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LiteraturaBiografía

Jiménez de Urrea, Pedro Manuel (1485-1524).

Poeta, prosista y aristócrata español nacido en Épila (Zaragoza) en 1485 y fallecido en su lugar de origen en 1524. Autor de una notable producción poética adscrita a los modelos paradigmáticos de la lírica cancioneril del siglo XV, encarnó en su figura y en su obra a esa aristocracia elitista y diletante que, incapaz de asimilar los nuevos cambios sociales, políticos y culturales del Renacimiento, se empecinó en seguir manteniendo unas formas de vida ancladas en la tradición medieval (y, en su caso concreto, en los patrones éticos y estéticos de la caballería).

Vida

Nacido en el seno de una familia perteneciente a la alta nobleza aragonesa -el antiguo linaje de los Urrea, de origen pirenaico, ocupaba el segundo o el tercer banco entre los destinados a los representantes de la aristocracia en las Cortes de Aragón durante los siglo XV y XVI-, en el momento de la llegada al mundo del futuro escritor los Ximénez de Urrea, tras remotas disputas con la monarquía local y después de haberse aliado definitivamente al lado de la nueva dinastía de los Trastámara, eran señores de vastos territorios en Aragón y Valencia que comprendían, entre otras, las poblaciones de Alcatén, Mislata, Beniloba, Morés, Almonacid de la Sierra, Trasmoz -y su célebre castillo-, Salillas, Casanueva y Épila. Lope Ximénez de Urrea III, abuelo de Pedro Manuel, había logrado encumbrarse en la cima del poder en la corte de Alfonso V de Aragón, quien le honró con el cargo de virrey de Sicilia. Su hijo Lope Ximénez de Urrea -cuarto de este nombre en la familia, y padre del futuro escritor-, luchó fielmente al lado de los Trastámara Juan IIy Fernando II, lo que le valió, entre otras prebendas y mercedes, el título nobiliario de conde de Aranda, uno de los distintivos aristocráticos más importantes de la Península.

Lope IV contrajo matrimonio con Catalina de Híjar -hija del duque de Híjar, y perteneciente, por tanto, a un linaje tan elevado como el suyo-, enlace del que nacieron seis vástagos: los varones Miguel Ximénez de Urrea -primogénito y heredero del título de conde de Aranda-, Pedro Manuel -señor de Trasmoz y autor de una brillante obra literaria-, y Juan -abad del famoso monasterio de Montearagón-; y las hembras Timbor -fallecida a temprana edad-, Beatriz -que celebró nupcias con el conde de Fuentes-, y Catalina -que se unió en matrimonio con Jaime de Luna, señor de Illueca y miembro destacado de la poderosa familia de los Luna-. Pedro Manuel era, pues, un segundón dentro de la jerarquizada escala social de la aristocracia, y parecía por ende destinado a la vida religiosa, con grandes posibilidades de regentar alguna abadía -como le ocurriera a su hermano menor Juan- o, tal vez, de alcanzar algún obispado; pero su progenitor, influido por Catalina -firme valedora de Pedro Manuel en el seno de la familia-, accedió a otorgarle el señorío de Trasmoz, una próspera villa ubicada en las faldas del somontano del Moncayo, famosa en todo el reino de Aragón por unas ferrerías que producían pingües beneficios.

Muerto Lope IV a finales de marzo de 1490, cuando el pequeño Pedro Manuel aún no había cumplido cinco años, a tan temprana edad el futuro escritor ya era señor de Trasmoz, lo que aseguraba la continuidad del linaje en el caso de que su hermano mayor Miguel falleciera sin dejar descendencia (el condado de Aranda, en ese caso, habría pasado a manos de Pedro Manuel). El óbito de su padre le causó un hondo pesar que habría de acompañarle a lo largo de toda su vida; pero también, ya en su edad adulta, un cierto malestar por haber recibido de él tan magra herencia ("cuando despedía a la vida / por la que no hay fin jamás, / me pesó / que en aquella despedida / a Trasmoz sólo, y no más, / me dejó").

La educación del pequeño Pedro Manuel quedó enteramente a cargo de Catalina de Híjar, quien protegió de forma extraordinaria a su hijo favorito mientras éste se criaba en el palacio familiar de Épila, y posteriormente en el castillo de Almonacid de la Sierra, en donde se recluyó la viuda del conde de Aranda en las postrimerías del siglo XV. A comienzos de 1500, el joven Pedro Manuel aún seguía residiendo a la sombra de su madre en Almonacid de la Sierra, educándose en el rigor de la fe católica, en el estudio de los clásicos latinos y en el ejercicio de las armas, tres disciplinas fundamentales en la forja espiritual, intelectual y social del perfecto caballero cristiano. Allí adquirió plena conciencia de su condición nobiliaria; empezó a vivir, a sentir y a comportarse como un auténtico aristócrata; y comenzó a tener conocimiento de otras formas de vida -como la de los numerosos mudéjares que poblaban la comarca de Almonacid de la Sierra- contra las que luego mostró, en su obra, un firme rechazo: "Conosce, Mahoma, que tu algaravía / es lengua sin ley por ser ella tal / rayz de do nasce un tan crudo mal / que al tercio del mundo el diablo espía. / Mira que el hijo de Sancta María / dizes fue profeta que vino entre nos, / estando ya visto que el hijo de Dios / morió porque gente del todo moría" ("Contra la seta mahomética").

Lógicamente, entre los libros básicos que conformaban la pequeña biblioteca familiar figuraba, en lugar bien destacado, la Biblia, acompañada de otros volúmenes concernientes a la doctrina cristiana; pero también había lugar entre los anaqueles del castillo de Almonacid de la Sierra para algunos escritores italianos tan difundidos por toda Europa como Dante, Petrarca y Boccaccio, cuyas obras -especialmente, los poemas de Petrarca y De claris mulieribus, de Boccaccio- fueron devoradas con avidez por el joven señor de Trasmoz, ya por aquel entonces acusadamente inclinado hacia las disciplinas humanísticas y la creación literaria. Asimismo, formaron parte de sus fructíferas lecturas juveniles algunos autores latinos tan relevantes como Marco Tulio Cicerón, Lucio Anneo Séneca -cuyos aforismos y sentencias le causaron una honda impresión-, Virgilio -autor, en opinión de Ximénez de Urrea, de una poesía "dulce"- y Terencio -a quien esgrimió como autoridad para justificar su tratamiento poético del tema amoroso.

En el transcurso del año 1500, cumplidos ya los quince de edad, Pedro Manuel Ximénez de Urrea comenzó a pasar largas temporadas en Zaragoza, en donde se había afincado lo más selecto de la nobleza aragonesa. Comoquiera que, en su calidad de miembro del linaje de los Urrea, le correspondía ocupar un escaño en las Cortes de Aragón, en septiembre de 1502 firmó en Zaragoza una procura para que lo representaran, pues su minoría de edad le impedía asistir en persona a dicha asamblea de gobierno. Por aquel entonces, el espíritu caballeresco y el pomposo aparato de quienes lo ostentaban seguía vigente entre la caduca nobleza aragonesa, por lo que todos sus miembros competían, a la hora de comparecer en las Cortes, en la vistosidad de sus galas, armas, séquitos de criados y caballos. Este boato impresionó vivamente a Pedro Manuel, quien pronto habría de distinguirse como uno de los aristócratas más apegados a las antiguas tradiciones caballerescas de la nobleza.

Al cumplir el señor de Trasmoz los dieciocho años de edad (1503), Catalina de Híjar comenzó a poner especial atención en su obligado enlace matrimonial, tanto más ventajoso para la familia en la medida en que lograse, sin desmerecer el linaje de los Urrea, acrecentar con una elevada dote el peculio doméstico. Así las cosas, merced a las afanosas labores celestinescas de la condesa viuda de Aranda, a comienzos de 1504 se firmaron en Trasmoz las capitulaciones matrimoniales entre Pedro Manuel Ximénez de Urrea y María de Sessé, hermana del baile general -es decir, del ministro superior del real patrimonio- de Aragón. El celo de Catalina había conseguido que la contrayente aportara al matrimonio una generosísima dote, aunque ésta no fue la primera ocasión en que había velado por las finanzas y posesiones de su hijo predilecto: años atrás, había pleiteado con su propio hijo Miguel, el primogénito de la familia, por la reclamación de éste acerca del señorío de Trasmoz (que, en opinión de Miguel Ximénez de Urrea, nunca debía haber sido cedido por su difunto padre a su hermano Pedro Manuel, pues con ello se contravenía una de las reglas básicas en la transmisión de los dominios señoriales: la de no dividirlos nunca, para evitar su desmembración). Catalina logró que el propio rey Fernando el Católico mediara en el pleito hasta conseguir que, por sentencia promulgada en Zaragoza el 18 de octubre de 1502, el señorío de Trasmoz -con sus productivas ferrerías del monte de la Mata- quedara definitivamente en manos de Pedro Manuel. No obstante, estas desavenencias familiares disgustaron mucho al escritor, quien a partir de entonces decidió desentenderse de las ambiciones mundanas y buscar refugio en la creación poética, como aseguró en el prólogo a un largo poema suyo, dirigido al conde de Belchite: "[...] con la dulce poesía alivio los amargos pensamientos que en mí moran, causados por el triste pleyto que entre mi señora y el señor conde está, en lo qual nadie deve hablar".

Una nueva disputa en las enrarecidas relaciones materno-filiales entre Catalina de Híjar y Miguel Ximénez de Urrea provocó que la condesa viuda de Aranda tuviera que abandonar el castillo de Almonacid de la Sierra y trasladarse hasta la villa de Jarque de Moncayo, en donde se afincó en la primera década del siglo XVI, acompañada desde 1505 por Pedro Manuel y su reciente esposa. Poco después, el matrimonio se asentó en Zaragoza, aunque pasó largos períodos al lado de Catalina en Jarque, como el prolongado desde el invierno de 1508 hasta finales de 1509. En el transcurso de aquel año y medio de residencia en la apacible villa rural, Pedro Manuel gozó de un bucólico sosiego que le permitió consagrarse plenamente a la creación literaria, con especial dedicación a la escritura de églogas dramáticas protagonizadas por pastores del Moncayo. Además, el recogimiento campestre propició un mayor acercamiento entre María de Sessé y Pedro Manuel, quien, cada vez más enamorado de la hermosura, la honestidad y las numerosas virtudes que -según dejó escrito el propio autor- adornaban a su esposa, bendijo la inmensa suerte que había tenido al casarse con ella (pues no era muy amigo del sacramento matrimonial, al que consideraba causante de los peores "lazos" y "peligros" que acosan al hombre "desde la cuna hasta la huesa"), le renovó sus promesas de fidelidad y le escribió unos emocionados versos amorosos: "A vos, señora, me allego, / que me soys mil coraçones, / que aunque tenga mil passiones / se me buelven en sosiego. / A vos, que soys mi alegría, / que jamás no me dexáys / ver querella; / vos que hazéys mi fantasía / alegre, sabiendo estýas / vos en ella".

Tuvo, asimismo, durante esta larga estancia en Jarque, ocasión de volver a comprobar el desmedido afecto que hacia él sentía su madre, para la que también reservó elevados elogios por escrito, como los que habría de poner al frente de la edición de su Cancionero publicada en 1516: "Si los hijos uviessen de pagar, muy illustre y magnífica señora (cuya vida Nuestro Señor guarde) lo que de sus madres han rescebido, ¿con qué pagaría yo lo que debo? Porque cierto bien mirado lo que vuestra señoría por mí ha hecho, hallo que, aunque ygual poder tuviesse, ternía más conoscimiento para conoscello que fuerça para pagallo, conosciendo claramente [que] las espessas fatigas y no pequeños trabajos que vuestra señoría ha tenido han sido por crescer la pequeña parte que de mi padre me cupo, viendo que las voluntades de madre ayan trabajado para con nosotros en hacer de lo poco mucho y de lo mucho más [...]".

La vida descansada, feliz y fructífera que estaba llevando en Jarque al lado de su esposa y su madre se interrumpió bruscamente a finales de 1509, cuando un grave conflicto declarado en Trasmoz a causa del reparto del agua reclamó su presencia en su señorío, en donde hubo de permanecer durante cerca de un año, hastiado del tedio aldeano. Pero en el otoño de 1510 ya estaba nuevamente en Zaragoza en compañía de su esposa, de donde pasó pronto a Épila para buscar una mayor seguridad al lado de su hermano Miguel, pues los graves enfrentamientos armados declarados por aquellas fechas en la zona occidental del reino amenazaban constantemente la integridad de cualquiera que estuviese obligado, por su elevada condición social, a tomar parte en los conflictos bélicos. Una de estas graves luchas intestinas enfrentó, en algo muy parecido a una guerra feudal, a los Ximénez de Urrea con el conde de Ribagorza, a causa de esas viejas disputas por las aguas de riego de Trasmoz, que acabaron derivando en un serio altercado. Con la ayuda incondicional de su hermano el conde de Aranda, Pedro Manuel se puso al frente de un contingente armado formado por dos mil infantes y doscientos cincuenta jinetes, y desafió al de Ribagorza en su propio territorio, en medio de un aparatoso ritual demasiado deudor de la mentalidad caballeresca plasmada en sus obras. La reacción de Alonso de Gurrea y Aragón, conde de Ribagorza, dirigida principalmente contra el de Aranda, provocó el enojo de las Cortes aragonesas, que habían visto contravenidas sus disposiciones sobre una tregua foral. A la postre, el rey Fernando el Católico hubo de tomar personalmente cartas en el asunto: falló a favor de los Urrea, decretó el destierro del conde de Ribagorza y le obligó a pagar los daños causados en las propiedades de Miguel Ximénez de Urrea.

Entre 1510 y 1513, Pedro Manuel debió de vivir a caballo entre Épila y Zaragoza, ciudad en la que se asentó definitivamente en este último año, y desde la que emprendió diferentes visitas a los territorios de su señorío y a Jarque, en donde seguía morando su madre. A mediados de esa segunda década del siglo XVI, el escritor, todavía ufano por la "épica" victoria de su familia frente al conde de Ribagorza, decidió acudir en peregrinación a Roma, por lo que, en previsión de los peligros derivados de tan largo viaje, otorgó testamento en Zaragoza el 8 de septiembre de 1517. En dicho documento, además de disponer todo lo relacionado con su posible fallecimiento (lugar de sepultura, donaciones a instituciones pías, pago adelantado de misas por su alma, etc.), hacía mención a los seis vástagos que había tenido con María de Sessé ( Lope, Manuel, Pedro, Miguel, Juan y Catalina), y legaba al mayor de ellos el señorío de Trasmoz.

En el otoño de 1517 partió, pues, el poeta con destino a Roma, en donde permaneció hasta el mes de enero de 1519. De nuevo en el reino de Aragón, residió en su señorío de Trasmoz durante el verano de 1520, y en 1521 se hallaba otra vez asentado en Zaragoza, ciudad en la que su madre otorgó testamento en junio de dicho año, para dejarle a él como heredero universal, después de haber repartido la legítima entre el resto de sus hijos. Poco después, Pedro Manuel comenzó a sentirse gravemente enfermo y, tras desentenderse por completo del gobierno de su señorío de Trasmoz, se encerró en su casa de Zaragoza para salir únicamente en dirección al palacio de su hermano mayor en Épila, en donde perdió la vida y fue enterrado en el otoño de 1524 (sus exequias se celebraron el 10 de octubre de dicho año). Al cabo de doce años, María de Sessé incluyó en su testamento una cláusula en la que declaraba su deseo de recibir sepultura "en la iglesia de la villa de Épila, allí donde está sepultado el dicho don Pedro, mi señor y marido, que esté en la gloria".

Obra

En su condición de aristócrata elitista y trasnochado, Pedro Manuel Ximénez de Urrea buscó en la creación literaria no sólo una evasión o un divertimento en medio de sus obligaciones de caballero, sino también una manera de recuperar, desde el ámbito de la ficción, los ideales y las virtudes caballerescas del pasado (el honor, la honra, la fama, la lealtad, la valentía, la fe religiosa...), ideales y virtudes que, en su tiempo, no eran más que fósiles sublimados en diversas manifestaciones lúdicas y estéticas como los torneos, las justas y las celebraciones festivas. Esta actitud reaccionaria y diletante le sumió en algunas angustiosas contradicciones internas, como la que le planteaba su aspiración, por un lado, a la fama y la gloria literaria, y, por otro lado, a mantener su obra reservada para un reducido y selecto grupo de lectores que pudieran identificarse con sus anhelos éticos y estéticos anclados en la antigua tradición caballeresca de la nobleza (ya desdeñada por numerosos aristócratas de finales del siglo XV y comienzos de la siguiente centuria): "Pero a ninguno querría mostrar nada, porque no es cosa nueva, sino muy vieja, los escriptores tener maldicientes, y si otros con más saber han tenido y no se han liberado de las lenguas adversas, qué esperança será la mía siendo mi decir baxo y agora esta la gente más afficionada que nunca a contradecir [...]. ¿Cómo pensaré yo que mi trabajo está bien empleado, viendo que por la emprenta ande yo en bodegones y cozinas y en poder de rapazos que me juzguen maldizientes, y quantos lo quisieren saber lo sepan, y que venga yo a ser vendido?".

A pesar de estas reservas -originadas, por un lado, en su conciencia clasista, y, por otra parte, en el viejo tópico de la falsa modestia-, el Cancionero de Pedro Manuel Ximénez de Urrea vio la luz en Logroño en 1513. Un año después pasó por la imprenta su novela sentimental Penitencia de Amor (Burgos, 1514), y en 1516 aparecieron en Toledo las que pueden considerarse sus obras completas, publicadas bajo el título de Cancionero de todas las obras de don Pedro Manuel de Urrea, volumen en el que, además de las composiciones de la edición de 1513 y la mencionada Penitencia de amor, figuran treinta poemas nuevos del escritor aragonés, cinco églogas dramáticas no publicadas hasta entonces y tres nuevas obras en prosa: Batalla de amores, Jardín de hermosura y Rueda de peregrinación.

La variedad de esta obra se explica por la voluntad expresa de Ximénez de Urrea de proyectar en sus versos y prosas su propia trayectoria vital. Como atinadamente apunta uno de sus biógrafos modernos, su Cancionero "es un verdadero compendio de las inquietudes literarias y vitales de un amplio sector de la nobleza de finales de la Edad Media. Los poemas de contenido religioso, las canciones de amor, las églogas pastoriles y bucólicas, los relatos alegóricos, la mezcla de religiosidad cristiana y estética pagana, la defensa de los valores de la nobleza, todas éstas son características de una obra homogénea, fiel reflejo de la utopía a la que aspiraban ciertos sectores de la aristocracia del 1500" (vid. infra, en "Bibliografía", José Luis CORRAL: La torre y el caballero [pág. 183]).

Obra poética

Siguiendo la clasificación de la producción literaria de Ximénez de Urrea apuntada en el recién citado estudio de su vida y obra, sus textos poéticos pueden dividirse en los siguientes apartados:

-Poemas religiosos, entre los que figuran los titulados "Al bendito crucifijo" y "A una hermita de Nuestra Señora questá cerca de su casa que llama Nuestra Señora del Moncayo", junto a otras coplas y oraciones diversas.

-Poemas cultistas. Son aquellos en los que el escritor aragonés intenta plasmar su particular concepción del mundo y sus ideas acerca de algunos temas de hondo calado especulativo, como la sabiduría, la razón, e, incluso, la astrología. Entre ellos cabe resaltar los titulados "Casa de sabiduría", "Peligro del mundo", "Al dolor de mi cuydado" y "Memoria de la razón".

-Poemas satírico-burlescos. Comprende este apartado algunas composiciones como "Ave María sobre la condición de los franceses", "Contra la seta mahomética" y diversas coplas en las que Ximénez de Urrea muestra su estado de ánimo o ensarta censuras contra los "maldizientes". En todas ellas, el poeta aragonés dejó patente que la musa satírica no le había inspirado demasiado, lo que no le impidió pasar revista a algunos arquetipos sociales de su tiempo y, sobre todo, a los franceses y musulmanes, por quienes no sentía demasiado afecto.

-Canciones, églogas y villancicos. Al contrario de lo que ocurre con los poemas del apartado anterior, en los pertenecientes a estos géneros líricos Ximénez de Urrea hizo de gala de una notable maestría y un inspirado aliento poético. Fue autor de varias composiciones típicas de la lírica cancioneril (perqués, motes, glosas romances y villancicos) y de seis extraordinarias églogas dramáticas que han sido considerada por la crítica especializada como las primeras muestras teatrales de la literatura aragonesa. En la primera de ellas, el señor de Trasmoz ensayó una meritoria adaptación al verso del primer acto de la Celestina; en las cuatro siguientes abordó de lleno la literatura bucólica, con un esquema fijo consistente en la revelación de un pastor a otro acerca del amor que siente hacia una pastora, y en el debate sobre la pasión afectiva que se establece entre ambos; en la sexta y última de sus églogas, Ximénez de Urrea ensayó una versión "a lo divino" del género, con la presentación de los cuatro evangelistas -y los respectivos símbolos que los identifican- anunciando el nacimiento de Cristo.

-Poemas familiares y amistosos. Como no podía ser menos después de todo lo que había intercedido en su favor, Pedro Manuel Ximénez de Urrea dedicó varios poemas a su madre, aunque también tuvo presente en su lírica a otros miembros de su familia -como su hermano Miguel, su cuñada Aldonza y su hermana Beatriz (condesa de Fuentes)-, y a otros parientes y amigos con los que compartió diversas peripecias a lo largo de su vida -como Jaime de Luna, con quien mantuvo una estrecha camaradería-. Y no faltaron en su producción poética -como ya se ha apuntado más arriba- las composiciones dedicadas a su esposa, en las que demostró el afecto que sentía hacia ella.

-Poemas amorosos. Coherente con su mentalidad caballeresca, el señor de Trasmoz escribió la mayor parte de sus versos amorosos siguiendo los modelos formales y temáticos de la poesía cancioneril, en la que la pasión sentimental plantea siempre un conflicto entre deseo carnal y pureza de espíritu. El enaltecimiento de la virtud cristiana que debe adornar al noble caballero entra en colisión con la fuerza arrolladora del instinto, con la que a la postre la visión del sentimiento amoroso queda enfocada desde una perspectiva atormentada en la que todo son desengaños, frustraciones, dificultades para el establecimiento de la relación o, simplemente, amores no correspondidos. A pesar de todo, Pedro Manuel Ximénez de Urrana se ufana de ser un "fino amador" que, al paso que condena toda relación ilícita, exalta sin descanso la figura de la mujer amada, siempre ubicada a una altura espiritual muy superior a la del hombre, cercana a veces -en una nueva huella visible de la lírica trovadoresca y cancioneril- a la divinidad.

Obra en prosa

En su relato en prosa titulado Rueda de peregrinación -temáticamente asociado a sus poemas religiosos-, el escritor aragonés arremete contra todos los vicios y pecados que condenan al hombre, y enaltece de paso las tres virtudes que pueden apartarlo del camino hacia la perdición: la humanidad, la pobreza -de la que Cristo ofreció el ejemplo más elocuente, puesto que "nasció en un pesebre"- y la castidad -atributo obligado del caballero, quien uno de los mayores yerros que puede cometer es dejarse arrastrar por la lujuria-. Antes de acabar ensalzando la labor pastoral de la Iglesia católica, repasa sucintamente las tres religiones que mejor conoce y condena a los judíos por apartarse de la verdad a pesar de tener las mismas escrituras; a los cristianos pecadores porque, habiendo recibido de sus mayores la fe verdadera, se han alejado de ella; y, desde luego, a sus "odiados" musulmanes, con especial inquina contra la figura de su Profeta.

La temática amorosa articula, en cambio, las otras tres en obras en prosa de Pedro Manuel que han llegado hasta nuestros días: Batalla de amores, Jardín de la hermosura -un artificioso alarde de conocimientos culturales y reflexiones sobre el amor, en el que Séneca se aparece al autor para ofrecerle consejos sobre la materia y acabar condenando, de nuevo con dureza, la lujuria-, y Penitencia de amor -sin duda alguna, su obra en prosa más destacada-. En este último texto, el señor de Trasmoz se sirve del diálogo para relatar la tormentosa relación entre el caballero Darino y la dama Siroya. El caballero, arrastrado por un impetuoso impulso carnal, logra llegar hasta los aposentos de la dama, donde ambos son descubiertos por el padre de ésta cuando se hallaban "retraydos en sus deleytes". Darino y Siroya son encerrados, con sus respectivos criados, en sendas torres donde pagarán su incontinencia con una privación perpetua de libertad. Cumplirán así la terrible "penitencia de amor" dictada por Hertano, el padre de la dama, pese a que cada uno de ellos lucha denodadamente por salvar la libertad del otro: Darino, en un rasgo de caballero que le enaltece, ruega a Hertano que deje en libertad a su hija y que, a cambio, le dé muerte a él, pues se considera el único responsable de la mala conducta de ella; Siroya, por su parte, se cree merecedora de cualquier castigo por no haber sabido mantener intacta la honra que le legó su madre ("nunca pensé que de un vientre tan virtuosso como aquel avía de nascer una hija tan malvada como yo"). Pero al final se cumple inexorablemente la terrible sentencia paterna, con la que Ximénez de Urrea, siempre en defensa de su mentalidad conservadora, ofrece una severa moraleja sobre los males y castigos que aguardan a quienes no cumplen la voluntad de sus mayores ni siguen los decretos dictados por la moral vigente.

Cabe citar, por último, entre las obras en prosa escritas por el señor de Trasmoz la titulada Peregrinación de Jerusalén, Roma y Santiago, que no ha llegado hasta nuestros días.

Bibliografía

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  • ------------- [ed.] Penitencia de amor de Pedro Manuel Ximénez de Urrea. Exeter, 1990.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.