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Lima Barreto, Afonso Henriques de (1881-1922).

Narrador y periodista brasileño, nacido en Río de Janeiro el 13 de mayo de 1881 y fallecido en su ciudad natal el 1 de noviembre de 1922. Está considerado como el novelista brasileño más importante de las dos primeras décadas del siglo XX, durante el período en que dominó, en la literatura, el arte y la vida intelectual de dicha nación, la corriente conocida como pre-modernismo. Mulato, anarquista y ferozmente antiacademicista, hijo de los suburbios cariocas en los que daban sus últimos estertores las viejas formas de vida del antiguo Imperio, acabó convirtiéndose en el principal referente literario de su tiempo, después de una corta pero intensa andadura vital en la que fue lacerado por un sinfín de lacras y desgracias: la orfandad, la pobreza, la discriminación racial, la locura, el alcoholismo...

Vino al mundo en el seno de una humilde familia de clase media, formada por el mulato João Henriques de Lima Barreto -que ejercía el oficio de tipógrafo en la Imprenta Nacional de Brasil (Impresa Nacional)- y por la también mulata Amália Augusta Barreto -una esforzada maestra, de espíritu animoso pero salud quebradiza, que regentaba una modesta escuela para niñas en su propia casa-. En comparación con la media de la población mestiza que, por aquel tiempo, poblaba los barrios suburbiales de Río de Janeiro, los progenitores de Afonso Henriques de Lima Barreto gozaban de una posición social y cultural relativamente aceptable, pues ambos descendían (por las ramas blancas de sus respectivas familias) de adineradas estirpes del barrio rico de Botafogo (al que el futuro escritor habría de manifestar un odio acérrimo durante toda su vida). Por otra parte, tanto el padre como la madre de Lima Barreto eran nietos de esclavos negros libertos, lo que les proporcionó el acceso a una buena formación cultural, ya que era norma habitual en la alta sociedad blanca carioca hacerse cargo de la educación de la descendencia habida con esclavos o libertos de raza negra (progenie a la que se acostumbraba a dar, incluso, el apellido legítimo).

La vida del futuro escritor estuvo marcada por la desgracia, el dolor y las estrecheces desde el mismo instante de su nacimiento: al poco tiempo de haberlo alumbrado, su madre experimentó un considerable agravamiento de la afección tuberculosa que padecía, por lo que hubo de cerrar su negocio de enseñanza y guardar reposo, con la subsiguiente merma en la apurada economía doméstica.

Sobreponiéndose a duras penas a la gravedad de su dolencia, Amália Augusta Barreto tuvo fuerzas para convertirse en la primera maestra de su hijo e iniciarlo en los rudimentos del saber. Pero en diciembre de 1887 se produjo la trágica muerte de la infortunada mujer, con lo que João Henriques de Lima Barreto quedó viudo y a cargo de cuatro hijos pequeños, el mayor de los cuales -que era el futuro novelista- aún no había cumplido los siete años de edad. Pocos meses después (concretamente, el 13 de mayo de 1888), el impresor mulato llevó de la mano a su primogénito a la ceremonia pública en la que una representante de la Monarquía, la princesa Isabel, firmó la célebre Ley Áurea, por medio de la cual quedaba oficialmente abolida la esclavitud en Brasil.

Puesto en la necesidad de aumentar sus ingresos, João Henriques de Lima Barreto publicó por aquellos días una traducción de un manual de tipografía escrito en lengua francesa; y, al mismo tiempo, empezó a coquetear con la política, lo que acabó redundando negativamente en la familia, pues en 1889, a raíz de la proclamación de la República, fue despedido de su puesto en la Imprenta Nacional. El motivo de esta destitución fue la caída en desgracia de su protector, el senador monárquico del Partido Liberal Afonso Celso, quien, con los nuevos aires republicanos que corrían por Brasil, fue perseguido y se vio forzado a tomar el rumbo del exilio.

A pesar de las dificultades económicas por las que atravesaban los suyos tras el despido del cabeza de familia, el pequeño Afonso Henriques -ayudado, en parte, por las enseñanzas que le había legado su difunta madre- logró ingresar en el internado dirigido por doña Teresa Pimentel do Amaral, después de haber aprobado con gran brillantez los exámenes necesarios para acogerse a los subsidios de la Educación Pública. Poco después, la facción política a la que había apoyado su padre volvió a ocupar el poder, con lo que el antiguo tipógrafo consiguió un cómodo empleo como escribiente y proveedor en la Colonia de Alienados de la Isla del Gobernador. Por aquel tiempo, el jovencísimo Afonso Henriques de Lima Barreto, angustiado por las exigencias académicas del internado y, en su tiempo libre, por la inquietante vecindad de los locos, llegó a pensar en varias ocasiones en la posibilidad de poner fin a su vida.

Merced a las ayudas y recomendaciones de un nuevo "padrino" protector de la familia -el vizconde de Ouro Preto-, en 1891 Afonso Henriques de Lima ingresó en el Liceu Popular Niteroiense, donde continuó ampliando su ya excelente formación académica. Cursados estos estudios secundarios, se matriculó en el Colégio Paula Freitas (1896) para preparar el examen de ingreso en la Escuela Politécnica de Río de Janeiro -la institución docente más prestigiosa de su tiempo-, a cuyas aulas se incorporó brillantemente en 1897, para realizar la carrera superior de Ingeniería Civil.

Por aquel tiempo, su cada vez más acusada vocación literaria le empujaba a desentenderse de las materias científicas y tecnológicas para centrarse, en cambio, en los estudios de otras lenguas que, como el francés, habrían de permitirle la lectura de las obras maestras, en sus respectivas versiones originales, de Balzac, Flaubert, Renán, Anatole France y Guy de Maupassant. También estudió con ahínco la lengua inglesa y leyó con fruición a los grandes narradores rusos de la segunda mitad del siglo XIX, como Turgénev, Tolstoi y Chéjov.

A este mayor interés por las Letras vino a sumarse otra circunstancia que hizo incómoda su situación en la Escuela Politécnica de Río. Poblada ésta por algunos de los vástagos de las familias más ricas de Brasil (todas ellas, sobra advertirlo, de raza blanca), se había generado en sus aulas un acendrado espíritu racista que discriminaba a los escasos estudiantes de color que las frecuentaban. En plena adolescencia, Afonso Henriques se vio atrapado por un fuerte complejo de inferioridad y una aguda sensación de pesimismo que jamás habría de abandonarle.

Con todo, decidió preterir su vocación humanística en beneficio de sus estudios de Ingeniería, con la esperanza de que éstos pudieran brindarle una ventajosa posición social y económica en un futuro próximo. Pero sus planes se vieron nuevamente truncados por la desgracia, ya que su padre, víctima de una ironía trágica propia de la dramaturgia helénica, cayó en el pozo negro de la locura cuando más asentado parecía en su nuevo oficio de administrador y proveedor de bienes para los enfermos mentales. Acuciado por la imperiosa necesidad de mantener a sus hermanos y a su incapacitado progenitor, Afonso Henriques de Lima Barreto abandonó en 1902 la Escuela Politécnica y aceptó un modesto empleo como amanuense en la Secretaría de Guerra; y se instaló en un alejado suburbio de la capital carioca, buscando un enclave apartado y solitario donde los terribles alaridos dictados por la demencia de su padre no despertasen las iras del vecindario.

Curiosamente, su nuevo oficio de escribiente le proporcionó, al obligarle a andar constantemente entre pliegos, legajos y publicaciones, sus primeros contactos con el mundillo literario e intelectual del Río de Janeiro de comienzos del siglo XX. Por medio de estas amistades empezó a publicar sus primeras colaboraciones periodísticas en la prensa carioca, donde, hacia 1905, despertó el interés de lectores y editores por algunos reportajes que publicó en el Correio da Manhã. Pero los beneficios obtenidos de estas colaboraciones habrían de operar un efecto negativo en su ya trágica peripecia vital, pues comenzó a invertir sus ganancias en el consumo inmoderado de bebidas alcohólicas, lo que le empujó irremediablemente a la dipsomanía.

Por aquel tiempo, a pesar de que era más fácil hallarle en estado de embriaguez que bajo la dudosa lucidez de la sobriedad, Lima Barreto continuaba siendo el intelectual brasileño que mejor conocía la novelística europea de la segunda mitad del siglo XIX, y especialmente la narrativa de los grandes maestros rusos. El afán de éstos por denunciar las vilezas e injusticias que se cometían contra los humillados y ofendidos calaba hondo en la conciencia airada y resentida del joven escritor carioca, quien por aquel entonces compaginaba sus obligaciones laborales de escribano y su cultivo vocacional del periodismo con ciertas actividades políticas desarrolladas en el seno del Partido Obrero Independiente, asociación política en la que había formalizado su militancia.

A pesar de que aún conservaba el vigor juvenil propio de los veinticinco años de edad, sus excesos etílicos empezaron a hacer mella en su salud a finales de 1906, cuando hubo de pasar tres meses alejado de su puesto de trabajo para restablecerse de sus primeras dolencias graves. Durante este largo período de baja laboral, concibió el proyecto de fundar una revista cuyo principal objetivo fuera el de -según sus propias palabras- "combatir los mandarinatos literarios y el formulario de reglas de todo tipo". El primer número de Floreal -nombre de resonancias revolucionarias con el que bautizó esta publicación-, vio la luz en 1907; a partir de entonces, Lima Barreto fue reconocido por todos como la cabeza visible del antiacademicismo y la ruptura con el legado de la tradición.

Entretanto, el animoso escritor carioca se había enfrascado en la redacción de sus dos primeras narraciones extensas, en las que estuvo ocupado entre 1907 y 1908. Se trata de Recordações do escrivão Isaías Caminha (Recuerdos del escribano Isaías Caminha, 1909) y Vida e morte de M. J. Gonzaga de Sá (Vida y muerte de M. J. Gonzaga de Sá, 1919), la primera de ellas divulgada inicialmente, en forma de novela por entregas, entre las páginas de la revista Floreal, y la segunda relegada al silencio por los editores durante diez largos años. En ambas obras, Lima Barreto dejaba ya bien patente una de las señas de identidad más significativas de toda su producción literaria: el carácter autobiográfico de sus escritos de ficción, siempre basados en los avatares de su propia vida y en sus preferencias ideológicas.

En septiembre de 1909 -el mismo año en el que se habían puesto a la venta en Río de Janeiro los ejemplares de su primera novela publicada-, Afonso Henriques de Lima Barreto se vio implicado indirectamente en un grave altercado político-social. En el transcurso de una rutinaria manifestación estudiantil en protesta por los abusos cometidos por las fuerzas del orden, dos jóvenes manifestantes perdieron la vida acuchillados por la policía carioca, que dejó a su alrededor numerosos estudiantes malheridos. Lima Barreto, designado por azar entre los miembros del jurado que había de juzgar la actuación de los policías detenidos, se distinguió por su vehemente insistencia en la necesidad de imponer una condena ejemplar a los acusados.

El suceso causó un gran revuelo en las instancias políticas de Brasil, hasta el extremo de poner en la cuerda floja al autoritario Ministro de Guerra Hermes Rodrigues da Fonseca, un furibundo militarista, partidario de la disciplina y la mano dura, que había instituido un año antes el servicio militar obligatorio. Las iras de éste y otros virulentos defensores de la actuación policial estuvieron a punto de alcanzar al escritor carioca, quien se vio forzado a poner tierra por medio y permanecer "desaparecido" durante unos días en Juiz de Fora (un municipio del interior del país, a orillas del río Paraibuna, en el estado de Minas Gerais, a unos ciento cincuenta kilómetros de Río de Janeiro). A su regreso, el antimilitarista Lima Barreto no sufrió, aparentemente, represalia alguna; pero lo cierto es que, a partir de entonces, jamás gozó de un ascenso o mejora laboral en esa Secretaría de Guerra donde, en franca contradicción con su ideología anarquista y antibelicista, venía prestando sus servicios como amanuense.

En 1910, el prestigioso crítico José Veríssimo elogió públicamente la opera prima de Lima Barreto, con lo que el autor carioca empezó a ser saludado como una de las grandes revelaciones de la literatura nacional. Este merecido reconocimiento espoleó su creatividad en grado extremo, de tal manera que, en apenas dos años (1911 y 1912), escribió algunos de sus mejores cuentos, como "O homen que savia javanés" -una ácida denuncia de la impostura como vía de ascenso en la sociedad- y "Nova California" -una espléndida sátira de la avaricia humana, encarnada en un pueblo que se lanza en bloque a la profanación de su camposanto después de que un alquimista haya anunciado el descubrimiento de un procedimiento para convertir los huesos en oro-. Pero sobre todo resulta obligado destacar, entro los ubérrimos frutos de ese feraz período, su gran novela O triste fim de Policarpo Quaresma (El triste fin de Policarpo Quaresma, 1911), que, a pesar de ser una de sus obras mayores -y, sin lugar a dudas, una de las piezas maestras de la narrativa brasileña contemporánea-, pasó prácticamente inadvertida para la crítica y el público cuando Lima Barreto la divulgó, por entregas folletinescas, en el Jornal do Comércio.

Esta fría acogida deparada a su nueva novela, sumada a su escasez de recursos económicos, su dependencia del alcohol y su desesperación por la locura incurable de su padre, le sumió en una nueva crisis en la que volvió a plantearse la idea del suicidio. El alcoholismo comenzó a causar estragos irreparables en su ya muy deteriorada salud, y le obligó, en febrero de 1912, a solicitar una tercera baja laboral de tres meses (la segunda la había consumido en 1910), con el subsiguiente agravamiento de su situación financiera. Sin embargo, mantenía en pleno vigor su aliento creativo, que le permitió subsistir en 1914 publicando una crónica diaria en O Correio da Noite, al tiempo que pergeñaba la novela Numa e a Ninfa (Numa y la ninfa, 1915).

Pero este intenso ritmo de trabajo acabó por ponerle al borde del colapso. Y así, el 18 de agosto de aquel mismo año de 1914 Lima Barreto ingresó por vez primera en el hospital público de Río de Janeiro (el Hospício Nacional), en donde habría de permanecer hasta el 13 de octubre. Su incontenible inclinación hacia la bebida -consumía, preferentemente, el fortísimo aguardiente de caña típico del país- era ya tan dominante que, a los pocos días de haber abandonado el nosocomio, hubo de solicitar una nueva baja laboral por enfermedad (anemia profunda, provocada por la mala alimentación y el abuso del alcohol), que se prolongó hasta enero de 1915.

Malvivía, por aquel tiempo, de dichas colaboraciones periodísticas, publicadas -además de en los rotativos citados anteriormente- en la Gazeta da Tarde. Pero en 1916 tuvo que interrumpir cualquier actividad laboral debido a su penoso estado de salud; y, como era incapaz de dejar de beber, pues hallaba en la embriaguez un triste consuelo para sus muchas desgracias ("sin dinero, mal vestido, sintiendo la catástrofe próxima de mi vida, fui llevado a las bebidas fuertes y aparentemente baratas, las que embriagan más rápido", dejó escrito en su Diário intimo), a comienzos de 1917 tuvo que ser recogido, como si de un menesteroso se tratase, por el Hospital Central do Exército. Se le diagnosticó, en un principio, un grave cuadro de accesos de delirios que los facultativos achacaron -no sin motivo justificado- a su consumo inmoderado de alcohol; pero al poco tiempo se descubrió que estos ataques de demencia obedecían realmente a una profunda depresión complicada con fuertes episodios de manía persecutoria. A partir de entonces, la amenaza terrible de la locura -que tan dolorosamente estaba enraizada en su vida- habría de acompañarle de contino, ensombreciendo aún más su existencia.

A duras penas logró mantener activa su militancia en los movimientos políticos de izquierda, en los que tuvo ocasión de volver a significarse durante la colosal huelga llevada a cabo en 1917 por la clase obrera de São Paulo. Su fervor izquierdista en defensa de los más desfavorecidos le dio fuerzas para escribir su célebre Manifesto maximalista (Manifiesto maximalista, 1918), una de las obras cumbres del pensamiento socialista en las Letras brasileñas; y, en la misma línea estética e ideológica, saludó con alborozo el triunfo de la Revolución Rusa en un vibrante manifiesto que publicó en mayo de 1918 ("Ave Rusia"). Poco después, víctima de una grave epilepsia tóxica desencadenada por la bebida, hubo de ser hospitalizado nuevamente; a raíz de este último internamiento, la Secretaria de Guerra le concedió la jubilación definitiva por invalidez, pues sus continuas bajas laborales le incapacitaban para el servicio público.

Lima Barreto sólo encontró refugio en la escritura durante sus últimos años de vida. Devastado por la pobreza, la neurastenia -otra dolencia mental que también le fue diagnosticada- el alcoholismo crónico y los fracasos sentimentales -jamás halló a nadie con quien compartir íntimamente algún momento de dicha-, consiguió ver publicada en forma de libro su antigua novela folletinesca Vida e morte de M. J. Gonzaga de Sá (São Paulo: Edição da Revista do Brasil, 1919), que de inmediato le devolvió gran parte del prestigio literario que se le había negado en los últimos años. La Academia Brasileña de Letras distinguió esta narración extensa de Lima Barreto con una de sus menciones honoríficas, circunstancia que aprovechó el escritor carioca para solicitar su ingreso en dicha institución; pero su condición de abanderado del antiacademicismo, unida al odio que el propio narrador carioca había manifestado en varios ocasiones contra los más eximios representantes de la Academia -como Coelho Neto o Afrânio Peixoto, obró en su contra y propició que los representantes de la literatura oficial le negaran aquel postrer reconocimiento.

No por ello dejó de alimentar su pasión literaria en aquel terrible ocaso de su vida. Con ánimos únicamente para la escritura, consagró sus últimos días a la conclusión de otra obra maestra, la novela Clara dos Anjos, cuya redacción, interrumpida en mil ocasiones, había iniciado en el ya lejano año de 1904. Simultáneamente, decidió relatar algunas de las dolorosas experiencias que había ido acumulando en las distintas residencias sanitarias por las que había pasado, por lo que emprendió la redacción de su espeluznante Diário do Hospicio, así como de la novela O Cementério dos vivos (El cementerio de los vivos), que habría de dejar inconclusa en el momento de su muerte. Algunas de esas vivencias espantosas de Lima Barreto en los insalubres hospitales públicos de la época quedaron recogidas también en su ya mencionado Diario íntimo, donde, entre otros atroces testimonios, confiesa que los enfermeros de cierto nosocomio le obligaron a limpiar las letrinas mientras otros enfermos permanecían desnudos en las duchas contiguas. Como en tantas otras ocasiones a lo largo de su penosa existencia, el escritor carioca sólo halló, en este horrible trance, refugio y consuelo en la Literatura: "Tuve mucho pudor. Recordé el baño de vapor de Dostoievsky, en la Casa de los Muertos. Cuando baldeé, lloré; pero recordé a Cervantes, al propio Dostoievsky, que debían de haber sufrido aún mas en Argel y en Siberia".

En la mañana del primer día de noviembre de 1922, la hermana del desventurado escritor lo encontró muerto en su cama, con un ejemplar de la Revue des Duex Mondes (Revista de los Dos Mundos) abierto sobre su pecho. Dos días después, la desconsolada mujer -que había quedado al cuidado de los enfermos de la casa, en la humilde vivienda del suburbio de Todos Os Santos ocupada por la familia- sufrió también la pérdida de su padre, muerto entre alaridos de dolor y enajenación.

Obra

Afonso Henriques de Lima Barreto perdió la vida en el transcurso del mismo año en que había tenido lugar en São Paulo la famosa Semana del Arte Moderno, en la que los artistas, escritores e intelectuales rebeldes e inconformistas decidieron cortar bruscamente con los esquemas del academicismo clásico y abrir, de este modo, la cultura brasileña al influjo rupturista y renovador de la Vanguardia. Esta curiosa coincidencia viene a remarcar su condición de precursor de la modernidad en las Letras brasileñas contemporáneas, dominadas hasta entonces por un manido, reiterativo y encorsetado academicismo que propugnaba la corrección extrema tanto en las formas como en los contenidos.

Los defensores de la literatura oficial tacharon de descuidada la prosa de Lima Barreto, y se entretuvieron en enumerar las deficiencias de su estilo y, en cierto modo, la pobreza de su lenguaje. Sin embargo, la crítica posterior supo ver en las obras del autor carioca una clara voluntad de transgresión que, por un lado, buscaba nuevas formas expresivas capaces de quebrar esa tediosa uniformidad academicista; y, por otra parte, perseguía -en un verdadero anticipio de ciertas preocupaciones estéticas mucho más tardías- ajustar la lengua literaria a la realidad del habla familiar y coloquial que se empleaba cotidianamente en la calle. Por eso su lenguaje es sencillo, directo y natural, dotado de la frescura de lo espontáneo y desprovisto de las rigideces impuestas por el rebuscamiento estilístico.

Todo ello se ajusta a la perfección al plano temático y argumental de sus narraciones, plagadas de personajes humildes y maltratados por la vida, que casi siempre están trazados con algún rasgo biográfico del autor (son mestizos pobres y discriminados, oscuros funcionarios, gentes de clase media-baja que sobrevive con dificultad en medio de la hostilidad de los poderosos). Así, v. gr., su primera novela, Recordações do escrivão Isaías Caminha (1909) cuenta la historia de un joven provinciano, tan pobre como inteligente, que marcha a la gran ciudad con la esperanza de obtener el grado de doctor y triunfar en la vida, después de haber dejado atrás todas las miserias de su entorno. Tanto éste Isaías Caminha como el M. J. Gonzaga de su segunda novela desempeñan el papel de alter ego del propio Lima Barreto; pero el autor consigue, a través de las experiencias de su peripecia vital encarnadas por sus personajes (la mediocridad de un puesto laboral tedioso e insignificante, la injusticia sufrida por los discriminados, la aspereza e incomodidad del suburbio, la acechanza constante de la demencia en medio de una sociedad urbana enajenada, etc.), ir más allá de la mera anécdota argumental para trazar un vivo e impresionante fresco del tejido social de la ciudad moderna. Y, una vez ofrecido este profundo análisis de la sociedad urbana, Lima Barreto procede a tomar partido, con firme decisión, en favor de los pobres, los oprimidos, los maltratados por las clases dominantes, etc. En este aspecto, el escritor de Río de Janeiro es uno de los principales precursores de la literatura comprometida que habría de triunfar, a mediados del siglo XX, en las culturas nacionales de diferentes países de América y Europa.

O triste fim de Policarpo Quaresma (1915), su tercera novela, narra las peripecias de una especie de Quijote brasileño, empecinado también en el triunfo de esos ideales de justicia y equidad. El resto de su producción narrativa comprende, como ya se ha indicado en parágrafos anteriores, las novelas Numa e a Ninfa (1915) y Clara dos Anjos (publicada, con carácter póstumo, en 1948), así como la colección de cuentos Histórias e sonhos (Historias y sueños, 1920).

Además, los artículos, las crónicas y, en definitiva, la mayor parte de los escritos periodísticos de Lima Barreto quedaron recogidos en varios volúmenes recopilatorios como Bagatelas (1923), Feiras e mafuás (1953), Marginália (1953) y Vida urbana (1953). También se editaron póstumamente dos colecciones de sus mejores notas satíricas, Os Bruzundangas (1923) y Coisas do Reino do Jambon (1953), así como su Diário íntimo (1953) y su terrible relato testimonial O cemitério dos vivos (1953).

Bibliografía

  • ANTONIO, João. Calvario e porres do pingente Afonso Henriques de Lima Barreto (Río de Janeiro: Civilização Brasileira, 1970).

  • BARBOSA, Francisco de Assis. A vida de Lima Barreto, 1881-1922 (Río de Janeiro: José Olympio, 1952).

  • BOSI, Alfredo. "O romance social: Lima Barreto", en Histórica concisa da literatura brasileira (São Paulo, Cultrix, 1970), págs. 355-365.

  • COUTINHO, Carlos Nelson. "O significado de Lima Barreto na literatura brasileira", en VV AA. Realismo e anti-realismo na literatura brasileira (Río de Janeiro: Paz e Terra, 1974), págs. 1-56.

  • PEREIRA, Astrogildo. "Romancistas da cidade: Manuel Antonio, Macedo e Lima Barreto", en Interpretações (Río de Janeiro: Casa do Estudante do Brasil, 1944), págs. 49-113.

  • PRADO, Antonio Arnoni. Lima Barreto: o crítico e outros ensaios (Río de Janeiro: José Olympio, 1959), págs. 37-82.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.