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HistoriaPolíticaBiografía

Muhammad V el Viejo, sultán de Granada (1338-1391).

De verdadero nombre Abu Abd Allah Muhammad Ibn Yusuf, octavo sultán nazarí de Granada (1354-1359; 1362-1391), hijo del anterior sultán Yusuf I, nacido y muerto en Granada, en los años 1338 y 1391, respectivamente.

Aunque tuvo uno de los reinados más convulsos de toda la historia del reino nazarí, destronado y exiliado por intrigas familiares, su reino, junto con el de su padre, supuso el apogeo de la dinastía nazarí en todos los sentidos, testimonio de cuyo esplendor son los cuartos del Palacio de la Alhambra por él construidos: el Patio de los Leones y todas sus salas adyacentes. De acuerdo con la costumbre de los anteriores sultanes, protegió a los hombres de ciencia y artistas que llegaban en tropel a su corte, caso del visir, historiador y literato Ibn al-Jatib. Como político, efectuó por tierras cristianas un buen número de algaras con las que pudo recuperar territorios para su reino, sin duda alguna, las campañas más metódicas, constantes y peligrosas de todas cuantas llevaron a la práctica el resto de los sultanes granadinos. Consumado diplomático, mantuvo estrechas relaciones con todos los soberanos de su época que pudieran tener cierta importancia para su reino: Tlemecén, Túnez, los mamelucos de Egipto, los benimerines, Aragón y, por supuesto, con Castilla-León, con cuya corona prácticamente nunca rompió sus relaciones y pactos de ayuda mutua, incluso cuando se produjo el sangriento cambio dinástico en los Campos de Montiel (véase Batalla de Montiel) en el año 1369, por el que Pedro I el Cruel fue asesinado por su hermanastro y nuevo monarca Enrique de Trastámara.

Muhammad V subió al trono nazarí cuando apenas contaba con dieciséis años de edad, cuando el poder lo ostentaba el visir de su padre, Ridwan. Los cinco años que duró su primera etapa de reinado fueron de gran tranquilidad y prosperidad, gracias al buen hacer de sus tres mejores hombres en las tareas de gobierno: Abu al-Nuayn Ridwan, como visir o primer ministro y jefe del ejército nazarí; el historiador e intelectual Ibn al-Jatib, jefe de la Cancillería granadina con atribuciones de visir; y, Yahya Ibn Omar Ibn Rahhu, en calidad de jefe de las fuerzas mercenarias magrebíes, de hecho el ejército regular del reino. Según la línea ya impuesta por su padre en política exterior, Muhammad V se esforzó con éxito por mantener la paz con el monarca castellano-leonés Pedro I el Cruel, al igual que hiciera con el aragonés Pedro IV el Ceremonioso y con el emir benimerí Abu Salim Ibrahim, Pero, en el año 1358, al romperse la paz entre Castilla-León y Aragón, Muhammad V se decantó por prestar su apoyo militar al primero, toda vez que el monarca aragonés había demostrado muy pocos escrúpulos a la hora de cambiar de bando o romper cualquier tratado.

La continuidad de Muhammad V en el trono nazarí se truncó en agosto del año 1359, cuando una de las esposas del difunto sultán Yusuf I, la cristiana Maryam, compró a un precio muy alto la fidelidad de poderosos hombres de palacio para derrocar a Muhammad V y poner en el trono al inepto de su hijo, Ismail II (1359-1360). Muhammad V, totalmente desprevenido, tuvo que huir precipitadamente de Granada y refugiarse para salvar su vida en un primer momento en Guadix, donde recibió el juramento de fidelidad de sus habitantes. Pedro I, inmerso en problemas muy graves en su reino, enfrascado en una tremenda guerra contra el monarca aragonés, apenas pudo prestar ayuda a su antiguo vasallo, al verse obligado por las circunstancias a reconocer como sultán a Ismail II, aunque el verdadero dueño del poder en el reino nazarí no era otro que un miembro de la familia real, su primo Abu Said, quien acabó asesinando al imberbe monarca para autoproclamarse rey nazarí con el nombre de Muhammad VI (1360-1362), conocido con el sobrenombre de el Rey Bermejo. Su corto reinado, si aceptamos el relato un tanto subjetivo de Ibn al-Jatib, se desarrolló bajo una cruel tiranía.

En noviembre del año 1359, Muhammad V se instaló en Fez (Marruecos), capital del imperio benimerí, donde fue acogido con todos los honores por el emir y aliado suyo, Abu Salim Ibrahim, y llegó a intervenir directamente en asuntos políticos internos de aquel reino. Tras la llegada a Fez de Ibn al-Jatib y demás funcionarios y miembros de la corte nazarí que habían logrado escapar de la tiranía impuesta por el sultán usurpador, Muhammad V decidió regresar a la Península con objeto de recuperar su trono, instalándose en Ronda, en el año 1361, ciudad que eligió como centro de operaciones a la espera de que Pedro I solucionara sus problemas con el monarca aragonés, al que previamente había derrotado en la batalla de Nájera de 1360. La ocasión no tardó en llegar, y así, en el año 1361, ambos monarcas emprendieron una campaña conjunta contra Muhammad VI, donde consiguieron hacerse con las plazas de Iznájar, Málaga, Loja, Antequera, Vélez, Comares y Alhama. En plena campaña, Muhammad V desistió de proseguir los ataques por las tremendas depredaciones que las fuerzas castellanas llevaban a cabo por tierras granadinas. Pero, aunque Muhammad VI obtuvo algunas victorias insignificantes, su tiránico gobierno y las crueldades arbitrarias con que gobernaba indujeron a un buen número de plazas del reino, con Málaga a la cabeza, a rebelarse contra su autoridad y reconocer a Muhammad V como sultán legítimo. Muerto de miedo por salvar su vida, Muhammad VI huyó con intención de acogerse a la protección del monarca castellano-leonés. Pedro I mantuvo en firme su alianza con Muhammad V y lo mandó ejecutar, alanceado brutalmente donde se encontraron, en los campos de Tablada (Burgos), en cuyo acto participó el mismo monarca. Pedro I envió la cabeza del usurpador a Muhammad V en señal de paz y amistad entre ambos reinos.

Tras ser nombrado nuevamente sultán en Granada el 16 de marzo del año 1362, Muhammad V comenzó un segundo período de gobierno hasta su muerte en 1391, durante el cual el reino nazarí vivió una etapa de progreso y estabilidad como nunca antes había gozado. El repuesto sultán inició su nueva etapa rigiendo la monarquía con mano firme. Lo primero que hizo fue renovar el tratado de colaboración y vasallaje con Castilla-León y los benimerines de Fez. Asimismo, suprimió el cargo de visir y se ocupó personalmente de sus funciones, y lo mismo hizo con el cargo que ostentaba Yahya Ibn Omar Rahhu, el de jefe de las milicias mercenarias magrebíes, a las que a partir de ese momento dirigió en persona en todas las campañas.

Con el pretexto de la guerra civil que se desató en Castilla-León entre el rey Pedro I y Enrique de Trastámara (futuro rey Enrique II), en la que se vieron involucrados no sólo los demás reinos peninsulares, sino también Francia e Inglaterra, Muhammad V emprendió una serie de algaras por tierras cristianas, alegando su condición de aliado y vasallo de Pedro I, con las que consiguió recobrar bastantes plazas perdidas en años anteriores por sus antecesores o por él mismo, como Priego e Hiznájar. Pero, cuando Pedro I se vio obligado a huir de su reino al proclamarse, en el año 1366, rey de Castilla-León Enrique de Trastámara, Muhammad V temió que una coalición del pretendiente con Pedro IV de Aragón atacase su reino, por lo que se apresuró a pedir ayuda a los emires de Tlemecén y Fez. No obstante, los éxitos del Trastámara le convencieron para firmar, en el año 1367, una tregua con él y declararse vasallo suyo, cosa que repitió con Pedro IV de Aragón, siempre buscando el necesario equilibrio que le permitiera mantener la independencia y seguridad de su reino. Ese mismo año, Muhammad V siguió aprovechándose de manera magistral de los enfrentamientos ente los cristianos para recuperar Utrera, Úbeda y Jaén, con saqueos en toda la comarca. En el año 1368, sus ejércitos atacaron Córdoba, ciudad que estuvo a punto de caer en sus manos.

Muerto Pedro I el Cruel, Muhammad V continuó la guerra de conquista abiertamente, para apoderarse de los castillos de Rute y Cambil y, tras un prolongado asedio, de la importantísima plaza de Algeciras. Pero, una vez que el nuevo monarca castellano-leonés, Enrique II, se hubo asentado en su reino, las correrías de Muhammad V llegaron a su fin, y tuvo que pactar con éste un nuevo tratado de paz que regulase las relaciones futuras entre ambos estados, llenas de tensiones y recelos, pero que jamás se volverían a romper en vida de Muhammad V, con lo que se aseguraba la tranquilidad necesaria para su reino durante los veinte años siguientes.

Por lo que se refiere a sus relaciones con los benimerines, Muhammad V trabajó con ahínco por mantener a sus emires lo más alejados posible de los asuntos del reino y por renovar periódicamente las treguas entre ambos estados; con ese propósito llevó personalmente las riendas de las tropas mercenarias magrebíes o bien delegó dicha función en familiares leales y competentes para dicho cargo. En este orden de cosas, Muhammad V se enemistó con su competente ayudante Ibn al-Jatib, partidario de que el reino nazarí estrechara más sus lazos de amistad y colaboración con los estados musulmanes del Magreb en vez de hacerlo con los castellano-leoneses. Ibn al-Jatib no tuvo más remedio que exiliarse en la corte del emir benimerí, donde finalmente fue asesinado por instigación de Muhammad V al considerarle un hombre en exceso peligroso para los intereses del reino nazarí, ya que podía inclinar al emir magrebí a romper la paz con Granada.

Bibliografía

  • ARIÉ, Rachel: El reino nasrí de Granada. (Madrid: Ed. Mapfre. 1992).

  • LADERO QUESADA, Miguel Ángel: Granada: historia de un país islámico (1232-1571). (Madrid: Ed. Gredos. 1976).

  • SECO DE LUCENA, L. El libro de la Alhambra. Historia de los sultanes de Granada. (Madrid: Ed. Everest. 1975).

CHG

Autor

  • Carlos Herraiz García