Leonardo da Vinci (1452–1519): Genio Multidisciplinario que Redefinió el Arte y la Ciencia
Leonardo da Vinci nació el 15 de abril de 1452 en Vinci, una pequeña localidad situada en la región de la Toscana, cerca de Florencia, Italia. Hijo de Piero da Vinci, un notario, y de Catarina, una campesina, Leonardo no fue hijo legítimo, lo que lo relegó a la categoría de bastardo en la sociedad de la época. Sin embargo, esto no impidió que tuviera acceso a una educación avanzada, ya que su padre, al ser notario, tenía una posición acomodada y pudo brindarle una educación más allá de la media para un niño en su situación. En los primeros años de su vida, fue criado por su madre y su abuelo paterno, pero tras la llegada de su padre a la ciudad de Florencia, el joven Leonardo fue trasladado a vivir con él.
Desde temprana edad, Leonardo demostró un talento excepcional para el dibujo y la observación de la naturaleza. A los 14 años, su padre lo introdujo en el taller del pintor y escultor Andrea del Verrocchio en Florencia. Este taller era uno de los más renombrados de la ciudad, y aquí Leonardo tuvo acceso no solo a la pintura, sino también a una amplia gama de disciplinas artísticas y científicas. En este entorno, Leonardo se formó en pintura, escultura y mecánica, al mismo tiempo que comenzó a estudiar la anatomía humana, la botánica y la ingeniería, temas que lo apasionarían a lo largo de toda su vida.
En el taller de Verrocchio, Leonardo trabajó junto a otros artistas talentosos como Lorenzo di Credi, Antonio del Pollaiolo y el joven Sandro Botticelli, quienes influyeron en su desarrollo artístico. Se dice que Leonardo pintó la figura del ángel en la obra El Bautismo de Cristo, de Verrocchio, una obra que hoy se conserva en la Galería de los Uffizi de Florencia. Aunque su contribución a esta pintura no ha sido completamente confirmada, la calidad del ángel pintado por Leonardo es tan impresionante que algunos estudiosos han señalado que pudo haber sido la razón por la cual Verrocchio dejó de pintar. En este periodo también produjo obras como La Anunciación, conservada en la Galería de los Uffizi, que mostró su dominio de la técnica de la perspectiva y su capacidad para crear atmósferas misteriosas y emotivas.
La formación académica de Leonardo se basaba principalmente en la práctica, aprendiendo mediante la observación directa y la experimentación, una metodología que sería un sello distintivo de su carrera. Su inquietud intelectual lo llevó a cuestionar y estudiar los fundamentos de la luz, la geometría, el movimiento, la anatomía, la botánica, y la física, entre otros campos. De hecho, sus cuadernos de notas contienen miles de observaciones y descubrimientos que le permitieron desarrollar una comprensión profunda de la naturaleza.
En 1472, con 20 años, Leonardo fue inscrito en la Compagnia di San Luca, la corporación de pintores de Florencia, lo que le dio la oportunidad de empezar a trabajar como pintor independiente. A partir de este momento, comenzó a recibir encargos de importantes clientes florentinos, lo que le permitió ganar notoriedad y empezar a establecerse como uno de los principales pintores de la ciudad. Su estilo artístico, basado en la observación meticulosa de la naturaleza, lo llevó a desarrollar un enfoque único en el que las figuras humanas se representaban con una precisión casi científica, destacándose su capacidad para captar la expresión emocional de los personajes.
Además de su actividad artística, Leonardo comenzó a involucrarse en otros campos, como la ingeniería y la arquitectura. En sus cuadernos, dejó constancia de sus experimentos con máquinas, diseños de puentes y fortificaciones, y sus primeras ideas para aparatos voladores. Aunque muchos de estos proyectos no serían llevados a cabo en su vida, su visión de un mundo en el que el arte y la ciencia fueran indisolubles se manifestó desde sus primeros años.
En 1481, a los 29 años, Leonardo recibió uno de sus primeros encargos importantes: La Adoración de los Magos, que le fue encargada por los monjes del convento de San Donato en Scopeto, en Florencia. Esta obra, aunque quedó incompleta debido a su partida hacia Milán en 1482, ya muestra el enfoque innovador de Leonardo. En esta pintura, abandona las composiciones estáticas y tradicionales de la época, utilizando una perspectiva compleja y una disposición dinámica de las figuras, lo que marca un cambio significativo en la representación de los temas religiosos.
La partida de Leonardo a Milán en 1482 marcaría el comienzo de una nueva etapa en su vida, en la que su genio artístico y científico alcanzaría nuevas dimensiones. Aunque su carrera florecía en Florencia, la oportunidad de trabajar al servicio de Ludovico Sforza, el duque de Milán, lo llevaría a una ciudad donde podría explorar nuevas oportunidades y experimentar con ideas más ambiciosas, tanto en el ámbito artístico como científico.
La Influencia de Milán: Innovación y Ciencia al Servicio del Arte
En 1482, Leonardo da Vinci dejó Florencia y se trasladó a Milán, donde comenzó a trabajar al servicio de Ludovico Sforza, conocido como «El Moro», el duque de la ciudad. Este movimiento marcó un hito importante en la vida del artista, ya que le brindó una gran libertad creativa, la oportunidad de experimentar con nuevos campos de conocimiento y, además, lo acercó al corazón de una corte renacentista que admiraba profundamente las artes y las ciencias. En Milán, Leonardo comenzó a trabajar en una gran variedad de proyectos, desde encargos artísticos hasta complejas investigaciones científicas, todas ellas influenciadas por su inquebrantable curiosidad y su profundo conocimiento de la naturaleza.
Uno de los primeros encargos importantes que recibió en Milán fue la creación de un altar para la iglesia de San Francesco Grande, conocido como La Virgen de las Rocas. Este cuadro, que se encuentra actualmente en el Museo del Louvre en París, es una de las primeras obras que evidencian la singularidad del estilo de Leonardo. En esta pintura, el maestro renacentista utilizó una técnica novedosa de sfumato, que consistía en difuminar los contornos para crear una atmósfera más suave y natural, lo que permitió una integración perfecta entre las figuras y su entorno. El tema de la Virgen, el Niño Jesús, San Juan y el ángel no es tratado de forma tradicional, sino que Leonardo introduce una disposición dinámica y emocionalmente cargada, algo que sería una constante en su obra posterior.
La Virgen de las Rocas también marcó el inicio de una de las características más destacadas del trabajo de Leonardo: la creación de paisajes no solo como fondos, sino como componentes integrales de la composición. El paisaje rocoso, dramáticamente iluminado, no es solo un elemento decorativo, sino que, mediante el uso de la luz y la sombra, contribuye al ambiente general de la escena. La atmósfera misma parece estar viva, en un claro reflejo de los estudios sobre la luz y la perspectiva que Leonardo había comenzado a desarrollar durante sus años en Florencia.
A lo largo de su tiempo en Milán, Leonardo continuó trabajando no solo como pintor, sino también como ingeniero y arquitecto. En este periodo, recibió encargos para diseñar máquinas de guerra y sistemas de fortificación, lo que muestra la confianza que Ludovico Sforza depositó en él como experto en la ciencia de la ingeniería. Entre sus inventos más notables se encuentran un modelo de carro blindado y una máquina para perforar túneles en el caso de un asedio. Sin embargo, estos inventos no fueron llevados a la práctica en su época, aunque sus diseños revelan un ingenio excepcional para la construcción de máquinas y artefactos mecánicos.
Además de su trabajo como ingeniero militar, Leonardo también intervino en proyectos urbanos y arquitectónicos en Milán. Un ejemplo de esto fue su participación en la planificación de un nuevo canal para la ciudad, lo que le permitió diseñar innovadoras soluciones de ingeniería hidráulica. A través de estos proyectos, no solo desempeñó un papel clave en el avance de la infraestructura de la ciudad, sino que también pudo aplicar sus conocimientos de la naturaleza y la mecánica en la construcción de máquinas y dispositivos que eran, en muchos aspectos, adelantados a su tiempo.
Una de las contribuciones más significativas de Leonardo en Milán fue la creación de La Última Cena, una de las obras más influyentes y reconocidas del Renacimiento. Pintada entre 1495 y 1498, esta obra monumental fue encargada para el refectorio del convento de Santa María delle Grazie. En La Última Cena, Leonardo da Vinci logró una innovadora representación del momento en que Jesús anuncia que uno de sus apóstoles lo traicionará. La obra es conocida no solo por su composición y técnica, sino por la profundidad psicológica de los personajes. Cada uno de los apóstoles es representado con una expresión única, reflejando sus emociones y reacciones ante las palabras de Jesús. Esta atención al detalle emocional, sumada a la compleja estructura espacial, convirtió la obra en una de las más revolucionarias de la época.
Una de las características más innovadoras de La Última Cena es la forma en que Leonardo usa la perspectiva. En lugar de simplemente aplicar una perspectiva lineal convencional, Leonardo emplea una perspectiva unificada, en la que todos los elementos de la escena parecen converger en un único punto focal: la figura de Jesús. Este enfoque permite una representación más naturalista del espacio y una integración más fluida de los personajes con el entorno. La composición también está marcada por un dinamismo excepcional, en el que los apóstoles no son figuras estáticas, sino que están en pleno movimiento, conversando entre sí y reaccionando al anuncio de la traición.
Además de su destreza artística, Leonardo empleó una técnica revolucionaria en La Última Cena que se basaba en el uso de la pintura al óleo sobre una pared. Sin embargo, esta técnica también fue la causa de la prematura degradación de la obra. Debido a problemas en el secado de la pintura, la obra sufrió un deterioro considerable desde sus primeros años, lo que ha dificultado la conservación de la pieza a lo largo del tiempo. A pesar de esto, La Última Cena sigue siendo considerada una de las mayores realizaciones artísticas de todos los tiempos, no solo por su belleza, sino también por su capacidad para transmitir una intensa carga emocional.
Durante su tiempo en Milán, Leonardo también dedicó esfuerzos a otros proyectos personales y científicos. Aunque su producción artística fue destacada, su verdadera pasión por la ciencia y la invención nunca dejó de influir en su trabajo. En esta ciudad, desarrolló numerosas ideas para la creación de máquinas voladoras, lo que reflejaba su fascinación por el vuelo de las aves. Sus cuadernos de dibujo contienen numerosos diseños para ornitópteros, aparatos que, aunque nunca llegaron a ser construidos, anticipaban muchos de los avances tecnológicos que más tarde serían posibles. Estos diseños no solo son notables por su ingenio, sino que también demuestran la capacidad de Leonardo para integrar los principios de la física con la estética artística.
Los estudios de anatomía también fueron una constante en la vida de Leonardo durante su estancia en Milán. La fascinación de Leonardo por el cuerpo humano lo llevó a realizar varias disecciones de cadáveres, lo que le permitió obtener un conocimiento profundo de la estructura ósea y muscular, así como de los órganos internos. A través de sus estudios anatómicos, Leonardo no solo pudo mejorar la representación de la figura humana en sus pinturas, sino también sentar las bases para futuros avances en la medicina y la biología. Sus detallados dibujos anatómicos, que hoy se encuentran en la Royal Collection en Windsor, son una prueba de su extraordinaria capacidad para observar y representar con precisión los detalles más complejos de la anatomía humana.
Leonardo también dedicó tiempo al estudio de la botánica, la geología y la mecánica, y fue en esta época cuando comenzó a desarrollar ideas que más tarde inspirarían a generaciones de científicos y arquitectos. Aunque sus investigaciones científicas no siempre fueron comprendidas en su tiempo, su enfoque interdisciplinario, que fusionaba el arte y la ciencia, lo convirtió en una figura adelantada a su época.
A pesar de sus múltiples logros, el final de su tiempo en Milán estuvo marcado por la inestabilidad política. En 1499, la caída de la familia Sforza, tras la invasión de Milán por los franceses, obligó a Leonardo a abandonar la ciudad. A partir de este momento, su vida se vería marcada por una serie de viajes y nuevos comienzos, pero los años que pasó en Milán serían los más productivos de su carrera, tanto en el ámbito artístico como en el científico.
La Expansión de su Genio: Entre la Ciencia y el Arte
Tras la caída de los Sforza en Milán y la invasión francesa en 1499, Leonardo da Vinci se vio obligado a abandonar la ciudad en la que había alcanzado la cúspide de su carrera. Este evento significó un cambio significativo en su vida, pero también una oportunidad para explorar nuevas ciudades y expandir aún más su genio. Aunque su producción artística se redujo en estos últimos años de su vida, sus investigaciones científicas y sus inventos continuaron a un ritmo frenético, sin cesar hasta sus últimos días.
Después de su partida de Milán, Leonardo pasó tiempo en varias ciudades de Italia, incluida Roma. Durante su estancia en Roma, entre 1513 y 1516, Leonardo se encontró en un ambiente intelectual altamente activo, dominado por la corte papal y las obras de otros grandes artistas del Renacimiento, como Rafael. Sin embargo, a pesar de estar rodeado de artistas brillantes y de contar con el patrocinio de la Iglesia, Leonardo optó por llevar una vida más retirada, alejándose de la corte pontificia y buscando un entorno más tranquilo en la villa del Belvedere. En este período, el genio florentino estaba menos involucrado en la creación de grandes obras pictóricas y más centrado en el desarrollo de sus teorías científicas y en la realización de estudios minuciosos sobre la naturaleza.
Uno de los temas que más fascinaba a Leonardo era la anatomía humana. A lo largo de su vida, había realizado numerosas disecciones de cadáveres para estudiar el cuerpo humano con la mayor precisión posible, y sus descubrimientos le permitieron ofrecer representaciones inéditas de la figura humana. La técnica de sfumato, que Leonardo había perfeccionado en su juventud, también se vio influida por sus estudios anatómicos. Sus anotaciones y dibujos sobre los músculos y huesos, así como sus estudios sobre el funcionamiento de los órganos internos, demuestran una profundidad de conocimiento que superaba con creces a la de la mayoría de sus contemporáneos. A pesar de que sus estudios anatómicos no fueron reconocidos en su época, su legado en este campo fue de gran influencia para generaciones de médicos y científicos posteriores.
En cuanto a su arte, los últimos años de Leonardo estuvieron marcados por un enfoque más introspectivo. Tras su llegada a Roma, el artista comenzó a trabajar en varias obras, aunque muchas de ellas quedaron incompletas. Uno de los proyectos más destacados de esta etapa fue el de Santa Ana, la Virgen, el Niño y San Juan Bautista, una obra monumental que fue concebida como parte de un tríptico para la iglesia de Santa Ana en Florencia. Esta obra, hoy en la Galería Nacional de Londres, muestra una visión más madura de la estética de Leonardo, con un énfasis en la interacción entre los personajes y el entorno, y una mayor claridad en la representación de los gestos y las emociones humanas. La figura de Santa Ana, que en la pintura es la madre de la Virgen María, se presenta con una dignidad y un realismo que subrayan el profundo interés de Leonardo por las relaciones familiares y la humanidad compartida entre los personajes divinos.
Aunque su estancia en Roma no fue tan fructífera como en Milán, fue un período importante en el que continuó realizando trabajos de dibujo, investigación científica y desarrollo de proyectos. A pesar de los avances que logró en el campo del arte y la ciencia, Leonardo parecía estar más interesado en la teoría que en la práctica. Esto se reflejó en sus cuadernos, llenos de dibujos detallados y notas sobre todo, desde el vuelo de las aves hasta el comportamiento del agua y la luz. Sus estudios sobre la anatomía y la fisiología humana, por ejemplo, fueron tan detallados que algunos de sus descubrimientos fueron considerados demasiado avanzados para su época, y no fueron comprendidos ni aplicados hasta siglos después.
A lo largo de su vida, Leonardo mostró una enorme fascinación por la naturaleza y el funcionamiento de las leyes universales. Esto lo llevó a hacer estudios de botánica, geofísica, mecánica, matemáticas, e incluso astronomía. En sus cuadernos de notas, que hoy se conservan en bibliotecas y museos de todo el mundo, podemos ver una combinación de ideas científicas y artísticas que muestran la profundidad de su pensamiento. Leonardo trató de comprender cómo el mundo físico funcionaba a través de la observación y la experimentación, y sus cuadernos están llenos de observaciones sobre el movimiento de los cuerpos celestes, la dinámica del agua y la anatomía de los seres vivos. Aunque muchos de sus experimentos y teorías no fueron aplicados en su tiempo, sus escritos influyeron enormemente en el desarrollo de las ciencias en los siglos posteriores.
Uno de los aspectos más fascinantes de la vida de Leonardo es la forma en que integró sus investigaciones científicas con su arte. No solo en sus cuadernos, sino también en sus pinturas, Leonardo intentó representar la realidad de una manera que era revolucionaria para su época. Su interés por la luz, la sombra y la perspectiva no solo surgió de sus estudios científicos, sino también de su deseo de crear una representación más realista del mundo. A través de la técnica del sfumato, Leonardo pudo mostrar una atmósfera naturalista y un sentido de volumen que hasta entonces no se había logrado en el arte. Esta técnica, que consistía en difuminar los contornos de las figuras, fue una de sus contribuciones más innovadoras a la pintura y fue utilizada en obras maestras como La Gioconda y La Virgen de las Rocas.
Uno de los logros más importantes de Leonardo en estos años fue la creación de la famosa pintura La Gioconda (también conocida como La Mona Lisa), que comenzó alrededor de 1503. Esta obra, que hoy se encuentra en el Museo del Louvre de París, es posiblemente la pintura más famosa de la historia del arte. La Gioconda es un retrato de una mujer cuya identidad ha sido objeto de debate durante siglos, pero que generalmente se cree que es Lisa Gherardini, una mujer de Florencia. La pintura es conocida por la enigmática sonrisa de la mujer, un rasgo que ha desconcertado a los espectadores durante más de quinientos años. El uso de la luz y la sombra en esta obra es ejemplar, y la forma en que Leonardo captura las emociones humanas a través de la expresión facial es una de las características que distingue su estilo.
A pesar de que la mayor parte de su vida estuvo marcada por su dedicación al estudio de la naturaleza, las ciencias y las artes, Leonardo no alcanzó la fama como inventor durante su vida. Aunque desarrolló numerosos prototipos de máquinas, como helicópteros, carros blindados y dispositivos voladores, ninguno de sus inventos fue llevado a la práctica en su época. A pesar de ello, sus cuadernos de inventos y máquinas fueron un testimonio del alcance de su genio y su visión de futuro. En muchos casos, sus diseños eran imposibles de construir con la tecnología de su tiempo, pero varios de sus conceptos, como el helicóptero y las máquinas de guerra, se han convertido en símbolos del avance tecnológico en siglos posteriores.
Hacia el final de su vida, Leonardo abandonó Italia y se trasladó a Francia, donde pasó sus últimos años bajo el patrocinio del rey Francisco I. Fue invitado por el monarca a vivir en el castillo de Cloux, cerca de Amboise, y allí continuó trabajando en sus estudios científicos y artísticos. En sus últimos años, Leonardo se dedicó a escribir y dibujar en sus cuadernos, dejando una vasta colección de notas sobre todo lo que había estudiado a lo largo de su vida. Aunque nunca terminó muchos de sus proyectos, su legado como pintor, inventor y científico sigue siendo un referente en la historia de la humanidad.
Leonardo da Vinci murió en 1519, a la edad de 67 años, dejando tras de sí una impresionante cantidad de trabajos en todas las áreas del conocimiento humano. Su enfoque multidisciplinario, que unió arte, ciencia e ingeniería, lo convirtió en uno de los personajes más fascinantes de la historia, y su impacto sigue siendo relevante en la actualidad. Hoy en día, su vida y obra siguen inspirando a artistas, científicos e ingenieros, y su genio sigue siendo considerado un modelo a seguir para todos aquellos que buscan comprender el mundo a través de la observación y la experimentación.
Crisis, Cambios y Replanteamientos: El Último Decenio Italiano
Luego de su salida forzada de Milán en 1499, tras la invasión de las tropas francesas y la caída de Ludovico Sforza, Leonardo da Vinci entró en una etapa marcada por el nomadismo, la inestabilidad política y la búsqueda de nuevos mecenazgos. Aunque ya era una figura reconocida en los círculos artísticos e intelectuales de Europa, sus inquietudes personales y la evolución del contexto renacentista lo llevaron a replantearse sus aspiraciones. A lo largo del primer decenio del siglo XVI, Leonardo recorrería varias ciudades italianas, siempre en movimiento, siempre investigando, pero cada vez más ensimismado y alejado de las grandes comisiones oficiales que habían caracterizado su etapa milanesa.
Uno de los primeros destinos tras su salida de Milán fue la ciudad de Mantua, donde se puso brevemente al servicio de Isabel de Este, una de las grandes mecenas del Renacimiento. Aunque su estancia fue corta, dejó bocetos para retratos y estudios anatómicos, además de reforzar su interés por la representación del movimiento humano, una preocupación constante en su obra. Posteriormente se trasladó a Venecia, donde tuvo un papel más técnico como ingeniero militar al servicio de la Serenísima. En este contexto, diseñó sistemas defensivos para proteger la ciudad ante la amenaza del Imperio Otomano, incluyendo fortificaciones costeras y mecanismos de vigilancia, así como un diseño de submarino primitivo y trajes de buzo para operaciones bajo el agua. Estas propuestas, por avanzadas que fueran, no llegaron a implementarse, aunque revelan el alcance visionario de sus planteamientos.
En 1503, Leonardo regresó a Florencia, su ciudad natal, en un intento por reinsertarse en la vida artística local. Fue durante esta etapa que recibió el encargo de una de sus obras más ambiciosas y frustradas: La batalla de Anghiari, destinada a decorar el salón del Palazzo Vecchio, la sede del gobierno florentino. Esta obra, que debía enfrentarse a la Batalla de Cascina de Miguel Ángel —encargada para la misma sala—, representaba un desafío monumental en cuanto a escala, composición y técnica. Leonardo ideó una escena violenta y dinámica, centrada en una lucha cuerpo a cuerpo entre jinetes, que aspiraba a capturar no solo el movimiento físico sino también la tensión emocional de la guerra. El cartón preparatorio, hoy perdido, fue admirado por contemporáneos como Benvenuto Cellini, quien lo describió como “la escuela del mundo”.
Sin embargo, Leonardo decidió experimentar con una nueva técnica mural basada en la pintura al óleo aplicada directamente sobre el muro, lo cual resultó en un fracaso. La pintura comenzó a deteriorarse casi inmediatamente, y hoy en día solo se conservan fragmentos indirectos del proyecto, a través de copias y descripciones. La frustración ante el resultado técnico, sumada a las tensiones políticas de la ciudad y a su creciente interés por otras disciplinas, hizo que Leonardo abandonara el proyecto antes de su finalización, y con ello, también su vínculo más estrecho con Florencia.
Fue también en esta etapa florentina que Leonardo comenzó la ejecución de La Gioconda, su retrato más célebre y una de las obras más enigmáticas de la historia del arte. Aunque el encargo inicial era aparentemente modesto —un retrato de Lisa Gherardini, esposa del comerciante florentino Francesco del Giocondo—, Leonardo transformó el encargo en una obsesión personal. El resultado, que no entregó jamás a su comitente y que llevaría consigo hasta el final de su vida, representa una síntesis perfecta de sus investigaciones científicas y su sensibilidad artística. En La Gioconda, el uso del sfumato, la construcción geométrica de la composición, la psicología implícita en la expresión facial y el fondo paisajístico tratado como fenómeno atmosférico demuestran la madurez técnica e intelectual de Leonardo. Esta obra, que hoy se conserva en el Louvre, fue durante siglos objeto de interpretaciones simbólicas, estudios técnicos y controversias sobre su significado, y sigue siendo un símbolo del ideal de belleza del Renacimiento.
A pesar de su reconocimiento, la situación en Florencia se volvió menos favorable para Leonardo, especialmente por la presencia de artistas jóvenes como Miguel Ángel y Rafael, quienes gozaban de una energía y una popularidad renovadas. En 1506, aceptó regresar a Milán, ahora bajo control francés, y permaneció allí hasta 1513. Aunque su presencia fue bienvenida, ya no contaba con el mismo protagonismo de antaño. Sin embargo, durante esta etapa, continuó recibiendo encargos importantes, como el de Santa Ana con la Virgen, el Niño y el cordero, también hoy en el Louvre, en el que desarrolló con más profundidad la interacción entre las figuras y el uso de la perspectiva atmosférica para generar profundidad emocional.
Además, Leonardo se dedicó intensamente a sus estudios científicos. La botánica ocupó gran parte de su atención, con detallados dibujos sobre la estructura de las plantas, la disposición de las hojas, los sistemas radiculares y el crecimiento de las flores. En paralelo, continuó con su ambiciosa empresa anatómica, realizando más de treinta disecciones humanas, de las cuales derivó miles de dibujos precisos y explicativos. Sus descubrimientos en este campo fueron tan minuciosos que, de haberse publicado en vida, habrían revolucionado la medicina moderna. Observó, por ejemplo, el funcionamiento de las válvulas cardíacas, la estructura del cráneo y la espina dorsal, y el sistema vascular en su conjunto. Todo esto quedó plasmado en cuadernos que hoy forman parte del Códice Windsor.
Durante este periodo también produjo el Códice Atlántico, una recopilación enciclopédica de estudios sobre ingeniería, física, astronomía y mecánica, conservado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán. Allí aparecen diseños de máquinas imposibles, propuestas urbanísticas con niveles de tráfico separados para peatones y carros, sistemas de calefacción, e incluso máquinas automáticas para uso industrial. Leonardo previó conceptos como el engranaje helicoidal, el rodamiento de bolas, la cadena articulada y otras soluciones técnicas que serían fundamentales en la revolución industrial siglos más tarde.
En Milán, colaboró también con Charles d’Amboise, gobernador francés de la ciudad, para quien diseñó proyectos hidráulicos, fortalezas defensivas y, de nuevo, un colosal monumento ecuestre, esta vez en honor a Gian Giacomo Trivulzio. Como ocurrió con su anterior caballo monumental para Ludovico Sforza, el proyecto nunca fue realizado, aunque los estudios previos muestran una comprensión profunda de la anatomía animal, la mecánica estructural y el equilibrio de masas en escultura.
A pesar de su incansable actividad, Leonardo comenzó a sentir el peso de los años y de su aislamiento intelectual. En Roma, la actividad artística estaba dominada por Rafael y Miguel Ángel, y aunque sus obras eran respetadas, el espíritu inquisitivo de Leonardo no encontraba eco entre los círculos de poder. Fue entonces cuando recibió una oferta inesperada que definiría el final de su vida: el rey Francisco I de Francia le ofrecía residencia en su reino, con una renta vitalicia, libertad creativa y un entorno favorable para sus investigaciones.
En 1516, Leonardo aceptó la invitación del monarca francés y partió hacia el castillo de Cloux (actual Clos-Lucé), en Amboise, donde pasaría sus últimos años. El traslado marcó el inicio de una etapa de recogimiento y reflexión. Allí, rodeado de un pequeño círculo de discípulos —entre ellos, Francesco Melzi, su heredero intelectual— Leonardo continuó escribiendo, dibujando y meditando sobre los fenómenos de la naturaleza, hasta su muerte en 1519. Aunque físicamente debilitado, nunca cesó de trabajar. Los dibujos del Diluvio, realizados en esos últimos años, muestran un cambio de tono: ya no se trata del orden racional del universo, sino del caos natural, de la fuerza destructiva de los elementos, una visión más oscura y tal vez más resignada de la realidad.
Francia y el Legado Inmortal: Últimos Años y Repercusiones Eternas
Leonardo da Vinci llegó a Francia en 1516 como huésped de honor del rey Francisco I, un joven monarca entusiasta del arte y profundamente admirador del genio florentino. Fue instalado en el castillo de Cloux —actualmente conocido como Clos-Lucé—, una residencia cercana al castillo real de Amboise, y recibió una pensión generosa junto con el título de “primer pintor, ingeniero y arquitecto del rey”. Con casi 64 años de edad y acompañado por su fiel discípulo Francesco Melzi, Leonardo encontró en Francia un refugio de serenidad, alejado de las disputas artísticas de Roma y del agitado panorama político italiano.
Aunque su salud ya se encontraba en declive, Leonardo no dejó de trabajar. En Cloux continuó desarrollando estudios sobre el movimiento del agua, la mecánica de fluidos, la dinámica de la tierra y los fenómenos astronómicos. También retomó los apuntes sobre arquitectura y diseño urbanístico, planteando ciudades funcionales y sanas, organizadas en diferentes niveles para peatones y vehículos, con sistemas de alcantarillado, abastecimiento de agua y ventilación natural. Estas ideas, aunque utópicas para la época, anticiparon con notable exactitud algunos de los principios de la planificación urbana moderna.
A nivel artístico, aunque ya no produjo nuevas pinturas de gran formato, Leonardo se dedicó a revisar sus obras anteriores y a dejar instrucciones sobre su conservación. En particular, dedicó mucha atención a La Gioconda, que llevó consigo a Francia y conservó hasta su muerte. Esta obra se convirtió en una especie de emblema personal, un testamento plástico de su pensamiento estético y científico. Se dice que trabajó en pequeños retoques hasta sus últimos días, lo que explica su fascinación con la pieza y su negativa a desprenderse de ella.
Los últimos dibujos de Leonardo revelan una visión más melancólica, con paisajes arrasados por el viento y el agua, remolinos violentos y estructuras naturales desbordadas por la fuerza de los elementos. Los llamados dibujos del Diluvio, realizados probablemente entre 1517 y 1518, muestran un universo en descomposición, como si el artista, en el ocaso de su vida, reflexionara sobre la fragilidad de la existencia y el poder indomable de la naturaleza. En estos dibujos no hay presencia humana, solo la violencia de los ríos, los montes que se desmoronan, el cielo que se abre en torrentes de furia cósmica. Esta visión contrasta con el orden sereno y armónico que había buscado en su juventud, y parece sugerir una profunda evolución espiritual.
Durante su estancia en Francia, Leonardo fue frecuentemente visitado por el propio rey Francisco I, quien lo consideraba no solo un maestro del arte, sino un sabio capaz de iluminar cualquier conversación con su sabiduría. El monarca lo consultaba sobre temas de ingeniería, fortificación, hidráulica, e incluso sobre cuestiones filosóficas y cosmológicas. Esta relación de mutua admiración llevó a que el rey declarase más tarde que “nunca ha existido otro hombre que haya sabido tanto como Leonardo”. Esta frase resume el impacto que tuvo en su entorno inmediato, pero también anticipa la proyección futura de su figura.
Leonardo da Vinci murió el 2 de mayo de 1519 en el castillo de Cloux, a los 67 años. Su fallecimiento fue llorado por sus discípulos y por la corte francesa. Fue enterrado, según la tradición, en la capilla de Saint-Florentin, en Amboise, aunque sus restos no se conservan con certeza debido a la destrucción del templo durante las guerras posteriores. Francesco Melzi heredó sus manuscritos, dibujos y aparatos, y durante décadas se encargó de preservar su memoria, aunque gran parte de su obra dispersa se perdió o se dispersó entre coleccionistas privados y bibliotecas europeas.
El legado de Leonardo da Vinci es tan vasto como su mente. Aunque en vida fue admirado principalmente como pintor, su verdadera revolución tuvo lugar siglos después, cuando sus cuadernos de notas comenzaron a ser publicados y estudiados. Fue entonces cuando el mundo descubrió al Leonardo científico, al ingeniero, al anatomista, al visionario. En sus manuscritos se encuentran diseños de helicópteros, submarinos, paracaídas, bicicletas, máquinas hidráulicas, instrumentos musicales automáticos, puentes retráctiles, y dispositivos que anticipan la robótica. También incluyó acertijos matemáticos, observaciones botánicas, reflexiones filosóficas, y descripciones anatómicas que superaban con creces los conocimientos de su tiempo.
Sus códices, como el Códice Atlántico, el Códice Arundel, el Códice Leicester (hoy propiedad de Bill Gates) o el Códice Windsor, son verdaderas enciclopedias de saber renacentista. En ellos, Leonardo no solo anotaba observaciones, sino que dibujaba con precisión técnica inigualable, utilizando la ilustración como una herramienta de pensamiento y descubrimiento. A través de estos cuadernos, se revela la estructura mental de un hombre que concebía la realidad como una totalidad integrada, donde el arte y la ciencia no eran disciplinas separadas, sino manifestaciones de un mismo impulso de comprensión.
En el campo del arte, su influencia fue colosal. Aunque su producción pictórica fue escasa —apenas una veintena de obras se le atribuyen de forma segura— cada una de ellas marcó un antes y un después en la historia del arte occidental. Pintores como Rafael, Miguel Ángel, Andrea del Sarto, Giorgione, Correggio, Durero y Holbein el Joven lo estudiaron con devoción. Su manera de representar el cuerpo humano, la atmósfera, el paisaje, y sobre todo las emociones, transformó el ideal estético del Alto Renacimiento. Más allá de su técnica, lo que distingue a Leonardo es su capacidad de traducir conceptos abstractos en imágenes tangibles, de convertir la emoción en gesto, la idea en forma, el pensamiento en imagen.
La Última Cena, pese a su estado de conservación deteriorado, sigue siendo una de las composiciones más estudiadas y copiadas de la historia. Su organización en grupos de tres, el dinamismo de las manos, la profundidad espacial conseguida mediante la geometría, y el dramatismo contenido de Jesús en el centro de la escena, representan una culminación del arte renacentista. Por su parte, La Gioconda se ha convertido en un ícono de la cultura universal, no solo por su sonrisa enigmática, sino por su condición de símbolo de lo indecible, de lo oculto, de la belleza que no necesita explicación.
La figura de Leonardo también ha trascendido la historia del arte. En el siglo XIX, durante el Romanticismo, fue redescubierto como un símbolo del genio incomprendido, del sabio solitario. Más tarde, en el siglo XX, la publicación masiva de sus códices y la aparición de estudios multidisciplinarios sobre su obra lo posicionaron como precursor de la ingeniería moderna, la anatomía comparada, la hidrodinámica y hasta la robótica. La UNESCO lo ha declarado símbolo del entendimiento entre la ciencia y el arte. En el siglo XXI, su legado se ha multiplicado en museos, documentales, novelas, películas y exposiciones internacionales, y su nombre se ha convertido en sinónimo de genio universal.
La vida de Leonardo da Vinci desafía las clasificaciones convencionales. No fue solo un pintor, ni solo un científico, ni solo un inventor: fue todas esas cosas a la vez, y mucho más. Fue un espíritu inquieto que nunca dejó de hacerse preguntas, que vivió entre la observación y la hipótesis, entre el dibujo y la disección, entre la poesía y la geometría. En una época donde el saber estaba fragmentado, Leonardo propuso una visión holística del conocimiento, donde el arte no era solo representación sino investigación, y la ciencia no era solo medición sino contemplación.
Murió sin haber visto realizados sus proyectos más ambiciosos, sin haber sido comprendido en su totalidad, sin haber encontrado, tal vez, un interlocutor a su altura. Pero dejó un camino abierto, una manera de mirar el mundo, una ética del saber basada en la curiosidad, el rigor y la imaginación. Su herencia no se mide en obras completas, sino en horizontes abiertos. Fue, como lo definió Giorgio Vasari, “un hombre dotado de una belleza y una gracia extraordinarias, con una fuerza y una inteligencia tan grandes, que en todo lo que hacía parecía haber sido enviado por Dios”.
Así, Leonardo da Vinci no pertenece solo al pasado, sino también al futuro. Su genio trasciende épocas, disciplinas y fronteras. Vive en cada intento de comprender el mundo, en cada cruce entre la ciencia y el arte, en cada búsqueda del conocimiento como forma de belleza. Y por eso, cinco siglos después, sigue siendo uno de los pilares de la cultura humana, una figura irrepetible que encarna, más que nadie, el ideal renacentista de una mente universal.
MCN Biografías, 2025. "Leonardo da Vinci (1452–1519): Genio Multidisciplinario que Redefinió el Arte y la Ciencia". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/leonardo-da-vinci [consulta: 29 de septiembre de 2025].