A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
HistoriaPolíticaBiografía

José II José II de Habsburgo-Lorena. Emperador del Sacro Imperio (1741-1790).

Emperador del Sacro Imperio (1765-1790), hijo primogénito de Francisco I de Lorena y de María Teresa de Austria, nacido el 13 de marzo de 1741 en Viena y muerto el 20 de febrero de 1790 en la misma ciudad. Perteneciente a la Casa de Habsburgo.

De talante reformista e ilustrado, José II trató en vano de reformar y unificar los diferentes dominios del Imperio. Mantuvo algunos altercados con Prusia a causa de la sucesión al trono de Baviera, aplacó con dureza una insurrección de los valacos, rompió momentáneamente relaciones diplomáticas con Holanda y se embarcó en una guerra con Turquía, además de llevar a cabo una política eclesiástica consistente en una reforma radical de las relaciones entre el Estado y la Iglesia católica romana con el objetivo de crear un Estado unitario, denominada josefinismo o josefismo.

Desde su nacimiento, el joven príncipe recibió una educación esmerada y exquisita por deseo expreso de su madre, aunque la cultura que adquirió fue bastante superficial en general, debido en parte al gran número de materias que tuvo que aprender y por su carácter inquieto y distraído. Una vez que acabó sus estudios y formación, recorrió las principales cortes europeas, pasando por España, Italia, Francia y Prusia, viaje en el que tomó contacto con las ideas ilustradas que imperaban en prácticamente todas las monarquía europeas occidentales, las cuales luego intentaría aplicar en su país, reformas estas que no procedían probablemente de principios ideológicos arraigados, sino más bien promovidas por motivos prácticos y coyunturales, ya que en el fondo José II nunca simpatizó del todo con la burguesía ni con la monarquía ilustrada de corte liberal.

Fue elegido rey de romanos en 1764. Al morir su padre en 1765, se convirtió en emperador nominal de Alemania y fue asociado por su madre, en calidad de corregente, al trono de Austria, hasta la muerte de ésta en 1780, cuando se convirtió en rey de Austria. En su período como corregente, su madre apenas le dejó intervenir en los asuntos más importantes de Estado, por lo que realmente no ejerció como emperador hasta la muerte de su madre. Durante la regencia materna, sus principales apoyos radicaron en el ministro Wenzel Anton von Kaunitz. En contra de la voluntad de la reina madre, José II y von Kaunitz pusieron en práctica una política exterior expansionista y agresiva. José II logró arrebatar la región de Galitzia a Polonia (1772), obligó a Turquía a que le cediera la Bukovina (1775) y renovó la espinosa cuestión de la Baja Baviera aliándose con Rusia, enemiga de Prusia, con la esperanza de poder anexionar el territorio en un futuro próximo, empeño que fracasó por la decidida intervención del rey prusiano Federico II el Grande (1740-1786).

Tras la muerte de María Teresa, José II comenzó su verdadero reinado sin presión alguna, libre para poder llevar a la práctica una serie de reformas radicales que llevaba madurando desde hacía bastante tiempo. Llevado por un ferviente deseo de centralización y burocratización y de establecer una administración uniforme según los preceptos marcados por el Despotismo Ilustrado de la época, José II no tuvo en cuenta las profundas diferencias y las nacionalidades tan dispares en todos los ámbitos que componían su vasto y heterogéneo Imperio, circunstancia esta que a la larga fue la causante del fracaso de las mayoría de las innovaciones que trató de imponer.

El primer gran escollo con el que se enfrentó José II estuvo relacionado con su política eclesiástica. Se propuso el objetivo de formar una religión oficial católica pero independiente de Roma, es decir, una Iglesia católica nacional sometida al emperador. Se empleó en modificar la disciplina eclesiástica, a despecho de las súplicas de Pío VI. Prohibió la publicación de bulas y breves papales sin el consentimiento expreso de la Corona, al tiempo que obligó a los obispos a prestar juramento, al tomar posesión de su cargo, ante el monarca. Prohibió, igualmente, a todo el clero austríaco mantener relaciones de dependencia con el exterior y realizar apelaciones directas a Roma, al mismo tiempo que expulsó a todos los religiosos extranjeros y suprimió las órdenes contemplativas, dejando tan sólo las dedicadas a la enseñanza, a la asistencia pública y a la predicación. Los bienes de las órdenes suprimidas se dedicaron al servicio público, principalmente a su política educativa. Entre los años 1780 y 1788, desaparecieron 700 conventos y 36.000 religiosos, quedando tan sólo 1.324 y 27.000, respectivamente. A la Patente de Tolerancia, decretada en el año 1781, por la que se reconocía la libertad de culto e idéntica valía para las demás confesiones aunque conservando cierta supremacía para la Iglesia católica, le siguió la subordinación total del clero al Estado y la eliminación de las prácticas, de las costumbres de la devoción barroca, en favor de una piedad según los principios del Iluminismo. La Patente de Tolerancia benefició especialmente a los luteranos, calvinistas y ortodoxos. Estas medidas se encontraron con la oposición frontal del papa, de gran parte de los nobles y del alto clero del Imperio; hasta el extremo de que Pío VI realizó una visita precipitada a Viena que el emperador devolvió viajando a Roma en secreto. La fuerte oposición provocó que José II tuviese que revocar algunas de sus reformas, pero logró salvar lo fundamental de las mismas. En el año 1785, en un rasgo de liberalismo y pragmatismo típico de José II, se aprobó la ley del divorcio y se permitieron los matrimonios civiles. En materia religiosa, José II volvió a sorprender al revocar toda la legislación discriminatoria y contraria al pueblo judío, el cual constituía una poderosa minoría económica y cultural en el Imperio austríaco.

El ámbito en el que José II cosechó mayores éxitos y la aprobación de una gran parte de sus súbditos fue en la política interior, concretamente en el terreno económico, social y administrativo. Su política interior se basó en la centralización imperial y la unificación del poder del Emperador, reforma ésta ya comenzada por su madre. En el campo abolió la esclavitud de la gleba (1781), continuando la legislación catastral emprendida por su madre, aunque no consiguió llevar a buen puerto sus planes de sustitución de los tributos feudales por un impuesto único sobre los bienes raíces para propietarios de tierras y campesinos, según ideas fisiocráticas. Promovió una política económica de claro tinte mercantilista, especialmente en el sector manufacturero, con la que iba pareja la introducción de la educación elemental obligatoria, también iniciada por María Teresa. La introducción de la libertad de prensa e imprenta, varias veces anulada dependiendo del momento, favoreció el nacimiento de una oposición pública que criticó, en los territorios fronterizos del Imperio, la fuerte centralización y burocratización del Estado promovida por la supresión de numerosos órganos de gobierno local (los territorios austríacos se convirtieron en provincias y se eliminó el autogobierno de las clases terratenientes y nobiliarias). Creó el Estado burocrático, fundamentado en la división administrativa en provincias y círculos; los agentes de los estados locales fueron sustituidos por funcionarios titulados. Para llevar a cabo sus propósitos, acabó con los privilegios de Hungría, impuso el alemán como lengua oficial del Estado, redujo la autonomía de los poderes provinciales y concentró el poder en torno a Viena y a la Corte, por lo que esta ciudad se convirtió en la única capital del Imperio. Las numerosísimas instituciones impulsadas por José II para fines de beneficencia, como hospitales, manicomios, casas de maternidad, orfanatos, reformatorios y demás, gozaron del general aplauso de todos los sectores sociales del Imperio. Por último, José II estatalizó la justicia, decretó la abolición de la pena de muerte y de la tortura (1787), castigo que conmutó por otras penas, galeras y trabajos forzados, que provocaron el descontento y resistencia frontal de casi toda la nobleza y clero, por lo que no tuvo más remedio que restituir la máxima pena.

En lo que se refiere a su política económica, José II, conforme a las doctrinas fisiocráticas, mantuvo una política de liberalización de los mercados y fomento de la riqueza por medio de la liberalización de los granos y la abolición de las corporaciones, elaboró un catastro para la recaudación de un impuesto único, fomentó la construcción de puertos para facilitar el comercio exterior y favoreció la colonización de tierras que se pusieran en labor. Decretó el derecho libre de apertura de fábricas y de establecimientos comerciales, instituyó la libre competencia, apoyó las ferias mercantiles de Lemberg y el desarrollo de la ciudad industrial de Trieste. La idea del impuesto único en sustitución del antiguo régimen fiscal, de origen feudal, no pudo realizarla por la enconada oposición de las clases privilegiadas.

Pese a la política reformista, la forma autoritaria en la que se desarrolló levantó fuertes resistencias, encabezadas por el clero y fundamentalmente por la nobleza, sobre todo la húngara, la cual logró paralizar gran parte de estas reformas en Hungría. Entre 1789 y 1790 se produjo una sublevación general en los Países Bajos, que terminó con la aparición de las Provincias Belgas Unidas que se emanciparon de Austria.

En política exterior, José II cometió una serie de errores que le llevaron de fracaso en fracaso. Su política de concentración con Prusia para extender su poder fracasó estrepitosamente ante las reticencias de Federico II, apoyado en la Liga de los príncipes. José II trató de hacer frente al creciente poderío experimentado por la Prusia regida por Federico II el Grande, el cual frenó en seco los intentos imperialistas de José II en la Baja Baviera. Para contrarrestar el peso prusiano en Centroeuropa, José II se alió con Rusia albergando serios deseos por restaurar la perdida grandeza de los Habsburgo en el continente. Pero, mientras que no dejaba de trazar planes grandiosos con Catalina II de Rusia (1762-1796), su autoridad en los territorios más periféricos del Imperio empezó a dar muestras de debilidad alarmantes, máxime por la incapacidad de sus gobernantes y responsables, los cuales, en su gran mayoría, hicieron gala de un desconocimiento aún mayor que el del emperador en cuestiones nacionales, al mismo tiempo que aplicaron una política de mano dura contra los movimientos independentistas que ya por entonces comenzaban a aflorar hacia el exterior, como fue el caso de la sangrienta represalia que se llevó a cabo contra los valacos húngaros en el año 1789, los cuales habían aprovechado el estallido de la Revolución Francesa para reclamar mayor independencia para Hungría. En los Países Bajos, después de destituir al gobernador, el duque Alberto de Sajonia-Teschen, acusado de aplicar una política muy blanda en sus relaciones con la Holanda protestante, José II nombró nuevo gobernador al general Murray, famoso por sus usos despóticos y brutales y su poco amor por cualquier cosa que oliera a burguesía, nacionalismo o revolución. José II concedió carta blanca a este general para que usara las armas cuando éste estimara oportuno, lo que no impidió que al poco tiempo triunfaran las ideas revolucionarias, ya bien entrado el siglo XIX. Sus intentos anexionistas sobre Venecia acabaron en un rotundo fracaso; tampoco pudo cumplir sus aspiraciones en los Balcanes, pero involucró a su país en la Guerra Ruso-Turca de 1788, convencido del éxito de la misma por Catalina II.

Finalmente, presionado por la nobleza terrateniente, por el alto clero de su país y por sus más fieles consejeros, José II firmó el 28 de febrero del año 1790 un largo documento en el que se abolieron, con pocas excepciones, todas las innovaciones y reformas propuestas por él, restaurando el Gobierno constitucional del año 1780. Poco antes de morir, José II hubo de doblegarse a la humillación, según sus propias palabras, de pedir auxilio al papa Pío VI para pacificar Bélgica. También fue testigo de los primeros conatos revolucionarios surgidos en las regiones imperiales de Bohemia y el Tirol.

Los aspectos más destacados de su reinado fueron la reforma militar, que dejó a Alemania con un poderoso ejército, y el fortalecimiento de las finanzas, que permitieron financiar las acciones de su sucesor Leopoldo II.

Cansado y bastante decepcionado por el fracaso personal de su reinado, José II falleció poco antes de cumplir los cuarenta y nueve años, víctima de una afección pulmonar, que había contraído durante una campaña llevada a cabo en el Bajo Danubio, y que se agravó por la pena de haber presenciado la muerte de sus dos esposas, Isabel de Parma, con la que se casó en 1760 y que falleció tres años más tarde, y María Josefa de Baviera, que murió en 1767.

Casado en primeras nupcias con la duquesa Isabel, hija del archiduque Felipe de Parma, y en segundas con María Josefa, hija de Carlos Alberto de Baviera (futuro emperador Carlos VII), el legado dejado por José II no fue baladí ni mucho menos a pesar del fracaso de gran parte de sus medidas reformistas, ya que de entre las ruinas de su Gobierno se salvaron los principios fundamentales que su heredero Leopoldo II llevaría a la práctica ya sin oposición alguna. José II logró imprimir a toda la política austríaca posterior un sello muy personal bautizado con el nombre de "espíritu josefino", que perduró hasta la propia caída del Imperio Austro-húngaro en el año 1918.

Bibliografía

  • BEALES, D. Joseph II. In the shadow of Maria Theresa. Cambridge, Ed. Cambridge University Press. 1987.

  • BERENGER, J. El Imperio de los Habsburgo. Barcelona, Ed. Cátedra. 1992.

  • BLANNING, T.C.W. Joseph II and enlightened despotism. Londres, Ed. Logman. 1973.

  • VALSECCHI, F. Il recolo di Maria Teresa. Roma, Ed. Bonacci. 1991.

JACJ / Carlos Herráiz García

Autor

  • Juan Antonio Castro Jiménez