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EconomíaBiografía

Onofrio, Pedro D' (1859-?).

Empresario italiano, nacido en 1859 en Caserta, una pequeña ciudad cerca de Nápoles, en el sur de Italia. Hijo menor de una familia campesina, cuando era muy joven escuchaba las historias sobre América que por ese tiempo se difundían en Italia. Justamente era la época en que se inició el mayor flujo migratorio italiano hacia el Perú debido a la atracción que ejercía el auge económico producido por el boom guanero. Con la esperanza de trabajar, ahorrar y regresar a su país natal, a los 21 años Pedro partió para Argentina. Es así como en Buenos Aires desempeñó diferentes oficios: obrero de construcción, jardinero y portero, entre otros. De acuerdo con Janet Worral, permaneció en dicha ciudad hasta 1888, año en que retornó a Caserta para pasar la Navidad con su familia. Mientras se encontraba en su ciudad natal contrajo matrimonio con Raffaella Di Paolo. Durante su estancia en Italia gastó el dinero ahorrado. En poco tiempo ya estaba planeando la flamante pareja trasladarse nuevamente a Buenos Aires. En la confusión del puerto, los recién casados abordaron un barco equivocado, que les condujo inevitablemente a Nueva York y no a la Argentina.

Como carecían de dinero para regresar a Italia o proseguir a Buenos Aires, resolvieron permanecer en Estados Unidos. Después de evaluar las diferentes posibilidades laborales que les ofrecía el suelo norteamericano, decidieron ubicarse en Patterson, Nueva Jersey, donde estuvieron desde 1890 hasta 1895. En ese lapso de tiempo, nacieron sus primeros hijos, Elvira y Antonio. Sin embargo, el trabajo era muy duro y Pedro prefería mayor independencia, pues su sueño era tener un negocio propio. En estas circunstancias se le presentó la oportunidad de viajar nuevamente a Italia. Mientras estaba allá, un amigo suyo, Cimorelli, había viajado a Estados Unidos. Desde Richmond, Virginia, le escribió en 1895 para invitarlo a comenzar un negocio de helados. A Pedro le agradó la idea y, sin pensarlo demasiado, aceptó y se trasladó a Richmond para iniciar su propia empresa. Sin embargo, cuando llegó, su amigo había abandonado el país para dirigirse al Perú. De todos modos, se estableció en el lugar y se dedicó a vender helados en un carrito que transitaba las calles de la ciudad. En ese tiempo, alrededor de dos años, tuvo otra hija, a la que los esposos llamaron Virginia como homenaje al estado del mismo nombre.

Su amigo Cimorelli reapareció y volvió a invitarlo, esta vez a la ciudad de Lima. Por ese entonces aquella ciudad albergaba a la mayoría de los inmigrantes italianos del Perú. Según Giovanni Bonfiglio, en 1876 eran por lo menos 5.000 y constituían el 2,7 por ciento de la población de la ciudad. Esta presencia disminuyó pues en 1908 eran sólo 3.094 y en 1920 pasaron a ser 2.578, cifra que paulatinamente se incrementó a lo largo de la década. Durante todo este período los italianos fueron el grupo inmigrante europeo más numeroso y un rasgo típico de su presencia en el Perú fue su alta concentración en Lima. A fines del siglo pasado el 50 por ciento de los italianos residían en la capital. Pedro D’Onofrio decidió trasladarse a Lima. Entonces, la familia D'Onofrio abandonó Virginia llevando consigo una máquina para fabricar helados y una carretilla para ofrecerlos al público.

Al arribar al suelo peruano, Pedro se dedicó a organizar su fábrica de helados. Alquiló un establecimiento en la calle Tipuani, que le servía tanto de vivienda como para el negocio. Al inicio no requirió de un gran capital, pues tenía una maquinaria que le permitía hacer los helados que vendería ese mismo día. D’Onofrio era uno de los muchos italianos que llegaban al país para dedicarse al comercio. El negocio era de carácter familiar, tanto es así que en 1900 Pedro envió una carta a su primo Domingo con el fin de que fuese a ayudarlo. Ésta era una práctica común, pues uno de los rasgos distintivos de la migración italiana al Perú fue la constitución de cadenas migratorias de parientes o conocidos que llegaban para trabajar en el negocio previamente establecido por su familiar o amigo. Éste había sido también el caso de Pedro D’Onofrio. En efecto, según Bonfiglio al Perú llegaban sólo los que podían generar su propio negocio o los que podían ser empleados por paisanos, pues las condiciones económicas no ofrecían la posibilidad de una inmigración masiva. Por ello, el flujo migratorio italiano al Perú fue marginal frente a las oleadas masivas que se dirigieron en esa misma época a otros países. Como señala Worrall, Estados Unidos recibió más de 3.500.000 italianos, la mayoría de los cuales ingresó después de 1880. La esperanza de una mejor vida en las pampas argentinas atrajo a más de 2.000.000 y las plantaciones de café en el Brasil sedujeron a más de 1.000.000 de inmigrantes de esa nación. Mientras en el Perú, la colonia italiana alcanzaba un tamaño máximo de 13.000 cuando se inauguraba el presente siglo.

La empresa de la familia D’Onofrio crecía poco a poco. Éste era un caso atípico, pues Pedro fue uno de los pocos empresarios provenientes del sur de Italia en este período, pues la gran mayoría provenía de la región de Liguria. En 1908, Pedro estableció una fábrica de hielo. Un año después abrió una heladería en la referida calle Tipuani que, debido a la gran concurrencia, terminó siendo pequeña. Por ello, en 1914 se trasladó a la avenida Grau y Cotabambas, en el mismo distrito. Del mismo modo que creció el local, aumentaron las carretillas que, en 1919, llegaban a once. Pedro arribó al Perú en una época en que la colonia italiana lograba un ascenso económico y social al mismo tiempo que una diversificación ocupacional. Antes de la década de 1880, los italianos se habían ubicado predominantemente en el pequeño comercio y, en especial, se habían desempeñado como pulperos. Poco a poco, estos inmigrantes traspasarían sus negocios a otros comerciantes emergentes, entre los que predominaban los de origen asiático, por lo que la popular expresión del “italiano de la esquina” fue cediendo paso a la del “chino de la esquina”. La mayoría de estos italianos, que habían demostrado gran capacidad de ahorro, se dedicaron a trabajar en una variedad de ramas industriales y en diferentes actividades comerciales. Es así como el ascenso económico de los inmigrantes italianos propició un cambio en la imagen social que se tenía de ellos.

En 1919 Pedro D’Onofrio cumplió sesenta años y decidió retornar a su país de origen para pasar su vejez en su ciudad natal. Antes de viajar, le entregó a su hijo Antonio el negocio. Los hermanos se fueron a Italia con su padre, pero regresarían de tanto en tanto para trabajar en la próspera compañía que había sido erigida por su progenitor.

Antonio era el hijo mayor de la familia y por tradición debía realizar la misma profesión de su padre. Asistió en Lima a la Escuela Italiana que funcionó hasta 1930, cuando se creó el Colegio “Antonio Raimondi”, que funciona hasta la actualidad. En la escuela tuvo como profesor a Augusto Catanzaro, quien ejerció una importante influencia en el joven. En 1907 fue enviado a Italia por su padre para estudiar en un colegio de la ciudad de Caserta. Entre los 12 y los 16 años, Antonio estudió en Italia hasta que Pedro lo llamó para que lo ayudara en la empresa.

Cuando su padre viajó a Italia para pasar los últimos años de su vida en Caserta, Antonio empezó a administrar el negocio, que continuó creciendo a pesar de las limitaciones. Una de ellas era que la venta de helados lógicamente se incrementaba en el verano y disminuía vertiginosamente durante la temporada de invierno. Otro problema era que los helados no podían venderse en otras provincias del Perú sin una adecuada refrigeración. Frente a estos factores que ponían límites a la expansión del negocio, Antonio decidió dedicarse también a la comercialización de chocolates. Entonces, en 1924 estableció la Fábrica de Chocolates D’Onofrio S.A., que le permitió abrir un mercado durante todo el año y comercializar sus productos fuera de Lima.

Sin embargo, otro de los problemas que debió enfrentar Antonio fue el de aumentar la venta de helados en una Lima en constante expansión. En la década de 1920 los pesados carritos que debían ser empujados por los vendedores habían sido reemplazados poco a poco por otros tirados por animales. Este cambio no había solucionado el inconveniente de cubrir la demanda del mercado limeño. La situación se resolvió cuando un hombre que buscaba trabajo se presentó en la puerta del local con un viejo cochecito de bebé para usarlo en la venta de helados. Antonio por curiosidad permitió hacer la prueba con el pequeño vehículo infantil y pronto advirtió que las ventas del hombre del cochecito sobrepasaban a las de los pesados carros tirados por caballos o mulas. Rápidamente, Antonio equipó la empresa con pequeños y livianos carritos que podían ser empujados fácilmente por los vendedores o pedaleados a través de las calles limeñas que en aquellos años se estaban modernizando.

Desde ese momento, los carritos amarillos de helados y la cornetita que llamaba la atención de los habitantes limeños para comprarlos empezó a formar parte de la vida cotidiana de la ciudad. Esa típica escena ha perdurado hasta nuestros días.

La compañía administrada por Antonio siguió creciendo, por lo que en 1930 debió mudarse. Se ubicó en el mismo distrito de siempre, en la avenida Venezuela. Por eso en 1933 la empresa se constituyó en P.& A. D‘Onofrio S.A. No sólo modernizó su estructura, sino también las técnicas industriales empleadas. La fabricación de los helados se realizó con hielo y refrigerantes hasta 1934, año en que Antonio decidió implementar la compañía con maquinaria moderna a raíz del invento en Estados Unidos de un método de congelación directa. Esta modernización produjo un aumento de la producción que se dirigió también a las provincias debido a la utilización de hielo seco para mantener refrigerados los helados.

Antonio D’Onofrio no sólo se dedicó al negocio de helados y chocolates, su principal preocupación, sino también a otras actividades. Conformó ocho empresas, en las que fue el accionista mayoritario. Una de ellas fue Iberia S.A. Industria del Offset, que le proporcionaba la publicidad para la compañía D’Onofrio; otra fue Envolturas Industriales S.A., cuyos productos eran utilizados para envolver los chocolates, caramelos y helados para su venta al por menor. Esta última empresa introdujo en el Perú las envolturas de celofán y polietileno. Otras inversiones de Antonio se dirigieron a la producción de harina de pescado o de productos farmacéuticos.

Antonio no sólo se dedicaba a trabajar, tenía una activa participación en la colonia italiana, lo que le permitía mantener fuertes vínculos de solidaridad étnica. Él fue quien fundó el “Circolo Sportivo Italiano” en 1917, acompañado de su amigo Mateo Amico. Este último era un personaje interesante con inclinaciones intelectuales, pues escribía en varios periódicos, difundió la literatura italiana en el país junto con Tomás Catanzaro y frecuentaba los círculos intelectuales. Asimismo, fue militante masón y anticlerical. Antonio D’Onofrio era un firme defensor de la salud física y consideraba que los italianos dedicaban mucho tiempo a las actividades sociales y poco al deporte. Tras permanecer cuatro años en Italia, volvió a Lima en 1911 decidido a promover el ciclismo, que por entonces estaba de moda en Europa. Con este fin, importó 100 bicicletas y organizó excursiones hasta que en 1917 formó el “Circolo Ciclistico Italiano”, que poco después cambió de nombre al de “Circolo Sportivo Italiano”, para poder abarcar todos los deportes.

Antonio intervino también en el “Club Italiano”, que fue la más importante de las instituciones sociales de la colonia. Fundado en 1880, el Club representaba a la elite de la comunidad italiana, ya que sus altas mensualidades lo ponían fuera del alcance de la mayoría de los inmigrantes. De este modo, Antonio mantuvo el contacto con su herencia italiana, ya que el Club se suscribió a una serie de revistas, boletines y periódicos italianos, y realizaba actividades para el 20 de septiembre en conmemoración de la culminación definitiva del proceso de unidad italiana que se dio el 20 de septiembre de 1870, cuando las tropas del ejército italiano entraron a Roma. Por su trabajo en el Club conoció a María Teresa Borda, que había llegado de Turín con su familia. La pareja se casó en 1926.

Antonio también participaba en la “Sociedad Italiana de Beneficencia de Lima”, formando parte de su consejo administrativo en 1919. Ésta fue la primera institución creada por los residentes italianos en el Perú con el fin de socorrer a los socios en caso de enfermedad o invalidez y también brindaba ayuda económica a socios pobres. A inicios de siglo, la Beneficencia comenzó a cambiar paulatinamente y, de organización para la ayuda mutua de inmigrantes, pasó a ser una institución de servicios en beneficio de todo el país. Asimismo, participó en el “Club Italiano”. Antonio D’Onofrio había vivido casi toda su vida en el Perú y se naturalizó peruano en 1945.

En el siglo XX la compañía D'Onofrio nació como la principal empresa de chocolates y helados del Perú. Dicha empresa es un buen ejemplo del tipo de industrialización que conoció el Perú. También D’Onofrio ejemplifica la contribución de los inmigrantes italianos en el desarrollo de la industria alimenticia en el Perú.

Bibliografía

  • BONFIGLIO, Giovanni. Los italianos en la sociedad peruana. Lima: Asociación de Italianos del Perú y unión Latina, 1993.

  • WORRALL, Janet. La inmigración italiana en el Perú. 1860-1914. Lima: Instituto Italiano de Cultura, 1990.

Claudia Rosas

Autor

  • Claudia Rosas