Macció, Rómulo (1931-VVVV).
Pintor y artista gráfico argentino nacido en Buenos Aires en 1931. De formación autodidacta, los críticos encuadran su arte dentro de la corriente neofigurativa desde un enfoque surrealista.
Desde muy joven Macció realizó trabajos gráficos y decorativos para el ámbito teatral. En 1962 consiguió una beca del Fondo Nacional de las Artes que le permitió estudiar en Europa, donde participó un año más tarde en la XXXI Bienal de Venecia y en la Bienal de París; se convirtió desde entonces en un artista destacado por su originalidad.
Su riqueza cromática, instrumento de una constante interrogación acerca del hombre, se refleja en el óleo Encrucijada, así como en su pintura Esquemas, que se conservan respectivamente en la colección Giesso y en el Museo Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires. Ha sido merecedor, entre otros, de los siguientes galardones: el Premio De Ridder (1959), el del Instituto Torcuato Di Tella (1963) y el Premio Guggenheim (1964). Su obra está representada en diversas colecciones del mundo. En 1961, Macció -junto con otros artistas como Deia, Noe y De la Vega-, fundó el movimiento Figuración; en 1981 una muestra conmemorativa recordaba los veinte años desde la creación de este grupo de artistas con una exposición celebrada en los jardines y salones de los Palacios de San Telmo.
Cada una de las pinturas de Macció evoca un universo de ideas e imágenes que conviven anárquicamente y que pueden ser unidas gracias al relato plástico del artista. La sinceridad de su lenguaje revela una actitud desenfadada. Autor de pintura urbana y en cierto sentido impresionista, se podría decir que Rómulo Macció es popular en la elección de los temas, romántico en la manera de interpretarlos y pasional en la acción.
La exposición Pinturas de la contaminación y el olvido recogió un conjunto de paisajes referidos al barrio de La Boca y al Río de la Plata en los que se recupera, desde el juego de la memoria, el pasado. Son antológicos sus cuadros Los inmigrantes, realizado en 1983 cuando instaló su casa-taller en La Boca, o Riachuelo (1991), donde el andamiaje geométrico adherido a la tela exalta el sentimiento de nostalgia.
“Pintar- declaró en una entrevista- es como cantar, caminar, bailar, es intuición, sentimiento. La pintura tiene un lenguaje que es mostrar, el pintor es un artesano”. Y esta naturalidad se percibe en sus dibujos, donde nada parece extraño. Este observador errante vuelca en sus pinturas el sello personal de su modo de ver. En Roma, Nueva York, Venecia o Buenos Aires, Macció refleja un patio trasero que amontona desperdicios, el castillo de San Angelo, el elegante Central Park, el Puente de los Suspiros o la Vuelta Rocha, e integra todo en la expansión de su pintura.
"La pintura -comenta Macció- no pretende otra cosa que reflejar la realidad y cargar de materia pictórica de sensibilidad para que la gente se emocione”.
MITC
