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HistoriaBiografía

Monserrat, Joaquín de. Marqués de Cruilles (1700-1771).

Político español, cuadragésimo tercer virrey de Nueva España, nacido en Valencia el 27 de agosto de 1700 y muerto en la misma ciudad el 21 de noviembre de 1771. Desde muy temprano se dedicó a la carrrera de las armas, sirviendo con valor y ejemplaridad a los reyes de la Casa de Borbón. De familia militar, ingresó muy joven en el regimiento de Reales Guardias Españolas, en el que como alferez participó en la campaña contra las insurrecciones de Vizcaya y en 1719, despues de la capitulación de Fuenterrabía, ascendió a segundo teniente. Durante los años siguientes participó en las campañas de Navarra (1720) y contra los musulmanes ocupantes de Ceuta, ascendiendo a teniente a finales de 1721. En 1727, en el sitio de Gibraltar, que duró cinco meses, sirvió como primer teniente de la compañía Coronela, rango que equivalía al de capitán de compañía.

En 1735 pasó a Génova, bajo las órdenes del marqués de Montemar y participó en la conquista de Sicilia y Lombardía, para ser ascendido a capitán de guardias en 1741 y, cuatro años más tarde, durante la batalla de Campo Santo contra Austria, el rey le confirió el grado de brigadier, actuando en las campañas por el ducado de Milán.

Por estos servicios obtuvo en 1745 las encomiendas de la Orden de Montesa, de la que llegó a ser clavero, cuando ya hacía diez años que el el rey Carlos de Nápoles, futuro Carlos III, le había concedido el título de marqués de Cruilles. Entre 1751 y 1753, conservando el rango de capitán de guardias, ocupó el cargo de gobernador político y militar de Badajoz. Finalmente, el 23 de febrero de 1754 fue destinado a la comandancia militar de Aragón, puesto que desempeñaba cuando en la primavera de 1760 le llegó el nombramiento de virrrey de Nueva España. Estaba a punto de cumplir los 60 años.

En los últimos meses, la muerte de Fernando VI, la regencia de la reina madre y el viaje de don Carlos desde Nápoles a Madrid, estaban marcando los días iniciales del nuevo reinado. En cuanto a Nueva España, el comienzo de este periodo coincide con el fallecimiento del marqués de las Amarillas, ocurrido el 5 de febrero de 1760 y la asunción temporal del mando por la Audiencia Gobernadora y el breve interregno de don Francisco Cajigal de la Vega, Marqués de Cagigal. Las noticias de lo que estaba sucediendo en la Península llegaron al iniciarse el año de 1760 y las exequias por la muerte del rey se celebraron el 25 de junio, con simultaneidad a la proclamación del nuevo monarca.

El marqués de Cruilles fue el primer virrey nombrado por Carlos III, con lo que se cerraba un largo ciclo de interinidades, normalizando y definiendo la nueva situación de las provincias de ultramar. En efecto, el 26 de febrero de 1760, sin tener noticia del fallecimiento de su antecesor, don Julián de Arriaga, ministro del Despacho Universal de Indias y de Marina, enviaba al marqués de Cruilles, a la sazón comandante militar de Aragón, un despacho que decía: "Atendiendo el rey a sus dilatados servicios y a su acertada conducta, le tiene destinado para el virreinato de México.Pero antes… me manda prevenirlo reservadamente y espero su respuesta para… la expedicion del decreto".

El marqués contestó afirmativamente y el día 10 de marzo se expidió el decreto que lo designaba para el cargo, con un sueldo de cuarenta mil pesos anuales y una orden apremiante de que debería embarcar en Cádiz, en la flota que tenia que hacerse a la mar en mayo, al mando del comandante don Carlos Reggio.

Zarpó de Cádiz a bordo del navío Santiago a finales de junio, pero de marzo a junio se mantuvo en constante correspondencia con don Julián de Arriaga, para plantearle y resolver numerosos temas relacionados con su nombramiento, la designación de secretario a favor de don Francisco Fuertes, que le había servico en Aragón durante 6 años y otros asuntos, como la concesión del grado de capitanes a sus hijos, a lo que el rey no accedió.

Pero el monarca había depositado en él toda su confianza, como lo prueba que aprobase que se llevara el secretario que pedía, un caso insólito y novedoso en la administración virreinal. También se le concedieron gastos de viaje y de equipaje, así como el séquito de hasta un total de 40 personas, además de su esposa doña María Josefa de Acuña, sus tres hijos Manuel, Ignacio y María Joaquina, y algunos sobrinos. Lo completaban un escribiente, un médico y un capellán, dos reales guardias españolas, un mayor, un caballero y tres gentiles hombres, así como seis pajes, dos mozos de retrete y un total de once mujeres, entre ayas, cocineras y ayudantes.

El 12 de mayo se le remitió la Instrucción acostumbrada, con los puntos de gobierno más urgentes que tenia que resolver. En ella se mezclaban la alusión a algunos principios generales de gobierno, con el detalle de infinidad de cuestiones accidentales y problemas inmediatos, cuya resolución se le encargaba: la administración, los indios, la real hacienda, la expansión al nordeste (Texas y Nuevo Santander), asuntos eclesiásticos y los de las relaciones comerciales con la península y el archipiélago filipino.

Viajó en la flota que capitaneaba don Carlos Reggio, a bordo del navío Santiago que tocó en Puerto Rico el 11 de agosto y en La Habana el 19 de ese mismo mes. La llegada a Veracruz fue el 4 de septiembre y pocos días más tarde iniciaba su traslado al interior. Se entrevistó en Otumba el 4 de octubre con el virrey interino don Francisco de Cagigal, a quien no tenía instruccciones de retener para residenciar. Finalmente, tomó posesión de su cargo el día 6 de octubre, presentando ante la Audiencia los títulos que le concedíó la Real orden firmada en Aranjuez: primero, el de virrey, lugarteniente y gobernador de la provincia de Nueva España; en segundo lugar el de capitán general y, finalmente, el de presidente de la Real Audiencia.

La entrada solemne en la capital se celebró finalmente, desprovista de toda demostración de riqueza y sin la pompa de ocasiones anteriores, el 25 de enero de 1761. Según la fórmula en rigor, se comprometió a guardar la tranquilidad y a defender el reino y el misterio de la Concepción de María.

Uno de sus primeros actos, todavía en Veracruz, fue avisar a los comerciantes para que estuviesen dispuestos a participar en la feria de Jalapa, pero ante las dificultades existentes y el temor de los comerciantes, por los anuncios de próximas guerras, esta orden tuvo que prolongar su vigencia hasta el 1 de abril de 1762. Con los rendimientos de la Feria, más las contribuciones y exacciones obtenidas en el Virreinato, se preparaban los envíos a la Corona, que transportó la misma flota, que se hizo a la mar con rumbo a la península el 3 de mayo de 1761, cuando se temía que su llegada pudiese coincidir con el inicio de las hostilidades.

Simultáneamente, en Acapulco se celebraba otra pequeña feria, para la venta de los productos llegados desde Filipas, traídos por la flota de Manila. El galeón Santísima Trinidad que llegó el 25 de diciembre de 1760, zarpó rumbo a Filipinas el 8 de abril del año siguiente.

En lo que se refiere a la hacienda virreinal, que Cruillas encontró en muy mal estado, como consecuencia de las constantes exigencias de envíos a la Península, más los situados a que estaba obligado, destinados a las islas de Barlovento y a La Habana, al cabo de un año se encontraban prácticamente exhaustas, por lo que para los nuevos envíos que exigía la Corona, se vió obligado a recurrir a la solicitud de fondos de particulares, en forma de préstamos sucesivos y onerosos.

Conforme avanzaba 1761 se fue haciendo cada vez más patente en Nueva España que la guerra que enfrentaba a Inglaterra con Francia y cuyo frente americano parecía bastante lejano, se iba acercando peligrosamente. La frecuente arribada a Veracruz de navíos franceses procedentes de Nueva Orleans, en demanda de ayuda en forma de víveres, constituía un mal presagio. A finales de año, un despacho del secretario Arriaga, desde Madrid, informando al virrey sobre los desplazamientos de naves de guerra a distintas plazas americanas, en prevención de posibles acciones, concretamente a La Habana y Puerto Rico, por un lado y a Cartagena y Portobelo por otro, llenaron a los funcionarios virreinales de gran inquietud. En Madrid, se desconfiaba de la seguridad que mostraba el virrey, de que su territorio no sería atacado y de que el fuerte de San Juan de Ulúa constituía una garantía suficiente para la defensa del puerto de Vecracruz.

La situación de la minería, por estos años, resultó decepcionante. Con excepcion del yacimiento de Bolaños, las nuevas prospeccciones y avisos de descubrimientos habían acabado siendo fallidos. Por otra parte, los yacimientos más viejos seguían decayendo y resultaban cada vez más caros, conforme se profundizaba en las vetas de extracción. La escasez de azogues tuvo una influencia decisiva en los costes de producción del mineral.

Por otra parte, la frontera norte nunca fue un tema prioritario para el virrey, que atendió de preferencia a los problemas de corrupción y mal gobierno allí planteados, por su deseo de mejorar el comportamiento de los oficiales desplazados a Coahuila y Texas o a los territorios de Nuevo México.

Cruilles había llegado al virreinato poco después de la masacre de San Sabá (1758) y del fracaso de la expedición de castigo conducida por Diego Ortíz Padilla (1759) y uno de sus errores iniciales fue elegir a Felipe de Rábago y Terán, para reemplazar a este último, enviándolo al presidio de San Luis de las Amarillas. Rábago tomó algunas decisiones poco meditadas, como la construcción de nuevos puestos fronterizos, que debilitaron la fuerza del presidio de San Sabá, punto clave en las comunicaciones entre Nuevo México y Texas. El virrey, finalmente, tuvo que desautorizar las decisiones tomadas por el militar.

La declaración de guerra entre España e Inglaterra, a inicios de 1762, no se conoció en Nueva España hasta el mes de junio, obligando al virrey a tomar todo tipo de precauciones, como el reforzamiento de las defensas de Veracruz, la retirada de caudales hasta Jalapa, así como adelantar la organización de milicias y tratar del envío de ayudas a Cuba y Puerto Rico. El episodio más notable de esta guerra, en tierras de Améria, fue la caída de La Habana en poder de los ingleses el 12 de agosto, lo que llenó de inquietud a la sociedad virreinal. El propio virrrey se desplazó hasta Veracruz, visitó sus obras de defensa y trató de adelantar el levantamiento de compañías de granaderos, mientras el comercio local formaba y sostenía compañías de infantería, tanto en el puerto como en Orizaba, Jalapa y Córdoba. El abastecimiento de municiones y armas ocupó el interés del virrey a lo largo de estos meses.

La paz de 1763 no fue suficiente para rebajar el estado de alerta en Nueva España. Siguiendo las instrucciones de la Corona, el marqués de Cruilles confirmó su intención de recibir en el virreinato a los ingenieros y oficiales que había solicitado anteriormente, con el propósito de que favoreciesen el desarrollo de las defensas y la mejora en el suministro de armas y pertrechos, así como la organización de nuevos y mejores efectivos militares. Estas nuevas formaciones se habían de establecer "en los obispados de México, Valladolid, Nueva Galicia y Puebla". También se incrementó la cantidad y calidad de fabricación de la pólvora, así como la continuidad de los envíos previstos a La Habana tan pronto como esta plaza volviese a los dominios del monarca español.

Finalmente, y a pesar de algunas reticencias, el rey aprobó las medidas y providencias tomadas por el marqués en el curso de la guerra, porque las había llevado a cabo en cuanto pudo, dadas las circunstancias y condiciones de precariedad en las que se desenvolvía.

Pero la guerra coincidió, además, con la aparición de otras calamidades. 1762 fue un año fatídico para Nueva España. Aunque la doble peste, viruelas y matlazahuatl, se habían iniciado a mediados del año anterior, fue en 1762 y en 1763 cuando se produjeron los mayores estragos. Casi treinta mil víctimas en la capital (en otras fuentes de habla de casi cien mil, entre México y Puebla) era un número excesivo. En un informe enviado al virrey se decía: que "no ha sido menor el daño que generalmente ha padecido todo este vasto reino, de tal modo que quedaron muchos pueblos sin gente alguna". Sus repercusiones en la economía y en la hacienda local fueron extraordinarias y la situación de grave crisis no se hizo esperar.

Las consecuencias de la guerra habían sido desastrosas para Nueva España, ya que la caída de Manila había obligado a suspender los galeones de 1763 y 1764 y en cuanto a La Habana, recuperada en agosto por el conde de Ricla, al mando de una escuadra llegada desde la península, no impidió la cesión de la Florida y Panzacola. Los situados y otros envíos de recursos a distintas islas y plazas, habían supuesto una exacción de más de cuatro millones de pesos, obtenidos mediante préstamos y obligaciones, de las que se resintieron las fortunas y familias más ricas del país.

A lo largo de 1763 se insistió desde la Corona ante el virrey, para que aumentase y mejorase la producción de pólvora y que perfeccionase las fortificaciones, por lo que se le enviaron seis ingenieros; que pidiese los oficiales que deseaba desde la península para disciplinar a las milicias, etc. Parecía como si los descalabros cosechados en el Pacífico y el Atlántico, hicieran temer al monarca por el mantenimiento y la seguridad de sus dominios en América. Entre 1763 y 1764, en la Corte de Madrid, se deliberó ampliamente en torno a "las bases sobre las que debería establecerse en adelante la más firme defensa del Imperio".

Una de las decisiones ahora tomada consitió en crear o situar en México un eficaz núcleo de tropas veteranas, así como una competente organización de las milicias. El marqués de Esquilache había solicitado del conde Aranda un proyecto de Instrucción por la que habría de regirse el teniente general Villalba, a quien se encargaría su realización. El conde de Aranda elevó esta instrucción al monarca con fecha 1 de abril de 1764. Vale la pena dedicar algunas líneas a este proyecto.

Se trataba de responder a un interrogante largamente alimentado y discutido: si era o no conveniente fortificar el puerto de Veracruz, como medida de defensa y/o disuasión frente a un ataque inglés por sorpresa, ya fuera con la sóla intención de retener la ciudad o de penetrar y dominar el virreinato. Se habían planteado dos posturas enfrentadas y el informe de Aranda apoyó la segunda: que no se fortificara el puerto, a cambio de establecer un ejército permanente en la colonia, situado en una zona estratégica del interior y capaz de rechazar cualquier invasión desde el mar.

Por cierto que Aranda señalaba igualmente los problemas que podría acarrear el envío desde la península de un general en jefe con el nuevo ejército virreinal, porque provocaría enfrentamientos y disputas y porque daría lugar al menoscabo de las funciones tradicionalmente reconocidas desde antiguo a favor del virrey.

Aceptado este informe, se decidió comunicar a Cruilles el envío de varios generales, ordenándole suspender cualquier obra de fortificación y refuerzo de las defensas de Veracruz. Esta fue la razón por la que se decidió que el general don Juan de Villalba, al frente de un grupo de oficiales, pasara a Nueva España con la instrucción de organizar en el virreinato un cuerpo de tropas regulares y de milicianos, a modo de ejército permanente. Arriaga lo comunicó al virrey con fecha 1 de agosto de 1764 y a Villalba se le nombró comandante general de México e inspector general de todas las tropas veteranas y de milicia de infantería y caballería.

Con la finalidad de prevenir cualquier conflicto, el rey decidió que Villalba formase Consejo con los demás generales que le acompañaban, antes de exigir el cumplimiento de una decisión por parte del virrey, pero que si éste se negaba a obedecer, se le comunicara por escrito, obligándole a su cumplimiento y pidiéndole que recurriese por escrito ante el monarca.

El proyecto de ejército estaba compuesto de dos cuerpos veteranos, establecidos de acuerdo con el modelo de ejército permanente europeo, encuadrado en un cuadro completo de oficiales y tropas, que pudieran servir de instructores de las milicias que se decidiera crear en el propio virreinato. El regimiento de Infantería de América, compuesto por más de 1.300 plazas, tenía dos objetivos: "establecer y afirmar en aquellos dominios el servicio militar con todo el rigor de su instituto y…servir de norma y regla a las tropas milicianas que debieran formarse".

Habría que establecer otro regimiento, en este caso de dragones, todavía sin nombre, del que solamente se embarcó el cuadro de oficiales, así como otros oficiales destinados a mandar y formar las fuerzas de la milicia local. Hay que añadir que todos pasaron a Nueva España en calidad de voluntarios, ascendiendo un grado sobre el que tenían en la península y con mejora de sus sueldos. Concentrados en Alicante, la tropa embarcó en Cartagena, con destino a Cádiz, donde se encontraba el general Villalba y sus oficiales de rango superior. La escuadra se hizo a la mar el 5 de septiembre, para llegar a Veracruz el 1 de noviembre de 1764.

Nada más desembarcar, Villalba se dispuso a llevar a cabo la reforma que se le había encomendado, revisando y corrigiendo la situación de las tropas en aquella plaza, sin pedir para nada consejo ni autorización al virrey, antes de trasladarse a la capital. Llegó a México el 11 de diciembre, tras rechazar el ofrecimiento de coche y escolta que le ofreció Cruilles, y desde el primer momento se hizo evidente el enfrentamiento entre ambas personalidades. Tomó decisiones y llevó a cabo cambios y nombramientos sin tener para nada en cuenta la opinión del virrrey, que se negó a aceptar la extinción de la compañía de alabarderos, su guardia personal. Consultada la Real Audiencia el 25 de febrero de 1765 sobre si era o no superior la autoridad del virrey como capitán general o la de Villalba como comandante general de las armas, los oidores se pronunciaron por mayoría a favor del virrey, lo que provocó las iras y protestas del general, que envió un despacho a Madrid, con todo un largo memorial de agravios.

Otro sonado enfrentamiento se produjo cuando el virrey se negó a disolver la junta de Guerra, según Villalba eran "individuos que ignoran esta profesión", a lo que el virrey respondió que los asuntos que se deliberan en la junta "no son para el valor ni la espada, sino para el seso y la prudencia". La solución quedaba al arbitrio de la Corona, igualmente consultada al respecto. Villalba, en sus escritos, acusó al virrey de estorbarle de mala fe, actuar con ambición y seguir sus intereses particulares, de venalidad y enriquecimiento, como un claro caso de inmoralidad.

La respuesta de la Corte, sin embargo, fue un modelo de compromiso, intentando mediar y que resultara equilibrada entre ambos personajes: se amonestaban y ratificaban sus actuaciones, tanto de uno como del otro. Continuó existiendo el batallón de la Corona, pero como uno más de los que se componía el ejército real, dependiente directamente de las órdenes del ministerio de la Guerra. Se reprendía al virrey por su falta de consideración protocolaria respecto de Villalba, pero se ordenaba que la Junta de generales fuera considerada como un consejo de guerra. Al mismo tiempo, se reconocía la independencia de Villalba, recomendándole que tomara sus decisiones tras consulta con el virrey, ya que sus altas comisiones no podían significar la monstruosidad de una independencia o igualdad con éste. A lo largo de todo el año, la posición de Arriaga en Madrid, consistió en archivar todas las quejas y en mantener su deseo de arreglo y avenencia entre ambas partes.

Como la situación de la hacienda virreinal siguió empeorando y se había demostrado la imposibilidad de enviar los fondos requeridos por la Corte de Madrid, a comienzos de 1765 se decidió, tras la consulta con Esquilache, el nombramiento de don José de Gálvez, funcionario distinguido y alcalde de casa y corte, como Visitador general del virreinato. Su llegada a Veracruz, el 18 de julio de 1765, significó la puesta en marcha de todos los recursos dispuestos por el ministro Esquilache, para reactivar y sanear las fuentes de riqueza y los ingresos del erario, al mismo tiempo que se organizaba un nuevo sistema defensivo virreinal.

Entre tanto, se mantenían el enfrentamiento y la disputa entre el virrrey y el general, sin que hubiera sido posible levantar ni una sóla compañía de las milicias previstas y anunciadas. A la dignidad herida del primero, respondía la terquedad y cerrazón del segundo, sin que por su causa pudiera tomarse ninguna decisión. Pero tampoco las obras de defensa y fortificación de las costas de Veracruz habían adelantado lo suficiente, a pesar de las repetidas comisiones y el contínuo desplazamiento de los responsables de llevarlas a cabo.

Redactado el nombramiento de Galvez, en marzo de 1765 se le entregaron tres documentos reales, que especificaban los objetivos que se debía proponer en su actuación. Dos de ellos, expedidos por el Consejo de Indias y el tercero procedente del despacho del ministro Arriaga. Incluían la inspección de los tribunales de justicia, pero también la visita de los organismos de la Real Hacienda, para investigar los posibles excesos cometidos y la manera como podía incrementarse el erario rreal. Eran documentos imprecisos y vagos, de caracter general, completamente diferentes del que también le entregó el ministro Arriaga, repleto éste de cuestiones concretas y específicas, a las que había que atender: aumentar al máximo el producto de las rentas, procurando evitar la creación de nuevas contribuciones y sin alterar las prácticas habituales, ni dispensar favores voluntarios. Para conseguirlo, tenía que revisar a fondo todo el sistema haciendístico virreinal, por lo que el rey otorgaba al visitador todos los poderes y la jurisdicción que pudiese necesitar. Por su parte, el virrey tomaría las medidas que Galvez le pidiera y procuraría darle la asistencia que le fuera requerida.

Galvez zarpó de Cádiz el 25 de abril 1765 llegando a Cuba dos meses después, en cuya capital permaneció hasta el 4 de julio, para alcanzar Veracruz finalmente el 18 de julio. El primer asunto con que se encontró fue la noticia del contrabando de barcos ingleses y franceses en la zona de la Laguna de Términos, sin que se apreciara una eficaz oposición, ni la menor actitud de rechazo por parte de las autoridades locales. En Veracruz recibió una carta del rey, en la que éste le indicaba la conveniencia de establecer de inmediato la renta del tabaco y que dedicara sus esfuerzo en la capital, a conseguir la armonía entre el virrey y el general Villalba.

El establecimiento del monopolio debería ser el primer objetivo de su comisión, y "como el más agradable servicio que podia rendir al rey". Para conseguirlo, se dirigió Galvez a la capital, a la que llegó el 26 de agosto, procurando resolver el enfrentamiento entre el virrey y el general. Dedicado a ambos menesteres, solicitó de Cruilles que se adelantara la feria de Jalapa, con la pretensión de conseguir unos ingresos inmediatos, prontamente enviados a la Península; viajó por el sureste para revisar los campos de tabaco y ordenó lo más conveniente a la administración del monopolio; ocupándose también de revisar y organizar las campañas previstas para la defensa de los territorios del norte, frente a las incursiones de los indios, en Sonora y Nueva Vizcaya.

Pero ya en noviembre, en una de sus comunicaciones, Galvez se quejaba de las dificultades y los impedimientos que encontraba por parte del virrey, para el puntual cumplimiento de los objetivos que se le habían asignado. El enfrentamiento más grave ocurrió en febrero de 1766, cuando Galvez decidió publicar el edicto que informaba de la apertura de su visita general de Tribunales y de la Real Hacienda, en la que incluía al virrey como Presidente de la Audiencia y superintendente de Real Hacienda, a lo que se negó Cruilles. El conflicto suscitado con este motivo, Galvez decidió fijar por si mismo los decretos en los lugares públicos y el virrey amenazó con retirarlos por la fuerza, se resolvió gracias a la intervención del oidor Rodríguez de Toro y a la concesión del visitador frente a las exigencias del virrey. La visita general pudo iniciarse el 27 de febrero de 1766.

Uno de los sucesos más graves ocurridos al final de la etapa de virreinato del marqués de Cruilles, fue el levantamiento y tumulto de los operarios del Real Monte, la famosa mina de Pachuca, ocurrido a finales de julio y todo el mes de agosto de 1766, como consecuencia de las decisiones de don Pedro Romero de Terreros, conde de Regla, que pretendió rebajar los derechos y concesiones otorgadas a sus operarios, relacionadas con el mineral que podían apropiarse, una vez cumplida la obligación de obtener cierto número de sacas. La revuelta del 15 de agosto, que ocasionó dos muertos, se resolvió mediante la intervención de un juez delegado, encargado de investigar los hechos y que ordenó un indulto, publicó una nueva ordenanza y logró que se apaciguasen los ánimos.

El final del conflicto entre personalidades tan eminente sólo se pudo solventar, a pesar de los enfrentamientos y las diferencias entre sus protagonistas, cuando el ministro Arriaga encontró la solución más natural: se había agotado el quinquenio de su gobernación, por lo que terminado el mandato tocaba relevar al marqués. Para sucederle, se designó al noble flamenco don Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix, que llevaba largos años al servicio de los reyes de España. Desempeñaba en aquel momento, el cargo de capitán general de Galicia.

El 23 de agosto de 1766 el marqués de Cruilles entregó el bastón de mando al nuevo virrey marqués de Croix, recibiendo al mismo tiempo una real orden por la que se le ordenaba que debería permanecer en Nueva España, durante el juicio de residencia a que se le iba a someter. Al aceptarlo, se retiró a Cholula, desde donde escribió repetidamente al monarca y a sus ministros, haciéndoles ver lo inconveniente del procedimiento que se estaba siguiendo y su excepcionalidad. Finalmente, sin esperar al término del juicio, en abril de 1767 pasó a Jalapa y desde allí hasta Veracruz, donde embarcó en el navío Dragón, que le condujo a Cadiz, donde llegó el 28 de agosto de este mismo año.

La sentencia final respecto de su Juicio, pronunciada en febrero de 1768, encontró al marqués en su residencia de Madrid. Por ella, y a pesar de todo, se le absolvía de cuantos cargos se habían formulado en su contra.

El marqués residió en Madrid hasta marzo de 1771, fecha en la que recibió permiso para retirarse a Valencia, su ciudad natal, con el propósito de reponer su quebrantada salud. Esta se agravó poco después y murió el 21 de noviembre de 1771.

Bibliografía

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Manuel Ortuño

Autor

  • 0207 Manuel Ortuño