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MatemáticasAstronomíaBiografía

Lexell, Anders Johan (1740-1784).

Astrónomo y matemático sueco-finlandés, nacido en Äbo (ciudad perteneciente entonces a la Corona sueca, y en la actualidad denominada Turku e incluida en territorio finlandés) el 24 de diciembre de 1740, y fallecido en San Petersburgo (Rusia) el 11 de diciembre de 1784. En su época, fue también conocido por la versión rusa de su nombre, Andrei Ivanovich Lexell, ya que pasó gran parte de su breve vida en la Corte petersburguesa de Catalina la Grande (1729-1796).

Vino al mundo en el seno de una familia acomodada e influyente, formada por Magdalena Catharina Björckegren y Andrei Ivanovich Lexell, un poderoso mercader que comerciaba con joyas y llegó a desempeñar altos cargos públicos en la política municipal de Äbo. Allí, en su ciudad natal, cursó sus estudios primarios y secundarios el pequeño Johan, contando siempre con el apoyo de sus progenitores, que supieron incentivar desde su niñez su entusiasmo por las Ciencias y las Matemáticas.

Äbo, emporio rico y floreciente en el norte de Europa durante los siglos XVI y XVII, contaba con una excelente universidad que había sido fundada en 1640 por la reina Cristina I (1626-1689) -y que acabaría siendo trasladada a Helsinki en el siglo XIX, tras la destrucción casi total de la ciudad por parte de un devastador incendio-. En dicho centro de estudios superiores cursó la carrera de Matemática el joven Lexell a partir de 1760, y al cabo de tres años ya estaba ejerciendo como profesor ayudante en la Escuela Náutica de Uppsala.

Nombrado profesor titular de Matemática en dicho centro en 1766, apenas se mantuvo en este nuevo puesto docente durante un par de cursos, ya que en 1768 fue llamado por la Academia de Ciencias de San Petersburgo, fundada por la emperatriz Catalina la Grande, esposa del zar Pedro III (1728-1762). La zarina, empecinada en convertir San Petersburgo en el enclave artístico y cultural más descollante de Europa, había conseguido traer hasta la entonces capital rusa al genial matemático suizo Leonhard Euler (1707-1783), quien, en el momento de la llegada de Lexell a la corte de los zares (1769), contaba ya sesenta y dos años de edad, y se sentía viejo y cansado para seguir trabajando. Sin embargo, con la llegada de quien había de ser su sucesor en la Academia de Ciencias de San Petersburgo, el veterano Euler recobró bríos y motivación y se enroló en nuevos proyectos de trabajo e investigación con el joven Lexell.

La colaboración entre ambos sabios fue muy fructífera para los dos. Lexell se sintió respaldado y autorizado por Euler, y aprovechó los conocimientos que éste le legaba; por su parte, el matemático suizo recuperó el aliento investigador al lado del joven y entusiasta Lexell, y llegó a aceptar muchos consejos suyos -entre ellos, los que le dio para animarle a publicar su espléndido tratado Theoria motuum lunae, nova methodo pertractata (1772), en el que Euler mostraba los avances resultantes de la aplicación del Cálculo a la Astronomía (y, en particular, al estudio de la órbita de la Luna).

En 1771, Lexell había acumulado ya tantos méritos en San Petersburgo que fue nombrado profesor de la Academia de Ciencias. Sólo un año después, el gobierno sueco, consciente del valor nacional que había perdido, le hizo una suculenta oferta para que regresase al país y se incorporase de nuevo a su vida académica e intelectual; pero Lexell estaba tan bien situado en Rusia, y tan enfrascado en sus proyectos de trabajo, que renunció a esta oferta. Al cabo de tres años (1775), las autoridades suecas volvieron a tentarle con una oferta difícil de rechazar: una cátedra en la Universidad de Äbo. Lexell se sintió halagado por este nuevo ofrecimiento de sus paisano, pero respondió que, cuando menos, debían de aguardarle por espacio de cinco años, tiempo que estimaba necesario para culminar los trabajos que había emprendido en San Petersburgo. Ante esta demora, Suecia no volvió a insistir, por lo que Lexell mantuvo su residencia fija en la capital del imperio ruso (si bien, a partir de 1780, pasó casi dos años recorriendo las principales focos culturales de Europa, con especial atención a los centros matemáticos de Alemania, Inglaterra y Francia).

Regresó a San Petersburgo en 1782, y un año después, tras la muerte de Euler, le sucedió en la cátedra de Matemáticas de la Academia de Ciencias. Sin embargo, apenas duró un año en este relevante cargo, ya que la muerte le sorprendió en la capital de los zares a finales de 1784, cuando aún no había cumplido los cuarenta y cuatro años de edad.

Lexell y la Ciencia de su tiempo

El sabio de Äbo sobresalió principalmente por sus aportaciones a las Matemáticas y a la Astronomía. En su faceta de matemático, destacó en los campos del análisis y la geometría. Llevó a cabo importantes investigaciones sobre las ecuaciones de cálculo diferencial, y gracias a este trabajo pudo ampliar una condición necesaria que había sido descubierta antes por Condorcet (1743-1794) y Euler. Además, dio una prueba que no estaba basada en la utilización del cálculo de variaciones, y desarrolló una teoría de factores integrantes para ecuaciones diferenciales. En esta última aportación, coincidió en el tiempo con el trabajo de su maestro y amigo Euler; pero, en realidad, Lexell no había aprendido esta técnica de las enseñanzas del genial matemático suizo, sino que había llegado a ella siguiendo sus propios argumentos, con los que, además, halló otros métodos originales para solucionar ciertos problemas investigados por Euler.

Además de estos trabajos sobre ecuaciones diferenciales, Lexell se ocupó también de otros problemas típicos del análisis matemático, como los modelos de cálculo propuestos por Lagrange (1736-1813). Asimismo, propuso una nueva clasificación de las integrales elípticas y un sistema general de poligonometría, en el que daba respuesta satisfactoria a numerosos problemas sobre triángulos, sobre la medición de lados y ángulos, sobre la división de polígonos por medio de diagonales, sobre polígonos inscritos en círculos, etc.

Estos trabajos de poligonometría realizados por Lexell alcanzaron sus objetivos merced al desarrollo que el matemático de Äbo supo dar a la trigonometría, de que se valió como instrumento para progresar en sus estudios sobre dicho campo. Además, Lexell avanzó notablemente en el conocimiento de la geometría esférica, que le sirvió de base para sus brillantísimos descubrimientos astronómicos.

En efecto, en su condición de astrónomo Lexell recurrió a sus sólidos fundamentos matemáticos para afrontar algunos problemas clásicos de la Astronomía del Siglo de las Luces, como el cálculo del paralaje del sol y el de las órbitas de los cometas. Uno de sus primeras aportaciones notables a esta disciplina del saber científico fue el descubrimiento de que la órbita de un cometa recientemente descubierto por el francés Messier (1730-1817) presentaba un período de cinco años y medio, lo que le convertía en el primer cometa de período corto del que se tenía noticia. Al observar su paso cerca de Júpiter y sus satélites, Lexell descubrió, además, que este cometa poseía, a pesar de su gran tamaño, una masa sumamente reducida.

Pero la gran aportación de Lexell a los conocimientos astronómicos aún estaba por llegar. En 1781, el astrónomo alemán Frederick William Herschel (1738-1822) anunció que, el día 13 de marzo de aquel mismo año, había descubierto un nuevo cuerpo celeste en el Sistema Solar. Lexell se apresuró a estudiarlo y, tras haber calculado su órbita merced a sus gran dominio de las Matemáticas, confirmó las sospechas de Herschel de que se trataba de un nuevo planeta, más tarde bautizado con el nombre de Urano.

Lexell demostró, en efecto, que el cuerpo descubierto por Herschel no era -como se había creído en un principio- un cometa más, sino realmente el séptimo planeta del Sistema Solar; calculó, además, con gran acierto que su distancia al sol duplicaba la existente entre el astro rey y el planeta inmediatamente anterior (es decir, Saturno); y, aunque no llegó a predecir la posición de Neptuno -planeta que aún estaba por descubrir-, si alcanzó a vislumbrar, siempre a tenor de lo que le decían sus cálculos, que las perturbaciones que detectaba en la órbita de Urano debían de estar ocasionadas por la existencia de un octavo planeta.

JRF

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.