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Ocio y entretenimientoBiografía

Montes Vico, Antonio (1876-1907).

Matador de toros español, nacido en Sevilla el 20 de diciembre de 1876, y muerto en Ciudad de México el 17 de enero de 1907. Por el sereno valor de su quietismo, ha sido considerado como uno de los más inmediatos precursores de la revolución técnica y estética belmontina.

El día 2 de abril de 1899, en las arenas de la Real Maestranza da Caballería de Sevilla, tomó la alternativa de manos de su padrino y paisano, Antonio Fuentes Zurita, quien, en presencia de otro ilustre matador sevillano, Emilio Torres Reina (“Bombita”), le cedió la lidia y muerte del toro Borracho, perteneciente al hierro de Otaolaurruchi.

El 11 de mayo de aquel mismo año, en el ruedo de la Villa y Corte, Antonio Moreno (“Lagartijillo”) apadrinó la confirmación de alternativa de Antonio Montes Vico, quien toreó y estoqueó en aquella ceremonia al astado Tesorero, perteneciente a la vacada del duque de Veragua. Nuevamente Emilio Torres Reina (“Bombita”) dio testimonio de aquel reconocimiento.

La fatalidad, urdiendo sus oscuros designios sobre un entramado de fondo novelesco, quiso mostrar en el infortunado Montes Vico todo el alcance gótico de sus fúnebres horrores. El aciago día 13 de enero de 1907, cuando el torero hispalense disfrutaba de la aventura americana sobre las cálidas arenas de la capital azteca, sobrevino el rigor de la tragedia: con decisión y coraje, Antonio Montes se había tirado a matar al toro Matajacas, del hierro de Tepeyahualco, cuando la res lo prendió de muy mala manera y le asestó una tremenda cornada cuyas gravísimas consecuencias se tornaron mortales al cabo de cuatro tristes jornadas de constante y dolorosa agonía. Con impávida delectación en la pintura de los detalles más macabros, cuentan algunos morbosos cronistas que, estando de cuerpo presente el malogrado Antonio Montes Vico, las llorosas llamas de los cirios que purificaban su velorio y acentuaban, en el lívido blancor de su semblante, la mortal palidez del rigor mortis, prendieron los crespos lienzos del catafalco que enlutaba aquella penosa escena; surgió y creció vertiginosamente una voraz lengua de fuego que, cebada en la yerta quietud del cuerpo inerte, lo dejó al punto reducido a un negro tizón carbonizado, dando a los circunstantes una grave lección moral que los dejó harto contritos y no poco apesadumbrados y desconsolados, por no haber advertido, hasta que fueron testigos de aquella espantosa revelación, la pasajera inanidad de los bienes mundanos y la fugaz duración de los placeres arrancados a esta engañosa vida terrena.

Autor

  • JR.