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MúsicaBiografía

Jorge, Santos (1870-1941).

Músico hispano-panameño nacido en Peralta (en la provincia española de Navarra) el 10 de noviembre de 1870 y fallecido en la ciudad de Panamá el 22 de diciembre de 1941. Afincado en territorio istmeño desde 1889, se convirtió en uno de los artistas e intelectuales más destacados del país centroamericano e, identificado plenamente con su nueva soberanía (adquirida en 1903), compuso el himno nacional panameño.

Hijo de don Baltazar Jorge y doña Petra de Jorge, contó desde su niñez con el apoyo de sus progenitores para recibir esa educación musical que le reclamaba su innata vocación artística; y así, en plena juventud marchó a la capital de España para perfeccionar sus conocimientos en la célebre Escuela de Música y Declamación (dirigida, a la sazón, por otro ilustre músico navarro, el compositor Emilio Arrieta), donde pronto destacó por sus condiciones naturales para el canto y por su virtuosismo en la ejecución de piezas musicales para instrumentos de teclado.

Convencido de la excelencia de sus cualidades, el joven Santos Jorge advirtió que debía abandonar España en busca de territorios más aptos para la consolidación y difusión de sus futuros triunfos. Fue así cuando, a finales de los años ochenta (es decir, cuando aún no había alcanzado los veinte años de edad), se convirtió en uno de los miles de jóvenes españoles que, por aquellas fechas, abandonaban la Península Ibérica en pos de un porvenir glorioso que parecía quedar mucho más cerca en el Nuevo Continente. Arribó, pues, a Centroamérica y se afincó en la ciudad de Panamá en 1889, donde comenzó a frecuentar los templos religiosos más importantes ofreciéndose como maestro organista. Y quiso el azar que, una mañana en la que se encontraba en la Iglesia de la Catedral, se le brindase la ocasión de lucir su voz de barítono y su maestría al órgano ante el Obispo de Panamá, Alejandro Peralta, quien se halló presente durante la ejecución de un Preludio de Juan Sebastian Bach por parte de Santos Jorge y, admirado, continuó escuchando cómo el joven músico español interpretaba magistralmente las cantatas y motetes que siguieron acompañando los oficios religiosos celebrados en el templo aquella mañana. Su Ilustrísima, arrobado por el canto y la ejecución ofrecidos por Santos Jorge, ofreció al joven artista navarro el puesto de Maestro de Capilla en aquella misma Catedral, cargo que fue aceptado de inmediato por quien estaba llamado a protagonizar durante muchos años el panorama musical panameño.

Consagrado muy pronto, merced a ese lugar preeminente en el templo más importante del país, como uno de los músicos de mayor relieve y proyección residentes dentro del territorio panameño, al cabo de tres años se le ofreció la oportunidad de sustituir al famoso maestro Lucio Bonell al frente de la Banda de Música Militar, cargo que aceptó de inmediato sin renunciar a su puesto de maestro de Capilla en la Iglesia de la Catedral. Pero en 1896, tras cuatro años como director de la citada Banda de Música Militar, no tuvo más remedio que abandonar este puesto para poder atender con mayor dedicación las numerosas ocupaciones que absorbían su tiempo y su talento. En efecto, la fama había empezado a halagar a Santos Jorge hasta el extremo de convertirlo en uno de los artistas más requeridos del país; y así, a mediados de la década de los noventa, junto a sus labores de maestro de Capilla en la Catedral y de director de la Banda de Música Militar, desplegaba una intensa actividad que, al tiempo que contribuía a extender los ecos de su fama, comenzaba a reportarle esos pingües beneficios que estaba persiguiendo desde su salida de España. Estas primeras ganancias procedía, por un lado, de las múltiples lecciones particulares de canto, solfeo, piano y violín que impartía entre los miembros de la alta sociedad panameña; por otra parte, de una avispada visión comercial que le animó a sacar partido de la venta de métodos e instrumentos musicales; y, por una tercera vía, de su incesante actividad como contratista de músicos y cantantes para amenizar las veladas culturales en los salones de esa alta sociedad que ya había comenzado a frecuentar.

Ante esta acumulación de trabajos e intereses, cedió, en efecto, la dirección de la Banda de Música Militar al maestro Arturo Dubarry, con la pretensión de centrarse en sus propios negocios musicales. Pero apenas había transcurrido un año desde esta renuncia cuando, en en 1897, su maestría y sus conocimientos volvieron a ser solicitados por la administración cultural de Panamá, que la ahora le ofrecía una ventajosa plaza como Profesor de Música en la Escuela Normal de Institutoras y en las Escuelas Municipales. Halagado por el reconocimiento oficial que suponía esta oferta, Santos Jorge aceptó de inmediato su nuevo destino docente y, tal vez en agradecimiento a las instancias administrativas del país, se enfrascó en la composición del denominado en un primer momento "Himno Istmeño", una emotiva y emblemática composición que, sometida luego a unas leves modificaciones, fue adoptada por las autoridades de la nueva nación soberana, en 1903, como el "Himno Nacional de la República de Panamá".

Entretanto, al socaire de estos nuevos contactos con las autoridades culturales y educativas del país, volvió a colaborar con la Banda de Música Militar, esta vez como director interino y en reemplazo del maestro Egisto Luchesi. En la noche del 28 de octubre de 1900, en el Atrio de la Iglesia de la Catedral, Santos Jorge reapareció con director de esta agrupación para ofrecer al público la interpretación de una retreta memorable que contribuyó a incrementar la fama del intérprete, compositor y director navarro; y el 23 de mayo de 1903, por medio del decreto nº 72 expedido por el Dr. Facundo Mutis Durán, gobernador del Departamento, la banda dirigida en una segunda etapa por Santos Jorge quedó desvinculada del Servicio Militar y pasó a denominarse (según establecían los nuevos reglamentos de la Institución) Banda Departamental; por vía de dicho decreto del gobernador se hacía oficial también el nombramiento de Santos Jorge como director titular de la renovada agrupación musical.

Parte del favor popular de que gozaba el músico navarro en su faceta de compositor se debía a su extraordinaria capacidad para asimilar los aires específicos de la tradición panameña y adaptarlos a los abundantes valses, pasillos y danzas con que enriqueció el acervo musical del pueblo istmeño, al que cautivó también por su humildad y cercanía, manifiestas en las numerosas retretas que se complacía en ofrecer en las plazas urbanas y los parques públicos. Tanto estas creaciones originales (en las que supo cifrar, mejor incluso que la mayor parte de los compositores locales, la idiosincrasia y los gustos musicales del pueblo panameño) como su ingente labor al servicio de la cultura y la educación de la reciente república centroamericana le convirtieron, con el paso de los años, en una de las figuras más reconocidas y homenajeadas del panorama intelectual. Así, tras una larga trayectoria profesional como maestro de música y director de diferentes agrupaciones oficiales, en 1937 la Unión Musical de Panamá le rindió el máximo tributo que podían ofrecerle sus miembros: su nombramiento como presidente honorario de la institución.

Pero los mayores homenajes y distinciones aún estaba por llegar, pues en 1939 se cumplía el medio siglo desde su llegada a Panamá. Con motivo de estas bodas de plata con su nación adoptiva, Santos Jorge fue objeto de los mayores reconocimientos tributados por aquellos años a un artista en Centroamérica: el 17 de septiembre de 1939, en agradecimiento a sus desvelos docentes y su afán por llevar el estudio de la música y el canto a las aulas, todos los centros escolares de la capital del país le rindieron un emotivo homenajes; y aquel mismo día, la ahora conocida como Banda Republicana le dedicó un espléndido concierto en la Plaza de la Independencia de la ciudad de Panamá, bajo la batuta de su director, el maestro Pedro Rebolledo. Jamás un músico había sido objeto de tanto respeto y admiración por parte de las instancias oficiales y, al mismo tiempo, de las clases populares del país.

Fueron muchos los honores que siguieron recayendo en la figura de Santos Jorge hasta la fecha de su fallecimiento, sobrevenido en la capital de la república istmeña cuando el maestro navarro contaba setenta y un años de edad. Entre ellos, cabe recordar el nombramiento como Hijo Predilecto que le otorgó el Consejo Capitolino; y la entrega de la Orden Vasco Núñez de Balboa, en el grado de caballero, máximo reconocimiento oficial del gobierno panameño, que le fue impuesta por el propio presidente de la República. Por su parte, el Ministerio de Educación, en agradecimiento a sus desvelos docentes, bautizó con su nombre una de las escuelas públicas de la capital.

Bibliografía

  • CHARPENTIER H., Eduardo. "Santos Jorge, autor de la música del himno nacional", en La Estrella de Panamá (Panamá), 29 de marzo de 1965.

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.