A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
MúsicaBiografía

Kraus, Alfredo (1927-1999)

Alfredo Kraus.

Tenor español nacido en Las Palmas de Gran Canaria el 24 de noviembre de 1927 y fallecido en Madrid el 10 de septiembre de 1999. Fue una de las grandes voces de la lírica universal del siglo XX, con destacadísimas intervenciones tanto en la interpretación operística como en el "género chico" (o zarzuela). En 1991 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Su nombre completo era Alfredo Kraus Trujillo.

Hijo de un ciudadano austríaco que había adoptado la nacionalidad española, mostró desde niño una innata inclinación hacia la música, espoleada por la afición de su madre y por la cultura musical que había asimilado su progenitor en su país natal. Así, con tan sólo cuatro años comenzó a recibir clases de piano, formación que encajaba muy bien con su carácter metódico y perfeccionista.

No obstante, durante el resto de su infancia y en su adolescencia se fue alejando de la música para recibir una educación convencional, decisión en la que también intervino su padre, que tenía el firme deseo de que el joven Alfredo se convirtiese en ingeniero. De ahí que, concluida su formación secundaria, el futuro tenor cursase estudios superiores de Ingeniería Industrial, materia en la que se graduó con el título de perito (o ingeniero técnico).

Al poco tiempo de haber concluido estos estudios, volvió sentirse fuertemente atraído por el bel canto, por lo que decidió orientar su futuro hacia esta modalidad de expresión artística. Comenzó, pues, a recibir clases de canto en su ciudad natal, y poco después se trasladó a la Península Ibérica para ampliar su formación en ciudades como Valencia, Barcelona y Madrid. Luego, llevado de su afán perfeccionista, se trasladó a Italia para seguir educando su voz, y tuvo la fortuna de entablar contacto, en Milán, con Mercedes Llopart, una soprano española que, durante las décadas de los años veinte y treinta, gozó del favor del público y la crítica especializada .

Mercedes Llopart se convirtió en maestra de música y canto del joven tenor, al que no sólo transmitió sus conocimientos y su sensibilidad artística, sino también el coraje necesario para animarse a salir a escena (pues Alfredo Kraus, constantemente limitado por sus aspiraciones de rigor y perfección, no se veía suficientemente preparado para debutar como cantante profesional).

Finalmente, las lecciones y el estímulo de la Llopart animaron a Kraus a presentarse por vez primera ante el público. Su debut operístico tuvo lugar en El Cairo en 1956, a punto ya de cumplir los treinta años de edad, cuando tomó parte en un montaje de Rigoletto, de Giuseppe Verdi, interpretando el papel del Duque de Mantua. Al año siguiente, con Verdi como principal sustento de su repertorio, desempeñó el rol de Alfredo Germont en La Traviata, en escenarios de Venecia y Turín, papel que repitió en Londres en 1958.

Durante la temporada de 1957/58, Alfredo Kraus compartió escenario con la célebre diva María Callas en el Teatro São Carlo de Lisboa, donde continuó interpretando La Traviata. Aquel mismo año de 1958 cantó también por vez primera en Roma, para pasar, al año siguiente, a presentarse en el Covent Garden de Londres, donde desempeñó el papel de Edgardo en Lucia di Lammermoor, de Gaetano Donizetti. Este memorable trabajo fue uno los grandes hitos en el repertorio del tenor canario.

También actuó, en 1959, en Barcelona y Turín, dentro de un montaje de Los pescadores de perlas, del compositor francés Alexandre-César-Léopold Bizet; y pasó, al año siguiente, al prestigioso escenario de la Scala de Milán, donde encarnó el personaje de Elvino en una puesta en escena de La Sonnambula, de Vincenzo Bellini.

Su debut en los Estados Unidos tuvo lugar en 1962, cuando se presentó en Chicago; pero su auténtica consagración ante el público y la crítica americanos tuvo lugar en 1966, a raíz de su actuación en el Metropolitan House de Nueva York, con otro de sus papeles más logrados: el Duque de Mantua, Rigoletto.

A partir de entonces, su fama se propagó por todo el mundo. Trabajó en los escenarios más prestigiosos del circuito operístico internacional, compartiendo función con divas de la talla de Joan Sutherland o la ya citada Maria Callas, e intervino en algunas películas que incrementaron su popularidad, como aquella en que encarnó la figura del memorable tenor navarro Julián Gayarre.

Además de sus geniales interpretaciones de los protagonistas de Rigoletto y La Traviata, en el repertorio de Kraus figuraron otros personajes que él supo llevar a la escena con maestría insuperable. Tal vez su mayores aciertos fueran los que realizó al encarnar el Werther de Massenet y el Fausto de Gounod; pero también rozó la genialidad poniendo voz y gestos a otras creaciones de operísticas de la riqueza del Duque de Mantua, Des Grieuxm, Nadir, Edgardo, Don Ottavio, Conde Almaviva, Alfredo, etc.

Al margen de la ópera, Kraus cultivó también la zarzuela con asombrosa pulcritud y meticulosidad, tanto en actuaciones en directo como en los numerosos discos que grabó con piezas pertenecientes al género chico. Son memorables sus grabaciones de Doña Francisquita y La Tabernera del Puerto.

Distinguido con numerosos honores y galardones nacionales e internacionales a lo largo de su dilatada trayectoria artística -entre ellos, el Premio Internacional Lauri Volpi (1984) y el ya mencionado Premio Príncipe de Asturias, que le fue otorgado en 1991-, el tenor canario interpretó en 1992, a los sesenta y cuatro años de edad, el papel de Nemorino en L'elisir d'amore de Donizetti, sobre el imponente escenario del Covent Garden londinense. Cuatro años después, para conmemorar sus cuarenta años de dedicación profesional al bel canto, emprendió una exitosa gira internacional que le llevó por numerosos países, en medio del asombro de la crítica internacional, que seguía viendo en su facilidad para cantar, su elegancia expresiva y su tono claro y brillante las características propias de la voz de un tenor joven. Sin duda alguna, a ello contribuyó el rigor y la seriedad de Alfredo Kraus, quien, consciente de que su voz no alcanzaba la potencia de otros tenores, renunció al virtuosismo exagerado de ciertos divos y cultivó siempre un matiz refinado y un tono templado, al tiempo que configuraba un valioso -pero no excesivamente amplio- repertorio. Así, sin necesidad de salirse del repertorio que había dominado a la perfección, pudo mantener siempre esa "línea" de musicalidad que tanto alabaron en él los críticos de todo el mudo, que le reputaron como el mejor tenor ligero de su generación, y elogiaron la perfección de su técnica, la claridad de su dicción y su dominio del registro agudo (llegó a alcanzar el Mi bemol).

Dentro de esta preferencia por un repertorio no excesivamente amplio, cabe ubicar un rasgo del estilo y la personalidad de Kraus que le singulariza entre el resto de los tenores de su generación. Minucioso y -como ya se ha insistido- perfeccionista como pocos, el artista canario renegó siempre de la adulteración y vulgarización de la ópera, y se negó a prestar su voz para cualquier otro espectáculo que no fuera operístico (o, en su defecto, relacionado con el rico y variado registro de la zarzuela). Sacrificó, así, buena parte de la cuota de popularidad que, en su tiempo, cosecharon otros divos ofreciendo versiones "operísticas" de villancicos, canciones folk, etc.; pero, a cambio, mantuvo siempre una pureza y una seriedad que consolidaron su prestigio entre los devotos seguidores del bel canto.

Los últimos años de su vida estuvieron dominados por una profunda melancolía, derivada del fallecimiento, en 1997, de su esposa, con la que había tenido tres hijas y un hijo. Profundamente afectado por esta pérdida, Alfredo Kraus dejó de cantar durante varios meses, a pesar de que el año anterior había protagonizado una gira internacional que le permitió recorrer medio mundo en medio de un clamoroso triunfo. Al cabo de ocho meses, se impuso por obligación el regreso a los escenarios, no porque tuviera ganas de cantar, sino porque necesitaba confirmar que seguía en el mundo de los vivos.

Sin embargo, poco tiempo después contrajo una grave enfermedad que acabó con su vida a finales del verano de 1999. Sus funerales, celebrados en el Teatro Real de Madrid, congregaron a una gran cantidad de amantes de la ópera, profesionales del mundo del espectáculo y autoridades civiles.

Autor

  • José Ramón Fernández de Cano.