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Jacobo I Estuardo, rey de Inglaterra y Escocia (1566-1625).

Rey de Inglaterra (1603-1625) y de Escocia con el nombre de Jacobo VI (1567-1625). Nació el 19 de junio del año 1566, en el castillo de Edimburgo, y murió en Theobalds, condado de Hertfordshire, el 27 de marzo del año 1625. Primer rey Estuardo de Inglaterra, fue el único hijo varón de la reina de Escocia María Estuardo, y de su segundo marido, Henry Stewart, barón de Darnley. Defensor a ultranza del absolutismo real, fue partidario de la paz con el resto de los países europeos y promovió la expansión inglesa en las colonias americanas.

A raíz del asesinato de su padre, muerto en un atentado perpretado con una bomba cuando el joven príncipe contaba sólo con ocho meses de edad, su madre volvió a contraer matrimonio con el conde de Bothwell. Poco después, María Estuardo fue obligada a abandonar el trono escocés gracias al triunfo de una revuelta nobiliaria que inmediatamente reconoció como rey de Escocia al jovencísimo Jacobo, coronado solemnemente el 24 de julio del año 1567, con apenas una año de edad recién cumplido. María Estuardo abandonó el reino el 16 de mayo del año 1568 para no volver a ver nunca más a su hijo. Durante toda su minoría, Jacobo VI estuvo a merced de un reducido núcleo de la gran nobleza escocesa, el cual ejerció la regencia del reino mientras continuaban las luchas entre las facciones nobiliarias que ellos mismos encabezaban, manifestadas en la rápida sucesión de las regencias de los condes de Moray (su tío), Lennox, Mar y Morton, todos ellos, sin excepción, asesinados o bien ajusticiados por mandato del propio rey, siempre a instancias de su favorito de turno.

Aunque el joven rey pasó toda su infancia aislado y apartado de los asuntos de estado, no obstante recibió una educación esmeradísima hasta la edad de los catorce años, sobre todo bíblica y literaria. Jacobo VI sabía a la perfección griego, francés y latín. Los libros que heredó de su madre le abrieron el universo de la poesía francesa de la que siempre fue un gran admirador, hasta el punto de que, en su juventud, escribió versos en dicho idioma. Gracias a la labor de su tutor George Buchanam, Jacobo VI amplió sus horizontes intelectuales hacia el terreno de los escritores y pensadores clásicos, despertándose también en él un gran interés por los libros de historia. En el año 1583, el joven monarca fue raptado por el poderoso partido protestante escocés liderado por el conde Gowrie, pero pudo recobrar su libertad al año siguiente.

Su juventud, excesivamente agitada, si bien exacerbó su nerviosismo, le inculcó también una extremada prudencia y una seguridad en sus decisiones y planteamientos absolutistas, como se encargó de demostrar cuando, a la edad de quince años, mandó arrestar y ejecutar al conde Morton, acusándole de haber sido el hostigador directo del asesinato de su padre, episodio que el rey no supo aclarar convenientemente ante los nobles escoceses, quienes le pidieron una explicación para tal acto tan contundente. Una vez que también se deshizo del molesto conde Gowrie y de su favorito Arran, ambos por la presión ejercida por la reina Isabel I de Inglaterra, Jacobo VI comenzó a reinar en solitario, a la manera de una auténtico rey absolutista e imbuido por la gracia divina, tal como él mismo concebía su reinado.

En agosto del año 1589, Jacobo Estuardo contrajo matrimonio con la princesa Ana, hija del rey de Dinamarca, Federico II, con la que tuvo su primer hijo varón en el año 1594, el príncipe heredero Enrique. Jacobo VI nunca mostró un especial aprecio por las mujeres en general, ni se le conoció amante alguna, debido a la concepción que tenía del papel que debía asumir la esposa del rey, la cual debía limitarse a engendrar hijos varones, a ser madre y buena esposa.

Su obstinación le permitió restablecer en Escocia la autoridad monárquica, completamente arruinada desde hacía más de un siglo, y sustituir con una administración centralizada la antigua organización feudal del reino. Incluso consiguió imponer la autoridad real sobre la Iglesia presbiteriana de Escocia. Desde muy temprano, su política estuvo determinada por la necesidad de mantener buenas relaciones con Isabel I de Inglaterra, toda vez que ésta no tenía herederos varones directos al no estar casada, para así asegurarse la sucesión al trono inglés. Cuando su madre, María Estuardo, prisionera de Isabel I durante más de veinte años, fue ejecutada en Fotheringhay en el año 1587, Jacobo I tan sólo se limitó a alzar una leve protesta formal, teniendo mucho cuidado de no romper sus relaciones con Isabel I.

En el año 1597 Jacobo VI publicó en Escocia el tratado Demonología, el cual dio una idea bien clara de la gran espiritualidad que poseía el rey y de su dominio de la filosofía religiosa. A su vez, dos años más tarde sacó una pequeña edición privada de su libro Basilikon Doron (regalo del rey), en el que rescató el género literario típicamente medieval conocido como "espejo de príncipes" con un alto contenido moral y pedagógico y destinado a la educación del heredero al trono. La administración del reino la confió a un conjunto de competentes burócratas palaciegos, a los que se llamó el grupo de los octavianos, los cuales chocaron enseguida con la Iglesia presbiteriana de Escocia, sin que Jacobo VI cediera un ápice en su objetivo de reforzar la autoridad real ante los demás poderes del reino.

En los últimos años del reinado de Isabel I, Jacobo VI mantuvo una fluida correspondencia privada con el secretario de Estado de la reina inglesa, sir Robert Cecil, quien a la sazón se convertiría en su más fiel y válido servidor, una vez que Jacobo Estuardo heredase el trono de Inglaterra tras la muerte de la reina, el 24 de marzo del año 1603.

Proclamado rey de Inglaterra, ya como Jacobo I, se trasladó a Londres, dejando en Escocia a sus antiguos colaboradores, los octavianos; tan sólo regresaría a Escocia una vez, en el año 1617. A lo largo de todo su reinado inglés, Jacobo I introdujo en su corte a un numeroso grupo de nobles escoceses que nunca fueron aceptados por la nobleza inglesa ni por el pueblo llano, que les veía como extranjeros y usurpadores, y a los que Jacobo I reservó la mejor parte de los territorios del Ulster irlandés y de algunas ciudades coloniales de América del Norte.

El período más próspero de su reinado inglés duró nueve años, hasta la muerte de su ministro y colaborador sir Robert Cecil, al que había nombrado conde de Salisbury en pago de sus servicios prestados. A Robert Cecil le siguieron dos favoritos sucesivamente, Robert Carr, vizconde de Rochester y conde de Somerset, y George Villiers, duque de Buckingham, quien acabó ejerciendo una extraordinaria y perniciosa influencia sobre el rey y su segundo hijo Carlos, convertido en heredero a la Corona tras la repentina muerte del primogénito Enrique.

La primera acción de gobierno de Jacobo I como rey de Inglaterra fue el restablecimiento de la paz con el reino de España, país al que admirada debido a la gran influencia que tenía sobre él el embajador español en Londres, don Diego Sarmiento de Acuña, donde de Gondomar. Persuadido por éste, Jacobo I destituyó a sir Walter Raleigh, jefe del partido de la guerra, para poner en su lugar a su favorito Robert Cecil. Por otro lado, el anglicanismo de su nuevo estado correspondió a su particulares sentimientos religiosos, lo cual le enemistó tanto con la poderosa facción católica inglesa, que tantas esperanzas había puesto en él, como a los puritanos ingleses. Sus excesiva severidad con respecto a los católicos condujo a la frustrada conspiración de la pólvora, en octubre del año 1605, mientras que un año antes había decretado la expulsión de todos los católicos de su reino como represalia por la negación del papa Clemente VIII a excomulgar a algunos católicos poderosos y molestos para los intereses políticos del monarca. Jacobo I también fracasó en su propósito de unir a Inglaterra con Escocia, cosa que ni siquiera logró en el ámbito puramente comercial. Debido a su idea del Derecho Divino de la realeza, su enfrentamiento más fuerte lo sostuvo con el Parlamento inglés, y concretamente con sir Eduard Cock, jefe de justicia de la corte, quien mantenía y defendía el principio teórico de la supremacía de la ley emanada del Parlamento, situada por encima de cualquier designio del rey. Por todo ello, en el año 1611, Jacobo I disolvió de repente el Parlamento, después de que éste hubiera rechazado de plano varios proyectos de tipo económico presentado por Robert Cecil, para volver a convocarlo dos años más tarde y volver a disolverlo tan pronto se negase a secundar sus propuestas. Hasta el año 1621, Jacobo I no volvió a inaugurar un nuevo ciclo parlamentario, al que también le siguió una rápida supresión.

Tras la muerte del príncipe heredero Enrique en el año 1612, su segundo hijo Carlos se convirtió en heredero al trono, vinculándose mediante una estrecha amistad con el ambicioso y todopoderoso duque de Buckingham. A finales del año 1622, el príncipe heredero y su inseparable amigo viajaron por iniciativa propia a Madrid para concertar la boda del heredero con la hija del monarca español, Felipe III, alianza muy deseada por el propio Jacobo I, pero que no llegó a buen término debido, en parte, a la decidida oposición del conde-duque de Olivares, y de otra a la altanería y gran grosería que mostró el príncipe inglés. Enterado del fracaso de las negociaciones, Jacobo I interpretó como una ofensa a su dignidad como rey el plante español, cambiando de manera radical su actitud futura hacia la Corona de España, a la que comenzó a considerar como enemiga acérrima de Inglaterra. Jacobo I se alió entonces con la otra gran potencia continental, la Corona de Francia, tras lo cual concertó el matrimonio entre el príncipe de Gales y la hermana de Luis XIII, Enriqueta María, unión a la que Richelieu impuso una cláusula por la que el rey inglés se comprometía a respetar los derechos de los católicos ingleses. Jacobo I, presionado por su hijo y por el duque de Buckingham, acabó cediendo, siempre pensando en la paz religiosa que tanto deseaba y en estrechar los lazos dinásticos entre Inglaterra y los reinos más poderosos del continente. Por todo ello, también casó a su hija Isabel con el elector del Palatinado, Federico V, líder de los protestante alemanes y que posteriormente sería coronado como rey de Bohemia. Ambos enlaces dinásticos reabrieron la vieja enemistad entre Inglaterra y España. Año y medio antes de su muerte, el poder efectivo del reino pasó a manos de su hijo Carlos (futuro Carlos I) y del todopoderoso duque de Buckingham.

Rey colérico, irresoluto y un tanto indeciso en algunos momentos puntuales de su reinado, Jacobo I no gozó nunca de la popularidad ni del aprecio de su pueblo inglés en todo su conjunto, como sí lo hizo su antecesora Isabel I, la cual, si cabe, gobernó de una manera más absolutista que el propio Jacobo I, pero en cambio sí supo congeniar con las clases media y bajas del país, identificándose, para bien o para mal, con su pueblo y comunicándose con él en sus constantes viajes por todo el reino. Jacobo I, debido a su gran estrechez de miras políticas, apenas entendió ni los derechos ni el carácter del Parlamento inglés, auténtica piedra angular de las relaciones políticas en Inglaterra. Su hijo Carlos I pagaría con su propia vida la continuidad de la política absolutista de su padre, al toparse en su camino con una figura como Oliverio Cromwell.

Hombre de una gran erudición, como ya hemos señalado, Jacobo I escribió una serie de obras literarias: Ensayos de un príncipe en el divino arte de la poesía (1584); Una fructífera meditación (1588); Ejercicio poéticos (1591); Demonología (1597); Basilikon Doron (1599); La verdadera ley de los reyes griegos (1603); Apología del juramento de lealtad (1607); y El hacedor de la paz (1616).

Bibliografía.

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  • TOBÍO, Luis. Gondomar y los católicos ingleses. (A Coruña: Ed. Ediciós do Cutro. 1987).

Autor

  • Carlos Herraiz García.