José Joaquín Vicente Iturrigaray y Aróstegui (1742–1814): El Virrey de Nueva España en la Encrucijada del Cambio
El Contexto de Nacimiento y la Sociedad del Siglo XVIII
José Joaquín Vicente Iturrigaray y Aróstegui nació el 27 de junio de 1742 en Cádiz, una ciudad de gran importancia estratégica en el siglo XVIII debido a su posición en el sur de España, frente al estrecho de Gibraltar. Aunque de origen navarro por parte de padre, Iturrigaray creció en un contexto social y político que reflejaba las tensiones inherentes a la España del Siglo de las Luces. La monarquía de Carlos III, quien reinaba en el momento de su nacimiento, se encontraba inmersa en una serie de reformas que buscaban modernizar el aparato del Estado y consolidar su poder, tanto dentro de España como en sus territorios de ultramar. Estos años de cambios y agitación social serían determinantes en la formación del joven Iturrigaray, quien en su carrera posterior se vería arrastrado por las mismas tensiones que marcaron el destino de la España imperial.
La sociedad española en esa época era una mezcla de rigidez estructural y procesos de cambio impulsados por la Ilustración, que empezaban a penetrar en las instituciones de gobierno y en la vida cotidiana. A nivel social, las tensiones entre la aristocracia terrateniente, el clero y las clases populares eran intensas, con un crecimiento progresivo de las ideas ilustradas que buscaban reducir los privilegios de las antiguas instituciones y abrir paso a un Estado más centralizado y reformista. En este marco, los virreyes de América debían jugar un papel crucial, no solo en la administración, sino también en la defensa de los intereses de la Corona y, a menudo, en la implementación de reformas que a veces chocaban con los intereses de las élites locales.
El padre de Iturrigaray, José Iturrigaray, era natural de Pamplona, en Navarra, y su madre, María Manuela de Aróstegui, provenía de una familia aristocrática. Este origen navarro marcó al futuro virrey, quien se identificó con las tradiciones y valores del norte de España. Su familia tenía una larga trayectoria en el ámbito militar, lo que orientó a Iturrigaray hacia la carrera de las armas desde una edad temprana. En efecto, el contexto familiar le ofreció las conexiones necesarias para ingresar en el Ejército a los 17 años como cadete de infantería, una decisión que marcaría su futuro y le abriría las puertas hacia una carrera que lo llevaría a lo más alto de la administración colonial.
Aunque Cádiz fue su lugar de nacimiento, la influencia de su ascendencia navarra fue clave en su formación. Navarra, en ese entonces un reino foral con ciertas autonomías dentro del imperio español, le proporcionó una educación que lo alineó con las tradiciones militares del norte de España. A través de su padre, Iturrigaray tuvo contacto con un mundo aristocrático que valoraba profundamente el servicio militar y la lealtad a la Corona. Así, desde su infancia, José Joaquín estuvo rodeado de un ambiente que reforzaba la importancia del deber y la disciplina, cualidades que le serían útiles en su posterior carrera.
Inicios en la Carrera Militar y Ascenso a Oficiales
A los 17 años, Iturrigaray inició su carrera en el Ejército como cadete de infantería, un paso obligado para muchos jóvenes de la nobleza española que aspiraban a servir en la administración colonial o en el ejército. Su ascenso no fue inmediato, pero en 1762, con 20 años, consiguió el rango de alférez, lo que representó un avance significativo en su carrera. Durante este periodo, España se encontraba envuelta en varios conflictos bélicos, como la Guerra de los Siete Años, en la que luchó contra Gran Bretaña. La experiencia en estas guerras tempranas fue crucial para Iturrigaray, quien fue testigo del caos de los enfrentamientos internacionales y del desmoronamiento de las viejas estructuras de poder en el continente europeo.
Tras su participación en la guerra, su carrera siguió ascendiendo. En 1777, fue nombrado capitán de los Carabineros Reales, una fuerza militar de élite encargada de proteger la frontera y asegurar la estabilidad en el reino. Este nombramiento reflejó el reconocimiento de sus superiores a su capacidad estratégica y su lealtad al sistema. A lo largo de los años, Iturrigaray fue consolidando su posición como un militar competente, ascendiendo a mariscal de campo en 1793. Su participación en las guerras contra Francia le permitió ganar la experiencia necesaria para las campañas de mayor envergadura.
Su Ascenso a Capitán y el Rol en las Guerras de Europa
La carrera militar de Iturrigaray fue notable por su participación activa en las luchas que definieron la historia de Europa en el siglo XVIII. En 1793, tras la ascensión al poder de la República Francesa, España se vio envuelta en la guerra contra la Francia revolucionaria. Iturrigaray, quien ya había demostrado sus habilidades en la guerra contra Gran Bretaña, se encontró nuevamente en el frente. Gracias a su desempeño en esta contienda, fue ascendido a brigadier en 1789 y mariscal de campo en 1793, lo que le permitió asumir una posición de liderazgo en las fuerzas españolas. Su papel en esta guerra no fue menor, pues España se encontraba frente a una amenaza externa que podría haber alterado el equilibrio de poder en toda Europa.
Poco después, en 1801, Iturrigaray asumió un papel clave en la campaña de Portugal, como comandante en jefe del ejército de Andalucía. Esta experiencia fue determinante en su carrera, pues mostró su habilidad tanto en la estrategia militar como en la gestión de los recursos humanos y logísticos necesarios para afrontar una guerra prolongada. Aunque la guerra contra los franceses en estos años tuvo un desenlace menos favorable para España, Iturrigaray se ganó una reputación de estratega eficaz, algo que no pasó desapercibido para aquellos en la Corte española que buscaban figuras capaces de enfrentar las crecientes tensiones en las colonias.
Iturrigaray como Virrey de Nueva España
En 1802, José Joaquín Iturrigaray fue nombrado virrey de Nueva España, un puesto de gran importancia política y estratégica dentro del imperio español. Este nombramiento, influenciado por su relación con Manuel Godoy, el primer ministro de Carlos IV, se dio en un contexto de transformaciones profundas tanto en la metrópoli como en sus colonias. La llegada de Iturrigaray a la Ciudad de México se convirtió en un evento significativo, no solo por la ceremonia de su entrada, sino por las expectativas que despertó en la sociedad novohispana.
Al llegar a la Villa de Guadalupe el 4 de enero de 1803, Iturrigaray recibió el bastón de mando de manos de su antecesor, Berenguer de Marquina. A pesar de las tensiones internas en la administración de la colonia, fue recibido con optimismo por gran parte de la población, especialmente por aquellos que esperaban una mejora en la gestión del virreinato, ya que se percibía que su nombramiento podría traer un enfoque renovador, más atento a las necesidades del pueblo y menos centrado en los intereses de la burocracia colonial.
Primeras Acciones y Reformas Durante su Mandato
Desde sus primeros días en Nueva España, Iturrigaray se destacó por su enfoque progresista en varios aspectos del gobierno. Su administración adoptó un tono de cercanía con la cultura y las ciencias, lo cual era un contraste con las políticas de otros virreyes, que se limitaban mayormente a mantener el statu quo. Una de las acciones más notables de su gobierno fue la promoción de la visita del sabio alemán Alexander von Humboldt, quien viajó por el territorio novohispano entre 1803 y 1804. Humboldt, un pionero en la ciencia y la geografía, dejó una huella profunda en la región y su amistad con Iturrigaray facilitó varias expediciones científicas, especialmente en la región de Guanajuato, conocida por su riqueza minera.
Iturrigaray también fue responsable de una serie de reformas de infraestructura que beneficiaron a la región. Un ejemplo de ello fue la introducción de la vacuna antivariólica, que ayudó a mitigar una de las epidemias más devastadoras que afectaron a las poblaciones indígenas y mestizas. Otra de sus contribuciones fue la construcción de un nuevo camino hacia Veracruz, lo que mejoró las comunicaciones entre la capital virreinal y los puertos más importantes de la Nueva España, facilitando así el comercio y el traslado de recursos entre el Virreinato y la península.
Sin embargo, uno de los proyectos más emblemáticos de su gobierno fue el desagüe del Valle de México. La capital virreinal había sufrido graves inundaciones a lo largo de los siglos, y este proyecto, que se ejecutó con éxito, resultó en la creación de un sistema que evitó las inundaciones recurrentes y contribuyó al desarrollo urbano de la Ciudad de México.
Su Política y el Conflicto con las Autoridades Locales
Aunque Iturrigaray disfrutó de un amplio apoyo popular, también se enfrentó a los intereses de los sectores más conservadores de la sociedad novohispana. La Real Audiencia, dominada por los españoles peninsulares, y el ayuntamiento de la Ciudad de México, compuesto principalmente por criollos, eran instituciones poderosas que competían entre sí por el control político y económico del virreinato. Aunque Iturrigaray logró que ambas instituciones se alinearan en sus primeros meses de gobierno, no tardó en aparecer la desconfianza.
El virrey, de espíritu jovial y cortesano, trató de suavizar las tensiones promoviendo grandes festividades y espectáculos en la capital. Fiestas, corridas de toros y peleas de gallos eran eventos populares bajo su administración, pero esta política también fue vista como una distracción y un despilfarro de recursos en tiempos difíciles. Mientras tanto, su apoyo a la creación de instituciones que promovieran la identidad novohispana, como la publicación del Diario de México, le valió la simpatía de los criollos, que comenzaban a desarrollar una conciencia de su propia identidad separada de la metrópoli.
Tensiones con la Audiencia y la Creciente División Social
Las tensiones entre los peninsulares y los criollos se fueron acentuando durante el mandato de Iturrigaray. Los peninsulares, a menudo más conservadores y leales a la corona, se sintieron amenazados por el creciente protagonismo de los criollos, quienes comenzaban a exigir mayor participación en los asuntos políticos de Nueva España. La Audiencia, con su base de poder entre los peninsulares, veía con malos ojos el liderazgo creciente de Iturrigaray y su proximidad a los criollos de la capital.
Por otro lado, los criollos, apoyados por el ayuntamiento, comenzaron a soñar con un sistema más autónomo para Nueva España, inspirado en los movimientos que ocurrían en Europa. A medida que las tensiones crecían, Iturrigaray trató de equilibrar las relaciones entre estos grupos, pero la falta de resolución en cuestiones clave, como las reformas políticas y económicas, hizo que su gobierno fuera percibido con desconfianza por ambos bandos. La situación se complicó aún más cuando, en 1806, se difundieron noticias de las primeras rebeliones contra el gobierno francés en Europa, lo que agitó aún más los ánimos de las clases dirigentes de Nueva España.
La Cédula de Consolidación de Vales y la Reacción Social
Uno de los momentos más controvertidos de la administración de Iturrigaray fue la aplicación de la Cédula de Consolidación de Vales en 1804. Esta medida, que implicaba la expropiación de los bienes de las comunidades religiosas en las colonias y su traspaso a manos del gobierno real, fue vista como una amenaza directa a las clases sociales más altas, especialmente a los criollos y a las instituciones eclesiásticas. La cédula significaba una forma de desamortización que afectaba directamente los intereses económicos y políticos de las élites locales, especialmente en lo que respecta a las propiedades de las órdenes religiosas, que jugaban un papel esencial en la economía novohispana.
La implementación de esta política generó un gran malestar entre los criollos y españoles, que consideraban que el gobierno de Iturrigaray estaba tomando medidas que favorecían excesivamente a la Corona en detrimento de sus propios intereses. Las tensiones sociales aumentaron, con una creciente percepción de que el virrey estaba cediendo demasiado poder a la monarquía española a expensas de las libertades y derechos de los habitantes de Nueva España.
El Golpe de Estado y la Caída de Iturrigaray
El ambiente político en Nueva España, durante la primera década del siglo XIX, era tenso. En 1808, los ecos de los cambios en la corte española llegaron al virreinato, acelerando los conflictos internos. La abdicación de Carlos IV y la llegada al poder de Fernando VII en la península, junto con la influencia creciente de Napoleón Bonaparte en los asuntos españoles, causaron un terremoto en las estructuras de poder de toda la monarquía. Para Nueva España, el principio de 1808 significó la llegada de noticias alarmantes desde Europa, que alteraron radicalmente el panorama político.
En mayo de 1808, el pueblo de Madrid se levantó contra los franceses, y, en medio de las incertidumbres del conflicto, Fernando VII fue obligado a renunciar en Bayona bajo presión de Napoleón. En este contexto, el gobierno de la colonia quedó atrapado entre dos fuerzas que presionaban por definir el futuro de la soberanía: los peninsulares, leales al nuevo rey, y los criollos, que comenzaban a contemplar la posibilidad de un futuro más autónomo. Iturrigaray, a pesar de su poder como virrey, se encontraba en una posición difícil, intentando mediar entre ambas facciones mientras se desataba la revolución en la península.
La situación se volvió insostenible cuando, en agosto de 1808, Iturrigaray convocó a una junta para consultar con los principales actores políticos de la colonia sobre el rumbo a seguir. Sin embargo, en ese momento, los criollos como Primo Verdad, Azcárate y otros líderes comenzaron a ver la ocasión como una oportunidad para promover un modelo más autónomo para Nueva España. En un entorno lleno de desconfianza y dudas sobre la fidelidad del virrey a la monarquía española, comenzaron a circular rumores de que Iturrigaray podría estar favoreciendo una mayor independencia para el virreinato.
Este clima de incertidumbre culminó el 15 de septiembre de 1808, cuando un grupo de militares, con el apoyo de la Audiencia y bajo la dirección de Gabriel de Yermo, ejecutaron un golpe de estado que destituyó a Iturrigaray. De manera abrupta y violenta, el virrey fue arrestado, y su caída fue rápidamente anunciada en las calles de la Ciudad de México. A través de la Gazeta extraordinaria del 17 de septiembre, las autoridades locales justificaron su acción con el argumento de que su arresto respondía a razones de seguridad y conveniencia general, debido a la situación política que se vivía en la península.
La Reacción de la Audiencia y el Exilio
La destitución de Iturrigaray no solo fue un golpe político, sino también un reflejo de la fractura existente en la sociedad novohispana. Mientras que los peninsulares y la Audiencia celebraron el derrocamiento, los criollos se sintieron traicionados. En la misma semana del golpe, algunos de los principales defensores de la independencia novohispana, como Primo Verdad y fray Melchor de Talamantes, fueron arrestados y posteriormente condenados. La represión no solo se limitó a los criollos, sino que también se extendió a aquellos que eran considerados colaboradores del derrocado virrey. La brutalidad del golpe de estado y la persecución que siguió dejaron una marca indeleble en la historia del virreinato, pues la tensión entre las diferentes facciones locales se incrementó.
Iturrigaray fue trasladado bajo custodia a la península ibérica, donde enfrentó un largo proceso judicial. A su llegada a Cádiz en febrero de 1809, comenzó una serie de juicios que no resultaron en una condena severa. Sin embargo, los informes de los comisionados enviados por la Junta de Sevilla, que habían actuado con la intención de reforzar el control sobre Nueva España, fueron considerados insuficientes para mantenerlo encarcelado. En febrero de 1810, la Regencia española decidió liberarlo bajo ciertas condiciones. A pesar de ello, su poder y su influencia se habían desvanecido, y pasó los últimos años de su vida en relativa calma, en compañía de su familia.
Últimos Años y Muerte
Después de su liberación, Iturrigaray se retiró a una vida tranquila, lejos de la política activa. Se le permitió vivir libremente en cualquier lugar de la península o en las Islas Baleares, lo que le ofreció una forma de redención sin retornar a la esfera pública de gran importancia. Sin embargo, la figura de Iturrigaray nunca logró recobrar su antiguo prestigio, y su legado quedó marcado por las tensiones de su gobierno y la inestabilidad política que precedió a la independencia de México.
Iturrigaray murió el 5 de septiembre de 1814 en Madrid, en un contexto de agitación política en España, debido a las secuelas de la invasión napoleónica y los intentos de restaurar la monarquía de Fernando VII. Aunque su figura nunca fue completamente rehabilitada en su época, su caída y su destierro tuvieron un impacto profundo en las generaciones futuras, que comenzaron a ver los eventos de 1808 como los primeros síntomas de la independencia de las colonias españolas en América.
El Legado y la Reinterpretación Histórica
El legado de José Joaquín Vicente Iturrigaray es complejo y ambiguo. A pesar de haber sido derrocado por un golpe de estado en 1808, su nombre se asocia con ciertos avances administrativos y científicos que marcaron su época, como la mejora de la infraestructura de Nueva España y su apoyo a la ciencia. Su vinculación con las reformas y su acercamiento a los criollos también lo convierten en una figura interesante dentro de la historia del virreinato. Sin embargo, la crisis política que enfrentó y la intervención de las fuerzas conservadoras que lo derribaron, junto con su vinculación con la figura de Godoy, han empañado la visión de su gobierno en la historiografía posterior.
La relación de Iturrigaray con los movimientos criollos y las tensiones que se desataron bajo su mandato son interpretadas hoy como preludios de los procesos de independencia que se gestarían en el continente. En este sentido, su figura, aunque opacada por la historia oficial y los intereses de los peninsulares, puede ser vista como un reflejo de las tensiones entre los diversos grupos sociales en las colonias y de los primeros pasos hacia la construcción de una identidad y autonomía novohispana.
MCN Biografías, 2025. "José Joaquín Vicente Iturrigaray y Aróstegui (1742–1814): El Virrey de Nueva España en la Encrucijada del Cambio". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/iturrigaray-y-arostegui-jose [consulta: 29 de septiembre de 2025].