William McKinley (1843–1901): Arquitecto del Imperialismo Moderno y Mártir del Progreso Americano
Infancia, guerra y ascenso: los cimientos de un presidente republicano
Contexto histórico y entorno familiar
La vida de William McKinley, vigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, comenzó el 29 de enero de 1843 en Niles, Ohio, un pequeño enclave industrial en plena expansión durante los años centrales del siglo XIX. Su nacimiento coincidió con una época de profundas transformaciones en la joven nación estadounidense, marcada por tensiones políticas entre estados esclavistas y abolicionistas, una incipiente industrialización en el Norte y una economía agrícola profundamente dependiente del trabajo forzado en el Sur.
McKinley creció en una familia de clase media trabajadora. Su padre, William McKinley Sr., era fundidor de hierro y su madre, Nancy Allison McKinley, provenía de una línea metodista profundamente religiosa. Esta formación religiosa tuvo un impacto duradero en la personalidad del futuro presidente, reforzando un código moral conservador y una visión ordenada del mundo, que más tarde se reflejaría en sus decisiones políticas. En 1852, cuando William tenía apenas nueve años, la familia se trasladó a Poland, Ohio, donde el ambiente era más propicio para la educación y el desarrollo intelectual.
Formación y experiencia militar
En Poland, McKinley asistió a Allegheny College, una institución metodista privada. Sin embargo, su estancia fue breve, ya que debió abandonar los estudios por problemas de salud. El estallido de la Guerra de Secesión en 1861 alteró radicalmente su destino. A los 18 años, se alistó voluntariamente en el 23.º Regimiento de Infantería de Ohio, una decisión que marcaría profundamente su visión del país y su carrera posterior.
Durante la contienda, McKinley sirvió con dedicación y coraje. Fue testigo de algunas de las campañas más intensas del conflicto y fue ascendiendo progresivamente en el escalafón militar. Tuvo el privilegio de servir bajo las órdenes directas de Rutherford B. Hayes, futuro presidente de los Estados Unidos, quien reconoció rápidamente las capacidades de liderazgo y disciplina del joven soldado. Hayes no solo le ascendió al rango de mayor, sino que también lo convirtió en su ayudante de campo, un cargo que estrechó los lazos personales y políticos entre ambos.
La experiencia bélica dejó en McKinley una visión clara del valor de la unidad nacional y el deber cívico, convicciones que se reforzarían durante su carrera política. Además, fue en este contexto donde comenzó a gestarse su ideología republicana, influenciada en gran medida por Hayes, quien más tarde se convertiría en su mentor político.
Carrera como abogado y primer contacto con la política
Al finalizar la guerra en 1865, McKinley decidió aprovechar el prestigio adquirido como veterano para avanzar en su formación profesional. Ingresó en la Universidad de Albany (Nueva York), donde completó sus estudios de Derecho, y en 1867 abrió su propio bufete en Canton, Ohio, una ciudad que se convertiría en su residencia permanente y centro de operaciones políticas.
Su carisma, integridad personal y extraordinaria capacidad como orador lo posicionaron rápidamente como una figura destacada en la escena local. Ese mismo año se involucró activamente en la campaña de Hayes para la gobernación de Ohio, fortaleciendo sus vínculos con las estructuras del Partido Republicano estatal. En 1869, fue designado procurador del condado de Canton, consolidando así su perfil como servidor público.
En 1877, gracias al impulso de sus aliados y al respaldo de la maquinaria republicana, McKinley fue elegido miembro de la Cámara de Representantes por Ohio, cargo que ocuparía de forma casi ininterrumpida durante trece años. Desde el Congreso, se posicionó como un defensor incondicional del proteccionismo económico, argumentando que los aranceles aduaneros elevados eran la mejor defensa de los trabajadores estadounidenses frente a la competencia extranjera.
Este posicionamiento lo acercó a los intereses de los grandes industriales del Norte, que veían en McKinley un interlocutor fiable y coherente. Su relación con el poderoso empresario Mark Hanna, uno de los grandes organizadores del Partido Republicano y símbolo de la connivencia entre política e industria, fue clave para su ascenso. Con el respaldo de Hanna y de los lobbies industriales, McKinley impulsó la Ley McKinley de 1890, que elevó drásticamente los aranceles sobre productos extranjeros, beneficiando a sectores estratégicos como el acero, el textil y la manufactura.
Sin embargo, esta medida, que le granjeó admiración entre los empresarios, tuvo un efecto adverso entre las clases medias, los agricultores y los consumidores del Sur y el Oeste, que vieron encarecerse muchos productos básicos. El descontento popular se reflejó en las elecciones de 1890, donde McKinley perdió su escaño en el Congreso, marcando el que sería uno de los pocos retrocesos políticos en su meteórica carrera.
A pesar de esta derrota, McKinley no abandonó la escena política. Gracias al respaldo inquebrantable de Mark Hanna y del aparato republicano, logró recomponerse políticamente y fue elegido gobernador de Ohio en 1892, cargo desde el cual prepararía su salto definitivo a la presidencia.
Poder, expansión y política arancelaria: la era McKinley en la Casa Blanca
El camino hacia la presidencia
Tras su breve pero significativa gestión como gobernador de Ohio entre 1892 y 1896, William McKinley emergió como una de las figuras más prominentes del Partido Republicano. Su regreso al primer plano político se debió en gran parte al apoyo estratégico y financiero del influyente Mark Hanna, quien no solo manejó sus campañas, sino que diseñó un aparato electoral moderno y eficaz, centrado en la promoción de un mensaje claro: protección de la industria nacional, estabilidad monetaria y prosperidad económica.
En la Convención Nacional Republicana celebrada en St. Louis en 1896, McKinley fue nominado como candidato presidencial sin mayores obstáculos, reflejo del control que su equipo tenía sobre la estructura del partido. Su oponente en las elecciones generales sería el demócrata William Jennings Bryan, un joven y carismático orador que promovía una política monetaria basada en la acuñación libre de plata, lo que permitiría expandir la oferta monetaria pero, según los republicanos, provocaría una peligrosa inflación.
La campaña de McKinley se basó en dos pilares fundamentales. En primer lugar, defendía una política proteccionista a ultranza, argumentando que la industria estadounidense debía estar resguardada de la competencia extranjera a través de aranceles elevados. En segundo lugar, promovía la consolidación del patrón oro como base del sistema monetario, asociándolo con la estabilidad y el crecimiento económico. Este enfoque fue particularmente atractivo para los sectores empresariales, financieros y urbanos del país, que temían los efectos inflacionarios del programa de Bryan.
La campaña de 1896 marcó un punto de inflexión en la historia política de Estados Unidos. Fue una contienda intensamente mediática, con uso estratégico de prensa, discursos, panfletos y mítines bien organizados. El equipo de McKinley revolucionó las técnicas de campaña política, transformándola en un mecanismo moderno de movilización masiva.
El resultado fue una victoria contundente: McKinley obtuvo 271 votos electorales frente a los 176 de Bryan, asegurando así su investidura como presidente el 4 de marzo de 1897.
Política interior y financiera
Una vez en el poder, McKinley aprovechó la mayoría republicana en ambas cámaras del Congreso para implementar rápidamente su programa. Una de sus primeras acciones fue la promulgación de la Tarifa Dingley en 1897, que estableció los aranceles más altos en la historia del país hasta ese momento. Esta legislación fortalecía el vínculo del Partido Republicano con la industria manufacturera y el capital financiero, al proteger sus productos del ingreso de bienes extranjeros más baratos.
En 1900, el Congreso aprobó la Gold Standard Act, que ratificó oficialmente el patrón oro como base única de la moneda estadounidense, excluyendo la posibilidad de introducir la plata como unidad de respaldo. Esta medida proporcionó seguridad a los inversores y a los sectores financieros, fomentando un ciclo de crecimiento económico sostenido que consolidó el prestigio del Partido Republicano como garante de la prosperidad.
Los efectos de estas políticas fueron inmediatos: la economía estadounidense se recuperó de la prolongada depresión posterior a la Guerra Civil, con un aumento significativo de la inversión, el empleo y la producción industrial. Esta recuperación fortaleció el vínculo entre la administración McKinley y los intereses empresariales, mientras que amplió la brecha con los sectores agrarios, especialmente del Sur y el Medio Oeste, que seguían enfrentando dificultades estructurales.
Bajo el liderazgo de McKinley, el Partido Republicano se transformó en el símbolo del crecimiento, el orden y la prosperidad, consolidando su hegemonía en la política nacional hasta bien entrado el siglo XX, con la única excepción del mandato de Woodrow Wilson (1913–1921).
Política exterior e imperialismo
Aunque su mandato comenzó enfocado en asuntos internos, el curso de la presidencia de McKinley cambió drásticamente debido a los acontecimientos internacionales. El conflicto en Cuba, colonia española que enfrentaba una revuelta independentista desde hacía décadas, se convirtió en el epicentro de las tensiones exteriores.
Durante su campaña, McKinley había expresado cierto apoyo a la independencia cubana, pero ya en la presidencia adoptó inicialmente una postura de no intervención directa. Sin embargo, el recrudecimiento del conflicto y la presión de los grupos financieros estadounidenses, con intereses significativos en el azúcar y el tabaco cubanos, lo forzaron a reconsiderar su posición.
El hundimiento del acorazado USS Maine, anclado en el puerto de La Habana, el 15 de febrero de 1898, fue el detonante definitivo. Aunque nunca se esclarecieron completamente las causas de la explosión, la opinión pública y la prensa, influenciadas por el sensacionalismo del “yellow journalism”, atribuyeron la responsabilidad a España, generando una ola de fervor patriótico e intervencionismo.
La Guerra Hispano-estadounidense, declarada oficialmente en abril de 1898, duró apenas tres meses. Fue un conflicto breve pero trascendental. España, debilitada y mal preparada, fue derrotada con rapidez. Como resultado, Estados Unidos se anexionó Puerto Rico, Guam, Filipinas y Hawai, mientras que Cuba fue ocupada formalmente en 1899. Aunque nominalmente independiente tras la guerra, la isla quedó bajo el protectorado estadounidense mediante la Enmienda Platt (1901).
Estas conquistas transformaron a Estados Unidos en una potencia imperial, dando inicio a una nueva etapa en su política exterior. McKinley justificó estas acciones como parte de una “misión civilizadora” y una necesidad geoestratégica, aunque muchos críticos las denunciaron como una ruptura con la Doctrina Monroe, que había sostenido una política de no intervención fuera del continente americano.
Paralelamente, McKinley promovió la Política de Puertas Abiertas en China, una doctrina que buscaba garantizar el libre acceso comercial de todas las potencias extranjeras al mercado chino sin fragmentar el territorio. Esta iniciativa reflejaba el interés estadounidense en proyectar su influencia económica sin recurrir a la colonización directa, pero sí con una presencia diplomática y militar creciente en Asia.
En conjunto, las decisiones de McKinley posicionaron a Estados Unidos como un actor central en la política mundial, algo impensable apenas unas décadas atrás. Sin embargo, este viraje hacia el imperialismo generó tensiones internas y un debate ideológico profundo entre intervencionistas y defensores del aislacionismo tradicional.
Estas transformaciones, tanto en la política interna como en la proyección exterior, prepararon el escenario para el inicio del siglo XX bajo un nuevo paradigma: el de una América industrial, imperial y protagonista global.
Violencia, transición y legado: del magnicidio al ascenso global de Estados Unidos
Reelección, tensiones internas y amenazas al orden
Aprovechando la bonanza económica generada por sus políticas proteccionistas y el clima de orgullo nacional tras la victoria en la Guerra Hispano-estadounidense, William McKinley se presentó a la reelección en el año 1900. Su oponente, como en la elección anterior, fue William Jennings Bryan, quien esta vez hizo de la oposición al imperialismo el eje central de su campaña, criticando duramente las anexiones y el papel estadounidense en Filipinas y Cuba.
Sin embargo, McKinley, respaldado nuevamente por la poderosa maquinaria republicana y por el fervor nacionalista, venció a Bryan por un margen aún más amplio que en 1896. En esta nueva etapa, eligió como vicepresidente a Theodore Roosevelt, una figura carismática que había ganado notoriedad como líder de los “Rough Riders” durante la guerra con España.
A pesar del clima de estabilidad aparente, McKinley estaba cada vez más preocupado por el creciente poder de los grandes consorcios financieros e industriales, conocidos como trusts. Estas entidades controlaban sectores claves de la economía como el acero, el petróleo, los ferrocarriles y las finanzas, amenazando con desbordar la autoridad del gobierno federal y socavar el principio de libre competencia.
A principios de 1901, McKinley comenzó a diseñar una serie de reformas antitrust, orientadas a limitar el alcance y el poder de estas corporaciones. Esta decisión, sin embargo, tocaba intereses muy sensibles dentro del establishment económico, incluyendo a algunos de sus antiguos aliados. La situación se tornaba delicada, pues implicaba un giro dentro del propio modelo republicano, tradicionalmente asociado a los grandes negocios.
Fue en este clima de cambios incipientes, tensiones latentes y fuerte exposición pública cuando ocurrió el evento que marcaría trágicamente el final de su vida y su presidencia.
Asesinato en Buffalo y conmoción nacional
El 6 de septiembre de 1901, McKinley asistía a la Exposición Panamericana en Buffalo, Nueva York, una feria internacional que celebraba el progreso científico, industrial y comercial del continente. Durante un encuentro con el público, en el Temple of Music, fue abordado por Leon Czolgosz, un joven obrero de origen polaco y simpatizante del anarquismo radical. Czolgosz, escondiendo un arma entre sus vendajes, disparó dos veces al presidente a quemarropa.
Las balas perforaron el abdomen de McKinley, una de ellas impactando el estómago. Fue trasladado de inmediato al hospital, donde se le practicó una cirugía de urgencia. En un principio, los médicos creyeron que podría sobrevivir, y su estado pareció estabilizarse durante varios días. Sin embargo, el 14 de septiembre, una infección gangrenosa no detectada se propagó, causando su muerte.
Su fallecimiento causó una ola de conmoción y duelo nacional. Millones de ciudadanos expresaron su pesar en manifestaciones públicas, ceremonias y cortejos fúnebres a lo largo del país. El asesinato de McKinley fue interpretado no solo como un crimen político, sino como un atentado contra la estabilidad y el progreso nacional. La figura de Leon Czolgosz fue rápidamente demonizada, y su ejecución se llevó a cabo poco tiempo después, el 29 de octubre del mismo año.
De acuerdo con la Constitución, el vicepresidente Theodore Roosevelt asumió la presidencia. Esta transición marcó el comienzo de una nueva etapa en la política estadounidense, con un liderazgo mucho más proactivo y progresista en temas económicos, sociales y ambientales.
Reevaluación histórica y legado
Durante mucho tiempo, la figura de McKinley fue eclipsada por el dinamismo de su sucesor. Theodore Roosevelt, con su energía avasalladora, sus reformas progresistas y su política exterior audaz, acabó absorbiendo buena parte del protagonismo que McKinley había construido en vida. No obstante, los estudios históricos más recientes han comenzado a reevaluar su rol como figura clave de la transición entre el siglo XIX y el XX.
McKinley representa el momento en que Estados Unidos dejó de ser una potencia continental aislacionista para convertirse en un imperio emergente con presencia global. Su presidencia consolidó el proteccionismo económico, ancló definitivamente el sistema financiero en el patrón oro, y reconfiguró el mapa geopolítico del país con la anexión de territorios estratégicos en el Caribe y el Pacífico.
Al mismo tiempo, su intento de comenzar a controlar el poder de los trusts, aunque interrumpido por su muerte, anticipó el discurso reformista que marcaría la Era Progresista. En este sentido, su legado no se limita a sus decisiones, sino también a las condiciones políticas que dejó instauradas y que serían desarrolladas por sus sucesores.
El magnicidio que puso fin a su vida fue el tercero en la historia de la presidencia estadounidense —después de Abraham Lincoln y James A. Garfield— y subrayó la creciente exposición de los presidentes en una era de transformación mediática, movilización masiva y polarización ideológica.
Con el paso del tiempo, William McKinley ha sido reconocido como una figura moderada pero firme, cuyo pragmatismo permitió avances estructurales que impulsaron a Estados Unidos hacia su destino como potencia mundial. Si bien careció del carisma de Roosevelt o del genio táctico de Lincoln, su capacidad para navegar entre intereses contradictorios, implementar una agenda nacionalista coherente y liderar al país en tiempos de guerra, lo posicionan como uno de los presidentes bisagra en la historia de Estados Unidos.
En su tumba, en Canton, Ohio, reposa un líder cuya vida combinó servicio militar, habilidad legal, talento oratorio y voluntad política, y cuyo trágico final encendió un nuevo ciclo en la historia moderna del país.
MCN Biografías, 2025. "William McKinley (1843–1901): Arquitecto del Imperialismo Moderno y Mártir del Progreso Americano". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/mckinley-william [consulta: 4 de octubre de 2025].