Francisca Navarro (¿finales del siglo XVIII?–¿mediados del siglo XIX?): Dramaturga olvidada que desafió las normas desde la escena
El periodo histórico en el que vivió Francisca Navarro, aunque marcado por la incertidumbre de fechas y datos concretos sobre su existencia, corresponde a un momento de agitación y cambio en la historia de España. El tránsito entre los siglos XVIII y XIX fue una época convulsa en la que se alternaron regímenes ilustrados, guerras napoleónicas, absolutismo, liberalismo incipiente y, con ellos, transformaciones en todos los ámbitos sociales y culturales. En este contexto, el teatro no solo fue entretenimiento: se convirtió en un espacio privilegiado de debate ideológico y cultural, y las figuras que lo poblaron —autores, actores y actrices— asumieron un papel más complejo que el puramente artístico.
El ocaso del siglo XVIII trajo consigo los últimos ecos de la Ilustración, movimiento que en España había florecido con fuerza en círculos intelectuales afines a la monarquía reformista de Carlos III. En literatura, y en particular en teatro, la herencia del racionalismo y la crítica a las costumbres se expresó mediante el modelo neoclásico, representado por autores como Leandro Fernández de Moratín, quien abogó por un teatro reformado, didáctico, con personajes verosímiles y un respeto riguroso por las tres unidades de tiempo, lugar y acción.
Sin embargo, tras la Guerra de la Independencia (1808–1814) y la restauración absolutista de Fernando VII, se produjo un retroceso en los ideales ilustrados. Este viraje autoritario coexistió con una paulatina transformación del gusto teatral hacia fórmulas más sentimentales, emotivas y, en muchos casos, irracionales: el romanticismo comenzaba a hacerse sentir. En este panorama, la aparición de una autora como Francisca Navarro, que optó por mantener los postulados racionalistas y moratinianos, resulta particularmente relevante y provocadora.
De Francisca Navarro se desconoce el lugar exacto de nacimiento y muerte, así como los datos precisos sobre su vida personal. Los archivos oficiales no han conservado su rastro, y durante más de un siglo se pensó que todas sus obras estaban perdidas. Fue gracias a los estudios de Juan Antonio Hormigón, a finales del siglo XX, que se pudo reconstruir parcialmente su producción literaria. A través del hallazgo de ediciones impresas de varias de sus obras en bibliotecas de Barcelona, Madrid y Barcelona, surgió la hipótesis de que Francisca Navarro pudo haber sido originaria de Barcelona, o al menos haber vivido allí durante buena parte de su vida. Todas las ediciones de sus textos fueron realizadas en imprentas barcelonesas, lo que refuerza esta posibilidad.
El hecho de que algunos documentos indiquen que ella misma participó como actriz en el estreno de una de sus obras (interpretando el papel de la hija “tonta” en La tonta o El ridículo novio de las dos hermanas, en 1827), sugiere que Francisca Navarro formaba parte del mundo teatral no sólo como autora, sino también como intérprete, lo cual era relativamente frecuente en el teatro del siglo XIX. Las actrices-dramaturgas, aunque poco estudiadas, constituyeron un grupo singular dentro del panorama teatral, en el que las mujeres no solo representaban personajes escritos por hombres, sino que comenzaban a generar sus propios discursos dramáticos.
La condición de mujer dentro del mundo escénico no estaba exenta de controversias: si bien las actrices gozaban de cierta notoriedad pública, también eran víctimas de prejuicios sociales y limitaciones legales. El hecho de que Francisca Navarro lograra publicar sus obras y, en algunos casos, llevarlas a escena, da cuenta de una determinación personal notable y de una aguda conciencia de su papel como creadora en un mundo dominado por hombres.
Formación autodidacta y conciencia artística
No hay constancia de una formación académica formal en el caso de Francisca Navarro, pero sus textos revelan un profundo conocimiento de las convenciones teatrales, una destreza técnica destacable y, sobre todo, una clara conciencia de su autoría. En un momento en que muchas obras se transmitían oralmente o se firmaban con seudónimos masculinos, Navarro dejó testimonio de su celo por asegurar que sus textos fueran representados tal como ella los concibió. Esta preocupación por el control de la puesta en escena —que hoy podríamos considerar una forma temprana de dirección artística— demuestra una actitud moderna y profesional, poco frecuente en el contexto cultural de la época.
Una de las características más destacadas de su dramaturgia es su cercanía con el teatro ilustrado de finales del siglo XVIII. En sus comedias, los personajes femeninos no se dejan arrastrar ciegamente por las pasiones, sino que son capaces de razonar, dialogar y oponerse a los mandatos sociales. Sus tramas incluyen críticas abiertas a las costumbres patriarcales, en particular a los matrimonios concertados, el autoritarismo paterno y la hipocresía burguesa.
Esto sitúa a Navarro fuera del canon del teatro romántico, que precisamente glorificaba los sentimientos exacerbados, los destinos trágicos y el desorden estructural de las piezas. En cambio, Navarro sigue una línea mucho más racional y equilibrada: la que pasa por la coherencia dramática, el uso del humor como herramienta crítica y el protagonismo de mujeres que actúan no como mártires pasionales, sino como individuos racionales y libres.
Sus personajes femeninos se caracterizan por tener voz propia, iniciativa argumental y capacidad de enfrentamiento dialéctico, lo cual los hace singulares en una época donde el rol femenino en el teatro solía limitarse al de víctimas, esposas sumisas o musas inspiradoras. En este sentido, Francisca Navarro puede considerarse una pionera del discurso escénico feminista, aunque sus obras no se encuadraran en un movimiento organizado, sino en una actitud personal y estética coherente con los valores de la Ilustración.
La obra de Francisca Navarro también muestra una clara afinidad con las propuestas de Leandro Fernández de Moratín, especialmente en lo relativo a las tres unidades dramáticas (tiempo, lugar y acción) y a la crítica de los matrimonios impuestos. Muchas de sus comedias se desarrollan en el interior de una casa y transcurren en una sola jornada, lo cual no solo responde a exigencias estructurales del teatro neoclásico, sino que permite una mayor intensidad narrativa y concentración emocional.
En definitiva, en esta primera etapa de la vida y obra de Francisca Navarro —aunque rodeada de sombras y silencios— se vislumbra una figura decidida, lúcida y comprometida con la representación crítica de su tiempo. Desde una posición marginal dentro del sistema cultural, Navarro supo canalizar las tensiones de su época y las contradicciones de su género a través del arte escénico, convirtiéndose en una voz incómoda, moderna y profundamente reveladora.
Una voz propia en el teatro español del XIX
Temáticas principales y visión de género en su obra
La obra de Francisca Navarro se distingue por una temática constante y deliberadamente subversiva: la libertad de la mujer frente a las normas impuestas por el patriarcado. A través de sus comedias, la autora plantea una crítica radical a la estructura familiar, al matrimonio por conveniencia y a la figura del padre autoritario que decide sobre la vida de sus hijas. No lo hace desde el dramatismo trágico ni desde la exaltación romántica de la rebeldía, sino desde el humor, la inteligencia y una estrategia racional de desmontaje del sistema.
El derecho de la mujer a elegir libremente con quién casarse —o incluso a no casarse— es uno de los hilos conductores de sus obras. Navarro concibe a la mujer no como víctima pasiva, sino como sujeto moral y político, capaz de intervenir activamente en su destino. Este enfoque se manifiesta no solo en el contenido argumental, sino también en la configuración de personajes femeninos que destacan por su agudeza, audacia y capacidad dialógica.
La estructura dramática que adopta Navarro favorece este tipo de protagonismo. Sus comedias suelen desarrollarse en espacios domésticos, que actúan como escenarios de confrontación ideológica, donde las tensiones entre lo tradicional y lo moderno, entre el deber y el deseo, se escenifican sin necesidad de recurrir al melodrama. Las mujeres de Francisca Navarro no buscan provocar el escándalo: buscan ser escuchadas.
Análisis de sus comedias más representativas
La pieza más conocida de su repertorio es La tonta o El ridículo novio de las dos hermanas, estrenada en Barcelona en 1827, y cuya impresión se realizó al año siguiente. Esta obra representa un claro ejemplo de inversión de roles y cuestionamiento de la autoridad paterna. El conflicto gira en torno al deseo del padre de casar a sus hijas con pretendientes que considera adecuados, sin tener en cuenta sus voluntades. Paradójicamente, la hija “tonta” es la que muestra mayor lucidez moral, defendiendo que el matrimonio debe basarse únicamente en el amor y el consentimiento. Que este personaje fuera interpretado por la propia Francisca Navarro añade un nivel metateatral de reivindicación.
En Defensa de coquetas, publicada también en 1828, la autora lleva más allá su crítica a las convenciones sociales que regulaban las relaciones entre hombres y mujeres. Aquí, la figura femenina asume una postura irónica y desmitificadora frente al cortejo masculino, que es presentado como una forma de manipulación y humillación. La protagonista, Anita, se permite burlarse de sus pretendientes y defender su derecho a elegir cómo y cuándo relacionarse. Este enfoque convierte a Navarro en una precursora del análisis de género en el ámbito teatral, décadas antes de que existiera un lenguaje feminista articulado.
Otra obra destacada es El enamoradizo, donde se denuncia la doble moral sexual. El personaje masculino, don Narciso, engaña a su esposa sin escrúpulos, pero cuando ella decide abandonarlo por otro hombre, la reacción social es de escándalo. Navarro revierte aquí la lógica habitual del teatro de su tiempo: es la mujer la que se emancipa y rechaza el perdón, negándose a perpetuar una relación desigual. La obra fue impresa en 1828 y, aunque no hay constancia de su representación, su sola existencia es testimonio de una mentalidad avanzada.
En El marido de dos mujeres, también impresa en 1828, Francisca Navarro introduce una crítica más directa a la burguesía emergente, que concebía el matrimonio como un contrato económico. Aquí, la protagonista es obligada a casarse con un hombre a quien no ama, y la trama gira en torno al descubrimiento de la falsedad que subyace bajo la fachada de respetabilidad social. La obra respeta las tres unidades clásicas, transcurriendo en un solo día y en un solo espacio, lo que acentúa su intensidad y claridad expositiva.
Otros títulos como Querer y no querer o Doña Cecilia y sus vecinos y Una noche de tertulia o El coronel Don Raimundo refuerzan este patrón de crítica social desde la perspectiva de personajes femeninos fuertes. En Una noche de tertulia, en particular, Navarro dirige su sátira contra la hipocresía de las clases altas, representadas por barones y marqueses que se ven ridiculizados por la sencillez y claridad de juicio de una joven recién llegada, Pepita. Esta figura funciona como contrapunto ilustrado frente a la frivolidad aristocrática, y permite a la autora desplegar una visión mordaz del mundo que le rodea.
El ajuste de la bolera o Una intriga en el teatro es una de las obras más autorreferenciales de Navarro, en la que retrata las dinámicas internas de una compañía teatral. Con un enfoque satírico, presenta los celos, las rivalidades, el machismo y la precariedad del gremio actoral. La introducción de un personaje femenino como elemento disruptor en la compañía permite a Navarro denunciar la exclusión de las mujeres en el espacio profesional, incluso dentro de un ámbito relativamente liberal como el del teatro.
El hombre hace a la mujer es otra comedia que, pese a su título ambiguo, desmonta la lógica patriarcal al mostrar cómo los celos masculinos distorsionan la imagen de las mujeres. Navarro pone de relieve la necesidad de confiar en la virtud real, no en las apariencias construidas por el miedo o la inseguridad masculina. La inteligencia de esta obra radica en revelar las consecuencias destructivas de la misoginia, incluso cuando esta se presenta como preocupación amorosa.
En su drama Las dos épocas o La destrucción de su familia, se aprecia una rara incursión de Navarro en el territorio del prerromanticismo, con escenarios internacionales (Lyon y París) y una estructura menos ajustada a las normas neoclásicas. Aquí predomina el drama familiar, los celos desbordados y la pasión trágica. Aunque la obra rompe con algunas de sus convenciones anteriores, mantiene una visión crítica de las instituciones familiares y sociales, así como el protagonismo de mujeres que no aceptan la sumisión.
Finalmente, Mi retrato y el de mi compadre presenta una situación casi autobiográfica, en la que una autora teatral es despreciada por el hecho de ser mujer. Esta sátira evidencia las barreras de género en el mundo de la creación dramática, con un personaje masculino que representa la arrogancia y la ignorancia del canon dominante. Navarro no solo denuncia aquí una situación específica, sino que reivindica la autoridad intelectual y artística de las mujeres.
Técnica dramática y herencia ilustrada
Uno de los aspectos más consistentes en la obra de Francisca Navarro es su fidelidad a los principios estructurales del teatro ilustrado. A pesar de la popularidad creciente del romanticismo entre el público, Navarro decidió mantener la unidad clásica de acción, tiempo y lugar, lo cual no solo es una decisión estética, sino también ideológica: implica una voluntad de racionalizar el discurso, de invitar al espectador a reflexionar más que a dejarse arrastrar por las emociones.
Sus personajes no son víctimas del destino ni mártires románticos. Son seres que argumentan, que defienden sus ideas en diálogos sólidos y coherentes, que exponen sus conflictos de forma crítica. El uso de la comedia no implica frivolidad, sino una forma eficaz de introducir temas profundos en un lenguaje accesible y popular. Su humor es irónico, corrosivo y, sobre todo, transformador.
Navarro también demuestra un conocimiento técnico notable en el manejo del espacio escénico, el ritmo de los actos y la construcción de conflictos. Sus obras no adolecen de improvisación ni de descuido. Cada pieza está cuidadosamente compuesta, pensada para funcionar tanto en la lectura como en la representación, lo que refuerza la idea de que fue una profesional del teatro con plena conciencia de su oficio.
En suma, la obra de Francisca Navarro constituye un corpus singular dentro del teatro español decimonónico: por su temática feminista, por su opción formal clásica frente al romanticismo dominante, y por su compromiso con una mirada crítica de la sociedad. Su dramaturgia es la de una mujer que no solo escribió obras, sino que habló desde el escenario para cambiar la forma en que la sociedad se entendía a sí misma.
Invisibilización, redescubrimiento y legado cultural
Últimos años y desaparición de su obra del repertorio
Tras la publicación de sus obras entre los años 1827 y 1829, no se tienen más noticias sobre Francisca Navarro. Su desaparición del circuito teatral y editorial coincide con un proceso más amplio de invisibilización sistemática de las autoras dramáticas en el siglo XIX, fenómeno que afectó a numerosas mujeres que, a pesar de su talento y actividad pública, fueron progresivamente silenciadas por el canon literario dominante.
El hecho de que sus obras hayan sido impresas en Barcelona, en imprentas como la de Torras y la de Joaquín Verdaguer, indica que Navarro tuvo acceso a redes editoriales activas en esa ciudad. Pero también evidencia su probable aislamiento del gran circuito teatral madrileño, epicentro de las políticas culturales de la época. Barcelona, si bien era un foco importante de producción dramática, no ofrecía la misma proyección nacional, lo que pudo contribuir a que su figura quedara relegada a un plano secundario.
Además, no existen registros concluyentes de que muchas de sus obras hayan sido representadas. Algunas, como La tonta, sí subieron a escena, pero en la mayoría de los casos, sólo se ha conservado su versión impresa. Esta carencia de estrenos registrados limita la visibilidad de su trabajo, en una época en la que la relevancia de un dramaturgo estaba íntimamente ligada a su presencia escénica. El teatro, arte efímero por naturaleza, depende de su representación para consolidar la memoria de sus creadores.
La escasa conservación de sus textos, la falta de reediciones posteriores y la ausencia de su nombre en los repertorios oficiales consolidaron el olvido de Francisca Navarro durante más de un siglo. Ni siquiera los historiadores teatrales del siglo XIX la incorporaron al relato general del teatro español, concentrado casi exclusivamente en las figuras masculinas y en el auge del romanticismo.
Redescubrimiento moderno y estudios críticos
Fue necesario esperar hasta la segunda mitad del siglo XX para que los estudios sobre teatro español comenzaran a revisar críticamente el canon excluyente, y a rescatar figuras como la de Francisca Navarro. Un papel crucial en esta tarea lo desempeñó el investigador Juan Antonio Hormigón, quien dirigió el proyecto Autoras en la Historia del Teatro Español (1500–1994), editado por la Asociación de Directores de Escena de España (ADE).
En el marco de estas investigaciones, se localizaron ejemplares impresos de varias obras de Navarro en instituciones como la Biblioteca Nacional de España, la Fundación Juan March y el Institut del Teatre de Barcelona. Estos hallazgos permitieron reconstruir parcialmente su producción y confirmar su autoría, desmontando la suposición anterior de que todas sus obras estaban perdidas.
La edición crítica de Una noche de tertulia / Mi retrato y el de mi compadre por Eduardo Pérez-Rasilla en 1995, bajo el sello de la ADE, fue otro paso fundamental en la recuperación de la voz literaria de Navarro. Esta edición no solo permitió la lectura moderna de dos de sus piezas más lúcidas, sino que además ofreció una contextualización crítica que facilitó su estudio en el ámbito académico.
Otros trabajos como el Catálogo de dramaturgas españolas del siglo XIX de Tomás Rodríguez Sánchez, y los estudios de María Teresa Suero Roca sobre el teatro barcelonés entre 1800 y 1830, han contribuido a insertar a Francisca Navarro en una cartografía más amplia de escritoras dramáticas que actuaron en los márgenes del sistema, pero que produjeron obras de notable calidad y relevancia.
Este proceso de redescubrimiento ha sido parte de un esfuerzo más amplio por parte de la crítica feminista y los estudios de género, que buscan desenterrar la memoria oculta de las mujeres creadoras y revisar las estructuras culturales que históricamente han relegado sus contribuciones. En ese sentido, la figura de Francisca Navarro representa no solo una excepción individual, sino también un símbolo del patrimonio literario perdido de las mujeres en el siglo XIX.
Legado intelectual y relevancia actual
El legado de Francisca Navarro no reside únicamente en el número o en la extensión de sus obras, sino en la coherencia estética, política e ideológica que atraviesa toda su producción. En una época en la que el discurso dominante excluía activamente la agencia femenina, Navarro propuso desde el escenario una visión alternativa de la mujer, del amor, del poder y del teatro mismo.
Sus comedias no son únicamente piezas entretenidas, sino vehículos de crítica social. La sátira, la inversión de roles, el humor y el conflicto familiar se combinan para desarmar los mecanismos del autoritarismo patriarcal. En sus obras, la mujer no es objeto, sino sujeto de pensamiento y de acción. Esta representación escénica de la autonomía femenina tiene un valor que trasciende el marco de su tiempo y la convierte en una autora actual.
Además, Navarro defendió desde su práctica artística un modelo de teatro ilustrado, racional, con estructuras bien definidas y personajes creíbles. Al hacerlo, se opuso al modelo romántico imperante, centrado en la exaltación de las pasiones, el desorden argumental y el culto a lo irracional. Este posicionamiento estético puede entenderse también como una forma de resistencia política: frente a un mundo dominado por el despotismo y la superstición, Francisca Navarro eligió la inteligencia y la razón como herramientas de transformación.
Su ejemplo invita a reflexionar sobre las formas de exclusión en la historia de la cultura. Autoras como ella fueron activamente borradas de los relatos literarios oficiales, no por falta de calidad, sino por no encajar en los patrones de género y de ideología que dominaban el canon. Su rescate, por tanto, no es solo un acto de justicia historiográfica, sino también una oportunidad para repensar nuestra relación con el pasado.
En el ámbito teatral contemporáneo, la recuperación de Francisca Navarro abre nuevas posibilidades para el repertorio y la dramaturgia. Sus piezas, por su brevedad, claridad estructural y agudeza crítica, son perfectamente adaptables a la escena actual, y pueden dialogar con temas tan vigentes como la autonomía femenina, la hipocresía social o la crítica al machismo estructural.
Algunos montajes experimentales han comenzado a explorar este legado, y se espera que con el creciente interés por las dramaturgas históricas, obras como La tonta, Defensa de coquetas o Una noche de tertulia puedan ser recontextualizadas desde nuevas perspectivas, sin perder su fuerza original.
En suma, Francisca Navarro no es solo una figura rescatada de la oscuridad: es una pionera que desafió las normas de su tiempo con el poder de la palabra. Su obra representa una fisura en la uniformidad del canon, una voz lúcida que, aunque silenciada durante generaciones, resuena hoy con renovada intensidad. En un mundo que sigue luchando por la equidad de género y la diversidad de voces en la cultura, el teatro de Navarro se levanta como un testimonio valiente, ingenioso y profundamente humano.
MCN Biografías, 2025. "Francisca Navarro (¿finales del siglo XVIII?–¿mediados del siglo XIX?): Dramaturga olvidada que desafió las normas desde la escena". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/navarro-francisca [consulta: 3 de octubre de 2025].