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LiteraturaLingüísticaBiografía

Mukarovsky, Jan (1891-1975).

Crítico y teorizador de la literatura nacido en Písek, Bohemia, en 1891, que fue uno de los principales integrantes del Círculo lingüístico de Praga. Enseñó estética en Bratislava y después en Praga. Recibió la influencia de las vanguardias de entreguerras, de cuya literatura se ocupó en obras como Capítulos de poesía checa. Sin embargo, su formación filológica la volcó en el proyecto de sacar adelante el complejo desarrollo del estructuralismo checo, integrando el análisis del lenguaje literario en el más general de la lingüística.

Siguió las tesis de B. Havránek (La diferenciación funcional de la lengua estándar, 1932), a las que sumó las consideraciones de J. Tinianov de que resulta imposible estudiar el texto por sí mismo; de ahí, su acercamiento semiológico al fenómeno literario con el que se pretende analizar el comportamiento del hecho artístico como signo, como estructura y como valor.

La concepción semiológica del arte.

El punto de partida de su investigación se encuentra en la lengua estándar y en los desvíos con que la poética altera su norma, puesto que el objetivo de ésta no consiste en servir a la comunicación, sino en destacar el plano de la expresión.

Sostiene estas formulaciones en el trabajo de "El arte como hecho semiológico" de 1934 [recogido en Escritos de Estética y Semiótica del Arte, pp. 35-43]; con planteamientos procedentes de F. Saussure, define el signo como un compuesto de símbolo externo (o significante) y de contenido (o significado), indicando que la obra de arte sólo adquiere significación por medio del acto de la recepción de la misma.

La transformación sígnica.

De esta manera, considera que ese «significado» (al que denomina "objeto estético") posee mayor valor que el «significante» (es decir, el "artefacto"), puesto que es el que permite existir a éste en la conciencia del receptor. Cualquier modificación del contexto social y cultural en el que vive esa obra de arte provocará que el artefacto deje de ser visto con las mismas perspectivas y que, en consecuencia, produzca nuevos objetos estéticos, o lo que es lo mismo: nuevos significados. Este proceso de transformación "sígnica" es mayor si ese artefacto ha sido configurado con la suficiente complejidad y variedad como para facilitar esta múltiple pluralidad interpretativa.

La «función comunicativa».

Este proceso constituye la base de la «función comunicativa», característica de las «artes de tema»; en este caso, la significación es transmitida por el objeto estético en sí, "pero ella posee, entre los componentes de este objeto, un soporte privilegiado que funciona como eje de cristalización de la potencia comunicativa difundida por los otros componentes: es el sujeto de la obras".

Mukarovsky señala que las visiones individuales y particulares del hecho artístico no sirven para conformar un objeto estético; éste tiene que surgir de la suma de esas aspectualizaciones, de una visión abstracta que, a la postre, define al mismo grupo que la crea, y no a la realidad de la que, supuestamente, es deudora esa obra de arte. El principal mérito de este investigador consiste en incidir en la valoración metafórica del signo artístico.

El dominio funcional del arte.

Concebir la obra como estructura es uno de los legados capitales del estructuralismo checo a las restantes teorías de la literatura; es la mejor manera de poner de manifiesto las relaciones de los componentes con el todo y viceversa. Mukarovsky saca provecho del concepto de función comunicativa, puesto que la obra está compuesta con palabras que expresan sentimientos y describen situaciones, al margen de la función autónoma que ese texto, por sí mismo, posee.

La función estética.

Son aspectos que entran en la base de la definición de la «función estética» que formula en 1935, en "Función, norma y valor estético como hechos sociales", en donde incide en la relación dinámica que el arte mantiene con la sociedad a la que se dirige. La función estética es una fuerza que, en constante movimiento, transforma los grados de percepción de una misma obra; no es una categoría estática que sirva para analizar el texto en sí mismo, por la valoración inherente con que haya podido ser creado. El potencial estético, en suma, se encuentra fuera del objeto artístico.

Mukarovsky se da cuenta de que una obra puede ser creada con unas condiciones objetivas de recepción, con las que hay que contar indudablemente, pero que están condenadas a desaparecer, a «subjetivarse» en un proceso de cambios sociales. Por ello, la valoración estética se encuentra sujeta al desarrollo que sufre la sociedad, y el correcto desciframiento de la obra depende de esas variaciones en las condiciones de recepción: "Los valores extraestéticos en el arte no son, pues, sólo asunto de la obra artística misma, sino también del receptor. Naturalmente, éste aborda la obra con su propio sistema de valores, con su propia postura frente a la realidad. Ocurre con mucha frecuencia, e incluso casi siempre, que una parte, a veces considerable, de los valores percibidos por el receptor en la obra artística está en contradicción con el sistema válido para aquel mismo".

La configuración del objeto estético.

La función estética, en suma, explica cómo el objeto estético se desarrolla en el interior de un sistema de normas (históricas y, en consecuencia, culturales) que da origen a los valores artísticos, que van superponiéndose, como signos diversos, a la obra de arte, en su progresión diacrónica. La función estética representa la única manera de comprender la fuerza o energía que la obra, como signo que es, va adquiriendo al atravesar distintos contextos interpretativos.

El concepto de «norma».

Estos planteamientos determinan una nueva concepción de la «norma». Hay dos clases de normas: las establecidas por la tradición (y que sirven para evaluar algunos de los comportamientos del signo artístico) y las que surgen, como desviaciones, del interior mismo de la creación artística, o lo que es igual, de la constitución de esta función estética. No es extraño que el artista rompa o altere las «normas» de la tradición, impulsado por sus peculiares nociones artísticas, surgidas de su misma creación y de su personal recepción estética. En cierta forma, estas cuestiones pueden considerarse la base de los trabajos posteriores de Hans Robert Jauss y de la Escuela de Constanza.

La fijación del objeto estético.

Cada generación o grupo de receptores determina el objeto estético, sin que, en esa constitución, haya una clara base de objetividad; por ello, el valor estético sólo puede adquirir un carácter potencial. En esta progresión de conceptos, hay una idea crucial a este respecto: "Podemos juzgar, pues, que el valor independiente de un artefacto artístico será tanto más grande, cuanto más numeroso sea el conjunto de valores extra-estéticos que el artefacto logra atraer y cuanto más potente sea el dinamismo con el que sepa regir la relación mutua entre aquéllos, todo eso sin tener en cuenta los cambios de calidad de acuerdo con cada época".

Téngase presente que esta postura -luego criticada por R. Wellek en sus Discriminations: Further Concepts of Criticism- se convierte en el camino que condujo, en 1938, en el marco del IV Congreso Internacional de Lingüistas (Copenhague), a la plasmación de La denominación poética y la función estética de la lengua, con ideas que convergen, ya en 1942, en El lugar de la función estética entre las demás funciones. El primero de los conceptos se refiere a la dimensión de "poeticidad" que aparece en un texto, caracterizado por poseer una función estética dominante; esa denominación poética no destaca ni por su novedad ni por el carácter figurativo, ya que se sujeta a la previsibilidad de la norma estética que rige en ese texto.

En una obra literaria, las frases y las palabras viven rodeadas por los sentidos de las otras palabras, que tejen, a su alrededor, una red semántica que la significa sólo en ese texto concreto. Mukarovsky llama, pues, la atención sobre el valor contextual que conforma la interioridad de una obra literaria.

La función estética.

Mukarovsky complementa el cuadro de las funciones del modelo relacional determinado por K. Bühler (representativa, apelativa y expresiva), con una cuarta que es a la que denomina función estética y que es la que explica los usos no-prácticos de la lengua, usos surgidos de la autonomía que adquieren los objetos estéticos, en su funcionamiento sígnico.

De esta manera, prefigura las relaciones con que Roman Jakobsoncaracterizó la función poética y llama la atención sobre los valores poéticos que pueden llegar a alcanzar las otras funciones «prácticas» del lenguaje; a la inversa, indica que la función estética puede hallarse también representada en comunicaciones de carácter pragmático, sin intencionalidad literaria. Así concluye su estudio: "La función estética, como una de las cuatro funciones esenciales de la lengua, está potencialmente presente en toda manifestación lingüística [...] El debilitamiento de la relación de la denominación poética con la realidad mostrada inmediatamente por todo signo particular se equilibra por la facultad que la obra poética debe a ese mismo debilitamiento, y que ha de entrar, como denominación global, en relación con el universo entero, tal como se refleja en la experiencia vital del sujeto receptor o emisor".

El concepto de estructura.

Aunque se trata de una noción que ya había esbozado, Mukarovsky vuelve a plantear el valor de este concepto en 1940, en su artículo "El estructuralismo en la estética y en la ciencia literaria" [en Arte y Semiología, pp. 31-73]. Emplea, para ello, conceptos anteriores, como los de objeto estético o el mismo de función estética, para afirmar que, en una estructura, todas las partes significan, primero, por sí mismas y, después, en función del conjunto al que pertenecen, sin que puedan extrapolarse a otros contextos o cuadros de relaciones.

Por ello, puede ahora hablar del «carácter energético y dinámico» de la estructura, motivado por las múltiples conexiones que los componentes de un todo mantienen entre sí y que provocan que esa estructura, en cuanto conjunto, se encuentre en constante movimiento (que es el que antes le permitía hablar de cambios en los «objetos estéticos»).

El valor de la historia de la literatura.

Mukarovsky aprovecha, ahora, los trabajos de Tinianov y de Jakobson para explicar que la historia de la literatura no ha de posibilitar sólo el estudio inmanente de los textos por sí mismos, sino que ha de favorecer el análisis de las series literarias: de ellas, surgen los marcos que expliquen las líneas de evolución constituidas por la oposición o complementación de las obras con los contextos a los que se dirigen y en los que adquieren sentidos precisos.

Todo cambio que se produzca en una estructura literaria viene determinado por transformaciones externas que, al ser asimiladas por el objeto estético, pasan a formar parte de esa misma estructura: "La dinámica del todo estructural se desvela en el hecho de que estas funciones singulares y sus mutuas relaciones están sometidas a transformaciones permanentes a causa de su carácter energético. Por consiguiente, la estructura como un todo se halla en un movimiento incesante, en oposición a una totalidad sumativa, que se destruye por una transformación".

Estructura y diacronía.

Mukarovsky no cree, en consecuencia, que la estructura presuponga un sistema autónomo; prefiere configurarla como un proceso de relaciones diacrónicas, asentadas en las transformaciones históricas y sociales que manifiestan, fundamentalmente, los grupos receptores de esas obras, provocando en ellas los cambios consiguientes.

Para los factores que intervienen en la construcción de la obra, se cuenta no sólo con los gustos individuales de los lectores (siempre ligados a una subjetividad muy difícil de analizar) sino con los valores generados por una colectividad y que son perceptibles en las respuestas a esos textos que reciben. Los planteamientos subjetivos que descubre la lectura de un texto han de ligarse, en todo caso, al significante (recuérdese: el «artefacto») que representa ese texto.

En síntesis, la contribución más singular de Mukarovsky a los estudios de teoría literaria estriba en la coherencia de su pensamiento, puesto que estas mismas nociones sobre el concepto de estructura provienen de sus iniciales tesis (1932) sobre el funcionamiento poético del lenguaje, descrito como «actualización» de las series lingüísticas. Por eso, puede Mukarovsky señalar que una estructura consta de elementos actualizados y elementos no actualizados, formando, así, los marcos que permiten explicar el comportamiento funcional de las obras literarias.

Bibliografía

  • MUKAROVSKY, J., "La denominación poética y la función estética de la lengua", en Escritos de Estética y Semiótica del Arte [1975], ed. de Jordi Llovet, Barcelona, 1977, pp. 35-43;

  • --------"El estructuralismo en la estética y en la ciencia literaria", en Arte y Semiología, ed. de S. Martín Fiz, Madrid, 1971, pp. 31-73

  • --------"Función, norma y valor estético como hechos sociales", en Escritos de Estética y Semiótica del Arte, pp. 44-121.

Autor

  • Fernando Gómez Redondo