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ReligiónLiteraturaBiografía

Montes de Oca y Obregón, Ignacio (1840-1921).

Poeta, traductor y religioso mexicano, nacido en Guanajuato en 1840 y fallecido en Nueva York (Estados Unidos de América) en 1921. Humanista fecundo y polifacético, dotado de una vasta erudición y una excepcional capacidad intelectual (llegó a expresarse con suprema fluidez en siete idiomas), dejó impreso un extenso legado poético que, anclado en un academicismo clasicista ya caduco y trasnochado en su época, no aportó ninguna novedad substancial a la evolución de la lírica azteca; sin embargo, realizó también un valioso esfuerzo como traductor de los autores más notables de la Antigüedad clásica grecolatina, lo que le convirtió en una de las figuras más relevantes de la cultura de su tiempo.

Vida

Nacido en el seno de una familia acomodada perteneciente a las elites conservadoras del país, recibió desde niño una esmerada formación académica orientada muy pronto hacia la carrera eclesiástica, vocación que pareció manifestar el joven Ignacio desde sus primeros años de estudiante. Para completar su instrucción, fue enviado por su familia a los mejores colegios de Europa; y, primero en Inglaterra y después en Italia, supo forjarse una sólida y extensa formación cultural que habría de servirle no sólo para dar cumplida satisfacción a sus inquietudes literarias, sino también para progresar muy pronto por los caminos de la Iglesia.

En efecto, en 1863, durante su estancia en Roma, Ignacio Montes de Oca y Obregón recibió las órdenes mayores y se hizo sacerdote, al tiempo que seguía desplegando una intensa actividad estudiantil que, poco después, le permitió doctorarse en ambos derechos (civil y canónico). Fue por aquellos años de residencia y estudio en Italia cuando, plenamente integrado en los cenáculos literarios romanos, el humanista de Guanajuato consolidó su pasión por las Letras clásicas y, muy especialmente, por la literatura griega, en la que pronto se convirtió en una autoridad mundial. Participó activamente, como se acaba de indicar, en la vida cultural de la capital italiana, donde fue conocido por su pseudónimo literario de "Ipandro Acaico", cuyas notorias resonancias neoclásicas hablaban bien a las claras de su interés por las obras de los grandes autores helénicos de la Antigüedad. Convertido, pues, en uno de los humanistas más preclaros de la Roma de mediados del siglo XIX, en 1865 regresó a su México natal, donde, precedido de su fama de hombre culto, fue llamado a palacio para que asumiera el honor de convertirse en el capellán personal del emperador Maximiliano de Austria. Este elevado cargo le permitió entregarse de lleno a la creación poética y a la traducción de sus queridos clásicos griegos, oficio este último en el que, según el ilustre polígrafo español Marcelino Menéndez Pelayo, llegó a ocupar "uno de los primeros lugares" dentro de todo el ámbito geo-cultural hispanohablante. Y, en efecto, tan importante fue su labor como intérprete del magno legado literario helénico, que en la actualidad es recordado casi exclusivamente por sus espléndidas versiones en castellano de la obra de Píndaro, traducida en su totalidad por Ignacio Montes de Oca. También figuran entre las mejores traducciones al castellano hechas en cualquier época y lugar sus versiones de veintisiete idilios de Teócrito, quince de Bión de Esmirna y siete de su discípulo y amigo Mosco, así como de diecisiete odas de Anacreonte. Además, son magníficas sus traducciones del extenso poema de Coluto de Licópolis sobre el rapto de Helena, y de la Argonáutica de Apolonio de Rodas.

La seguridad al lado del Emperador le duró poco tiempo, ya que, cuando sólo llevaba dos años en México, fue testigo del imparable ascenso de Benito Juárez y de la subsiguiente destitución y ejecución de Maximiliano I, quien en su breve aventura imperial se había rodeado de los sectores más conservadores de la política, la economía y el clero. Abatido por la muerte de su protector y caído él mismo en desgracia, se retiró humildemente a su Guanajuato natal, donde, después de haber sido capellán de honor, hubo de conformarse con el gobierno de una modesta parroquia. Allí volvió a enfrascarse en sus labores de creación y traducción hasta que el gran escritor y periodista Ignacio Manuel Altamirano reparó en su abandono y solicitó sus colaboraciones para la prestigiosa revista El Renacimiento, un ambicioso proyecto de regeneración cultural de toda la nación que, dirigido por el propio Altamirano, tenía como objetivo abrir sus páginas al mayor número posible de modas, corrientes o tendencias literarias, con independencia de la filiación política e ideológica de cada colaborador. Autor -como ya se ha apuntado más arriba- de una poesía academicista cuyo acartonamiento no hacía sino reiterar hasta la saciedad los modelos formales y temáticos de la tradición poética española (con especial tributo al soneto, la elegía, el himno, la sátira, la canción y la oda), Ignacio Montes de Oca gozó, empero, de la admiración de muchos de los poetas de su tiempo, incluidos los que no compartían sus ideas conservadoras, ya que por aquellos años de la segunda mitad del siglo XIX todavía se respetaba sobremanera en los foros literarios mexicanos este cultivo de la poesía clásica tradicional. Y tanto prestigio llegó a alcanzar entre sus contemporáneos, que a finales de 1869, con motivo de un nuevo traslado a Roma para asistir al Concilio Vaticano I, no sólo fueron a despedirle a la estación sus compañeros de andadura eclesiástica, sino gran parte de los colaboradores de la revista El Renacimiento, incluidos los menos apegados a la Iglesia y a las filas políticas conservadoras.

De nuevo en la Ciudad Eterna, su viejo amigo Giovanni María Mastai-Ferreti (a la sazón, ocupante de la Silla Gestatoria bajo el apelativo de Pío IX) lo elevó a la dignidad episcopal, con la que regresó a su México natal para ocupar sucesivamente las sedes obispales de Tamaulipas, Linares y San Luis de Potosí. Respetado, ahora, como uno de los jerarcas más jóvenes de la Iglesia mexicana (había sido nombrado obispo con poco más de treinta años de edad), Ignacio Montes de Oca siguió cultivando la poesía y la traducción de los clásicos griegos, aunque cada vez dedicaba mayor tiempo a sus labores eclesiásticas, en menoscabo de sus inquietudes artísticas e intelectuales. Ya en su vejez, fue llamado nuevamente a Roma, donde residió durante algunos años y fue investido como arzobispo. En 1921, en plena Revolución Mexicana, le llegaron noticias de una drástica reducción de sus prebendas y privilegios eclesiásticos en su país natal, con lo que se apresuró a retornar a México para intentar recuperar sus canonjías. Durante este viaje de regreso, en una escala en Nueva York, le sobrevino la muerte.

Obra

En su faceta de escritor, conviene destacar antes que nada una recopilación de sus versos juveniles que, preparada por el propio Montes de Oca, salió de la imprenta bajo el título de Ocios poéticos (México: Imprenta de I. Escalante, 1878). Después vieron la luz sus escritos en prosa, constituidos fundamentalmente por oraciones fúnebres, sermones y discursos, y recogidos en ocho volúmenes publicados bajo el título de Obras pastorales y oratorias (Id. Id., 1883-1913). Algunas de estas oraciones fúnebres son de enorme interés para el estudio de las Letras mexicanas de la segunda mitad del siglo XIX, ya que están dedicadas a diversas figuras del panorama literario de la época.

Durante su última estancia en Roma publicó algunos de los poemas que había escrito bajo pseudónimo, reunidos en el volumen titulado Otros cien sonetos de Ipandro Acaico (1918), y pocos meses antes de su muerte dio a los tórculos otra recopilación de versos, Nuevo centenar de sonetos (Madrid: Tipografía de la Revista de Archivos, 1921); la edición de ambas obras muestra bien a las claras su intención de poner en orden su producción poética y legarla, impresa, a la posterioridad. No logró, empero, ver enteramente culminado este propósito, ya que eran muchos los poemas que había escrito y dejado dispersos a lo largo de su fructífera trayectoria literaria. Veinte años después de su muerte, salió a la calle una nueva colección de composiciones poéticas del humanista de Guanajuato, publicada bajo el título de Sonetos póstumos (México: Bajo el Signo del Ábside, 1941), y prologada, seleccionada y anotada por el Pbro. Dr. Pedro Moctezuma.

Bibliografía

  • FRANCO PONCE, José: Ipandro Acaico o monseñor Montes de Oca y Obregón, México: Imprenta del Asilo Patricio Sanz, 1921.

  • PEÑALOSA, Joaquín Antonio: Clásicos en México. Ignacio Montes de Oca y Obregón, México: SEP (Biblioteca Enciclopédica Popular, nº 197), 1948.

  • VALDÉS, Octaviano: Poesía neoclásica y académica, México: Universidad Nacional Autónoma de México, Biblioteca del Estudiante Universitario, nº 69, 1946.

  • ---: "El ilustrísimo monseñor don Ignacio Montes de Oca y Obregón", en Memorias de la Academia (México), XVI (1958), pp. 260-266.

  • VALVERDE TÉLLEZ, Emeterio: Bio-Bibliografía eclesiástica mexicana, t. II: "Obispos", México: Jus, 1949.

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.