Esteban José Martínez (1742–1798): Explorador Sevillano en la Frontera del Pacífico Norte
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, el Imperio español vivía una etapa de transformación estructural en sus dominios americanos. Las reformas borbónicas impulsadas por la Corona pretendían centralizar el poder, aumentar la eficacia administrativa y defender los vastos territorios frente a amenazas extranjeras. En este contexto, el océano Pacífico adquirió una nueva relevancia estratégica, especialmente sus costas septentrionales, donde confluirían los intereses imperiales de España, Rusia y Gran Bretaña. El temor al avance ruso desde Siberia hacia Alaska y la creciente presencia británica tras los viajes de James Cook alimentaron la necesidad de consolidar la ocupación del litoral americano desde la Alta California hasta las frías aguas del norte.
Para ello, se fundó en 1768 el departamento naval de San Blas, en la costa del actual estado mexicano de Nayarit. Esta base se convirtió en el centro neurálgico de las expediciones marítimas hacia las Californias, Sonora y más allá. Dentro de esta maquinaria imperial emergió la figura de Esteban José Martínez, un marino sevillano que, gracias a su formación y determinación, se transformaría en uno de los protagonistas más dinámicos y controversiales de la exploración del Noroeste del Pacífico.
Infancia sevillana y formación náutica en San Telmo
Esteban José Pedro de Santa Leocadia Martínez nació en Sevilla el 10 de diciembre de 1742, siendo bautizado en la iglesia de Santiago el Viejo. Era hijo de Martín Martínez, un asturiano que falleció tempranamente, y de Antonia María Fernández Vigueras, originaria de Manzanilla (Huelva). La muerte de su padre en el Hospital Real General de Madrid en 1748, cuando Esteban contaba apenas seis años, condicionó decisivamente su destino. Dos años después, fue admitido como alumno huérfano en el Real Colegio Seminario de San Telmo, una institución creada para formar a jóvenes sin recursos como pilotos y marinos en el arte de la navegación.
Allí se destacó por sus aptitudes y pronto se le describió como “blanco, pelo, cejas y pestañas rubias, ojos pardos tiernos y menudo de facciones”. A los 17 años realizó su primer viaje a la Mar del Sur (Pacífico) como grumete en el navío Príncipe Lorenzo, entre 1759 y 1760. Esta primera travesía, bajo bandera privada, marcó su iniciación práctica en el oficio. De regreso en España, en lugar de continuar sus estudios, abandonó San Telmo sin permiso, frustrado por no haber obtenido el rango de pilotín en el navío El Fénix, pese a tener ya el título correspondiente. Esta decisión le valió la expulsión del colegio y marcó una etapa de oscuridad en su biografía.
Primeros años en Nueva España: del reconocimiento costero a Alaska
Las fuentes guardan silencio sobre los movimientos de Martínez durante los siguientes años, hasta que fue nombrado segundo piloto del puerto de San Blas por orden del virrey Antonio María de Bucareli, en algún momento tras la fundación del establecimiento en 1768. En su expediente aparecen viajes particulares tanto al norte como al sur del continente americano, sin detalles precisos. En 1770, regresó brevemente a Sevilla para casarse con Gertrudis González en la parroquia del Sagrario. Pronto volvió a México, donde comenzó a integrarse plenamente en la dinámica expedicionaria de la Armada Real en el Pacífico.
Su primera misión relevante fue la búsqueda de un sitio alternativo para San Blas, afectado por su clima insalubre. Junto al teniente de navío Ignacio de Arteaga, consideró favorable la bahía de Matanchel, pero el traslado nunca se concretó. En 1774, fue designado segundo piloto de la fragata Santiago, al mando de Juan Pérez, para una expedición de aprovisionamiento y exploración hacia el norte. Este viaje incluyó escalas en San Diego y Monterrey, y culminó con el avistamiento de la isla de la Reina Carlota (Queen Charlotte) y del puerto de Nutka, en la actual Columbia Británica, entonces bautizado como “surgidero de San Lorenzo”.
Al año siguiente, en 1775, Martínez ascendió a primer piloto de la misma fragata Santiago, ahora comandada por Bruno de Heceta, y participó en una nueva expedición hacia el Noroeste. Esta vez, se reconocieron y cartografiaron segmentos del litoral de los actuales estados de Oregón y Washington, consolidando los reclamos españoles sobre territorios apenas visitados anteriormente.
Estas travesías no solo aumentaron su prestigio como marino experimentado, sino que posicionaron a Martínez como un actor central en la defensa de los intereses imperiales en el Pacífico Norte. Además, comenzaron a dibujarse las coordenadas del espacio geográfico donde su figura ganaría mayor relevancia: desde San Diego hasta Alaska, pasando por Nutka y la Alta California.
Tras su participación en los primeros reconocimientos del Noroeste, Esteban José Martínez se convirtió en una figura indispensable dentro del esquema logístico y político del virreinato de Nueva España. Durante los años 1776 y 1777, dirigió numerosas expediciones desde San Blas hacia Baja California y Sonora, transportando víveres, armas, caballos y soldados. En 1778, capitaneó el paquebote San Carlos hacia San Diego, y un año después, en 1779, comandó la fragata Santiago en una nueva travesía de aprovisionamiento hacia los presidios de Alta California.
Estas campañas sostenidas le valieron el ascenso a primer piloto de la Real Armada en 1777, y en 1781 recibió de manos de Carlos III el rango de alférez. El reconocimiento oficial consolidaba su estatus como marino de confianza. En 1782, Martínez tomó el mando de las fragatas Princesa y Favorita, encargadas de transportar documentos y provisiones. Durante esta etapa, exploró y cartografió el canal de Santa Bárbara, colaborando en la construcción del presidio homónimo y de la misión de San Buenaventura. Su contribución no se limitó a la navegación; también fue clave en la consolidación territorial de la Alta California, estableciendo vínculos cruciales entre los enclaves españoles dispersos.
En 1783, repitió la ruta hacia los presidios con la fragata Favorita y el paquebote San Carlos. Luego de una pausa en 1784, volvió a embarcarse en 1785 rumbo a Santa Bárbara y San Diego a bordo del Aránzazu. Al año siguiente, coincidió con el expedicionario francés Jean-François de Lapérouse en la misión de San Carlos de Monterrey, un encuentro que subraya el carácter internacional del teatro geopolítico en el que se desenvolvía Martínez.
Jefe de la expedición a Alaska: el encuentro con los rusos
La experiencia acumulada y el respeto ganado le otorgaron una nueva responsabilidad en 1788, cuando el virrey de Nueva España le confió el mando de una expedición al Noroeste para verificar la presencia rusa en la región. Esta misión se convirtió en un hito dentro de la exploración española en el Pacífico.
Martínez zarpó el 9 de marzo de 1788 a bordo de la fragata Princesa, acompañado por los pilotos Antonio Fernández, Esteban Mondofía, el pilotín Antonio Palacios, y escoltado por el San Carlos, al mando de Gonzalo López de Haro. Alcanzaron tierra el 15 de mayo a la altura del 58º 32′ N, y exploraron el litoral hasta cruzar la entrada del Prince William Sound, reconociendo islas y bahías, elaborando valiosa cartografía.
El punto culminante del viaje llegó cuando el San Carlos entró en contacto con los colonos rusos, quienes, lejos de mostrarse hostiles, ofrecieron hospitalidad a los españoles. A través de este encuentro, Martínez descubrió que los rusos planeaban ocupar el puerto de Nutka al año siguiente, lo que encendió las alarmas del virrey. Esta revelación transformó una expedición científica en una operación diplomática y estratégica de primer orden, y marcó el inicio de una cadena de acontecimientos que alteraría profundamente la geopolítica del Pacífico norteamericano.
Ocupación de Nutka y el estallido de la “cuestión”
La respuesta virreinal fue rápida y contundente: en 1789, Martínez y Haro recibieron órdenes de ocupar el puerto de Nutka y prevenir cualquier establecimiento extranjero. Al llegar, encontraron tres embarcaciones extranjeras: los buques angloamericanos Lady Washington y Columbia, y el paquebote portugués Iphigenia Nubiana, este último en realidad propiedad de una compañía británica. Los capitanes ingleses buscaban explotar el creciente comercio de pieles, cuya rentabilidad había sido descubierta tras las campañas de James Cook.
Desconfiado y sintiéndose amenazado, Martínez detuvo el Iphigenia y lo liberó solo a cambio de otra nave, la goleta Northwest America, que fue rebautizada Santa Gertrudis. Sin embargo, la situación escaló rápidamente con la llegada de más embarcaciones británicas, entre ellas la balandra Princess Royal, al mando de Thomas Hudson, y el Argonaut, comandado por James Colnett. Este último, con carácter altivo, exigió derechos comerciales y cuestionó la autoridad española sobre Nutka. Aunque inicialmente se permitió a los ingleses abastecerse de leña y agua, las tensiones verbales, agravadas por las dificultades idiomáticas, provocaron una crisis diplomática: Martínez decidió apresar los barcos ingleses y enviar sus tripulaciones a San Blas.
El Argonaut fue escoltado por el piloto José Tobar y Tamariz, mientras que el Princess Royal, rebautizado Princesa Real, fue conducido por José María Narváez, seguido por el San Carlos de López de Haro. El 29 de julio, todo cambió: la llegada de la fragata Nuestra Señora de Aránzazu, al mando de José Cañizares, trajo la orden del virrey Flórez de abandonar Nutka y regresar a San Blas con todo el personal y los navíos requisados.
La medida fue percibida como un retroceso táctico. La Corona española, al enterarse del incidente, aprobó la ocupación del puerto, y nuevas órdenes obligaron a organizar una segunda expedición con mayor refuerzo militar. Sin embargo, el daño ya estaba hecho: la detención de los barcos británicos desencadenó un conflicto diplomático internacional conocido como la “cuestión de Nutka” (The Nootka Sound Controversy).
Este conflicto enfrentó directamente a España y Gran Bretaña, con el riesgo de una guerra continental. Aunque se evitó el enfrentamiento armado, las consecuencias fueron profundas: España perdió parte de su legitimidad como potencia exclusiva en el Pacífico Norte, y tuvo que reconocer la libre navegación y comercio en esas aguas.
Repliegue y reocupación: consecuencias del conflicto de Nutka
Tras la polémica generada por los apresamientos y la retirada de Nutka, las autoridades españolas se vieron obligadas a organizar una expedición de reocupación, esta vez de mayor envergadura y bajo control más estrecho de la Corona. En esta nueva empresa, aunque ya no como comandante, Esteban José Martínez siguió desempeñando un papel importante: embarcó en 1790 como “piloto de derrotas” en la fragata Concepción, comandada por Francisco de Elisa, acompañado por el San Carlos, al mando de Salvador Fidalgo.
El propósito era doble: afianzar la presencia española en el puerto de Nutka y desactivar las tensiones con Gran Bretaña mediante la creación de instalaciones duraderas. Se reconstruyeron viviendas, almacenes y puestos defensivos; se adaptaron especies vegetales al entorno hostil; y se exploraron nuevas rutas en busca del legendario paso del Noroeste. Sin embargo, a pesar del empeño, la iniciativa española entró en decadencia, afectada por los altos costos, la falta de continuidad institucional y la creciente presión diplomática británica. En última instancia, los acuerdos de la Convención de Nutka (1790–1794) sellaron la retirada progresiva de los intereses hispanos del litoral noroccidental.
Para Martínez, el episodio marcó el punto final de su protagonismo en la arena imperial. De regreso a San Blas, solicitó permiso para volver a España y reunirse con su esposa, a la que no veía desde su boda en 1770. No obstante, diversas obligaciones y compromisos personales retrasaron su viaje.
Propuesta frustrada de colonización y últimos servicios
Durante esta etapa de repliegue, Esteban José Martínez presentó a la Corona un ambicioso proyecto de colonización del litoral entre el estrecho de Juan de Fuca y el cabo Mendocino. El plan contemplaba el envío de 300 soldados, nueve oficiales y 40 frailes, con el objetivo de fundar asentamientos permanentes, garantizar la soberanía española frente a ingleses y rusos, y abrir una ruta segura hacia México. La iniciativa se financiaría mediante el comercio de pieles con Macao, del que Martínez ya tenía conocimiento práctico tras sus contactos con comerciantes estadounidenses y europeos en Nutka.
Sin embargo, la respuesta del virrey Juan Vicente de Güemes Pacheco, conde de Revillagigedo, fue demoledora. Describió la propuesta como “uno de los muchos proyectos producidos por la ligera imaginación de Martínez que nunca descansa, sin una necesaria comprensión de las dificultades, gastos y reglas”. La frase resumía el desencanto de las autoridades con un marino percibido como valiente pero impetuoso, poco inclinado a la disciplina burocrática que exigían las reformas borbónicas. Así, la propuesta fue archivada y Martínez quedó al margen de nuevas decisiones estratégicas.
Aun así, la Corona le reconoció su lealtad. En 1792, finalmente pudo regresar a España, desembarcando en La Coruña, y recibió el ascenso a teniente de fragata. Fue designado oficial de escolta en convoyes de azogue, un cargo de responsabilidad pero sin posibilidad de proyección ulterior. En 1795, solicitó volver a San Blas, esta vez con su esposa, en un intento de recuperar su rol dentro del escenario que mejor conocía.
La pareja se instaló en Tepic, donde administraron un rancho de ganado. Entre labores rurales y travesías menores de abastecimiento, Martínez vivió sus últimos años lejos del protagonismo político y militar que había caracterizado su carrera.
Muerte en Loreto y evaluación de su legado
Durante una expedición de rutina hacia la Antigua California, Martínez enfermó gravemente. Tuvo que detenerse en la misión de Loreto, donde falleció el 28 de octubre de 1798. Tres días antes había dictado su testamento ante el comandante del presidio local. Fue enterrado en la iglesia de la misión, cerrando así una vida marcada por la exploración constante, el servicio imperial y la tensión entre acción y obediencia.
A pesar del juicio crítico de Revillagigedo y de su declive final, el legado de Esteban José Martínez es considerable. Fue uno de los primeros cartógrafos del Pacífico Noroeste, contribuyendo a la elaboración de mapas precisos de Alaska, la Columbia Británica, Washington, Oregón y California. Participó en la fundación o consolidación de importantes presidios y misiones, como Santa Bárbara y San Buenaventura, y facilitó el aprovisionamiento continuo de enclaves aislados y estratégicos.
Más aún, fue el primer oficial español en tomar posesión formal del puerto de Nutka, gesto simbólico que desencadenó una de las mayores crisis diplomáticas de la historia moderna entre España y Gran Bretaña. Aunque su actuación fue luego desautorizada, ese acto puso a prueba los límites de la hegemonía imperial española y marcó un antes y un después en la política marítima global.
El personaje de Martínez ha sido redescubierto por la historiografía contemporánea, que ha destacado su papel pionero como explorador, su visión geoestratégica y su compromiso con la expansión hispana en una región inhóspita. Lejos de ser un simple ejecutor de órdenes, fue un protagonista activo, valiente y polémico, que combinó audacia personal con un patriotismo constante, aunque no siempre comprendido por sus superiores.
Esteban José Martínez pertenece a esa generación de marinos que, desde los márgenes del imperio, trataron de reinventar la frontera hispana en el mundo moderno. Su historia ilustra no solo los desafíos físicos de navegar hacia lo desconocido, sino también los dilemas políticos, culturales y humanos de una España que, en el ocaso de su poder, aún luchaba por mantener su presencia en el último confín del océano.
MCN Biografías, 2025. "Esteban José Martínez (1742–1798): Explorador Sevillano en la Frontera del Pacífico Norte". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/martinez-esteban-jose [consulta: 5 de octubre de 2025].