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Lactancio, Lucio Cecilio Firmiano (250-325).

Filósofo y apologista cristiano de origen norteafricano, uno de los fundadores dentro de la Iglesia cristiana de la Patrística. Nació cerca de Cirta (actual Constantina; Argelia), en el año 240, y murió en Augusta Treverorum (actual Tréveris; Alemania), en el año 320, según la mayoría de los especialistas, aunque el año real está aún por determinarse. Lactancio está considerado como uno de los más grandes apologistas de los primeros tiempos de la Iglesia cristiana, que luchó contra al paganismo y la cultura grecorromana, así como uno de los Padres de la Iglesia Latina. Fue el primer padre de la Iglesia en realizar una síntesis de las principales enseñanzas del cristianismo. Aunque su obra muestra una escasa originalidad de pensamiento, por la notable forma literaria de sus obras fue llamado por los humanistas del Renacimiento como el "Cicerón cristiano".

Vida

De fuerte convicción pagana y discípulo de Arnobio de Sicca, Lactancio enseñó retórica en varios puntos de África del norte. Avalado por sus enseñanzas y cierta actividad literaria, fue llamado en persona por el emperador Diocleciano para enseñar retórica latina en Nicomedia (actual Iznit; Turquía), convertida en una de las capitales del Imperio. En Nicomedia, Lactancio apenas logró ganar lo suficiente para sobrevivir dignamente, llevando las más de las veces una vida de auténtica miseria, repleta de estrecheces. Fue en esta etapa de su vida cuando tomó contacto con el cristianismo y se convirtió con vehemencia. En el año 305, justo cuando el emperador Diocleciano comenzó una persecución sistemática contra los cristianos, Lactancio se vio privado de su cátedra y obligado a marcharse de la ciudad para salvar su vida, regresando de nuevo a su región natal, donde estuvo mal viviendo largos años. La nueva dinámica política y religiosa impuesta por Constantino a partir del año 313, con la proclamación de Edicto de Milán, posibilitó a Lactancio salir de ostracismo en el que había caído al ser llamado por el nuevo emperador a Augusta Treverorum, en el año 317, para hacerse cargo de la educación de su hijo Crispo, donde acabó el resto de sus días hasta que murió, en el año 320, in extrema senectude (a una edad muy avanzada).

Análisis de las obras de Lactancio

Un dato a destacar en la extensa producción literaria de Lactancio es que, a pesar de ser uno de los apologistas cristianos más rigoristas y severos para con los paganos, sus fuentes literarias e intelectuales beben directamente de las obras escritas por filósofos y literatos de la talla de Aristóteles, Lucrecio, Cicerón, Varón, y un largo etc.

Su aportación más importante fueron las Divinae institutiones (Divinas instituciones), compuestas de siete libros que conforman al mismo tiempo una encendida apología del cristianismo contra sus enemigos y un manual de toda la doctrina cristiana. Lactancio intenta demostrar la falsedad sobre la que se sustenta el politeísmo pagano tras una exposición detallada del corpus de la doctrina cristiana, exponiéndola de un modo orgánico y completo, obra que, como ya hemos indicado, fue el primer intento realizado en occidente por reducir a un sistema coherente la doctrina cristiana. Un compendio de esta obra lo constituye el Epitome divinarum institutionum (Resumen de las divinas instituciones).

En el tratado De opificio Dei (Sobre la obra de Dios), compuesto en base a criterios romanistas, es decir, con sentido más utilitarista y práctico que cristiano, Lactancio se propuso demostrar contra las tesis defendidas por los epicúreos que el organismo humano es una creación de Dios que está sujeto del todo a la providencia divina. En esta obra, Lactancio también hace notar que la moral cristiana no se contradice con la de algunos paganos espiritualistas.

En De ira Dei (Sobre la ira de Dios), contra la indiferencia atribuida a la divinidad por los epicúreos y estoicos, Lactancio pretende demostrar la necesidad de la ira divina.

Con De mortibus persecutorum (Sobre las muertes de los perseguidores), escrito justo después de la proclamación del Edicto de Milán del año 313, Lactancio compuso el que se puede considerar como el primer ensayo violentamente polémico de una filosofía cristiana de la filosofía, en el que, con amargo espíritu de venganza, se complace en la ruina en que han caído los perseguidores de los cristianos. Lactancio intenta probar que todos los opresores de los cristianos perecieron con espantosas muertes. Como fuente histórica, esta obra es, a pesar de sus más que evidentes exageraciones, un documento importante.

El pensamiento filosófico de Lactancio

El que haya una providencia que rige el mundo es cosa evidente, según Lactancio, para cualquier que levante sus ojos al cielo. La cuestión fundamental en la que Lactancio carga todas sus armas estriba en dilucidar si tal providencia emana de un solo Dios o de varios. Para Lactancio el admitir la existencia de varias divinidades significa sostener que Dios no tiene suficiente poder para regir por sí solo el mundo, con lo cual se niega a Dios una potencia infinita y se elimina el mismo concepto de Dios. En el caso de que existieran divinidades diversas, éstas podrían establecer en el mundo leyes contrarias y luchar entre sí, posibilidad que queda del todo excluida por la unidad intrínseca y orden del propio mundo. Para apuntalar del todo semejante idea, Lactancio compara el mundo con el cuerpo humano, en el que los diversos miembros y aspectos de la vida espiritual son dirigidos por un alma única, por lo tanto, el mundo también debe ser regido por una única mente divina: Dios.

Según Lactancio, la doctrina cristiana del Logos no divide ni multiplica el único Dios. El Padre y el Hijo no se encuentran separados el uno del otro, ya que ni el Padre puede llamarse tal sin el Hijo, ni el Hijo puede ser engendrado sin el Padre. Ambos conforman una razón única, un espíritu único, una sustancia única. El Hijo fue engendrado antes de la creación del mundo para ser el consejero de Dios en la concepción y realización del plan de la creación.

El mundo, según Lactancio, no fue creado por Dios mismo, puesto que Él no tiene necesidad de hacerlo, sino por el hombre. En cambio, Dios sí creó al hombre por sí mismo, para que le reconociese y prestase el debido culto, comprendiendo y midiendo la potencia de la perfección de la obra que Él le ha puesto delante. En el proceso de la creación tampoco tuvo Dios necesidad de una materia preexistente, ya que Dios crea la materia misma.

El hombre está compuesto de alma y cuerpo, espíritu y materia. El alma no tiene ningún peso terreno; es tan tenue y sutil que escapa a la mente del hombre. Para Lactancio, alma y mente no son idénticas: el alma es el principio de la vida, inextinguible, mientras que la mente es el principio del pensamiento, aumenta y disminuye conforme avanza la edad del hombre. El alma y el cuerpo están atados entre sí, aunque son conceptos totalmente opuestos. Lo que es bueno para el alma, como por ejemplo la renuncia a la riqueza, a los placeres, el desprecio del dolor y de la muerte, es un mal para el cuerpo. Por contra, lo que es bueno para el cuerpo constituye un mal para el alma, pues ésta se relaja y extingue con los placeres y el deseo de riqueza. Lactancio ve al hombre como formado por principios diversos y antagónicos, al igual que ocurre con el mundo, con su luz y tinieblas, con la vida y la muerte. Estos principios no dejan nunca de combatir en una lucha terrible y agónica por dirimir quién dominará al hombre. Si en esta confrontación el alma vence, será inmortal y admitida en la luz eterna; pero si es el cuerpo el que resulta ganador, el alma estará sujeta a las tinieblas y a la muerte. Pero la inmortalidad no es solamente el fin y premio de la virtud: es condición de la virtud misma. En este sentido, Lactancio observa que sería necio renunciar a aquellos placeres a los cuales el hombre se inclina por naturaleza, y adentrarse por un camino hostil y mortificante para la naturaleza humana, si la inmortalidad no existiera para darnos un sentido a nuestra práctica de la virtud, que va contra la naturaleza. Es en esta última idea donde Lactancio rescata o retoma plenamente como presupuesto de la vida moral el pesimismo de Arnobio sobre la condición humana, piedra angular del pensamiento de muchos padres de la Iglesia posteriores a Lactancio, como el propio San Agustín. Para Lactancio, la naturaleza humana es radical y totalmente contraria a la vida moral y religiosa. Nada hay en ella que la rescate y atraiga al espíritu. Pero este pesimismo es utilizado por Lactancio como fundamento de la vida moral y religiosa. Si la naturaleza no fuese fundamentalmente perversa, la virtud misma sería imposible de concebir.

Todo se centra para el hombre en el reconocimiento y culto de Dios. Esta es su esperanza y salvación, y éste es también el grado supremo de sabiduría que puede alcanzar un hombre. Para Lactancio, ese grado más alto de sabiduría no pasa por la filosofía. La filosofía busca la sabiduría, pero no es la sabiduría misma con mayúsculas, sino una parte de ella. La filosofía no logra alcanzar el conocimiento verdadero de las cosas, como enseñan con razón Sócrates y los académicos. Las disparidad de las escuelas filosóficas hace imposible orientarse entre sus opiniones si no se posee de antemano la verdad. Por consiguiente, sólo la revelación divina puede proporcionar la verdad. La dialéctica filosófica, como tal, como instrumento, se torna un mecanismo inútil.

Bibliografía

  • GILSON, Etienne: La filosofía en la Edad media: desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV. (Madrid: Ed. Gredos: 1985).

  • LACTANCIO, Lucio Celio: Sobre la muerte de los perseguidores (De mortibus persecutorum). (Madrid: Ed. Gredos. 1982).

  • LACTANCIO, Lucio Celio: Institutions divines (Divinae institutiones). (París: Ed. Éditions du Cerf. 1987).

  • MOLINÉ, Enrique: Los padres de la Iglesia: una guía introductoria. (Madrid: Ed. Palabra. 1995).

Carlos Herraiz García

Autor

  • Carlos Herraiz García