María I Tudor (1516–1558): La Reina Sanguinaria que Transformó Inglaterra

María I Tudor (1516–1558): La Reina Sanguinaria que Transformó Inglaterra

Contexto y Juventud Conflictiva

Orígenes Familiares y Primeros Años

María I Tudor nació el 18 de febrero de 1516 en el Palacio de Greenwich, Londres. Fue la hija primogénita del rey Enrique VIII de Inglaterra y de Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos de España. Su nacimiento fue una gran esperanza para sus padres, ya que se esperaba que ella fuera la heredera que finalmente aseguraría la sucesión de la dinastía Tudor. Sin embargo, este anhelo de tener un hijo varón, que asegurara la continuidad del reino, se vería frustrado por la llegada de varios hijos que no sobrevivieron mucho tiempo después de su nacimiento. De hecho, antes de María, Enrique VIII había tenido varios hijos varones que murieron en su infancia, lo que convirtió a la princesa en el único rayo de esperanza para el futuro de la dinastía.

La relación de sus padres, al principio armoniosa, se vería trastocada a medida que pasaban los años. Catalina de Aragón, a pesar de ser una princesa poderosa y cultivada, no pudo darle a Enrique el ansiado hijo varón. Con el tiempo, el rey comenzó a distanciarse de su esposa, y en 1525, el matrimonio de los dos se encontraba al borde de la ruptura. Enrique, deseoso de tener un heredero masculino, se vio atraído por Ana Bolena, una dama de honor de la corte, lo que desencadenó una serie de eventos que terminarían afectando profundamente a la vida de María.

Desde su nacimiento, la joven princesa fue educada en un ambiente que favorecía el aprendizaje y el desarrollo intelectual, con tutores de renombre como Thomas Linacre y Tomás Moro, que le proporcionaron una formación humanista. En su infancia, María desarrolló una notable habilidad en las lenguas, el latín, el francés y el español, y fue también instruida en las artes del bordado, la música y la equitación. Esta educación, probablemente influenciada por su madre, Catalina, fue un reflejo de la cultura de la alta nobleza española de la época, con énfasis en la formación intelectual y espiritual, algo poco común para las mujeres de su tiempo.

A los 9 años, María fue proclamada oficialmente princesa de Gales y se trasladó a vivir al Castillo de Ludlow, en Gales, que era la residencia tradicional de los herederos de la corona. Sin embargo, su vida en la corte de Enrique VIII estaba a punto de cambiar drásticamente. Enrique, quien ya había comenzado a buscar una solución a la falta de un heredero masculino, abandonó a Catalina y decidió anular su matrimonio con ella. Esto desencadenó una serie de hechos que alteraron el destino de María de manera irrevocable.

La Ruptura con su Madre y el Inicio del Conflicto Familiar

En 1527, Enrique VIII solicitó al Papa la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón, lo que resultaría en uno de los episodios más trascendentales de la historia de Inglaterra: la ruptura con la Iglesia Católica Romana. Enrique, no solo con deseos de tener un hijo varón sino también de casar con Ana Bolena, que ya estaba embarazada de él, desafió la autoridad papal, creando así la Iglesia de Inglaterra (anglicanismo) en un acto de desafío a Roma.

Este evento no solo cambió el curso de la historia religiosa en Inglaterra, sino que también cambió el futuro de María. En 1531, el rey Enrique VIII la excluyó oficialmente de la sucesión al trono, declarándola ilegítima al considerar su nacimiento producto de un matrimonio inválido. Con esta acción, María perdió su título de princesa y quedó marginada de la corte, alejándose de su madre, que fue confinada en el castillo de Kimbolton. Esta exclusión del poder y de la familia real la sumió en una profunda crisis emocional y política.

A pesar de los esfuerzos de María por mantenerse fiel a su madre y a la tradición católica, se vio obligada a ceder a las presiones de su padre. En 1536, tras la caída de Ana Bolena, la hija de ambos, Isabel, también fue declarada ilegítima. Aunque María se sintió un profundo resentimiento hacia su padre por la forma en que trataba a su madre y a ella misma, la joven princesa se mantenía firme en sus convicciones católicas y se negó a reconocer el Acta de Supremacía, que otorgaba al rey Enrique VIII el título de cabeza de la Iglesia de Inglaterra.

A lo largo de estos años, María sufrió el abandono de su padre y la cercanía de sus hermanastros, sobre todo de Isabel, quien pronto se vería favorecida en la corte por ser protestante. A pesar de los intentos de reconciliación, María nunca se sometió a las reformas de su padre ni a la nueva religión, y su vida en la corte estuvo marcada por una serie de tensiones políticas y personales que la alejaron del núcleo de poder.

La Crisis Religiosa y el Ascenso de María

La Juventud en la Corte Protestante de Eduardo VI

Cuando María I Tudor alcanzó la mayoría de edad, su vida seguía marcada por la lucha constante con la Corte y la religión. Su hermano, Eduardo VI, hijo de Enrique VIII y Juana Seymour, ascendió al trono en 1547, con solo 9 años. Durante los primeros años de su reinado, el poder estuvo en manos de regentes, siendo el más destacado Eduardo Seymour, duque de Somerset, quien promovió un gobierno protestante. Esta situación supuso un gran obstáculo para María, quien, fiel al catolicismo, fue vista con recelo por la corte debido a sus creencias religiosas y su aparente lealtad a la antigua fe.

A pesar de su marginación política, María se mantuvo una figura importante en la corte. Durante este periodo, su relación con su hermano Eduardo se fue distanciando. Eduardo VI, influenciado por las reformas protestantes, comenzaba a cuestionar la autoridad de la Iglesia Católica, mientras que María mantenía firmemente sus creencias católicas. La joven princesa, que había sido educada bajo los principios religiosos de la tradición española y había sido criada para seguir los valores de la Iglesia, se mostró desafiante hacia las reformas que su hermano promovía, como el matrimonio del clero y la nueva liturgia religiosa. La corte inglesa se convertía cada vez más en un terreno de tensión religiosa, donde los conflictos entre católicos y protestantes se intensificaban.

A pesar de la hostilidad que sentía por parte de los nuevos gobernantes protestantes, María continuó desempeñando un papel importante en la política. No obstante, su posición fue debilitándose con la llegada de John Dudley, duque de Northumberland, quien asumió el gobierno de Inglaterra tras la caída de Somerset en 1549. Northumberland era un firme defensor del protestantismo y desconfió profundamente de María, considerando que su fe católica era una amenaza para la estabilidad del reino. Esto provocó que María fuera objeto de vigilancia y sospecha, y su vida se tornó aún más incierta.

La Muerte de Eduardo VI y la Breve Larga Pugna por el Trono

En 1553, cuando Eduardo VI enfermó gravemente, las tensiones alcanzaron un punto álgido. A pesar de su corta edad, Eduardo VI había demostrado tener claros sus deseos religiosos, y en su lecho de muerte, temeroso de la restauración del catolicismo, decidió alterar el testamento real. En un intento por asegurarse de que el protestantismo prevaleciera, Eduardo excluyó a su hermana María de la sucesión al trono y designó a Juana Grey, una pariente lejana, como su heredera. Juana, quien también era protestante, fue apoyada por el duque de Northumberland y su facción, que veían en ella una figura que podría mantener el reino alineado con las reformas religiosas.

La designación de Juana Grey, sin embargo, fue rápidamente rechazada por la mayoría del pueblo. En cuanto la noticia de la muerte de Eduardo VI se difundió, María, quien se encontraba en su residencia en el este de Inglaterra, comenzó a movilizarse. La popularidad de la joven princesa, heredera legítima del trono, se vio reflejada en el apoyo inmediato que recibió por parte de la nobleza y el pueblo inglés. El duque de Northumberland, viendo que perdía el control, intentó movilizar sus fuerzas para imponer la voluntad de Eduardo VI, pero la resistencia de María creció rápidamente.

El 19 de julio de 1553, en un acto de gran simbolismo, María fue proclamada reina en Londres, rodeada de la multitud que la aclamaba. La reacción popular fue tan favorable que el duque de Northumberland fue arrestado y posteriormente ejecutado. En su primer momento de poder, María I trató de consolidar su reinado mostrando una actitud moderada en cuanto a la religión, permitiendo que el culto católico fuera restablecido en el país. Fue un primer paso hacia la restauración de la fe católica, aunque la situación en Inglaterra seguía siendo extremadamente volátil debido a los profundos conflictos religiosos.

María fue coronada reina el 1 de octubre de 1553, y su primer acto como monarca fue restaurar el matrimonio entre sus padres, Enrique VIII y Catalina de Aragón, como parte de su esfuerzo por devolver la legitimidad a su propia línea dinástica. Sin embargo, su determinación por restablecer el catolicismo pronto chocaría con la realidad de un reino que, desde la creación de la Iglesia de Inglaterra, había adoptado una postura protestante firme. María, a pesar de su ascenso al trono, se encontraría enfrentando una resistencia considerable tanto de la corte como de la población, que no estaba dispuesta a abandonar los cambios que el protestantismo había traído consigo.

El Reinado de María I y la Restauración del Catolicismo

El Matrimonio con Felipe II y la Controversia Popular

Desde el momento en que María I ascendió al trono, uno de los eventos que más marcaría su reinado fue su decisión de casarse con Felipe II de España, el hijo del emperador Carlos V. Esta elección no solo fue un asunto personal, sino también político, ya que María esperaba, a través de este matrimonio, fortalecer la posición de Inglaterra dentro de una Europa católica y restaurar el poder y la influencia de su país en la esfera internacional. El matrimonio también fue un paso importante hacia la restauración del catolicismo en Inglaterra, ya que Felipe II, como católico ferviente, era un firme defensor de la fe que María deseaba revivir.

Sin embargo, la decisión de casarse con Felipe II fue muy impopular en Inglaterra, donde las tensiones religiosas y políticas ya eran considerables. La idea de que un monarca inglés se uniera a un príncipe extranjero, especialmente uno tan cercano a los Habsburgo, la familia imperial, alarmaba a muchos. Los ingleses temían que Felipe tuviera una influencia excesiva sobre el gobierno y que Inglaterra se viera arrastrada a las guerras europeas, en particular contra Francia. Además, la posibilidad de que el trono inglés cayera bajo control español generaba desconfianza entre la población.

A pesar de estas preocupaciones, María continuó con sus planes de matrimonio, convencida de que su unión con Felipe no solo consolidaría su reinado, sino que también restauraría la fe católica en Inglaterra. El matrimonio se celebró el 25 de julio de 1554 en la catedral de Winchester, con Felipe II, de 26 años, y María, de 37, en el centro de la ceremonia. A pesar de las diferencias de edad y de temperamento, la reina se enamoró profundamente de su esposo, mientras que para Felipe II el matrimonio fue principalmente un arreglo político. Aunque la unión fue formalmente sólida, la relación personal entre los dos fue más fría y distante.

En enero de 1554, antes de que el matrimonio se llevara a cabo, un grupo de protestantes encabezado por Thomas Wyatt se levantó en rebelión. Su objetivo era evitar el matrimonio de María con Felipe, temiendo que este evento significara una restauración completa del catolicismo y una subordinación de Inglaterra a los intereses de España. La rebelión, conocida como la rebelión de Wyatt, fue sofocada rápidamente por las fuerzas leales a la reina, y Wyatt y otros conspiradores fueron ejecutados. Sin embargo, la rebelión dejó claro que la popularidad de María estaba en declive, y su matrimonio con Felipe solo aumentó las tensiones políticas y religiosas en el país.

La «Persecución de los Protestantes» y el Origen de su Apodo

La principal obsesión de María I durante su reinado fue restaurar el catolicismo como religión oficial de Inglaterra. Tras su matrimonio con Felipe II y su creciente alineación con las potencias católicas de Europa, la reina tomó medidas drásticas para erradicar el protestantismo que había sido instituido bajo el reinado de su padre, Enrique VIII, y continuado bajo Eduardo VI. Esta persecución se convirtió en uno de los aspectos más polémicos de su reinado y fue, en gran parte, la causa de su apodo posterior de «Bloody Mary» («María la Sanguinaria»).

En 1555, María aprobó una serie de leyes que permitían la ejecución de aquellos que se mantenían fieles al protestantismo. El punto culminante de esta persecución fue la quema de cientos de líderes protestantes en la hoguera. Entre las víctimas más destacadas se encontraban los obispos John Hooper, Nicholas Ridley y Hugh Latimer, quienes fueron quemados vivos por su fe. En total, se estima que alrededor de 300 personas fueron ejecutadas durante el reinado de María, lo que generó un profundo resentimiento en gran parte de la población.

Aunque la intención de María era restaurar el catolicismo y proteger la fe que ella había heredado, la brutalidad de las persecuciones tuvo efectos contraproducentes. En lugar de debilitar el protestantismo, estas ejecuciones contribuyeron a consolidar la figura de los protestantes como mártires, lo que incrementó el apoyo a la causa protestante y generó una creciente oposición al régimen de María. Además, la crueldad de las quemas y la represión religiosa arruinaron su imagen en el país, y su reinado se asoció con la intolerancia y la violencia.

Mientras tanto, María intentaba dar esperanza a su causa a través de un posible embarazo. La reina había mostrado signos de embarazo en 1555, lo que provocó especulaciones sobre la posibilidad de que Inglaterra tuviera un heredero católico. Sin embargo, tras varios meses de expectativas, se descubrió que la reina no estaba embarazada, sino que sufría de una hinchazón abdominal. Este desengaño fue un golpe devastador para María, quien había depositado grandes esperanzas en la posibilidad de dejar un heredero y continuar su lucha por la restauración del catolicismo.

A pesar de las dificultades, la reina no abandonó sus objetivos. La restauración del catolicismo y la defensa de la alianza con España seguían siendo sus prioridades. En 1557, tras la entrada de Inglaterra en la guerra contra Francia, María hizo todo lo posible por apoyar la causa de Felipe II, enviando dinero y tropas para ayudar en la lucha contra los franceses. Sin embargo, la guerra culminó en una derrota para los ingleses y la pérdida de Calais, una de las últimas posesiones inglesas en el continente europeo, lo que desmoralizó aún más a la reina y agravó su creciente impopularidad.

Declive, Legado y la Sucesión de Isabel

Los Últimos Años de María I

A medida que avanzaba su reinado, la salud de María I comenzó a deteriorarse, y sus frustraciones personales se multiplicaron. A lo largo de los años, había experimentado varias decepciones, especialmente en lo que respecta a su incapacidad para concebir un heredero. La falta de un hijo con Felipe II y la creciente tensión política en su reinado contribuyeron a su creciente desmoralización. Además, la pérdida de Calais en 1558, un hecho trágico para la reina, simbolizó el declive de Inglaterra en su situación internacional. Calais había sido una posesión inglesa durante más de doscientos años, y su pérdida a manos de los franceses fue vista como un signo del fracaso de la política exterior de María, que había buscado recuperar la posición de su reino en Europa mediante su alianza con España.

La salud de María continuó empeorando en los últimos años de su reinado, y la reina, que ya había superado los 40 años, se enfrentó a una situación insostenible. A pesar de sus esfuerzos por aferrarse al poder, la falta de un heredero católico y la creciente insatisfacción con su gobierno la llevaron a contemplar la cuestión de la sucesión. Sin un hijo, y sabiendo que su reinado estaba llegando a su fin, comenzó a pensar en quién podría tomar el trono después de su muerte.

La Designación de Isabel I como Sucesora

En un giro irónico de la historia, la sucesión al trono de María I fue asegurada por su hermana, Isabel, una figura protestante que, durante gran parte del reinado de María, había sido vista como una amenaza potencial. A pesar de las tensiones entre ambas hermanas, María designó a Isabel como su sucesora en su testamento, con la esperanza de que ella abandonara el protestantismo y restaurara la fe católica en Inglaterra. Sin embargo, las probabilidades de que Isabel renunciara a su fe eran mínimas, ya que había sido educada en el protestantismo y había mantenido una relación distante y tensa con la reina.

En marzo de 1558, un mes antes de la muerte de María, su hermana Isabel fue finalmente liberada de cualquier restricción, y se permitió su regreso a la corte. Esto marcó el comienzo de la transición hacia el reinado de Isabel I, quien, en los años siguientes, llevaría a Inglaterra a una era de estabilidad política y religiosa, poniendo fin a las tensiones religiosas que habían marcado la vida de María. Isabel sería coronada reina en 1559 y consolidaría el protestantismo en Inglaterra, al mismo tiempo que rechazaba la influencia de España y restauraba el poder de la corona inglesa en Europa.

La Muerte de María I y el Legado Histórico

María I falleció el 17 de noviembre de 1558 a la edad de 42 años, dejando atrás un legado ambiguo y complicado. A pesar de sus esfuerzos por restaurar el catolicismo en Inglaterra, su reinado no logró consolidar una monarquía estable ni garantizar la continuidad de su fe en el país. La persecución de los protestantes, aunque de corto plazo, dejó una marca indeleble en la historia de Inglaterra, y la figura de María I pasó a ser conocida como «Bloody Mary» por las miles de ejecuciones y persecuciones llevadas a cabo durante su reinado.

Aunque su muerte significó la restauración del protestantismo bajo Isabel I, el gobierno de María no fue completamente inútil. A pesar de la oposición y la frustración que su reinado provocó en muchos sectores de la sociedad inglesa, el trono pasó a Isabel, quien finalmente reunificó el país bajo una nueva fe. Isabel I sería recordada como una de las monarcas más exitosas y celebradas de la historia inglesa, y su reinado marcaría el comienzo de una era de prosperidad y poder para Inglaterra.

El legado de María I fue en gran medida definido por las medidas religiosas que tomó, pero también por su valentía en un momento en que las mujeres en el poder eran extremadamente raras. A pesar de la intensidad de las críticas hacia su gobierno, muchos historiadores modernos reconocen su fortaleza y determinación frente a las adversidades, así como el contexto en el que se vio obligada a actuar. Su muerte sin descendencia, y la forma en que permitió que su hermana ascendiera al trono, terminó por garantizar que Inglaterra seguiría siendo una nación protestante, aunque con las cicatrices de un conflicto religioso profundo.

María I fue enterrada en la Abadía de Westminster, en el mismo sepulcro que albergaría los restos de Isabel I años después, sellando el destino histórico de ambas hermanas. Aunque su apodo de «Bloody Mary» ha perdurado, su reinado también dejó una huella en la historia, no solo como un periodo de persecución religiosa, sino como el fin de una era y el comienzo de otra, mucho más estable bajo el gobierno de su hermana Isabel.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "María I Tudor (1516–1558): La Reina Sanguinaria que Transformó Inglaterra". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/maria-i-tudor-reina-de-inglaterra [consulta: 5 de octubre de 2025].