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HistoriaBiografía

Montfort, Simón de, Conde de Tolosa (1164-1218).

Aristócrata francés, conde de Montfort y de Tolosa, vizconde de Béziers y de Carcasona, y también conde de Leicester en Inglaterra. Nació en la región de Île-de-France en 1164 y falleció en Tolosa (Francia) el 22 de julio de 1218. Era hijo de Simón III el Calvo, hermano de Amalrico, conde de Montfort, a quien había sucedido en el condado tras el fallecimiento de este último sin hijos. Desde la muerte de su padre, Simón el Calvo (1181), el conde de Montfort se convirtió no sólo en el titular de tal dignidad sino en uno de los caballeros más famosos de la Edad Media europea.

Después de haber velado sus primeras armas en la región de Tolosa, acompañó a Teobaldo V, conde de Champaña, a la cuarta cruzada, iniciada en el año 1198 con el objetivo de asegurar el dominio cristiano de la actual Palestina; no obstante, el nuevo intento cruzado resultó un fracaso, por lo que Simón de Montfort regresó a Europa. No tardaría demasiado en enrolarse nuevamente hacia Tierra Santa, en el grupo de caballeros franceses que resolvieron apoderarse de Jerusalén en el año 1203; pero de nuevo las disidencias internas, como en todos estos intentos, hicieron dispersarse al grupo. El punto de máximo enfrentamiento tuvo lugar cuando a los franceses, normandos y borgoñones se les unió un contingente de tropas venecianas, las cuales resolvieron tomar el camino hacia Palestina mediante la ruta húngara y, de paso, asediar la ciudad de Zara, donde decían que había multitud de herejes. Simón de Montfort decidió abandonar el grupo, junto con una treintena de caballeros, pues, según su opinión, la conquista de los Santos Lugares no podía obedecer a intereses privados, como era lo que en realidad albergaban los venecianos con respecto a los herejes de Zara (que no eran sino ricos comerciantes judíos).

La grave actitud de milites Christi mostrada por Montfort impresionó profundamente a uno de los muchos clérigos que acompañaban al contingente cruzado, Guido, abad del monasterio de Vaux-de-Cernay, quien se decidió a viajar con Montfort y su pequeño destacamento hacia Palestina. Allí también quedó vivamente impresionado de la valía militar del caballero francés, demostrada en diversos combates contra tropas musulmanas, por lo que, de regreso a Europa, Guido ofreció al conde de Montfort unirse a las tropas francesas que combatían la herejía albigense. Fue en el campo de batalla contra el catarismo donde Simón de Montfort ganaría la fama por la que ha pasado a la posteridad, tanto positiva como negativa. Así pues, el conde aparece enrolado como un guerrero más en la cruzada desde el año 1205.

El protagonismo de Montfort en la cruzada contra los cátaros

Lo que en principio surgió como una herejía dentro de la ortodoxia católica había acabado derivando en un conflicto con altos componentes sociales y políticos, pues, en la práctica, la cruzada contra los cátaros (o albigenses) fue tomada por los barones del norte de Francia como una guerra de expansión, primero contra los propios señores feudales del Languedoc, y en segundo lugar contra cualquier influencia extranjera, principalmente la de la monarquía aragonesa, de la que eran vasallos muchos señores del sur. Los barones del norte contaban con el total apoyo de la Iglesia, representada en esta fase del conflicto por el sanguinario y astuto legado pontificio Arnaud Amaury, autor de la célebre frase "matacos a todos: Dios reconocerá a los suyos" durante el asedio de Béziers (1209), una de las ciudades favorables a los cátaros. A los pocos días de tomar Béziers, las tropas dirigidas por Arnaud Amaury tomaron Carcasona, asedio en el que Simón de Montfort tuvo una destacadísima actuación, haciendo prisionero al vizconde Raymond-Roger de Trencavel, que falleció a los pocos días por disentería. En ese momento fue cuando Arnaud Amaury eligió, entre todos los caballeros que lo acompañaban, al conde de Montfort como sucesor de Trencavel en el vizcondado de Carcasona. Más que un territorio o que un título, lo que Amaury estaba realizando era delegar en Simón el primer puesto de la lucha contra los cátaros.

Véase Cátaros.

Teniendo como cuartel general las murallas de Carcasona, Simón se aprestó a vivir un duro invierno acompañado de una escasa cohorte de caballeros, ya que, en Francia, se estableció un período de cuarenta días como servicio de hueste feudal, es decir, que los vasallos cumplían cuarenta días de servicio militar con sus señores y después regresaban a casa. Al ser éste el camino elegido por la mayoría de las tropas tras la caída de Carcasona y Béziers, Montfort quedó a merced de la reorganización militar de los muchos barones del sur de Francia que, con independencia de cuestiones religiosas, veían su presencia como la de un invasor. No obstante, el papa Inocencio III, verdadero instigador de la cruzada albigense, le confirmó sus posesiones y le prometió tropas de refuerzo, que llegaron en enero de 1210 y donde destacaban, más que los caballeros, varios grupos de bribones y bandidos que hacían sus correrías por la región de Lorena. Pero a Montfort le dio igual: con su mano de hierro, entre 1210 y 1211, fueron cayendo todas las fortalezas cátaras de la región montañosa de Corbières: Bram, Minerve, Termes, Cabaret y Lavaur. Una de las principales fuentes para el estudio de la herejía cátara, la Chanson de la Croisade, del clérigo galo Pierre des Vaux-des-Cernay, ha transmitido el modus operandi de Montfort: cercaba las fortalezas y cortaba el acceso de agua; cuando los sitiados se avenían a pactar, aceptaba la rendición y entraba en la ciudad o fortaleza para poner en fila a todos los habitantes. Quienes abjuraban del credo cátaro eran llevados a prisión, para entregárselos a la Inquisición, y quienes no abjuraban eran llevados a la hoguera, donde el propio Montfort encendía la pira, según palabras de Pierre des Vaux-des-Cernay, "cum ingenti gaudio", es decir: con inmenso júbilo. Después de haber acabado con los focos herejes de las Corbières, las tropas de Montfort pusieron rumbo a Tolosa, donde continuaba existiendo el principal problema de la cruzada: el conde Raimundo VI.

De los asedios de Tolosa a la batalla de Muret (1213)

A pesar de que algunos años antes había protagonizado un arrepentimiento ante las autoridades eclesiásticas, el conde de Tolosa, Raimundo VI, había cumplido su período de gracia y regresó a su territorio, donde sus múltiples adeptos, cátaros y no cátaros, hartos de los desmanes de Arnaud Amaury y de Simón de Montfort, le recibieron con los brazos abiertos. En el sínodo provincial francés celebrado en Montpellier durante febrero de 1211, las autoridades religiosas del reino instaron a Raimundo VI a que entregase a los muchos herejes que aún vivían en Tolosa, y también a que desarmase a todos los caballeros de su feudo. Naturalmente, ante el alborozo popular, el conde se negó a ello, negativa que llevó aparajado el que Simón de Montfort plantase sus tropas en junio de 1211 delante de Tolosa, en un nuevo asedio. Los barones del sur de Francia se reorganizaron durante 1212 y, aunque Montfort siguió conservando intacto su dominio de las fortalezas, los preparativos para un gran choque de fuerzas se veían venir.

El conflicto cátaro tomó un mayor nivel cuando los barones del sur de Francia, sobre todo los condes de Foix, Comminges y Bearne, encabezados por Raimundo VI de Tolosa, solicitaron la ayuda del monarca aragonés, Pedro II de Aragón, a quien estaban vinculados por pactos feudales. Pedro II, reciente vencedor de los musulmanes en las Navas de Tolosa, aceptó intervenir a favor de sus vasallos, quienes rápidamente le reconocieron como señor de toda Occitania, en detrimento del rey francés, Felipe Augusto. Tras varios meses de tira y afloja, el encuentro armado tuvo lugar el 12 de septiembre de 1213, en la llanura de Muret, donde Simón de Montfort derrotó a la coalición aragonesa-occitana gracias a su pericia en el combate. El rey Pedro II falleció al principio de la batalla, lo que ayudó sobremanera a la desmotivación de sus tropas. El caso fue que, después de la victoria, Simón de Montfort entró en Tolosa acompañado del nuevo legado pontificio, Pedro de Benevento, y del Delfín Luis, hijo de Felipe Augusto. Las esperanzas de una Occitania libre, albergadas por Raimundo de Tolosa, se desvanecieron cuando, tras Muret, el cuarto concilio ecuménico de Letrán, celebrado en noviembre de 1215, ratificó a Simón de Montfort como conde de Tolosa, lo que le hacía dueño de todo el sur de Francia en nombre de Felipe Augusto.

Últimos años del conde

En abril de 1216 Simón de Montfort regresó a su señorío de Île-de-France, para volver a ver a su familia, desde luego, pero también para recibir un gran homenaje por parte del monarca galo, Felipe Augusto, que le confirmó todas sus posesiones y títulos franceses: conde de Tolosa, vizconde de Béziers y de Carcasona, y duque de Narbona, a los que había que contar su título de conde de Leicester en Inglaterra. La victoria del estandarte de la fe católica era, en realidad, la victoria del rey de Francia, que volvía a unificar bajo su dominio todos los antiguos territorios que habían pertenecido a Carlos el Calvo. Por ello, es lógico que Felipe Augusto recibiese con todos los honores a Simón de Montfort, pieza clave en el organigrama territorial galo. Pero también el rey francés, llevado por motivos no del todo claros, complicó los últimos años del conde, ya que cedió algunas tierras, como Saint Gilles y el marquesado de Provenza, a Raimundo VII, hijo del anterior conde de Tolosa Raimundo VI. Desde estos señoríos, el joven aristócrata recuperó el sentimiento de unidad occitana y, con la ayuda de tropas concejiles de Aviñón, Arles y Marsella, puso sitio a Beaucaire, sin que Simón de Montfort, alertado por sus legados, pudiese llegar a tiempo de salvar a sus hombres. Ante esta noticia, la primera derrota del invencible conde, Raimundo VI, que se había refugiado en Aragón con un nutrido grupo de caballeros faidits (occitanos exiliados forzosamente), volvió a entrar en Foix y, tras recibir ayuda del conde de tal territorio, puso sitio a su antiguo dominio tolosano el 13 de septiembre de 1217. Pocos días más tarde, el joven conde Raimundo VII se le unió, para que ambos tomasen la ciudad, ante la algarabía de sus habitantes. El sueño occitano volvía a recuperar la energía.

Simón de Montfort no se rindió, aunque, perdiendo Tolosa, su posición quedaba extraordinariamente débil en toda la zona. Reorganizó a sus tropas y puso un terrible asedio durante todo el invierno a la ciudad tolosana. Los habitantes no sólo resistieron, sino que tomaron parte activa de la defensa. Gracias a un quintacolumnista salido de la ciudad, Montfort supo que los muros occidentales de la ciudad estaban defendidos por una tremenda catapulta, pero que tal artefacto estaba manejado por las damas y doncellas de Tolosa, que hacían turnos constantes para defender esa posición. Confiado en que se trataba del punto débil de Tolosa, el 22 de julio de 1218 el propio conde se aprestó a atacar los muros de la ciudad. Una enorme piedra, lanzada por la catapulta de las mujeres tolosanas, sesgó su vida en apenas un instante; se puso así fin a su legendaria figura de guerrero.

Valoración historiográfica

Para Simón de Montfort se han utilizado toda clase de calificativos a lo largo de la Historia, desde quienes lo veneran como un héroe, como un gran guerrero y como el factótum de la unidad francesa, hasta quienes lo reprueban como un salvaje, un cruel y sanguinario asesino y, por último, un radical defensor de la legalidad católica, que llevó hasta sus más tristes consecuencias las creencias religiosas. Como en tantos otros casos, en el término medio está la respuesta.

Es evidente, a la luz de sus batallas, que Simón de Montfort fue uno de los más grandes caudillos militares de la Edad Media, versado en el arte de la lucha personal y también en el del orden de las batallas, como bien demostró en Muret, donde sus hombres eran inferiores en armamento y en número a los del ejército enemigo. También es evidente que su ideal religioso, ese ideal de milites Christi que le llevó a hacer dos veces la Cruzada, fue el otro valor fundamental de su vida. Por ello, aunque lógicas las reacciones contrarias a su persona, también hay que decir que, en aquella época, cualquiera hubiera hecho lo mismo que Simón de Montfort, pues la tolerancia religiosa, o los métodos como la conversión mediante evangelización, la discusión teológica o cualquier tipo de negociación, eran nulos por cualquier parte implicada en un conflicto: Simón de Montfort fue un hombre de su tiempo, y, en su tiempo, la carrera militar implicaba muerte, sangre y horror, aunque desde una perspectiva mínimamente humanitaria cueste asimilarlo. Después de su muerte, Simón de Montfort fue sepultado en Carcasona, donde a instancias de Felipe Augusto se colocó una gran lápida en reconocimiento a su persona. Nada mejor que observar la descripción de la lápida por un anónimo poeta occitano del siglo XIII para ver cómo confluyen en él dos tipos de juicios que difícilmente conseguirán ponerse de acuerdo, ni siquiera en el plano historiográfico. Comentando la lápida funeraria de Montfort, dijo el poeta occitano (Labal, op. cit., pp. 174-175):

E ditz e l'epitafi, cel qui'l sab ben legir,
qu'el es sans ez es martirs, e que deu resperir,
e, dins e'l gaug mirable, heretar e florir,
e portar la corona e e'l regne sezir.
Ez ieu auzit dire c'aisi 's deu avenir
si, per homes aucirre ni per sanc espandir,
ni per esperitz perdre ni per mortz consentir,
e per mals cosselhs creire e per focs abrandir,
e per baros destruire e per paratge aunir,
e per las terras toldre e per orgolh suffir,
e per los mals scendre e pel bes escantir,
e per donas aucirre e per efans delir,
pot hom en aquest segle Jhesu Crist conquerir,
el deu portar corona e e'l cel resplandir.

(Y dice el epitafio, para quien sepa leerlo,
que él es santo y mártir, y que debe resucitar,
y, en el maravilloso gozo, heredar y florecer,
y llevar la corona y ocupar el sitial del reino.
Y a mis oídos ha llegado que así debe suceder,
si por matar hombres y verter sangre,
por haber perdido almas y consentido matanzas,
por dar crédito a malos consejos y provocar incendios,
por haber arruinado barones y afrentado el honor de linaje,
por apoderarse de tierras y por ser en exceso orgulloso,
por haber atizado el mal y sofocado el bien,
por haber quitado la vida a mujeres y niños,
puede un hombre en este siglo conquistar a Jesucristo
y llevar la corona y hacer el cielo resplandecer).

Bibliografía

  • LABAL, P. Los cátaros. Herejía y crisis social. (Barcelona, 1984).

  • VENTURA, J. Pere el Catolic i Simó de Montfort. (Barcelona, 1960).

Enlaces en Internet

http://www2.ac-toulouse.fr/eco-belbeze-union/montfort.htm; Página oficial de la Universidad de Tolosa (Francia), con información sobre Simón de Montfort (idioma: francés).
http://www.cathares.org/acteurs.html; Página oficial sobre el catarismo, con información de la participación de Simón de Montfort en la cruzada contra los albigenses (idioma: francés).

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez