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HistoriaPolíticaBiografía

Muhammad II (980-1010).

Cuarto califa de al-Andalus (1009; 1010), bisnieto del primer califa omeya de al-Andalus, Abd al-Rahman III (912-961), nacido en el año 980 en Córdoba y muerto el 23 de julio de 1010, asesinado por el eslavo Wadih. Su breve reinado estuvo marcado por terribles enfrentamientos entre árabes, beréberes y eslavos. Fue él quien, al mando de una gran ejército, en 1009 puso fin a la dictadura impuesta por Abd al-Rahman Sanchuelo, último representante de la dinastía amirí.

Cuando en 1006 perdió a su padre, Hisham ben Abd al-Chabbar, asesinado por las fuerzas de Abd al-Malik al-Muzaffar, máximo líder de una revuelta cuyo propósito era poner fin a la dictadura de los amiríes y deponer al títere Hisham II, Muhammad se convirtió en el pretendiente oficioso para el trono califal que proponían los omeyas descontentos. Dos años más tarde, en 1008, Abd al-Malik murió envenenado, parece ser que por orden de su ambicioso hermanastro Abd al-Rahman Sanchuelo, que le sustituyó en el poder absoluto de al-Andalus.

El libertinaje, el desorden y la dejadez en los asuntos de Estado en el que cayó el califato bajo la autoridad de Sanchuelo fue de tal calibre que alarmó e irritó sobremanera a los cordobeses. Al saberse que Sanchuelo abrigaba intenciones de ser nombrado sucesor al trono por el propio Hisham II, los diferentes pretendientes omeyas cerraron filas entre sí y se aprestaron a reclamar sus derechos al trono, apoyados por la resentida madre de Abd al-Malik, al-Dhalfa, que acusaba directamente a Sanchuelo de la muerte de su hijo. A pesar de su poca capacidad para gobernar, y de que no tenía habilidad suficiente para manejar la situación política y social de al-Andalus (su única cualidad consistía en ser un omeya), Muhammad ibn Hisham Ibd Abd al-Chabbar fue elegido para el trono califal.

Las circunstancias se mostraron favorables a los intereses de los sublevados y descontentos, ya que cuando Muhammad se disponía a emprender una marcha contra Córdoba para derrocar al amirí, éste se hallaba haciendo la guerra contra los reinos cristianos del norte. Así pues, el 15 de febrero de 1009, Muhammad se hizo dueño de Córdoba y del Alcázar sin problema alguno. Obligó al títere califa a que renunciara al trono en su favor, a lo que éste no opuso resistencia alguna y, seguidamente, se intituló con el laqab de al-Mahdí bi-llah ('el bien guiado por Alá'); a continuación, permitió a sus tropas, compuestas de la gente más humilde y vulgar que pudo encontrar, someter a la capital a un terrible saqueo que la dejó prácticamente diezmada. Enterado de los sucesos, Sanchuelo regresó precipitadamente a Córdoba con intenciones de recuperar el poder pero, antes de llegar a Córdoba, fue sorprendido por las tropas del nuevo califa, que le estaban esperando. Acribillado durante la batalla, la cabeza de Sanchuelo fue cortada y expuesta y paseada en un pica por toda la capital. Sólo a partir de ese momento, Muhammad II comenzó a ser considerado como el nuevo califa de al-Andalus, y como tal, a recibir las correspondientes adhesiones y juramentos de fidelidad de los gobernadores de las marcas y provincias del califato, entre ellos el del poderoso esclavo Wadih, comandante de la Marca Media.

Pero, a pesar de la gran oportunidad que tuvo para hacerse querer y consolidar su autoridad en el trono, el nuevo califa demostró ser tan imprudente o más que el propio Sanchuelo. Se rodeó de una corte de visires incapaces y sin preparación alguna, escogidos todos ellos de entre el populacho más ruin y de sus amigotes de fiestas y francachelas, y empezó a vivir con un lujo desordenado; a todo esto, mantenía oculto al destronado califa Hisham II, fuertemente vigilado y privado de todos los placeres de los que tenía costumbre, sin tener valor para asesinarle, ante las posibles represalias que pudiera suscitar el regicidio. Muhammad II anunció la muerte de Hisham II mostrando el cadáver de un judío que se parecía mucho al omeya, al que enterró con todos los honores. La treta levantó inmediatamente las sospechas de algunos familiares omeyas, por lo que Muhammad se vio obligado a encarcelar a algunos de sus propios parientes para cortar de raíz todo tipo de murmuraciones o sospechas.

Uno de esos parientes encarcelados, Sulayman, también bisnieto del gran Abd al-Rahman III, aprovechó la rebelión de los beréberes contra Muhammad II para que éstos le nombraran pretendiente al trono califal. A tal propósito, los beréberes no dudaron en firmar un tratado de alianza con el conde castellano Sancho García, lo cual contradecía peligrosamente la tradición impuesta desde un siglo antes. Ambos ejércitos vencieron a las tropas de Muhammad II en la batalla de Alcolea el 1 de noviembre de 1009. Muhammad II no pudo evitar la entrada triunfal de Sulayman en Córdoba, pero intentó un último recurso sacando a la luz al cautivo Hisham II, al que la gran mayoría suponía ya muerto. En vista de que su estratagema no había tenido éxito, Muhammad II huyó precipitadamente a Toledo, donde aún mantenía fuertes alianzas y fidelidades. Sin ningún estorbo aparente, Sulayman se intituló nuevo califa con el título o laqab de al-Mustain bi-llah ('el que busca el auxilio de Alá').

En su provisional destierro toledano, Muhammad II consiguió levantar un ejército de unos cuarenta mil hombres, en su mayoría eslavos adeptos al general Wadih; además, contó con la colaboración de importantes contingentes catalanes al mando de los condes Ramón Borrell III de Barcelona y Armengol de Urgel. Con una tropa tan impresionante, Muhammad II tuvo pocos problemas para derrotar a Sulayman en una cruenta batalla el 10 de mayo de 1010, contienda que le permitió adueñarse, por segunda vez, del trono califal. Pero, al mes siguiente, Muhammad II se vio obligado a contestar a los ataques del derrocado Sulayman en la serranía de Ronda, campaña que se saldó con el fracaso absoluto del califa, donde perdió la mayor parte de sus mejores hombres.

De regreso a Córdoba para reorganizar a sus maltrechas tropas, los catalanes se negaron a prestar de nuevo su apoyo militar a Muhammad II, quien no tuvo más remedio que resignarse a su suerte y esperar en Córdoba a que las tropas de Sulayman aprestasen el golpe final. Durante la espera, Muhammad II manifestó su disoluto carácter, pues fue incapaza de organizar la ciudad para afrontar convenientemente los ataques del rebelde, por lo que el general Wadih, harto de un hombre tan falto de inteligencia como sobrado de vicios, resolvió asesinarle y reponer en el trono al títere Hisham II. El 23 de julio de 1010, Muhammad II fue ajusticiado por uno de los oficiales de Wadih en presencia del no menos inepto Hisham II.

Bibliografía

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  • VALLVÉ, J. Los omeyas. (Madrid: Ed. Grupo 16. 1985).

Carlos Herráiz García.

Autor

  • Carlos Herráiz García