de Alfonso fueron despojando a la efigie de Enrique IV de todos sus poderes; fue el propio marqués de Villena quien le quitó el cetro, símbolo del poder terrenal, de la mano derecha. Con la proclamación de Alfonso XII como rey de Castilla, la brecha abierta por las intrigas nobiliarias dejaría sumido al reino en una auténtica guerra civil encubierta, provocada por la ambición del marqués de Villena y del resto de miembros del estamento nobiliario, sobre todo los familiares y aliados de Pacheco: su tío, el arzobispo Carrillo, su hermano, el maestre Pedro Girón, y su yerno, el conde de Benavente.

Sin embargo, en el escaso trienio de bicefalia rectora de Castilla, las tretas del marqués de Villena fueron innumerables: no dudó en intentar acercarse a Enrique IV ofreciendo perspectivas de paz, mientras que continuaba aparentando lealtad a Alfonso. El constante doble juego del marqués, en vistas, tratados, conferencias y entrevistas secretas, puede seguirse por las crónicas de la época y por la propia documentación, pero resulta demasiado prolijo para extenderse en él. Valga como resumen las durísimas pero certeras palabras que el siempre fustigante cronista Alfonso de Palencia dedicó a este devenir de Villena durante el gobierno de Alfonso XII. Palencia pone en boca del almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, la opinión que tenían los nobles de Juan Pacheco (Crónica de Enrique IV, I. pp. 211-212):

Este buen Marqués procura siempre mantener a los dos hermanos entre un círculo de todos los Grandes del reino, alguno de los cuales llaman rey a D. Enrique, como nosotros a D. Alfonso, y él [i.e, Villena], puesto un pie sobre el hombro de cada uno de los Reyes, nos riega a todos en derredor con inmundo líquido.

Juan Pacheco ocupó en el gobierno de Alfonso XII los oficios de mayor entidad, además de conseguir el tantas veces anhelado cargo de maestre de la orden de Santiago; eso sí, la irregularidad, la intriga y la acción interesada fueron las armas usadas por Villena para lograrlo, como describe el historiador F. de Rades y Andrada (op. cit., f. 65r):

Alcançó el Maestradgo de Sanctiago en esta manera. Como supiesse que don Rodrigo Alonso Pimentel, conde de Benavente, su yerno, lo avía pedido al Rey [...], y que el Rey se lo avía prometido, fuesse a la villa de Ocaña, donde tuvo manera que los Trezes se juntassen y le eligiessen por Maestre, sin dar parte al Papa ni al Rey; y assí le eligieron en el año de 1467. Y aunque muchos alcaydes de los castillos de la Orden no quisieron entregárselos, al fin, como era tan poderoso y de tanto ánimo, todos se le rindieron.

Por esta razón, la de estar ocupado intentando lograr la obediencia de todos los freires santiaguistas (y puede que también previendo el descalabro), el marqués de Villena no participó en la segunda batalla de Olmedo (1467), en la que enriqueños y alfonsinos dieron más muestras de agotamiento y desconfianza que de querer solucionar los gravísimos problemas del reino. La muerte del efímero Alfonso XII en 1468 acabó con la causa alfonsina, no sin que muchas voces clamasen contra el marqués de Villena y le acusasen de envenenar al Rey Inocente.

Sin embargo, el más ambicioso plan urdido por el marqués de Villena durante su militancia en el bando alfonsino fue el de emparentar a su linaje con la propia dinastía reinante, a través de la boda de su hermano, Pedro Girón, con la princesa Isabel de Castilla. Pacheco, en una prueba de su sagacidad política, fue claramente consciente de que, una vez deshecho de la infanta Juana como heredera (implícitamente, al reconocer a Alfonso como heredero, Enrique IV estaba dando la razón sobre la ilegitimidad de Juana), y la posibilidad de que Alfonso, que era apenas un adolescente, falleciese sin hijos, la heredera sería Isabel, hermana de ambos, razón por la que trató de casarla con su hermano. Cuando el arzobispo Carrillo había dado su brazo a torcer y toda la nobleza, aunque con recelo, se había resignado al enlace, sólo la inesperada muerte de Pedro Girón en la primavera de 1466 libró a Villena de alcanzar la cumbre de sus intrigas políticas.

Últimos años (1468-1474)

Enrique IV, tan condescendiente como de costumbre, no sólo volvió a admitir al marqués en su seno, sino que con la misma preeminencia en el gobierno que tenía antes, como lo demuestra el que, tras el Pacto de los Toros de Guisando, Isabel fuera entregada en custodia de Villena. No debió de gustar nada este hecho a la princesa, que se encontraba en manos de aquel que había planeado tan desasosegante enlace con su hermano Pedro Girón y, sobre todo, en manos de aquellos hombres afines a los planes de Villena, agentes de toda su confianza, como Gómez de Miranda, prior de Osma, Luis de Acuña, obispo de Burgos, y Diego de Melo, todos ellos dirigidos por Gonzalo Chacón. No obstante, el arzobispo de Toledo, que no confiaba nada en su sobrino después de sus constante vaivenes, liberó a la princesa y comenzó a trabajar para casarla con Fernando de Aragón, hijo y heredero de Juan II.

Este revés posibilitó el penúltimo viraje político del marqués de Villena, que se mostró totalmente contrario al enlace de Isabel con Fernando de Aragón y se unió a la causa enriqueña, que pretendía casar a la infanta con Alfonso V de Portugal. Como de costumbre, Enrique IV acogió esta iniciativa del marqués con los brazos abiertos, pues le recompensó en 1469 con el título de duque de Escalona, otra de las posesiones que habían sido años atrás de Álvaro de Luna y que ahora formaban parte del patrimonio de Juan Pacheco. Una vez confirmado el enlace entre Isabel y Fernando, Villena, por ironías del destino, se hizo cargo de la política matrimonial de aquella misma infanta a la que había negado años atrás la condición de heredera, para lo cual se entrevistó con embajadores franceses en 1470, vista de la que salió un posible enlace entre Juana y Carlos de Berry, duque de Guyena, hermano del rey de Francia Luis XI. La muerte de Carlos en 1472 abortó este enlace, lo que, de camino, significó cierto retroceso en el ascendente político del ya veterano marqués. Los últimos años de su vida los dedicó a pactar ventajosos enlaces matrimoniales para su descendencia, además de construir diversos edificios señoriales en sus dominios solariegos, como el castillo-palacio y la Colegiata de Belmonte, su villa natal. De cualquier modo, no descuidó entrar en tratos con los portugueses para, en caso de que tuviera lugar el enlace entre Juana y Alfonso V, alcanzar una posición ventajosa. Precisamente, ambos monarcas habían llegado a un acuerdo para que la estratégica villa de Trujillo fuese cedida al marqués de Villena. Hacia la villa cacereña se dirigía Pacheco en octubre de 1474 cuando, inesperadamente, un apostema en la garganta, la misma enfermedad que había acabado con la vida de su hermano ocho años atrás, acabó con su vida. Fue primeramente enterrado en el monasterio de Guadalupe, lugar cercano a su fallecimiento, hasta que pocos años más tarde su cadáver fue trasladado hasta el monasterio segoviano de El Parral, lugar en el que había construido el panteón familiar.

Descendencia del marqués de Villena

Además de un riquísimo patrimonio territorial y rentístico, los descendientes de Juan Pacheco emparentaron con lo más selecto de la nobleza peninsular, dando inicio a diversos linajes titulados que gozarían de importancia posterior. Además, la descendencia fue numerosa, ya que, como describe Hernando del Pulgar al respecto del marqués (ed. cit., p. 58):

Era muy sabio, y templado en su comer e beuer, e paresçió ser vencido de la luxuria, por los muchos fijos e fijas que ouo de diuersas mugeres, allende de los que ouo en su muger legítima.

Descontando la efímera unión con Angelina de Luna, de la que no hubo descendencia, del matrimonio con doña María Portocarrero el marqués tuvo los siguientes hijos:

- Diego López Pacheco, primogénito y sucesor en el marquesado de Villena. Casado con María de Luna, condesa de Santisteban y, en segundas nupcias, con Juana Enríquez, hija del almirante de Castilla don Alonso Enríquez.
- Pedro Portocarrero, señor de Moguer. Casado con Juana de Cárdenas, hija de Alonso de Cárdenas, comendador mayor de León. Origen de los marqueses de Villanueva del Fresno.
- Alfonso Téllez Girón, señor de la Puebla de Montalbán, origen de los condes homónimos. Casado con Luisa Fajardo, hija del adelantado de Murcia, Pedro Fajardo.
- Rodrigo Pacheco, fallecido en la pubertad.
- Alonso Pacheco, comendador de Villafranca y de Castilleras, de la orden de Calatrava.
- María Pacheco, casada con Rodrigo Alonso de Pimentel, conde de Benavente.
- Catalina Pacheco, casada con Alonso Fernández de Córdoba, señor de Aguilar. Origen de los marqueses de Priego de Córdoba.
- Beatriz Pacheco, casada con Rodrigo Ponce de León, duque de Cádiz.
- Juana Pacheco, casada con Diego Fernández de Córdoba, señor de Espejo y de Lucena, Alcaide de los Donceles y primer marqués de Comares.
- Francisca Pacheco, casada con Íñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla y primer marqués de Mondéjar.
- María Pacheco, casada con Fernán Álvarez de Toledo, conde de Oropesa.

La tercera vez se casó con María de Velasco, hija de Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro y condestable de Castilla. Sólo tuvo una hija, Mencía Pacheco de Velasco, casada con Diego de Cárdenas, matrimonio que dio origen a los duques de Maqueda.

Además de toda esta descendencia legítima, hay que contar con la prole ilegítima del marqués de Villena:

- Juan Pacheco, señor de Yeste y Tahibilla. Casado con Ana de Mendoza, hija del duque del Infantado, Diego Hurtado de Mendoza.
- Alonso Pacheco, freire de la orden de Santiago, vecino de Alcalá la Real (Jaén).
- Beatriz Pacheco, concebida en relación extramarital con Catalina de Ludueña, dama de Madrid. Beatriz Pacheco se casó con Rodrigo Portocarrero, conde de Medellín. Tras enviudar, la condesa de Medellín se casó por segunda vez con Alonso de Silva, segundo conde de Cifuentes.
- Isabel Pacheco, casada con Pedro López de Padilla, adelantado mayor del reino de Castilla.

Valoración historiográfica

Contando con que Enrique IV también fallecería dos meses más tarde, en diciembre de 1474, el fallecimiento del marqués de Villena cierra un relevo generacional en la cumbre de la política nobiliaria castellana, ya que sus integrantes fueron pereciendo poco a poco: Pedro Girón (1466), Alonso de Fonseca (1472) o Lucas de Iranzo (1473)... Gracias a ello, los Reyes Católicos tuvieron menos problemas para imponer su autoridad real, ya que aquellos nobles que sucedieron a este grupo, en algunos casos sus hijos, aunque con las mismas rentas y cargos, carecieron de la habilidad política de sus ancestros. Desde luego, si hay una característica vital del marqués de Villena es precisamente esa, su habilidad para saber conducir todas las tensiones políticas hacia ese terreno indeterminado donde tan bien se sabía mover, terreno en el que alcanzó sus mayores logros económicos y políticos. En gran medida, la inestabilidad del reinado de Enrique IV se debió a sus intrigas y planes, ya que gobernó por completo y siempre, salvo en contadas ocasiones, tuvo la disposición del rey, que lo adoraba. Sin embargo, aunque es palpable la imitación política que el marqués realizó sobre los planes de Álvaro de Luna, su antecesor en la privanza, el marqués no concibió la política sino el modo de alcanzar grandes beneficios personales, sin preocuparse de cuestiones teóricas. Por esta razón es un personaje vilipendiado por la historiografía de todas las época, aunque no todas sus decisiones fueron incorrectas. Piénsese, por ejemplo, que fue el primero en darse cuenta en que todas las opciones sucesorias pasarían por la princesa Isabel, y por ello la quiso casar con su hermano. Sólo la animosidad de la futura Reina Católica y la desgraciada muerte de Pedro Girón imposibilitó un plan que, grosso modo, se repitió en la boda de Isabel y Fernando, pero con resultados muy distintos, obviamente.

La clave estuvo en su exasperante ambición personal. Esta ambición fue criticada con dureza por Alonso de Palencia, que ni siquiera respetó la muerte del marqués (op. cit., II, p. 139):

Ahora referiré la repentina muerte de Pacheco, fraguador de todas estas intrigas. Como su hermano el maestre, murió [...] de la misma enfermedad, una repugnante y mortal apostema en la garganta que, impidiendo la respiración, puso término a sus constantes embustes. [...] Los criados de sus hijos ocultaron el cadáver entre grandes tinajas de vino, peculiares de aquella tierra, y se lanzaron a robar el dinero y alhajas que guardaba el difunto, cuyos funerales se realizaron así abyecta y cobardemente entre el robo y los llantos. Ni de testamento legal ni de muerte cristiana hay exacta noticia.

Hernando del Pulgar (ed. cit., p. 59) suaviza un tanto la cuestión al describir la ambición del marqués en términos más humanos. Entre ambos textos, desde luego, ha de encontrarse la valoración del personaje:

Tenía el común deseo que todos tenemos de alcançar honras e bienes temporales, e sópolas bien procurar e adquerir: e quier fuese por dicha, quier por abilidad, o por ambas cosas, alcançó tener mayores rentas e estado que ninguno de los otros señores de España que fueron en su tiempo.

Bibliografía

  • Congreso de Historia del señorío de Villena. (Albacete, Instituto de Estudios Albacetenses-CSIC, 1987).

  • ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, D. Crónica de Enrique IV. (Ed. A. Sánchez Martín, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1994).

  • LÓPEZ DE HARO, A. Nobiliario genealógico de los Reyes y Títulos de España. (Madrid, Luis Sánchez, 1622, 2 vols.)

  • MORALES MUÑIZ, D. C. Alfonso de Ávila, Rey de Castilla. (Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 1988).

  • PALENCIA, A. DE Crónica de Enrique IV. (Madrid, Atlas, 1973-1974, 3 vols.)

  • PULGAR, H. DEL Claros varones de Castilla. (Ed. J. Domínguez Bordona, Madrid, Espasa-Calpe, 1954).

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  • SUÁREZ FERNÁNDEZ, L. Nobleza y monarquía. Puntos de vista sobre la historia política castellana del siglo XV. (Valladolid, Universidad de Valladolid, 1975).

  • SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., et al. Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo XV. (Madrid, Espasa-Calpe, 1968. Vol. XV de Enciclopedia de Historia de España, dir. R. Menéndez Pidal).

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez