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Ocio y entretenimientoBiografía

Muñoz Vázquez, Emilio (1962-VVVV).

Matador de toros español, nacido en Sevilla el 23 de mayo de 1962. Hijo del novillero Leonardo Muñoz ("El Nazareno"), vivió desde su temprana niñez rodeado por un denso ambiente taurino que despertó muy pronto su afición, hasta el punto de convertirle en un auténtico "niño prodigio" del Arte de Cúchares. Así, antes de haber cumplido los diez años de edad se lanzó de espontáneo al ruedo de la pequeña plaza de localidad onubense de Nerva, en donde su padre ejercía como empresario; y, al cabo de pocos meses, alentado por la ilusión de su progenitor -que veía en el entusiasmo de su joven retoño la posibilidad de alcanzar esos triunfos que no habían llegado en su truncada andadura taurina-, debutó como becerrista en una fiesta campera organizada en el coso de La Teja, ubicado en el término municipal de Sanlúcar la Mayor (Sevilla). Contaba, a la sazón, el precoz diestro sevillano apenas diez años, edad con la que se atrevió a dar lidia a un añojo marcado con el hierro de don Manuel Cañaveral.

Desde estos tempranísimos comienzos, el futuro matador de toros ya apuntó una innata concepción purista y barroca del toreo, sin duda determinada por su nacimiento y crianza en el sevillano barrio de Triana, cuna del genial coletudo Juan Belmonte García. No obstante, esta dotes naturales hubieron de someterse a un lógico período de aprendizaje que le llevó, en 1977, a tomar parte en sus primeros festejos picados, para acabar presentándose en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, en calidad de novillero, el día 15 de agosto del citado año, fecha en la compartió cartel con Antonio Alfonso Martín y el colombiano Jairo Antonio Castro. Su brillante actuación de aquella tarde, premiada con una oreja, le permitió volver a anunciarse en el ruedo hispalense el día 4 de septiembre, para salir ahora a hombros de sus paisanos después de haber cortado tres apéndices auriculares. La afición sevillana, entusiasmada con aquella joven promesa de la tierra, siguió con atención el resto de la temporada del quinceañero Emilio Muñoz, quien puso fin a su primera campaña novilleril después haberse vestido de luces en más de cuarenta ocasiones.

Tan halagüeños principios le convirtieron en una de las principales figuras del escalafón novilleril durante la temporada siguiente, en la que realizó cincuenta y dos paseíllos jalonados por triunfos y percances (entre estos últimos, el más grave fue una fractura del cúbito izquierdo que le obligó a suspender la campaña). Consagrado, así, como una de las grandes revelaciones del toreo de finales de los años setenta -bien es verdad que sin haber comparecido todavía ante el severo dictamen de la afición madrileña-, el día 11 de marzo de 1979 se vistió de luces en la ciudad de Valencia para recibir la alternativa que había de otorgarle su padrino, el malogrado diestro gaditano Francisco Rivera Pérez ("Paquirri"); el cual, bajo la atenta mirada del espada albaceteño Dámaso González Carrasco, que hacía las veces de testigo, le cedió los trastos con los que había de dar lidia y muerte a estoque a una res criada en la dehesas de Carlos Núñez. Al mes siguiente (concretamente, el día 22 de abril de 1979), compareció al fin ante sus paisano en calidad de matador de toros, para volver a obtener el beneplácito del público sevillano, rubricado aquella tarde con la concesión de una oreja. El arrojo juvenil exhibido por Emilio Muñoz durante esta su primera campaña como matador de reses bravas le acarreó numerosas volteretas; pero la escasa gravedad de todas ellas le permitió clausurar la temporada con sesenta corridas en su haber.

Menos fortuna tuvo en la campaña siguiente, en la que sólo cumplió treinta y dos ajustes, debido en parte a su estrepitoso fracaso en su obligada confirmación de alternativa en la primera plaza del mundo. Ocurrió, en efecto, que el día 19 de mayo de 1980, en pleno ciclo isidril, Emilio Muñoz cruzó el redondel de la plaza monumental de Las Ventas flanqueado por su padrino de confirmación, el diestro madrileño Ángel Teruel Peñalver, y por el coletudo alicantino José María Dols Abellán ("José Mari Manzanares"), presente en calidad de testigo. El joven matador trianero anduvo deslucido en la lidia y muerte del toro de su confirmación, marcado con la divisa de Torrestrella, y tampoco tuvo suerte frente al segundo enemigo de su lote, dando con ello inicio a su particular calvario en las arenas madrileñas, donde puede afirmarse que jamás ha podido dejar bien a quienes lo han proclamado como una de las grandes figuras del toreo del último cuarto del siglo XX. No obstante, Emilio Muñoz tuvo ocasión de sacarse la espina de este fracaso venteño en las arenas pamplonicas de la Santa Casa de Misericordia, donde el día 9 de julio de aquel año de 1980 cosechó un rotundo éxito que le valió el generoso galardón de cuatro orejas. A partir de entonces, el irregular espada sevillano ha sido uno de los puntales más sólidos en numerosos carteles de la mundialmente famosa Feria de San Fermín.

Ya convertido en uno de los nombres fijos en los abonos de los principales ciclos del planeta de los toros, durante el primer lustro de los años ochenta Emilio Muñoz protagonizó muchas tardes de gloria en las arenas españolas, francesas e hispanoamericanas, al hilo de una brillante trayectoria que se vio deslucida por sus malas actuaciones en Madrid, e interrumpida demasiadas veces por graves percances. Después de haber cortado una oreja en Sevilla en 1981, en 1982 se enfundó el terno de alamares en cincuenta y siete ocasiones, para pasar a firmar sesenta y dos contratos en la siguiente campaña, una de las más agitadas de su carrera taurina, tanto por sus felices momentos de gloria como por el tributo doloroso que hubo de pagar en varias ocasiones. En efecto, el día 20 de abril de 1983, en el transcurso de la sevillana Feria de Abril, fue corneado en un muslo por un astado de Bohórquez, circunstancia cuya gravedad no le impidió continuar una brillante faena que, a la postre, fue premiada por la afición hispalense con la entrega de las dos orejas de su sañudo oponente. Pero, inmerso ya en esa sucesión de altibajos que habrían de convertirse en una de las señas de identidad de su toreo, al mes siguiente volvió a protagonizar un estrepitoso fracaso sobre el ruedo de la primera plaza del mundo, donde quedó bien patente, por un lado, el encono de la afición madrileña contra un espada que se atrevía a proclamarse figura del toreo sin haber triunfado todavía en Las Ventas, y, por otro lado, el complejo que comenzaba a arrastrar Emilio Muñoz a la hora de afrontar con solvencia y elegancia sus ineludibles compromisos taurinos en la capital del país. Aquel 30 mayo de 1983, ambas evidencias parecieron autorizar el enojo de una parte de la crítica especializada que, con Alfonso Navalón a la cabeza, se había empecinado en poner de manifiesto los defectos y las carencias del toreo de Emilio Muñoz. Al día siguiente, el citado crítico publicó en un rotativo de tirada nacional que el espada trianero había dejado "en ridículo a todos esos visionarios que le han proclamado rey del temple", no sin antes informar a sus lectores que Muñoz "estuvo engarrotado, chapucero, dejándose enganchar la muleta, abusando del pico, sacando el culo en cada pase hasta extremos ridículos".

A pesar de estos rigurosísimos enjuiciamientos de su arte, el coletudo hispalense no dejó de ocupar un puesto de honor en los carteles de las plazas de provincias, en una de las cuales volvió a resultar gravemente herido el día 15 de agosto de aquel mismo año. Tuvo lugar esta nueva desgracia de Emilio Muñoz en el coliseo de Málaga, donde un burel criado en las dehesas de don Luis Algarra -ganadero que, andando el tiempo, se convertiría en suegro del matador sevillano- le asestó dos graves cornadas, una de ellas singularmente dramática, pues impactó de lleno en el mentón del desafortunado lidiador.

La sucesión de penosos incidentes como éste, sumada a la propia irregularidad de la trayectoria de Emilio Muñoz, fue poco a poco dando la razón a sus detractores y haciendo callar a sus acérrimos partidarios. El 24 de julio de 1984, en el coso galo de Mont de Marsan, Emilio Muñoz volvió a caer herido sobre la arena, esta vez dolorosamente alcanzado en el escroto; y, antes de que hubieran transcurrido dos meses, el castigado diestro sevillano resultó nuevamente cogido en suelo francés, donde un toro le desgarró el muslo derecho el día 3 de septiembre, sobre las arenas del coliseo romano de Nimes. A pesar de esta importuna concatenación de desgracias, Emilio Muñoz puso fin aquella temporada de 1984 después de haberse anunciado en cincuenta y ocho carteles.

Uno de los escasos éxitos venteños del coletudo trianero tuvo lugar al año siguiente, cuando, anunciado el día 23 de mayo de 1985 junto a Francisco Manuel Ojeda González ("Paco Ojeda") y Rafael Soto Moreno ("Rafael de Paula"), recorrió el anillo de la primera plaza del mundo en una ovacionada vuelta al ruedo, después de haber despachado a un astado que le había herido. Alentado por este primer aplauso de la severa afición madrileña, Emilio Muñoz intentó triunfar definitivamente en la capital del país, donde estaba previsto que hiciera el paseíllo al día siguiente, como testigo de la confirmación de alternativa del madrileño Luis Miguel Rosado Campano, apadrinado por el paisano de éste Antonio Chenel Albadalejo ("Antoñete"). Pero, una vez más, el infortunio impidió que Muñoz se luciera en el coso venteño, ya que, en los compases iniciales de la lidia de su primer enemigo, el sevillano perdió pie ante la cara del toro y fue gravemente corneado, de resultas de lo cual el diestro confirmante hubo de vérselas en solitario con las cuatro reses restantes (pues el maestro "Antoñete" había pasado también a la enfermería de la plaza).

Así las cosas, cada vez más alejado de los imprescindibles triunfos en Madrid, Emilio Muñoz Vázquez vio cómo aminoraba el número de ofertas recibidas durante aquella campaña de 1985, en la que se enfundó la taleguilla en cuarenta ocasiones. El declive se hizo aún más patente al año siguiente, cuando, después de haber tomado parte en tan sólo catorce festejos, el día 5 de diciembre, en las arenas de la plaza de Melilla, anunció su retirada del toreo activo. La precocidad que había guiado sus primeros pasos en el Arte de Cúchares puede justificar, en parte, la rareza de una retirada tan prematura, verificada cuando el protagonista sólo contaba veinticuatro años de edad; sin embargo, otros motivos personales de notoria gravedad (piadosamente calificados por el estudioso de la Tauromaquia Carlos Abella como "demonios interiores") se ocultaban detrás de esta radical interrupción de la carrera taurina de Emilio Muñoz, quien desde sus tempranos comienzos había dado muestras de una inestabilidad emocional harto onerosa para quien aspira a alcanzar la serenidad imprescindible en una gran figura del toreo.

Una vez derrotados esos "demonios interiores" que se habían interpuesto en su camino al triunfo, Emilio Muñoz volvió a vestirse de luces en la temporada de 1990, en la reeditó al mismo tiempo sus acostumbrados triunfos en provincias (como el que obtuvo en Algeciras el día 30 de junio, cuando indultó a un morlaco perteneciente a la vacada de Cebada Gago, que atendía a la voz de Comedia) y sus inevitables fracasos en Madrid (donde pasó sin pena ni gloria por la corrida de Beneficencia de aquel mismo año). Con su nombre otra vez inscrito en los carteles de las principales ferias del mundo, el espada trianero cumplió cincuenta y tres ajustes durante aquella temporada de su reaparición, para llegar a vestirse de luces en sesenta y dos ocasiones en el transcurso de la campaña siguiente. Sometido a las mismas directrices que habían gobernado su anterior etapa, el día 12 de abril de aquel año de 1991 volvió a caer herido de gravedad en las arenas sevillanas de la Real Maestranza, y, aunque a mediados de mayo ya estaba repuesto (toreó, de hecho, el día 11 en Écija), eludió el compromiso de comparecer en Madrid durante el ciclo isidril de aquel año. Estas coordenadas, reiteradas hasta la saciedad desde los primeros compases de su trayectoria, han seguido jalonando la inestable andadura del peculiar torero sevillano hasta el momento de redactar este artículo (año 2001).

El citado estudioso de la historia del toreo Carlos Abella ha definido a la perfección el estilo, la personalidad y las limitaciones de una figura tan singular, dentro del panorama taurino contemporáneo, como Emilio Muñoz: "Torero racial, con pundonor y hombría demostradas, su toreo es una natural consecuencia de ese carácter crispado. Y así, su innata y profunda concepción se trueca con facilidad en un recargado y barroco belmontismo que le lleva a retorcer la figura, a torear encorvado y a abusar de un toreo excesivamente forzado. Muñoz ha querido interpretar el toreo más puro de su generación, y otro hubiera sido el resultado de haberse fijado en la pureza natural, llena de torería, de Antoñete, en la que se combina la mejor estética belmontina con la línea clásica [...]".

Bibliografía.

  • - ABELLA, Carlos y TAPIA, Daniel. Historia del toreo (Madrid: Alianza, 1992). 3 vols. (t. 3: "De Niño de la Capea a Espartaco", págs. 136-140).

- COSSÍO, José María de. Los Toros (Madrid: Espasa Calpe, 1995). 2 vols. (t. II, pág. 615).

Autor

  • 0103 JR