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LiteraturaBiografía

Laguerre, Enrique A. (1906-VVVV).

Narrador, dramaturgo, articulista y pedagogo puertorriqueño, nacido en el Barrio Aceituna de Moca (en la región occidental de Puerto Rico) en 1906. Considerado uno de los grandes reformistas utópicos del continente americano, ha dejado impreso un valioso testimonio literario que persigue la modernización de todo el ámbito geográfico antillano a través de la alfabetización y educación de sus pobladores. Su sincera identificación con los problemas cotidianos de sus compatriotas (especialmente, los habitantes de las zonas rurales) han convertido a Enrique A. Laguerre en uno de los escritores más queridos de su pueblo, que en diferentes ocasiones ha respaldado unánimemente su nominación como aspirante al Premio Nobel de Literatura.

Vida.

Nacido en el seno de una familia acomodada (era hijo de doña Antonia Vélez y don Juan Laguerre, poseedores de una plantación de café en la que creció el joven Enrique, y de la que después tomaría abundante material para sus narraciones de ficción), cursó sus estudios primarios y secundarios en Isabela y Aguadilla, donde pronto se destacó por sus grandes dotes intelectuales y su extraordinario interés por las disciplinas humanísticas. Así, pronto empezó a colaborar en algunas publicaciones periódicas culturales (como Índice y Revista de las Antillas) que, al tiempo que le abrieron sus páginas, le despertaron su conciencia puertorriqueña y su sensación de arraigo al suelo que le había visto nacer.

En 1924, con tan sólo dieciocho años de edad, el animoso Enrique Laguerre comenzó a impartir clases por su entorno geográfico en calidad de maestro rural, título que había obtenido en Aguadilla tras seguir los cursos de formación impartidos por doña Carmen Gómez Tejera, que fue quien descubrió sus magníficas aptitudes intelectuales, quien le contagió el interés por las Letras y quien orientó sus pasos hacia el camino de la creación literaria. Tras varios años de experiencia en pequeñas escuelas rurales, en 1932 Enrique Laguerre completó sus estudios superiores en la Universidad de Puerto Rico, y cuatro años más tarde fue galardonado con la Medalla Menéndez Pidal, que venía a reconocerle como el mejor estudiante de filología entre todos los que se graduaban aquel año de 1936.

Su trayectoria profesional, decididamente orientada hacia el ámbito de la educación, experimentó un notable desarrollo público a partir de 1937, cuando Laguerre se convirtió en uno de los redactores de los libretos en los que se sustentaban los programas radiofónicos de la denominada Escuela del Aire, un novedoso programa de alfabetización lanzado por el gobierno puertorriqueño y su Departamento de Instrucción pública a través de las ondas hertzianas. Durante cuatro años permaneció en su puesto en esta Escuela del Aire, alternado las labores que allí realizaba con la preparación de una nueva titulación universitaria. Finalmente, en 1941 se graduó como Maestro en Artes por la Universidad de Puerto Rico, y a partir de aquel mismo año comenzó a impartir clases en dicha Alma Mater, en la que habría de ejercer la docencia durante más de treinta años (1941-1972).

No obstante, su decidido esfuerzo de alfabetización (que, dentro de su ideología personal, formaba parte de un propósito altruista de modernización de todo el ámbito antillano) no se vio interrumpido a raíz de este ingreso en el cuerpo docente de la Universidad de Puerto Rico. Así, en 1949 se desplazó hasta los Estados Unidos de América para cursar el doctorado en la Universidad de Columbia, y de regreso a su isla natal aplicó los nuevos conocimientos adquiridos en las aulas norteamericanas a una nueva propuesta alfabetizadora que le convirtió en uno de los mayores especialistas en dicha materia de toda Hispanoamérica. Así las cosas, en 1951 la UNESCO le nombró coordinador del Centro Regional para el Desarrollo Educativo en Pátzcuaro (en el estado mejicano de Michoacán), donde Laguerre desarrolló una intensa labor de alfabetización y modernización que le convirtió en una de las figuras más populares del lugar.

Obra.

Su actitud reformista, como claramente se desprende de lo expuesto hasta ahora, fijaba el arranque de la modernización de América Latina en la alfabetización extensiva de todos sus pobladores, con especial atención a los que hasta entonces permanecían olvidados en las zonas rurales. Estas ideas reformistas de Enrique Laguerre quedaron bien plasmadas en toda su producción literaria, que, en general, puede entenderse como una visión utópica del desarrollo modernizador. Desde esta perspectiva, la narrativa de Laguerre puede considerarse heredera directa de las propuestas literarias de otros autores consagrados de la novelística hispanoamericana, como el venezolano Rómulo Gallegos o el colombiano José Eustasio Rivera, quienes propugnaban en sus obras la necesidad de "conquistar" el "olvidado" interior rural de las distintas naciones sudamericanas. Pero, frente a la línea político-ideológica de marcado acento nacionalista que se observa fácilmente en las propuestas de estos dos maestros, Enrique Laguerre presenta en sus escritos un espacio físico en el que el estado/nación no llega a constituirse como una entidad política reivindicada. Así, sus postulados reformistas progresan dentro de una manifiesta ambigüedad que, por un lado, persigue la autonomía para un espacio llamado Puerto Rico, mientras que por otro no acierta a aislar, desde una conciencia nítidamente nacionalista, la verdadera idiosincrasia de su pueblo (a la sazón, reducido al contradictorio estatuto de "Estado Libre Asociado").

Perteneciente a la denominada "Generación del treinta", la producción narrativa de Enrique A. Laguerre pretende, como la del resto de sus compañeros de andadura literaria, constituir un corpus fundacional que, partiendo del atraso rural, culmina en un espacio moderno y desarrollado. Su primera entrega a la imprenta fue la novela La llamarada (Aguadilla: Tip. Fidel Ruiz, 1935), obra que resultó premiada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña al año siguiente de su publicación. Posteriormente, Enrique Laguerre centró su objetivo en los problemas que afectaban a la clase obrera del cañaveral, plasmados en una segunda novela que salió a la calle bajo el título de Solar Montoya (San Juan de Puerto Rico: Imprenta Venezuela, 1941). A estas narraciones extensas les siguieron otras dos novelas de indagación sobre la identidad de los puertorriqueños: El 30 de febrero (San Juan: Biblioteca de Autores Puertorriqueños, 1943), en la que Laguerre cuenta la vida de un ser anodino a la espera del día que nunca ha de llegar, y La resaca (San Juan: Biblioteca de Autores Puertorriqueños, 1949), una extraordinaria recreación de la vida en Puerto Rico entre 1870 y 1898.

En 1951 vio la luz una nueva entrega novelesca de Laguerre, Los dedos de la mano, y cinco años después salió a la calle la novela titulada La ceiba en el tiesto (San Juan: Biblioteca de Autores Puertorriqueños, 1956), que venía a poner fin al primer ciclo narrativo del escritor de Moca, en la medida en que su argumento pretende mostrar la culminación de ese proceso de domesticación del espacio rural iniciado con La llamarada. Algo parecido se advierte en otras dos novelas posteriores que sirven de enlace entre esta primera etapa y la segunda fase de su producción narrativa: El laberinto (1959) y Cauce sin río (1962).

Posteriormente vieron la luz otras novelas de Laguerre como El fuego y su aire (1970); Los amos benévolos (1980), que el propio autor consideraba como una de sus mejores narraciones; Infiernos privados (1987); Por boca de caracoles (1990), centrada en la presencia cubana en Puerto Rico; Los gemelos (1992), en la que el autor arrancó de una leyenda indígena para retornar al tema de la tierra; y Proa libre sobre mar gruesa (1997). En general, como características formales comunes a todas sus novelas pueden señalarse la sencillez expresiva, la soltura en el manejo del lenguaje y la abundancia de descripciones del paisaje puertorriqueño. Por la suma de las virtudes cifradas tanto en la forma como en el contenido de sus novelas, Enrique Laguerre ha pasado a la historia de las Letras de Puerto Rico como el autor que sentó las bases de la moderna narrativa isleña.

En su faceta de cuentista, el escritor de Moca presentó la originalidad de situar en sus relatos a numerosos personajes procedentes de sus novelas, con lo que logró configurar un sólido universo literario sostenido por las diferentes conexiones establecidas entre sus diferentes obras. Caracterizados, además, por la importancia que en ellos cobra la infancia, los cuentos de Laguerre vieron la luz en varias recopilaciones como las tituladas El hombre caído, El hombre que volvió, Raíces, El enemigo, etc. También fue responsable de una Antología de cuentos españoles, así como de algunas piezas teatrales que no alcanzaron nunca la fama de sus narraciones.

Bibliografía.

  • CASANOVA SÁNCHEZ, Olga. La crítica social en la obra novelística de Enrique Laguerre (Río Piedras: Ed. Universitaria, 1975).

  • GARCÍA CABRERA, Manuel. Laguerre y sus polos de la cultura iberoamericana (San Juan: Biblioteca de Autores Puertorriqueños, 1978).

  • GONZÁLEZ, José Luis. Literatura y sociedad en Puerto Rico (México: Fondo de Cultura Económica [col. "Tierra Firme"], 1976).

  • IRIZARRY, Estelle. Enrique A. Laguerre (Boston: Twayne Publishers, 1982).

  • MANRIQUE CABRERA, Francisco. Historia de la literatura puertorriqueña (San Juan de Puerto Rico: Ed. Cultural, 1975).

  • RIVERA ÁLVAREZ, Josefina. Diccionario de literatura puertorriqueña (San Juan de Puerto Rico: Instituto de Cultura, 1979).

  • RIVERA ÁLVAREZ, Josefina. Literatura puertorriqueña. Su proceso en el tiempo (Madrid: Partenón, 1983).

Autor

  • JR.