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PolíticaHistoriaBiografía

María Manuela de Portugal (1527-1545).

Princesa de Asturias e infanta de Portugal perteneciente a la casa de Avís, nacida en la ciudad de Coimbra el 15 de octubre de 1527 y muerta en Valladolid el 12 de julio de 1545. Hija de Juan III rey de Portugal y de Catalina de Austria, hermana de Carlos V. Fue la primera esposa del futuro Felipe II, por entonces príncipe de Asturias, el cual gobernaba en nombre de su padre, Carlos V, como regente en los territorios de la Península Ibérica tras la marcha del emperador a Flandes en 1543. La boda se celebró en Salamanca el 13 de noviembre de 1543, este matrimonio apenas duró dos años, ya que la princesa murió en el año 1545, cuatro días después de dar a luz a su primer y único hijo, Carlos. Sus restos fueron depositados en Granada, y en el año 1574 fueron trasladados al Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial, donde permanecen en la actualidad.

Primeros años

Durante el gobierno de su padre, Juan III, Portugal, país dedicado tradicionalmente a la exportación de productos coloniales, sufrió una crisis económica de enormes proporciones que obligó a éste a solicitar emprésitos en Castilla y en Flandes. Esta crisis económica pudo cambiar el futuro de la princesa totalmente ya que ante la falta de liquidez su padre intentó ahorrarse su dote concertando su matrimonio con su tío el infante don Luis.

La educación de María Manuela fue supervisada por su madre, Catalina de Austria, hija póstuma de Felipe I el Hermoso y de Juana la Loca, nació mientras su madre recorría Castilla con el cuerpo de su esposo. Los años que permaneció Catalina junto a Juana en su encierro de Tordesillas marcaran su carácter, por este motivo intentó que sus hijos fueran profundamente religiosos y respetuosos de los sacramentos, sobre todo con el del matrimonio, ya que las infidelidades de su padre y su muerte posterior causaron una profunda depresión que llevó a Juana a ser recluida hasta su muerte. Para Catalina lo más importante era que su hija hiciera un buen matrimonio y que fuera digna de las más altas consideraciones, fue precisamente por este motivo por el que convenció a su marido, Juan III, para que aceptara la candidatura del heredero de Carlos V. Es muy notable la gran influencia que tuvo Catalina en la corte de Portugal, no sólo como reina consorte sino también porque ejerció un papel destacado en las decisiones tomadas por el rey, tanto en materia política como económica.

Abundan las descripciones físicas y mentales de María, ya que desde que el comienzo de las negociaciones matrimoniales de los reyes de Portugal con Juan de Idiáquez, secretario de Estado de Carlos V, el futuro Felipe II se mostró muy interesado por conocer el aspecto físico de su futura esposa. Así el embajador en Portugal, Sarmiento, le envió al príncipe la siguiente descripción: "Es tan alta o más que su madre, muy bien dispuesta, más gorda que flaca, y no de manera que no le esté muy bien. Cuando era muchacha era más gorda. En palacio, ninguna está mejor que ella (…) Según sus mujeres, es muy sana y muy concertada en venille su camisa, después que tuvo tiempo para ello, que dicen que es lo que más vale para tener hijos". En cuanto al carácter de la princesa, su madre en sus cartas la describió como una persona tímida y reservada, que en raras ocasiones expresaba sus sentimientos. Parece, no obstante, que procuraba estar siempre de buen humor y mantener una actitud amable con todos los que la rodeaban. En palabras del mismo Sarmiento: "Dicen todos que es un ángel de condición y muy liberal. Muy galana amiga de vestir bien. Danza muy bien (…) y también sabe latín (…)". Particular preocupación tenía Catalina por las costumbres alimentarias de la princesa, ya que esta parece que era aficionada a los grandes banquetes, lo que le podía ocasionar no sólo problemas de salud, sino dificultades a la hora de encontrar marido.

La elección como esposa del futuro Felipe II

Desde el año 1541 el emperador Carlos V, se ocupó personalmente de instruir a su hijo y heredero, el futuro Felipe II, en las labores de gobierno, puesto que consideró necesario que éste estuviera preparado para asumir la enorme responsabilidad de sucederle en el poder llegado el momento. En mayo del año 1543 dejó a cargo de Felipe el gobierno de sus territorios en la Península Ibérica, ya que numerosos asuntos reclamaban su presencia en sus posesiones del norte de Europa. Fue en el año 1541 cuando Carlos comunicó a su hijo, a través de una carta, su decisión de que había llegado el momento de contraer matrimonio puesto que era necesario afianzar la dinastía con el nacimiento de un heredero para asegurara un sucesor en caso de muerte prematura del emperador y del propio Felipe. Por otro lado, el matrimonio del príncipe de Asturias podía suponer nuevos apoyos para Carlos V en sus actuaciones en Alemania, además de un gran aliado en los enfrentamientos que éste mantenía con el rey de Francia, Francisco I. Otro beneficio que podía reportar el matrimonio del heredero era la entrada del dinero procedente de la dote de la novia, ya que este, podía suministrar fondos para las arcas siempre necesitadas de liquidez del emperador.

La primera candidata fue Juana de Albret, heredera del Bearne, zona situada al sur de Francia, que en la actualidad se corresponde casi en su totalidad con el departamento de Bajos Pirineos. Este matrimonio iba en contra de los intereses de Francisco I que obligó a Juana a casarse con el duque de Cléves y aunque el enlace poco después se declaró nulo, fue suficiente para obligar a Carlos V a renunciar a sus pretensiones en la zona; esta era especielmante importante para el emperador, ya que con su anexión no sólo hubiera ampliado sus territorios sino que habría contado con una importante base para dirigir sus operaciones en contra de Francia.

Fracasado su primer intento, el emperador comenzó a pensar seriamente en mejorar sus relaciones con Francia. De este modo, en su opinión, el doble enlace matrimonial entre su heredero con Margarita de Valois, una de las hijas de Francisco I, y del heredero de Francia, el duque de Orleans, con la sobrina de Carlos V, María, hija de Fernando de Austria, que hubiera sido dotada con el ducado de Milán o con los Países Bajos, territorios ansiados por Francisco I y motivo de numerosos conflictos entre ambos gobernantes; podían asegurar el mantenimiento de la paz entre ambos reinos.

Felipe se mostró en desacuerdo con esta idea de su padre, puesto que para él el control del Milanesadoera fundamental para mantener la comunicación entre España y Alemania; y además la llegada de los enemigos franceses a esta importante zona podía suponer un grave peligro para el mantenimiento de las posesiones españolas en Italia, ya que Nápoles supondría una zona natural de expansión para Francia. Por lo que respecta al los Países Bajos, estos aseguraban el libre acceso al norte de Europa y no interesaba perder tan importante zona estratégica, tanto desde el punto de vista militar como económico, ya que Flandes era una gran zona comercial, donde se vendía la lana castellana y se importaban muchos materiales necesarios para la defensa del Imperio.

Como opciones, Felipe había barajado dos candidatas, la primera su prima y futura reina de Inglaterra María Tudor; y la segunda candidata, su favorita, su también prima María Manuela de Portugal. Dada la juventud de Felipe en estas fechas, es lógico pensar que el príncipe expresó a su padre las opiniones políticas vertidas por sus consejeros de confianza, como es el caso del duque de Alba, aunque alguna de estas opiniones permaneció durante todo su gobierno posterior. También se ha querido ver que su elección de una candidata portuguesa, pudo estar motivada por la gran influencia que tuvo su madre, la emperatriz Isabel de Portugal, durante toda su infancia, ya que ésta se ocupó personalmente de la educación de sus hijos, durante las largas ausencias de Carlos V, hasta su muerte en el año 1539.

Las opiniones de Felipe pesaron mucho en el emperador, que sorprendido por la gran madurez alcanzada por su hijo, decidió acceder a sus deseos y mandó a uno de sus hombres de confianza, Juan de Idiáquez, que ocupaba el cargo de secretario de Estado, a negociar el matrimonio del príncipe de Asturias con la hija de los reyes de Portugal.

Algunos historiadores mantienen que Carlos V había considerado a María Manuela como futura esposa de Felipe con anterioridad, debido a que su dote podía suponer un gran alivio para la economía del emperador, como ya lo supuso la de su esposa, la emperatriz Isabel de Portugal. Además es muy posible que mantuviera una intensa correspondencia con su hermana Catalina en este sentido, que se convirtió en la principal defensora del candidato español en la corte de Juan III.

Negociaciones matrimoniales

Las negociaciones para el matrimonio del príncipe Felipe y la infanta María Manuela se iniciaron tras la llegada de Juan de Idiáquez a Portugal, pero estas, no fueron tan sencillas como en principio se podía esperar dadas las relaciones de parentesco que unían a ambas familias reales. Juan III era hijo de Manuel I El Afortunado y de la infanta María, hija de los Reyes Católicos y era hermano de Isabel de Portugal, madre del futuro Felipe II. Por otra parte, el emperador Carlos era hermano de Catalina de Austria, la esposa de Juan III.

El rey de Portugal se encontraba en un mal momento, ya que se había iniciado una grave crisis económica en el país y se había visto obligado a pedir prestado grandes cantidades de dinero en Castilla y en Flandes. Por este motivo había decidido casar a María Manuela con su hermano, el infante don Luis, para de este modo, rebajar la dote de su hija, dadas las escasas aspiraciones del infante. En este momento la intervención de la hermana del emperador y madre de María Manuela, Catalina de Austria, fue crucial para el mantenimiento de la propuesta de Carlos V en nombre de su hijo Felipe. Catalina, una vez más, ejerció la enorme influencia que poseía sobre su marido para que este aceptara la proposición del heredero del trono de España. La gran diferencia de edad que separaba a don Luis de su sobrina, ya que este contaba con cuarenta años y María Manuela apenas si tenía trece; y sobre todo las grandes posesiones territoriales con las que contaba Carlos V, y que en el futuro pasarían a su heredero, fueron algunos de los argumentos esgrimidos por la reina que acabaron por convencer a Juan III de que el matrimonio podía ser muy beneficioso para los intereses de su hija y de Portugal.

A pesar de la aceptación de la propuesta por parte de los reyes portugueses, existía una corriente de opinión que se oponía al enlace de María Manuela y Felipe, ya que el heredero a la corona de Portugal, el príncipe Juan, no gozaba de buena salud, por lo que en caso de fallecimiento de este, los derechos de sucesión pasarían a su hermana, lo que supondría la llegada también al trono de Felipe.

El 1 de diciembre de 1542 los reyes de Portugal establecieron sus condiciones o capitulaciones matrimoniales para aceptar definitivamente el matrimonio de su hija con el heredero de Carlos V, siendo aceptadas por el embajador español en Portugal, Luis Sarmiento de Mendoza, el 13 de enero de 1543. En estas capitulaciones además, se concretaba el matrimonio del príncipe heredero de Portugal, don Juan, con la hija menor de Carlos V, la infanta doña Juana, que contaba en aquel momento con ocho años de edad. El último trámite para poder realizar el matrimonio fue la solicitud al Vaticano de la dispensa papal, puesto que ambos contrayentes eran primos hermanos, una vez llegado el consentimiento del papa, se iniciaron los preparativos. El primer paso era celebrar una boda por poderes que autorizara a María Manuela a abandonar el hogar paterno y posteriormente preparar el encuentro con su prometido y celebración de unos nuevos esponsales en territorio español. Muy importante además fue el cobro de la dote por parte del secretario de Estado, Idiáquez, ya que la enorme suma de dinero, que ascendía a trescientos mil ducados, era reclamada por el emperador que se encontraba en guerra contra Francia desde 1542. En 1543 el emperador recibió un primer pago que ascendía a ciento cincuenta mil ducados y que fue realizado en las ferias de Medina del Campo.

La boda de Felipe y María

El matrimonio por poderes se celebró en Portugal el día 12 de Mayo de 1543, coincidiendo con la Pascua del Espíritu Santo. En representación del príncipe de Asturias en la ceremonia, estuvo el embajador Luis Sarmiento de Mendoza, el cual había participado en las negociaciones previas al matrimonio. Una vez realizados los esponsales y tras algunos días de fiesta, se preparó la salida de María Manuela de su país, aunque se acordó que hasta después del verano la princesa no viajaría para ahorrarle incomodidades. Fueron el duque de Braganza y el Arzobispo de Lisboa, los encargados de acompañar a la infanta hasta la frontera del reino de Portugal. El emperador, por su parte, eligió con extremo cuidado a los nobles que debían esperar a María Manuela, así el honor recayó en el duque de Medina Sidonia, Juan Alfonso de Guzmán y en representación de las altas jerarquías de la iglesia eligió al obispo de Cartagena, Martínez Silíceo, ambos debían reunirse en Badajoz para esperar a la prometida de Felipe.

La comitiva de Martínez Silíceo partió de Valladolid el 25 de septiembre; por su parte el duque de Medina Sidonia, acompañado del conde de Niebla, del conde de Olivares y otros parientes, salió de Sevilla el día 5 de octubre. Fue este segundo el que primero llegó al punto de encuentro y allí recibió la noticia de que la princesa y sus acompañantes esperaban impacientes la llegada de la comitiva española al otro lado de la frontera, en Évora. La razón del retraso del obispo de Cartagena, fue provocada por un resfriado en su marcha hacia Extremadura, con el objeto de curar su enfermedad había tenido que refugiarse en un convento de dominicos de la localidad de Cantalapiedra, y por tanto no le quedó más remedio que retrasar su viaje. Éste incidente causó la indignación de los nobles portugueses, ya que para ellos se trataba de un inexplicable retraso y fue considerado como un insulto. A pesar de la espera se sucedieron los momentos de diversión tanto en la comitiva española como en la portuguesa, ya que, fueron frecuentes todo tipo de acontecimientos, fiestas, bailes y torneos se sucedieron para gran alegría de los residentes de la zona. Tras la llegada de Martínez Silíceo un nuevo problema de protocolo surgió entre ambas comitivas. Los portugueses, afirmaban que su misión les había sido encomendada por su rey, Juan III, por lo que eran superiores en este caso a los españoles, ya que habían acudido en representación del príncipe Felipe, por tanto, los portugueses debían ocupar los primeros puestos en la entrega de la infanta María.

El incidente estuvo a punto de suspender los esponsales, ya que ninguno de los nobles implicados estaba dispuesto a ceder en esta cuestión. En este momento el obispo de Cartagena, Silíceo, decidió enviar a negociar al hijo del Almirante de Castilla, Alfonso Enríquez, este consiguió gracias a su prudencia que se entregara a la princesa en Badajoz. Tras la lectura de los documentos que acompañaban a ambas comitivas, el duque de Braganza entregó a la infanta y posteriormente, la comitiva partió hacia Salamanca. Como hecho curioso hay que destacar que fue tanta la impaciencia del príncipe, que partió de Valladolid y en vez de dirigir sus pasos a Salamanca, marchó al encuentro de María, para poder ver a la que sería su futura mujer antes de la presentación oficial. Este comportamiento fuera de las normas del rígido protocolo, parece que era costumbre entre los jóvenes de la época, ya que eran frecuentes los matrimonios concertados.

María llegó por fin a Salamanca el 13 de noviembre y recibió innumerables muestras de respeto y afecto por parte de los habitantes de la ciudad, fueron muchos los curiosos que se acercaron a contemplar a la joven princesa. A las nueve de la noche del día 14 de noviembre se celebró la unión de ambos príncipes; los padrinos de la boda fueron los duques de Alba y tras una sencilla ceremonia dio comienzo un banquete que se prolongó hasta altas horas de la madrugada. Las fiestas populares se sucedieron por todo Salamanca, por espacio de cinco días. Tras las fiestas, los jóvenes esposos se dirigieron hacia Valladolid. A su paso por Tordesillas, acudieron a visitar a la abuela de ambos doña Juana la Loca, la cual llevaba treinta años encerrada. Los cronistas comentan que la madre del emperador recibió la noticia con alegría y pidió a los jóvenes príncipes que bailaran para ella, petición que fue concedida gustosamente por sus nietos.

Vida matrimonial y muerte de María Manuela

Los príncipes de Asturias se instalaron tras su matrimonio en la ciudad de Valladolid, en la casa donde había nacido Felipe, propiedad de Francisco de Cobos. En cuanto al servicio, el mayordomo mayor fue Alonso de Meneses, la camarera mayor fue Margarita de Mendoza, el veedor fue Manuel de Melo, el secretario Julián Dalba, siendo el obispo de León el capellán mayor. La casa de los príncipes destacó por su extrema austeridad, a pesar de la costumbre de María de hacer costosos regalos a las gentes de su servicio.

Felipe se dedicó de lleno a la tarea que su padre le había encomendado, el gobierno de los reinos peninsulares, fue en este momento cuando aconsejó al emperador que controlara sus gastos, ya que la población no podía seguir pagando sus grandes empresas. Felipe y su colaborador, el secretario de Estado Francisco de Cobos, opinaban que el sistema impositivo debía mejorarse, y a través de todos los medios a su alcance intentaron hacer frente a los costosos gastos militares a los que estaba sometido el Imperio, vendiendo juros, arrendando impuestos y solicitando subsidios en las Cortes. La situación económica era desesperada y a pesar de los esfuerzos del secretario de Estado y del propio Felipe la economía del imperio se desmoronaba, ni siquiera la llegada de la plata de América pudo paliar la mala situación de las finanzas del reino. En esta época son numerosos los nobles que piden a Carlos que finalice sus guerras y de un respiro a la maltrecha hacienda.

En cuanto a las relaciones entre María y Felipe, es muy notable la intervención del emperador en esta materia. Carlos, preocupado porque un exceso de actividad sexual acabara con la salud, un tanto frágil, de su hijo, recordando al heredero de los Reyes Católicos, el príncipe Juan, que murió tras su noche de bodas. Hizo todo lo posible por limitar los encuentros entre ambos, así ordenó a Juan de Zuñiga que controlara a su hijo y que además le vigilara para que no mantuviera ninguna relación fuera del matrimonio. El infortunio les persiguió más todavía, ya que a los pocos meses de casados el príncipe sufrió una terrible erupción en la piel que le obligó a apartase de su esposa, por miedo a contagiarla. Las presiones para que ambos limitaran sus contactos por un lado y el deseo de que la princesa quedara embarazada, como demuestran las sangrías a las que fue sometida, pudieron motivar la profunda frialdad con la que se trataban los príncipes. Dada su extrema juventud es muy posible que la inexperiencia de ambos y las enormes presiones a las que estaba sometido el heredero jugaran en su contra, enfriando sus relaciones. Otra explicación para el distanciamiento de los príncipes fue la dada por el príncipe de Orange, Guillermo de Nassau, el cual estaba muy interesado en desprestigiar tanto al emperador como a su heredero, puesto que ansiaba que las Provincias Unidas (Holanda y Zelanda) fueran independientes. Según este, Felipe II mantenía una relación incestuosa con su hermana la infanta doña Juana de Austria, por lo que había perdido el interés por su esposa. Otra versión posterior, del mismo personaje, habla de que Felipe II mantuvo una relación por estas épocas con una de las damas de su hermana pequeña, de nombre Isabel de Osorio, la cual también había sido acompañante de la emperatriz Isabel. Ninguna de estas versiones ha sido demostrada, aunque es posible que el príncipe mantuviera alguna relación con la segunda, puesto que parece que la tuvo una especial consideración. A pesar de todo se observó una mejora de las relaciones de María y Felipe, tras anunciar la princesa que se encontraba encinta.

En la madrugada del 8 al 9 de Julio de 1545 María Manuela de Portugal dio a luz en Valladolid a un varón, el parto fue muy doloroso y el niño nació muy débil, apenas sin fuerzas para moverse, en honor a su abuelo el nuevo infante recibió el nombre de Carlos, la alegría de los jóvenes padres fue inmensa. Parece que Felipe escribió inmediatamente una carta a su padre para informarle de la buena noticia. La alegría duró poco ya que cuatro días después del parto, moría, a los dieciocho años, la princesa de Asturias.

No sabemos las causas exactas que provocaron la muerte de María Manuela, puesto que los cronistas no facilitan datos concluyentes. La explicación popular más extendida en la época fue que la princesa tras el parto comió un limón y esto resultó fatal para su recuperación. Como explicación más aceptable está el testimonio de un cortesano, testigo de los hechos, que afirmó que la princesa tras el gran esfuerzo del parto comenzó a tener fiebre. Es posible que Felipe omitiera el comentario en la carta redactada a su padre, por considerar normal que la princesa experimentara una subida de temperatura tras un parto de estas características. Al parecer, según el mencionado testigo, las comadronas no actuaron con diligencia para bajar la fiebre de la princesa lo que provocó un empeoramiento de su situación. La muerte de María sumió al príncipe en una profunda tristeza, que tardó años en superar, se refugió en el trabajo y de forma inconsciente parece que se apartó de su hijo Carlos, que ya desde los primeros momentos de su infancia, dio muestras de tener graves problemas físicos y mentales.

Bibliografía

  • JOVER ZAMORA, J.M. (dir) "España en tiempo de Felipe II", en Historia de España de Menéndez Pidal. Vol XXII. Primera parte. Madrid, Espasa Calpe, 1994.

  • FERNANDEZ ALVAREZ, MANUEL. Felipe II y su tiempo. Madrid, Espasa Calpe, 1998.

  • NADAL, SANTIAGO Las cuatro mujeres de Felipe II. Barcelona, Ed. Mercedes, 1944.

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