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LiteraturaBiografía

James, Henry (1843-1916)

Narrador, dramaturgo y crítico literario estadounidense nacionalizado británico, nacido en Nueva York en 1843 y fallecido en Londres en 1916. Maestro en el tratamiento del misterio, la insinuación y la ambigüedad, reflejó como nadie la psicología del viajero (en concreto, el tema del "americano en Europa") y dejó impresa una extensa producción narrativa que, avalada por su exquisito refinamiento estilístico y su acertado anticipo de métodos y técnicas experimentales, le configura no sólo como una de las voces más importantes de la narrativa en lengua inglesa de todos los tiempos, sino también como uno de los autores precipuos de la literatura universal.

Vida

Nacido en el seno de una familia acomodada en la que el estudio y la reflexión eran dogmas de obligado cumplimiento -su padre, el teólogo y sociólogo Henry James, había sido discípulo en Europa del gran místico sueco Emanuel Swedenborg (1688-1772)-, recibió desde niño una esmerada formación cultural que contribuyó poderosamente al desarrollo de su innata capacidad intelectual, tan asombrosa como la de su hermano mayor William James (1842-1910), años después convertido en una de las máximas figuras de la filosofía y la psicología pragmatista norteamericanas. Los vigorosos estímulos intelectuales que recibieron los pequeños William y Henry bajo la poderosa influencia de su progenitor pronto se vieron ampliados por las posibilidades de aprendizaje y reflexión que les brindaban los numerosos desplazamientos transoceánicos que solía realizar su familia, periplos en los que el observador Henry se contagió -según sus propias palabras- de ese "virus europeo" que habría de ser determinante no sólo en su futura producción literaria, sino en todos los aspectos de su vida.

En el transcurso de dichos viajes por el Viejo Continente, Henry James tuvo ocasión de conocer los más variados países europeos y estudiar en algunas ciudades de tanta tradición académica e intelectual como Ginebra, París y Bonn. A punto de cumplir los veinte años de edad, afincado de nuevo en los Estados Unidos, se matriculó en la Universidad de Harvard (1862) para frecuentar sus aulas durante apenas un curso, pues pronto se sintió defraudado por el rancio envaramiento de las instituciones académicas oficiales. Continuó, pues, forjándose por su propia cuenta un rico y variado bagaje cultural que luego habría de aflorar, con mesurada elegancia, en todas sus narraciones. En 1869, con poco más de un cuarto de siglo de existencia, emprendió de nuevo un largo viaje por Europa en el que empezó a tomar conciencia de esa "situación internacional" que, entre otros efectos muy notorios, ponía de manifiesto ante sus atónita mirada de viajero el abismo cultural que seguía separando América de Europa.

Esta clara conciencia de saberse americano en Europa, incrementada aún más durante un prolongado viaje posterior (1872-1874), proporcionó al ya treintañero Henry James el material adecuado para la elaboración de sus primeros relatos, pronto reunidos bajo un volumen que vio la luz bajo el título de A passionate pilgrim and other tales (Un peregrino apasionado y otros cuentos, 1875). Aquel mismo año de su presentación oficial como narrador dio a la imprenta su primer volumen de prosas ajenas al ámbito de la ficción, y centradas en este caso -cómo no- en las impresiones y reflexiones que había dejado en su mente el conocimiento a fondo del continente europeo. Se trata de una recopilación y reelaboración de notas de viaje que, publicadas bajo el significativo título de Transatlantic sketches (Apuntes transatlánticos, 1875), ponen de manifiesto la fascinación que había causado en el joven escritor el descubrimiento de esa separación entre el Viejo y el Nuevo Mundo.

En el transcurso de aquel fructífero año de 1875 tuvo lugar una nueva partida de Henry James rumbo a Europa, esta vez con destino a París, donde a la sazón bullía con mayor vigor que en cualquier otra parte del mundo el espíritu creativo, manifiesto -en lo que a la parcela literaria se refiere- en algunos autores galos de la talla de Gustave Flaubert (1821-1880), Alphonse Daudet (1840-1897), Émile Zola (1840-1902) y Guy de Maupassant (1850-1893), y, entre otras rutilantes plumas extranjeras, en el gran poeta, narrador y dramaturgo ruso Iván Serguéyevich Turguéniev (1818-1883). Con todos ellos tuvo ocasión de conversar un deslumbrado Henry James que, por aquellos años, ya había comenzado a granjearse un incipiente prestigio literario entre los iniciados en el arte de escribir, merced a la publicación de algunas narraciones tan celebradas por la crítica exquisita y diletante como The american (El americano, 1877) y The europeans (Los europeos, 1878). Andando el tiempo, este reconocimiento otorgado a la particular concepción de la literatura de Henry James habría de ganar en intensidad entre los devotos de su obra, pero no en cantidad de lectores, pues -como se explica con mayor detenimiento en parágrafos inferiores- su prosa no tocaba los temas ni seguía los modelos estéticos de la época, dominados firmemente por la tendencia naturalista.

En cualquier caso, su excelente integración en los principales cenáculos artísticos e intelectuales de la capital francesa no le impidió abandonar, tras un larga estancia a orillas del Sena, el territorio galo para afincarse en su querida Londres, donde fijó su residencia en 1883 para vivir allí ininterrumpidamente (aunque con alguna que otra breve visita a su país natal) por espacio de trece años. En 1896 regresó a los Estados Unidos y se asentó durante un tiempo en su lugar de origen; pero nuevamente retornó a Londres, para, ya consagrado como uno de los escritores de mayor renombre internacional (aunque sólo entre un reducido número de seguidores incondicionales de su obra), residir en la capital inglesa hasta 1904, año en el que de nuevo protagonizó una tentativa de establecerse en territorio norteamericano. Parecía, en efecto, ya definitivamente asentado en su país natal cuando, en 1911, volvió a salir de los Estados Unidos con destino a Londres, en donde habría de permanecer ya hasta el momento de su muerte, que le sobrevino en 1916, un año después de que hubiera obtenido la nacionalidad británica.

Obra

Los estudiosos de la producción literaria de Henry James suelen dividirla en tres etapas, atendiendo a la propia cronología vital del escritor neoyorquino (aunque tal vez sea más apropiado llamarle londinense) y, desde luego, a los cambios formales y temáticos que fueron experimentando sus novelas con el fluir de los años.

Primera etapa: El encuentro entre América y Europa (o el "tema internacional")

Tras los relatos de A passionate pilgrim and other tales (Un peregrino apasionado y otros cuentos, 1875) y las anotaciones agrupadas en Transatlantic sketches (Apuntes transatlánticos, 1875), Henry James rindió tributo a su fascinación por el Viejo Continente en una primera entrega novelesca titulada Roderick Hudson (1876). En esta obra, un todavía relativamente joven escritor procedente de Norteamérica, intentó reflejar el violento contraste entre la mentalidad, la cultura y las formas de vida de sus compatriotas, y los usos y costumbres tan opuestos que observaba y apreciaba en la Europa más civilizada. Novela, en cierta medida, "de iniciación" -como suele serlo toda primera novela-, se estructura a partir de una ingenua identificación maniquea entre el ciudadano americano y la inocente simplicidad que parece corresponder al Nuevo Mundo, y el hombre europeo y la dilatada experiencia de refinamiento y elegancia -pero, a la par, de corrupción y degradación- que se asocia con los herederos de elevadas culturas seculares (cuando no milenarias).

Pero, tras esta primera y ciertamente elemental incursión en la narrativa extensa, Henry James demostró haberse zafado pronto de esa simplicidad un tanto ingenua para adentrarse con asombrosa capacidad de análisis en la exploración minuciosa de ambas culturas, de donde vino a surgir, a la postre, una propuesta de síntesis o conciliación entre los mejores valores morales y culturales de aquellas dos civilizaciones que tan bien conocía. Es lo que se ha definido, dentro de esta primera etapa de su obra, como el "potencial americano europeizado", que vale tanto como decir el ánimo resuelto, la disposición juvenil y la bondadosa inocencia del hombre americano de la época, pasados por el tamiz de la cultura, el refinamiento y la sutileza de los pueblos europeos más desarrollados. Así, sin privilegiar expresamente ninguna de las dos tradiciones, el escritor neoyorquino pasó revista a la sociedad europea en The american (El americano, 1877) y volvió luego los ojos hacia su propia tierra en The europeans (Los europeos, 1878), novela -esta última- que es una de las cuatro únicas narraciones que, en su vasta producción literaria, ambientó en su país de origen -las otras tres son la bellísima Washington Square (1881), The bostonians (Las bostonianas, 1886) y The ivory tower (La torre de marfil, que dejó inconclusa en el momento de su muerte)-. De aquellos años data también Four Meetings (1877), una historia protagonizada por una humilde maestra de escuela cuya poderosa imaginación, entretenida siempre en remotos y fantásticos castillos y catedrales, la convierte en la víctima propicia de unos europeos sin escrúpulos.

Ocurrió, en efecto, que esa exultante síntesis entre lo más selecto y granado de ambas civilizaciones había de forzar, en sucesivas reflexiones cada vez más profundas, nuevos enfoques del "tema internacional" en los que el contraste entre las dos culturas ya no resultaba tan positivo. O, dicho de otro, que Henry James pronto advirtió que esa enajenación o extrañamiento respecto a la propia tradición, sean o no voluntarios, podían acarrear también consecuencias funestas para los personajes incapaces de asimilar la brusquedad del cambio. Eso es lo que le acontece a la protagonista de su siguiente relato de ficción -una novela breve titulada Daisy Miller (1879)-, cuyo proceso de adaptación a la vida en Europa queda violentamente truncado por una especie de designio fatal. Y es lo que le sucede, asimismo, a Isabel Archer, protagonista de su siguiente novela, Portrait of a lady (Retrato de una dama, 1879), tal vez su obra más conocida -junto con The turn of the screw (Otra vuelta de tuerca, 1898)- y, sin duda alguna, el punto culminante de esta primera etapa de su producción. Para transmitir una idea aproximada del alcance psicológico de esta espléndida narración, vale la pena ofrecer una breve sinopsis de su argumento.

Retrato de una dama (1879).

La joven Isabel Archer, hastiada de su aburrida rutina en Albany y del persistente cortejo del tedioso Goodwood, acepta la propuesta de su tía Touchett para acompañarla a Europa, con el secreto propósito de alcanzar allí, además, esa total libertad que le es negada en su lugar de origen, al lado de los suyos. Una vez en Inglaterra, su tía le presenta a su marido y a su hijo Ralph, un joven enfermizo que, de inmediato, se enamora de la bella muchacha americana, aunque no se atreve a confesarle su amor porque se sabe condenado a un próximo fin. La pureza de la pasión que siente el joven le anima a insistir ante su padre para que nombre a Isabel heredera de la mitad de sus bienes, lo que, llevado a feliz término, da pie a que la joven se sienta por vez primera rica y libre tras la muerte de su tío.

Deseosa de gozar cuanto antes de esa independencia que tanto ansiaba, la protagonista emprende un viaje por Italia y, en Florencia, cae seducida por Gilbert Osmond, un esteta aventurero que se une a ella en matrimonio con el único propósito de gozar de sus bienes recién heredados. Cuando Isabel cae en la cuenta del grave error que ha cometido al casarse con Osmond, advierte también que ya es demasiado tarde para imprimir un nuevo rumbo en su trayectoria vital. Pero una inesperada vía de escape parece abrirse ante su atribulada desazón: la noticia de que Ralph se halla en su lecho de muerte, a punto de expirar, la mueve a desplazarse con urgencia hasta Londres, donde vuelve a encontrase con Goodwood -su antiguo pretendiente en Albany- y siente la necesidad de unirse ahora a él, para poner fin así a su desgraciado matrimonio. Sin embargo, tras una tortuosa noche en vela en la que tiene lugar un tenso y desgarrado combate interior entre su derecho a la felicidad y sus deberes sociales, opta por regresar a Roma al lado de su esposo, pues no se atreve a romper con los tabúes morales de esa sociedad hipócrita en la que se sabe irremisiblemente atrapada.

La aventura europea protagonizada por Isabel Archer desemboca, así, en el encuentro con su propia conciencia -esa voz interior a la que no había escuchado en su América natal-, y degenera en un angustioso proceso de degradación en el que el personaje queda apresado, precisamente, en los tortuosos vericuetos de esa recién adquirida vida interior. Se consuma, pues, en esta magnifica narración el descubrimiento en la obra de James de los efectos perniciosos que ese "virus europeo" puede llegar a causar en quienes no están habituados a bregar a diario con él, porque han sido educados en una civilización más ruda, simple e ingenua.

Segunda etapa: Narrativa breve y novela experimental (o "experimentalismo jamesiano")

Tras la publicación, durante el primer lustro de los años ochenta, de algunas obras variadas y de menor importancia como The siege of London (El asedio de Londres, 1883), The point of wiew (El punto de vista, 1883), Portraits of places (Retratos de lugares, 1884), A little tour in France (Un breve recorrido por Francia, 1884); Tales of three cities (Historia de tres ciudades, 1884) y The autor of Belizaffio (El autor de Belizaffio, 1885), Henry James quedó acreditado -aunque siempre entre el reducido número de literatos y estetas que admiraban su refinado estilo- como un poderoso narrador y, desde luego, como un polígrafo exquisito, capaz de aplicar sus reflexiones ensayísticas a otros géneros tan diferentes como la crítica literaria -en la que demostró ser un especialista consumado-, las impresiones y recuerdos, y el libro de viajes.

A partir de 1885, ciertas inquietudes socio-políticas (bien es verdad que siempre atenuadas por la ironía, la exquisitez estilística y la casi morbosa delectación en la captación y el reflejo minucioso de los más variados ambientes) vinieron a incorporarse a las nuevas novelas de Henry James, tal vez con la intención de desmentir esas críticas que -sobre todo, después de su muerte- habrían de echarle en cara el no haberse implicado en absoluto en la problemática social de su tiempo. Cierto es que esa indiferencia tan característica de su obra (que ha llegado incluso a convertirse en una de sus principales señas de identidad) contrasta vivamente con el firme compromiso adoptado por la mayor parte de los narradores de finales del siglo XIX y comienzos de la siguiente centuria. así, a estos autores, la plena asunción de los postulados naturalista condujo irremediablemente a interesarse por la situación real de los grupos humanos menos favorecidos y, al socaire de las principales teorías científico-especulativas de la época, a echar su cuarto a espadas en otros asuntos tan de moda en el debate intelectual del momento como el determinismo social. Pero no es menos cierto que Henry James eligió voluntariamente la exploración de una vía artística alternativa en la que los conflictos del ser humano no se plantean dentro de la escala social, sino que pertenecen al orden de la moral (como el peliagudo tema de la libre elección que tanto atormenta a Isabel Archer) y, por lo tanto, a una dimensión de mayor proyección universal (aunque, a tenor de los gustos y las modas de la época, de menor aceptación por parte de los lectores contemporáneos del escritor neoyorquino). De ahí, la escasa atención prestada a la narrativa de James en vida del autor -fuera de ese selecto grupo de paladares exquisitos que, como ya se ha apuntado en parágrafos superiores, lo consideró desde el principio como un auténtico adelantado a su tiempo-; y de ahí también el despiste de esa gran masa de críticos y lectores que, acostumbrada al vigoroso ritmo de la estética naturalista (impuesto por la creciente necesidad de reproducir un mundo sorprendido por constantes adelantos científicos y en permanente desarrollo económico), no fue capaz de asimilar el ritmo pausado -a veces, demorado hasta la exasperación- que imprimió el escritor neoyorquino a sus narraciones. Porque, como puede ver con claridad tras la lectura de un puñado de páginas de James, al sosegado y puntilloso autor no le interesa apenas la acción, lo que ocurra o deje de ocurrir a sus personajes. Antes bien, se obsesiona por lo que alguien llega a sentir a raíz de lo ocurrido, y por el modo más adecuado de relatarlo, que en su caso concreto coincide, casi siempre, con la técnica del "punto de vista", desarrollada por Henry James como nadie lo había hecho hasta entonces.

En efecto, en su particular aplicación rigurosa de este procedimiento narrativo, el escritor anglo-norteamericano comenzaba por definir a la perfección el papel del narrador como un personaje perteneciente a la propia historia relatada, el cual sólo es capaz de referir los hechos desde su reducido alcance de conocimiento. Así, la cuidadosa elección -en cada caso- del poseedor del punto de vista más adecuado a los intereses del autor; el acercamiento oblicuo a los sucesos (siempre relatados "por persona interpuesta"); y esa interpretación particular de quien está relatando los hechos (más valorada por James, como ya se ha indicado antes, que los mismos acontecimientos que conforman la trama), permiten al autor componer un universo ambiguo y sugerente, plagado de matices que, si bien parecen garantizar la imparcialidad de la instancia de la autoridad (pues aparentemente no es ella la que relata los hechos, sino un personaje), crean a la vez un halo de duda y misterio que, en la actualidad, se percibe como el umbral de la novela experimental del siglo XX.

En cualquier caso, ese debilitado compromiso social que caracteriza algunas narraciones de esta segunda etapa se presta a las técnicas y el estilo de Henry James igual de bien que la indagación en el mundo interior. Esto queda patente en The bostonians (Las bostonianas, 1886) -donde el autor neoyorquino se sirve de la ironía para enfrentarse con una de las cuestiones sociales más debatidas de su tiempo: el auge del feminismo- y, de manera muy señalada, en The princess Casamassima (La princesa Casamassima, 1888) -en la que sorprende por su lucidez y penetración en el tratamiento de otro de los fenómenos sociopolíticos más controvertidos: la difusión y asentamiento en numerosos países occidentales del ideario anarquista-. Entre la redacción y publicación de estas dos novelas extensas, Henry James compuso y dio a la imprenta varias narraciones breves que, a la postre, constituyen también otro rasgo definidor (en lo que a las modalidades genéricas se refiere) de esta segunda etapa de su producción literaria. Entre ellas, resulta obligado recordar algunos títulos tan notables como los de The Aspern papers (Los papeles de Aspern, 1888) -brillante reflexión sobre el propio hecho literario, convertido aquí en materia narrativa-, The reverberator (El reflector, 1888) y A London life (Una vida londinense, 1888).

Los primeros años de la década de los noventa contemplaron a un Henry James empecinado en proyectar su estilo y sus técnicas narrativas a la creación dramática, y decepcionado tras comprobar que el intenso proceso de introspección psicológica que aplicaba a sus personajes novelescos no parecía avenirse bien con la especificidad del lenguaje teatral, siempre necesitado de una gran agilidad para sostener con fluidez sobre la escena el progreso de la acción. Tras el fracaso de algunos estrenos suyos como Guy Domville, regresó al campo de la narrativa con bríos renovados y, a pesar de los malos resultados obtenidos por esta desafortunada experiencia teatral, enriquecido por sus reflexiones teóricas acerca de la naturaleza del lenguaje escénico y la expresión novelesca. Fue a partir de entonces cuando aquilató, aún más, su peculiar empleo de la técnica del "punto de vista" e intensificó otras singularidades compositivas que, como la conversión de la propia obra en materia de discusión, anunciaban los nuevos caminos que habría de seguir muy pronto la novela experimental del siglo XX, tan dada a esos juegos metaliterarios que había anticipado con asombrosa lucidez el narrador neoyorquino. Se sucedieron entonces en su bibliografía algunas novelas tan deslumbrantes como The spoils of Poynton (Los despojos de Poynton, 1897), What Maise knew (Lo que Maise sabía, 1897), The ackward age (La edad ingrata, 1899) y The sacred fount (La fuente sagrada, 1901), que alternaron su aparición con la salida a la luz de otros relatos breves no menos fascinantes, como el cuento simbólico "The figure in the carpet" ("La figura en la alfombra", 1896) o la genial novela corta The turn of the screw (Otra vuelta de tuerca, 1898), cuyo eje temático central -el mal que se apodera del alma de dos niños- cobra nítidas resonancias freudianas para quienes la leen pensando en la infancia del propio Henry James y su hermano William. Otras obras suyas pertenecientes a esta etapa de su producción son The tragic muse (La musa trágica, 1890), The pupil (El alumno, 1891), Terminations (Terminaciones, 1895), The other house (La otra casa, 1896), The two magics (Los dos magos, 1898), The soft side (La cara suave, 1900).

Tercera etapa: Grandes novelas de madurez

El comienzo de la nueva centuria halló a un James enfrascado en la redacción de ambiciosos proyectos novelescos que, en cierta manera, volvían a sus orígenes como narrador para rescatar la vigencia del "tema internacional", aunque ahora minuciosamente reelaborado y enriquecido por la experiencia acumulada durante la larga travesía literaria de su etapa intermedia. Cobraron entonces mayor vigor que nunca el enfoque moral y el análisis simbólico de los vaivenes de la conciencia, la captación precisa y detallada de todos los matices psicológicos de unos personajes que, sometidos al agudo bisturí estilístico del narrador neoyorquino, protagonizaban historias cada vez más despojadas de trama argumental, reducida a su mínima expresión en beneficio de esa honda exploración de la conciencia. Tres soberbias novelas, redactadas en Londres antes de su último viaje a los Estados Unidos de América, dejaron constancia de esa espléndida madurez literaria que había alcanzado en este punto la obra de Henry James; se trata de The wings of the dove (Las alas de la paloma, 1902), The ambassadors (Los embajadores, 1903) -bellísimo retrato de un comerciante retirado que descubre en París, demasiado tarde, unas formas de vida que habría asimilado gozosamente si hubiese sido más joven- y The golden bowl (La copa dorada, 1904).

El retorno de James a su país natal en 1904 sumió al escritor en un profundo desconcierto, ya que el descubrimiento del ruido, el trasiego, la velocidad y, en general, la aceleración desmedida que se había apoderado del modus vivendi norteamericano le llevó a verse a sí mismo como un hombre de otro tiempo, totalmente desfasado en un país que, en el fondo, seguía siendo el suyo. El desarrollo político y económico de los Estados Unidos de América, así como su, ya por aquel entonces, decisiva orientación hacia las formas más inhumanas del capitalismo salvaje, inspiraron a un lúcido Henry James la redacción de un largo reportaje que, publicado bajo el título de The american scene (La escena americana, 1907), vino a anunciar su definitiva ruptura con su país natal, del que se marchó definitivamente en 1911 para no volver jamás, y a cuya nacionalidad -como ya se ha indicado más arriba- renunció en beneficio de la ciudadanía británica. No perdió, empero, tras este duro contratiempo emocional, sus deseos de seguir cultivando la escritura de ficción, a la que volvió a consagrarse con entusiasmo para iniciar dos novelas que, de no haber quedado inconclusas, habrían merecido también el calificativo de "obras maestras". Se trata de The ivory tower (La torre de marfil) y The sense of past (El sentido del pasado), que fueron editadas en 1917 tal y como Henry James las había dejado en el momento de su muerte.

Como bien se desprende de lo recién expuesto, durante esta última etapa de su trayectoria literaria el escritor neoyorquino no perdió un ápice de su característica fecundidad creativa, manifiesta en otros muchos escritos que dio a la imprenta en el transcurso de estos postreros años de su vida, como The better sort (1903), English hours (1905), Italian hours (1909), Julia Bride (1909), Finer grain (1910), The outery (1911) y Small boys and others (1913). También publicadas póstumamente -como las dos novelas inconclusas mencionadas en el parágrafo anterior- fueron sus reflexiones críticas acerca de sus técnicas narrativas (The art of the novel [El arte de la novela, 1917]), y su incompleta Autobiografía, acabada y editada finalmente por F.W. Dupee bajo el título de Henry James: Autobiography (Henry James: Autobiografía, 1956).

Bibliografía

  • ÁLVAREZ CALLEJA, M. Antonia. América-Europa como ideal de civilización en Henry James. Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1988.

  • BELLEI, Sergio Luiz Prado. Theory of the novel: Henry James. Florianapolis [Brasil]: Editora da Universidade Federal de Santa Catarina, 1905).

  • EDEL, León. Vida de Henry James. Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, 1987.

  • MANARA, Alejandro y RODRÍGUEZ MONROY, AMALIA [eds. y trs.]. Robert Louis Stevenson y Henry James: correspondencia. Madrid: Anaya & Muchnik, 1998.

  • PÉREZ GÁLLEGO, Cándido. Henry James. Madrid: Editorial Coloquio, S.A., 1987.

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Autor

  • José Ramón Fernández de Cano