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Montanelli, Indro (1909-2001)

Indro Montanelli

Periodista, novelista e historiador italiano, nacido en Fucecchio (Florencia) el 22 de abril de 1909 y fallecido en Milán el 22 de julio de 2001, a consecuencia de un cáncer que, pese a su gravedad, no mermó su brillante actividad intelectual, mantenida constantemente incluso en los últimos meses de su vida. Patriarca del periodismo transalpino, Montanelli fue una de las personalidades culturales más influyentes en Europa durante la segunda mitad del siglo XX, por lo certero de sus juicios políticos, su habilidad para el análisis de las situaciones comprometidas y, en general, por su visión de la actualidad, tamizado por una especie de escepticismo que tendía a ser optimista a través de un calculado cinismo humorístico. Todos estos ingredientes, sobre todo su peculiar y característico estilo literario, inconfundible entre sus contemporáneos, le depararon gran parte de sus éxitos editoriales.

Primeros años

Nacido en el seno de una familia de la burguesía florentina, Indro era descendiente de Giusseppe Montanelli, patriota de la unificación italiana, parentesco que habría de ejercer una notable influencia en los primeros años de su vida. Tras cursar estudios medios en su ciudad natal, fue admitido como alumno de Ciencias Políticas en la Universidad degli Studi de Florencia, donde se graduaría en 1930. Poco después viajó a Francia para estudiar Derecho en la prestigiosa Sorbona parisiense, carrera que también completaría para viajar posteriormente a Alemania, lugar en el que cursaría estudios relacionados con Historia. En 1932 Montanelli fue contratado por el diario francés París Soir, primero como redactor de noticias de sucesos y, más tarde, como enviado especial a Canadá y a Estados Unidos.

En los años previos a la Segunda Guerra Mundial, su bagaje cultural era impresionante, lo que, unido a su ingenio y a su viveza, hizo que fuera captado por las juventudes fascistas italianas. En principio, el joven Montanelli simpatizó con las ideas de Mussolini. Por ello, aunque su pretensión original era la de instalarse en Milán (donde más tarde establecería su residencia), en 1935 se enroló en el contingente de tropas que iban a luchar en Eritrea con el objetivo de expandir el teórico imperialismo italiano defendido por el Duce. Años más tarde, Montanelli explicaría la fascinación que no sólo él, sino todos los hombres de su generación, sintieron por aquella empresa africana, plenamente convencidos de que trabajaban por el bien de su país, y también por el crecimiento de Italia. Sin embargo, de igual modo, a su regreso a Italia en 1936 comenzaría a darse cuenta del violento viraje del fascismo hacia postulados indefendibles.

En aquellas horas bélicas vividas en Eritrea y Abisinia, Montanelli había acometido la tarea de redactar un diario de guerra que, vuelto a la península, le sirvió, primero, para ser publicado como libro (Ventesimo battaglione eritreo), y después para ser contratado por el diario italiano Il Messagero como corresponsal en la Guerra Civil Española. Durante 1937, su separación ("irreparable divorcio" lo llamaría más tarde, con su sarcasmo habitual, el propio Montanelli) de los postulados oficiales fascistas se haría patente a través de sus crónicas del conflicto hispano, en las que arremetía contra los dictadores que, como Franco o Mussolini, predicaban una teoría que, en la práctica, repercutía negativamente en el pueblo. Estos fervientes alegatos antifascistas hicieron que los comisarios políticos del Duce ordenasen su regreso inmediato hacia Roma. La subversión de sus escritos contrastaba con el carisma que, desde la perspectiva intelectual, mantenía Montanelli entre muchos de sus antiguos correligionarios, por lo que el gobierno italiano optó por una solución de compromiso para deshacerse momentáneamente del controvertido periodista: concederle una beca como lector de italiano en la universidad de Tartu (Estonia), así como el cargo de director del instituto Italiano de Cultura situado en Tallin, la capital de Estonia.

A pesar de este alejamiento del incómodo periodista toscano, su relación con el periodismo italiano no se rompió. En 1938, aún viviendo en Tallin, fue contratado por Il Corriere della Sera como corresponsal para los países bálticos y Rusia, tratándose de la primera relación de Montanelli con el que sería su periódico durante más de cuarenta años. Sus crónicas y columnas destilaban acidez contra los regímenes totalitarios de Alemania e Italia. En 1944, un ácido artículo sobre las andanzas de Mussolini y su amante, Clara Petacci, fue la gota que colmó el vaso: la Gestapo le detuvo y le envió a Italia, donde, tras pasar 10 meses en una cárcel de Roma, fue condenado a muerte por el Duce. Los duros años de su prisión romana le sirvieron para escribir sus primeras novelas. Contrasta esta dedicación literaria con la grave condena a la que fue sometido: pena de muerte ante un pelotón de fusilamiento, aunque gracias al caos y el desorden reinante durante los últimos años del gobierno fascista a Montanelli le fue posible escapar hacia Suzia del destino que il Duce y sus tremendos acólitos le habían reservado.

Carrera periodística

Después del fin de la Segunda Guerra Mundial, Montanelli continuó trabajando como articulista y como enviado especial de Il Corriere, a la vez que fundó el grupo editorial Il Borghese. Dentro de este emporio, pudo disponer de una columna crítica en el semanario L'Europeo, donde redactaba sus punzantes y satíricas visiones de la realidad bajo el pseudónimo de Mirmidone. De su fecunda actividad periodística en Il Corriere, hay que destacar las inteligentes entrevistas a todo tipo de personajes publicadas bajo el título de Incontri ('Encuentros') en el diario, y también recogidas posteriormente en varios libros recopilados en Incontri italiani (1982). Como jefe de redacción de Il Corriere, Montanelli instauró una línea serena y sin grandes aspavientos, prefiriendo siempre el periodismo "de campo" a los grandes y sensacionalistas titulares, ligados en el plano político a esa "derecha sosegada" de la que su redactor jefe era el principal abanderado. Todas estas acciones acabaron por consolidar al diario milanés como el periódico más reputado de toda Italia. A ello ayudaron, desde luego, los reportajes de Montanelli en diferentes capitales europeas. Puede decirse que el hito más importante de esta época tuvo lugar en 1956, cuando al periodista le sorprendió la rebelión húngara contra el yugo soviético como corresponsal en Budapest. Desde allí, la labor informativa de Montanelli, caracterizada como siempre por la independencia de sus postulados, fue seguida con interés no sólo por sus compatriotas italianos, sino prácticamente por toda Europa, que veía el conflicto a través de las columnas del reportero toscano.

Durante la crisis de los años setenta del siglo XX, Il Corriere sufrió una espectacular quiebra económica que obligó a un cambio del accionariado, hasta entonces mayoritariamente conservador, en beneficio de una generación más joven de ideología socialdemocráta. Siempre consecuente con sus ideas, el cambio en la orientación política del diario provocó que Montanelli presentase su dimisión en 1974, abandonando la que fue su casa para fundar un diario rival, Il Giornale nuovo (más tarde, sólo Il Giornale), con la mentalidad abierta, no siempre bien entendida, de pretender ser un diario sin adscripciones ideológicas de ningún tipo. En la violenta Italia de los años setenta, con el terrorismo político y las purgas mafiosas como principales problemas, ningún periódico se atrevía directamente a analizar el problema, en especial el de las Brigadas Rojas, grupo terrorista de ideología marxista-leninista. En esa época, Il Giornale de Montanelli fue tal vez el único diario que pretendió dar a los lectores una información contrastada del terrorismo de ambos costados, izquierdo y derecho, del extraño abanico político italiano, lo que le costó a su director severas amenazas de muerte. Así, se da la tan curiosa como deplorable circunstancia de que el hombre condenado a muerte por el fascismo de derechas fue víctima de un acto terrorista perpetrado por las Brigadas Rojas el 2 de junio de 1977. Dos activistas de la organización le dispararon ocho tiros en las piernas, acertando en cuatro de ellos, en un atentado hecho a poca distancia de la sede milanesa de Il Giornale, hacia donde Montanelli marchaba caminando y sin protección de ningún tipo, tal como solía hacer cada día. Una vez recuperado, las primeras palabras del periodista estuvieron dirigidas a reafirmar que, pese al atentado, no pensaba cambiar su línea de denuncia contra los terroristas.

En efecto, el segundo coqueteo con la muerte, esta vez mucho más cercano si cabe, no varió ni un ápice el talante ácido y mordaz de Montanelli, que continuó con su línea crítica en su célebre columna (de solo cinco líneas) llamada Contracorrente, la guinda diaria que esperaba al lector de Il Giornale y cuyo éxito hizo posible su publicación en 1981 de un libro con una selección de estas perlas periodísticas. A mediados de la década de los ochenta del siglo XX, la crisis económica golpeó, de nuevo, las redacciones escritas italianas, lo que provocó la entrada como editor de Il Giornale del entonces magnate de las comunicaciones italiano Silvio Berlusconi. En el país transalpino, el comentario general era el de hacer apuestas sobre cuánto tiempo tardarían en chocar dos egos tan absolutamente enormes como los de ambos, editor y director del periódico. En principio, Berlusconi fue consecuente con el prestigio de su director y prefirió delegar los asuntos relacionados con Il Giornale en su hermano Paolo. Incluso en 1988, cuando Montanelli publicó un editorial en el que acusaba de padrone ('padrino', es decir, 'mafioso') al entonces primer ministro italiano, Ciriaco de Mita, Berlusconi defendió a su redactor y pagó religiosamente la multa económica impuesta a Montanelli el año siguiente, producto de la querella del político. A los hechos diarios con que el periodista toscano demostraba su imparcialidad ayudaron también sobremanera algunos gestos de impresionante calado: en 1991, Montanelli rechazó el ofrecimiento del presidente de la República, Francesco Cossiga, para ser nombrado senador vitalicio. Así, Montanelli, ante tal ofrecimiento, escribió una carta pública en la que se negaba a aceptar tal honor para poder preservar su independencia informativa.

Tal como preveían los agoreros, en noviembre de 1993 comenzaron los desacuerdos entre los antaño amigos, periodista y magnate, sobre todo por el público anuncio de Silvio Berlusconi de dedicarse a la política. Montanelli, que nunca entendió de amistades en cuestiones de periodismo objetivo, criticó esta decisión desde los editoriales de Il Giornale. Finalmente, cuando Berlusconi ordenó en consejo editorial que el periódico apoyase oficialmente la candidatura del dirigente democristiano Mario Segni en las elecciones de 1994, Montanelli dijo basta y presentó su dimisión por representar una traición a aquellos mismos ideales que le llevaron a fundar el diario, a aquellos mismos ideales que le habían llevado a sufrir las prisiones fascistas y las balas terroristas: la independencia informativa.

A los pocos meses de dejar Il Giornale, en marzo de 1994, Montanelli sorprendió a propios y a extraños rechazando una oferta espectacular para regresar a Il Corriere. En su lugar, el periodista creó un nuevo periódico, La Voce, a través del cual pretendía mantener su visión de los asuntos italianos y, en especial, criticar la decisión de Berlusconi de dedicarse a la política, al tener en su mano gran parte de los medios de comunicación italianos que, huelga decirlo, eran totalmente afines a su causa. Durante la época álgida de esta controversia, La Voce llegó a vender cuatrocientos mil ejemplares diarios, aunque Montanelli continuó insistiendo, en sus editoriales, en que su intención no era la de vender a costa de enfrentarse al todopoderoso magnate, sino la de buscar un consenso periodístico en toda Italia para recuperar la perdida objetividad de la información. A tal efecto, no dudó en abrir La Voce a cualquier periodista, pero el triunfo de Berlusconi en las elecciones y, cómo no, la crisis económica del país transalpino, hizo imposible a la cabecera independiente competir con los grandes holdings del sector periodístico. Para entonces, la independencia ideológica del periodista toscano era tan amplia que se había convertido en colaborador de lujo para todo tipo de medios, televisivos y radiofónicos incluidos, donde continuó ejerciendo su particular visión sarcástica y cínicamente humanista de la realidad social italiana. Sus muchos lectores pudieron continuar saboreando la pluma de Montanelli a través de estas esporádicas intervenciones y también con la constante publicación de sus artículos en forma de libros.

La última época de su vida continuó marcada por la frenética actividad y también por los reconocimientos. La Asociación Mundial de Prensa le otorgó el premio de Editor del Año en 1994, en justo reconocimiento por su labor al frente del efímero La Voce. El tres de mayo de 1996 Montanelli recibió el Premio Príncipe de Asturias en el apartado de "Comunicación y Humanidades", lo que contribuyó sin duda a paliar la tristeza anímica en que había caído tras la muerte ese mismo año de su esposa, Colette Roselli. Hasta la última semana de su vida, Montanelli mantuvo un espacio televisivo semanal, de máxima audiencia en el país transalpino, en el que daba a conocer su sorprendente opinión sobre la actualidad política, social, económica o, incluso, deportiva y chafardera de esa Italia a la que adoraba aun en sus consecuencias más sórdidas. Su muerte en el verano de 2001 causó un impacto tremendo entre una inmensa mayoría de italianos que le tenían, desde luego, por uno de esos sabios que jamás pasan desapercibidos.

Obra literaria

Como se ha mencionado anteriormente, la producción periodística de Montanelli fue frecuentemente editada en forma de colecciones o selecciones de artículos. Además de los ya citados, los Incontri y los Contracorrente, hay que destacar la edición de su correspondencia con los lectores entre los años 1974-1977, los primeros del funcionamiento de Il Giornale, además de gran parte de los editoriales que, en Il Giornale o en Il Corriere, redactó durante su vida. En 1995 vieron la luz dos volúmenes de artículos caracterizados por su heterogeneidad de ideas, basculantes siempre entre el fervor patriótico de Montanelli tamizado por su escepticismo ante la indolencia de sus semejantes. Estos dos volúmenes, Eppur si muove y Una voce poco fa, constituyeron sendos éxitos editoriales de ventas, tal vez uno de los últimos reconocimientos hechos al gran maestro italiano por sus lectores y admiradores.

Dejando aparte su notable producción periodística, Montanelli es también autor de algunas obras poco conocidas pero igualmente importantes. Tal vez la más destacada sea la bellísima Il generale Della Rovere, escrita precisamente en aquellos oscuros días de prisión romana y que constituye una extraordinaria muestra de la decadencia de la Italia fascista, de cómo la burocracia y las envidias humanas acabaron por engullir por completo el sistema propugnado por Mussolini con el que primero simpatizó el joven Montanelli. Mucho más conocida que la novela fue el guión adaptado al cine, que sirvió para que la película, El general de la Rovere (1959), dirigida por Roberto Rossellini y con una magistral interpretación de Vittorio de Sica, fuese galardonada con diversos premios, entre ellos el León de Oro del festival de Venecia del citado año.

Montanelli también ha escrito relatos cortos, de cierto aprecio en Italia pero poco conocidos fuera del ámbito transalpino, como Giorno di festa (1938) y Qui no riposano (1945), salvo la recopilación de todos ellos titulada Gente qualunque (1963). Mención aparte merece la redacción novelada de unas memorias hecha en Herzen, vita di un fuoruscito (1947), así como sus obras teatrales. La más importante de todas ellas es I sogni muoiono all'alba (1960), basada en los sucesos de la rebelión anticomunista húngara de 1956. Como en otros casos, la producción de guiones escénicos de Montanelli fue recogida en un volumen, Teatro (1962).

Montanelli como historiador

A modo de paradoja, si fueron sus escritos literarios, teatrales y aun periodísticos poco conocidos más allá de su propio país, no ocurre lo mismo en cuanto a sus obras de historia. En esta disciplina académica un tanto alejada, a priori, de los planteamientos del periodismo como ciencia de la información, Montanelli demostró una sorprendente capacidad analítica y de síntesis no sólo de problemas que vivió de forma coetánea, sino también de fenómenos mucho más alejados en el tiempo. Así, sí puede decirse que su correspondencia periodística sobre la guerra ruso-finesa de 1939-1940, efectuada durante su estancia en Estonia, está hoy día considerada como una de las mejores fuentes sobre el citado conflicto. No están en rango menor consideradas sus obras de contenido historiográfico, sobre todo las dos más famosas: Storia di Roma (1957) y Storia dei Greci (1958), ambas traducidas a diversos idiomas y que, en ocasiones (como en España), fueron editadas de forma conjunta.

Montanelli también se ocupó de la Italia medieval en Dante e il suo secolo (1964), así como de la etapa de la reunificación en Garibaldi (1962) junto a M. Nozza. A partir de 1965, en colaboración con R. Gervaso y M. Cervi, inició su serie de Storia d'Italia, compuesta por diversos volúmenes en las que el repaso a la historia transalpino se llevaba a cabo con la misma sinceridad e igual método directo que Montanelli hizo gala a lo largo de toda su vida. En otro inciso ha de figurar la biografía del periodista y literato Leo Longanesi (1985, en colaboración con M. Staglieno). También hay que destacar la obra Milano, ventesimo secolo (1990), dedicada a glosar la evolución histórica de la ciudad de adopción de este natural de Toscana. La labor de Montanelli como historiador representó un soplo de aire fresco en la historiografía de los años setenta y ochenta, dominada por postulados economicistas derivados del materialismo histórico o bien por la historia de las llamadas Mentalidades. El análisis del toscano, entre cínico, detallista y humano, cautivó a millones de lectores en todo el mundo, que aprendían a comprender la evolución de las sociedades en el tiempo desde una perspectiva interiorista y concienzuda de las personas que propulsaron los diferentes cambios.

Valoración

Algunos años más tarde del atentado de 1977, Montanelli coincidió en un acto celebrado en una prisión romana con los terroristas que le habían disparado. Ante todo el mundo, el periodista se acercó a ellos, les estrechó la mano y les perdonó. Esta anécdota puede servir de síntesis acerca de la vida del periodista toscano, caracterizada por aceptar la realidad tal como era, sin alardes y aspavientos, pero con un profundo sentido de la responsabilidad y con una cierta, aunque escéptica, esperanza de mejora en la sociedad humana. En febrero de 1996, cuando intervino en el apasionante debate establecido entre Umberto Eco y el cardenal Carlo M. Martini al respecto de las diferencias entre los sistemas espirituales de laicos y religiosos, Montanelli reconocía que el estoicismo formaba parte de su modo de vida y, sintiéndose cercano a la muerte, declaraba que "si mi destino es cerrar los ojos sin haber sabido de dónde vengo, adónde voy y qué he venido a hacer aquí, más me valía no haberlos abiertos nunca".

Todo lo demás, su proverbial capacidad para sorprender con la pluma, su disposición al resto de colegas, su ayuda a los más jóvenes y su preocupación por el pasado, visible a través de la Fundación Montanelli-Bassi de Fucecchio, son únicamente glosas vacías a la profunda personalidad de un europeo universal.

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez