A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
MatemáticasAstronomíaLiteraturaBiografía

Jayyam, Omar (ca. 1035-ca.1123).

Omar Jayyam.

Poeta, matemático y astrónomo persa, nacido en los alrededores de Nischapur (Khorasan) después de 1030 y antes de 1040, y muerto en el año 1123 (o en el 1124) de la era cristiana. A pesar de que sus trabajos científicos le granjearon un notorio prestigio en su época, la validez universal de su poesía le llevó a ser reconocido, entonces y ahora, como uno de los poetas persas más relevantes de todos los tiempos.

Vida.

Condiscípulo, en Nischapur, de Abdul Kassem (quien más tarde, bajo el nombre de Nizam al-Mulk, 'regulador del Imperio', habría de dirigir los destinos de su patria) y de Hassan Sabbah (el que luego fundaría la temible secta de los haschiscin o 'asesinos'), Omar Jayyam selló con ellos un pacto y juramento de amistad eterna, por vía del cual cada uno se obligaba, en el caso de que triunfase en la vida, a poner todos los medios a su alcance para que sus amigos también tuviesen éxito. Y, en efecto, cuando el sultán Alp Arslan nombró visir a Abdul Kassem, éste, en cumplimiento de lo pactado, llamó a sus dos camaradas y les ofreció el puesto que ellos eligieran. Hassan Sabbah, movido por las ambiciones políticas que desde siempre había alentado, reclamó un alto cargo administrativo que le permitió, en poco tiempo, ganarse los favores del sultán; Omar Jayyam, en cambio, se limitó a solicitar una modesta renta que, unida a las labores de investigación científica que ésta llevaba aparejadas, colmaban sus aspiraciones de dedicarse por entero al estudio y la poesía.

Desempeñó así el cargo de director del observatorio astronómico de Merv, construido por orden del visir para que Jayyam llevara a buen término sus investigaciones, por aquel entonces orientadas a proponer una reforma del calendario solar. Para ello, el astrónomo poeta contó con un equipo de ocho sabios que, entre otros méritos, añadieron un año bisiesto en cada fase de cuatro, hasta que lograron un calendario tan preciso que sólo admitía un error de un día por cada período de tres mil setecientos setenta y nueve años. Jayyam adquirió así un enorme prestigio como hombre de ciencia, prestigio que pronto vino a confirmar con la publicación de sus famosos tratados matemáticos, astronómicos y filosóficos. Lamentablemente, de éstos sólo se han conservado dos, ambos escritos en árabe: el Tratado sobre algunas de las definiciones de Euclides y la Demostración de problemas de álgebra. Se sabe que también redactó un Método para la extracción de raíces cuadradas y cúbicas, hoy desaparecido. Estas obras cobran mayor validez en la medida en que se considera que, hasta la fecha de su publicación, sólo se conocían las ecuaciones de primero y segundo grado; Jayyam catalogó las ecuaciones en veinticinco tipos diferentes, adentrándose en el estudio de las de tercer grado. De sus famosas Tablas astronómicas tampoco se conserva copia alguna.

Nizam al-Mulk (Abdul Kassem) seguía, entretanto, rigiendo poderosamente los destinos de Persia, sin descuidar en su política la faceta cultural. En el año 1065 fundó en Bagdad la Universidad que inmortalizaría su nombre (Nizamiyya), donde se impartía una enseñanza basada en la cultura sunnita tradicional. Al mismo tiempo, el ambicioso Sabbah Hassam se decantaba por la acción fundamentalista, aunando intereses políticos y fanatismo religioso en un grupo de ciegos acólitos que se congregaba en torno a su figura de líder carismático. Fortificada en el castillo de Alamut, en la provincia de Daylam, la secta de los haschischin comenzó a desplegar una violenta actividad bélica cuyo fingido objetivo principal pasaba por destruir a los cruzados y eliminar el reducto cristiano de Jerusalén. Sin embargo, Hassam, valiéndose de las substancias alucinógenas que administraba a sus secuaces, se apoderaba de sus voluntades y lograba así un poderoso contingente armado dispuesto a cumplir sus órdenes sin parar mientes en que sólo estaban destinadas a colmar la ambición de su fanático líder. Y así, traicionando cobardemente el bello pacto sellado en su juventud, Hassam dispuso que un comando de sus fieles asesinase a Nizam al-Mulk.

Omar Jayyam, por su parte, entregado a sus versos y a su ciencia, y ajeno al fanatismo de sunníes y chiíes, vivía la exaltación religiosa desde un panteísmo universal que hundía una parte de sus profundas raíces en el misticismo sufí (sin que ello supusiera su total inmersión en el fervor religioso de los sufíes, claro está). Practicante, además, de un refinado hedonismo que le movía a ensalzar los placeres más inmediatos (sobre todo, los proporcionados por la ingestión de vino y el amor carnal), empapó el contenido de sus famosas rubaiyyat en caldos generosos y humores destilados por sensuales labios femeninos. En su casa de Merv, junto al observatorio astronómico, no permitió que la contemplación de las estrellas le hiciese olvidar los dulces frutos de la tierra que pisaba.

Obra poética.

Las universalmente conocidas rubaiyyat -plural persa de la voz rubai, 'cuarteta'- de Omar Jayyam comenzaron a tener difusión, en Occidente, merced a las investigaciones filológicas del poeta irlandés Edward Fitzgerald, quien, en 1859, publicó en Londres una selección de setenta y cinco de ellas. Hasta entonces, su obra poética sólo había conocido dos ediciones modernas, una impresa en Calcuta (1836) y otra en Teherán (1857). Animado por el entusiasmo con que fue acogida su traducción, Edward Fitzgerald lanzó sucesivas reediciones -corregidas y ampliadas- en 1858, 1872, 1879 (todas ellas en Londres) y 1889 (Nueva York). En 1867, J.B. Nicolás tradujo al francés los versos de Jayyam.

En Estados Unidos, las rubaiyyat de Jayyam también cosecharon un sonoro éxito, como lo prueban las dos ediciones que, en la segunda mitad del siglo XIX, lanzó Whinfeld. En España, vieron la luz en 1907, de la mano de Vives Pastor (que las tradujo al catalán) y de Gregorio Matínez Sierra (que las vertió a la lengua de Cervantes). A partir de los primeros años del siglo XX, la obra poética de Jayyam logró una difusión de alcance universal.

Todo este variopinto conjunto de ediciones modernas es el desigual resultado de un largo proceso de selección y fijación de textos, casi siempre dificultado por los innumerables problemas que presenta la transmisión de las copias manuscritas que guardan el legado poético de Omar Jayyam. Entre los conservados, el texto manuscrito más antiguo y fidedigno es el descubierto por Bodler, que data de 1360 y contiene doscientas cincuenta y una rubaiyyat; evidentemente, los más de doscientos años que separan esta copia de la muerte del poeta hacen suponer que la transmisión de su poesía no es tan fiable y rigurosa como sería deseable. Otros manuscritos llegan a atribuir a Jayyam más de mil rubaiyyat, de las que, no obstante, sólo parecen auténticas unas ciento cincuenta o doscientas.

Respecto a los temas más recurrentes en su obra, conviene hacer especial hincapié en su constante preocupación por la existencia o no existencia de Dios, por la inmortalidad del alma y por las dudas que en cualquier espíritu sensible plantean las cuestiones de la justicia y la bondad divinas:

"Soy rebelde: ¿Dónde está tu autoridad?
Tengo la noche en el alma: ¿Dónde está tu luz?
Recibo un salario si me llevas al cielo
porque así te obedezco: ¿Dónde está tu bondad?
".

Al hilo de estas profundas interrogantes, Jayyam va descubriendo la insignificancia del ser humano, condenado a ser un juguete en manos de Dios -si es que éste existe-, o al más terrible y vacío desamparo -si es que se trata de una mera invención humana-. Constatada así esta insignificancia, lo primero que debe hacer el poeta es asumirla sin mayor dilación, para hallar al menos un espacio -por más yermo y desolador que se presente- donde ubicar su grito poético:

"Había una gota de agua y se ha sumido en el mar,
una brizna de polvo y se ha enterrado en la arena.
Venir al mundo y dejarlo..., ¿qué puede significar?
Una mosca se ha dejado ver; después ha desaparecido
".

Sin embargo, no siempre el desamparo es contemplado y asumido con tan serena y estoica conformidad. En ocasiones, el espíritu de rebeldía que anima toda la obra de Jayyam le mueve a volverse fieramente contra ese dios en el que unas veces cree y otras no, para recriminarle su injusticia, su falta de misericordia o, simplemente, su desprecio hacia el hombre que supuestamente ha creado; y así, verbigracia, llega en alguna ocasión a reprocharle que estuviera borracho cuando establecía su orden moral. De ahí que no resulte nada extraño que, cuando poetice no ya en torno a Dios, sino acerca de sus vicarios en la tierra, Jayyam se muestre como un furibundo enemigo de todas las religiones -fundamentalmente, claro está, de la islámica-, criticando su hipocresía y los beneficios que logran a costa de la superstición, el temor y la ignorancia que vulneran al vulgo iliterato. Junto a ello -y para agotar ya las diversas facetas en que se muestra la temática religiosa en la poesía de Jayyam-, destaca en el acento descreído de sus versos el problema de la predestinación, que sólo se resuelve, a la postre, constatando la fría indiferencia de Dios respecto al destino de sus criaturas, o, tal vez, concluyendo que ni siquiera la divinidad puede regir los designios del hado:

"Ni el bien y el mal de los hombres,
ni los goces y penas que nos causa el Destino,
proceden del Cielo, porque el cielo es -sin duda-
más infortunado que tú cuando busca su cauce
".

Al mismo tiempo, y sin que desmaye nunca la pujanza del conflicto religioso, la tensión amorosa se desborda en las rubaiyyat con tanta intensidad y hondura lírica como las que rezuma la crisis espiritual de Jayyam. Del pesimismo que emana de su conflicto religioso brota un impulso vitalista, un soplo de hedonismo que se esfuerza por sobrellevar esa vacía incongruencia que es la vida humana. Así, los placeres de la carne, moderada o prolijamente regados por los efectos balsámicos del vino, se presentan como la mejor solución para eternizar el presente y zafarse de ese tedium vitae provocado por la angustia existencial:

"Si estás ebrio, permanece en tu gozo;
si besas a una novia, prolonga ese instante;
y si el destino del mundo es la nada,
supón que no existe y goza a su lado
".

Pocos poetas, en resumen, tan universales como Omar Jayyam; pocos tan hondos, tan líricos y, a la vez, tan ácidos e irónicos; y pocos, además, entre los antiguos, tan vigentes en estos tiempos mediocres y prosaicos, en los que el vértigo estúpido de la vida moderna no basta para anestesiar la sensación de desarraigo y desamparo en que se sabe el hombre desde que siente el despertar de su conciencia. A la postre, tras la lectura reflexiva de las rubaiyyat de Jayyam, queda el convencimiento de que todo permanece; de que la buena literatura, al cabo de los siglos, sigue girando en torno a los temas de siempre (el amor, el dolor, la vida, la muerte...); y de que, desde el comienzo de su historia, el ser humano continúa interrogándose, sin hallar nunca una respuesta que le satisfaga, por el sentido de la vida.

Bibliografía.

  • -JAYYAM, Omar. Rubaiyyat. (Ed. de Carlos Areán). (Madrid: Visor, 1981).

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • JR.