A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
PeriodismoLiteraturaBiografía

Hemingway, Ernest Miller (1899-1961).

Ernest Hemingway.

Narrador y periodista estadounidense, nacido en Oak Park (ciudad satélite de Chicago, en el estado de Illinois) el 21 de julio de 1898, y fallecido en Ketchum (Idaho) el 2 de julio de 1961. Autor de una intensa y vigorosa producción narrativa que, arraigada en una concepción vitalista de la existencia humana, desprecia cualquier concesión al sentimentalismo romántico y cualquier pretenciosa indagación metafísica para sumir al lector en el relato trepidante de unas vidas que huyen del vacío nihilista por la vía del riesgo y la aventura, está considerado como uno de los escritores más importantes de las Letras norteamericanas del siglo XX y, sin lugar a dudas, como el autor que más influyó entre los narradores coetáneos estadounidenses, casi todos ellos agrupados (como el propio Hemingway) bajo el marbete de "Generación Perdida". En 1954, atendiendo a los valores literarios de su obra y a la notable huella que había dejado en la literatura norteamericana producida entre las dos guerras mundiales, la Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura, "por su maestría en el género narrativo, recientemente demostrada en El viejo y el mar, y por la influencia que ha ejercido en el estilo contemporáneo".

Vida y obra

Nacido en el seno de una familia típica de la clase media americana (fue el segundo hijo del matrimonio formado por el médico Clarence Edmonds Hemingway y la cantante y profesora de música Grace Hall), vivió una infancia feliz al lado de los suyos, inmerso en el aprendizaje de los rituales de caza y pesca a los que era muy aficionado su progenitor, y rodeado de la enorme popularidad escolar que pronto alcanzó por sus proezas deportivas. Inquieto, enérgico y vitalista, en efecto, como cualquiera de sus futuros personajes de ficción, el joven Ernest Miller enseguida destacó por su eficacia y brillantez en la práctica del fútbol americano y por sus excelentes dotes para el boxeo, actividades que no eran del agrado de su madre, quien se había propuesto que el muchacho siguiera estudios musicales y se convirtiera en un virtuoso del violoncello; sin quererlo, Grace Hall contribuyó con este empeño a forjar la vocación literaria de su hijo, quien (según su testimonio posterior) comenzó a imaginar historias de ficción para intentar evadirse del tedio en que le sumían las largas lecciones musicales. Entretanto, su padre (que, víctima de una dolencia incurable, habría de poner fin a su vida en 1928, anticipando trágicamente el final del propio Ernest) veía con buenos ojos esa predilección de su hijo por el dinamismo y la acción, aunque en su interior albergaba la esperanza de que estudiara, como había hecho él, la carrera de Medicina; para ello, solía llevarle consigo a las visitas facultativas que realizaba entre la población de las reservas indias ubicadas en el alto Michigan, donde el futuro escritor recibió sus primeras impresiones traumáticas de la dimensión trágica de la existencia humana, marcada por el dolor y la muerte.

El carácter audaz e impulsivo del joven Ernest Miller le llevó a fugarse del hogar familiar a los quince años de edad, aunque pronto regresó a Oak Park para concluir sus estudios secundarios, ya orientados hacia el conocimiento de las disciplinas humanísticas. Contra el deseo de sus progenitores, una vez completada esta formación media se negó a matricularse en la universidad y, mostrándose partidario de la "escuela de la vida", se colocó como reportero en el rotativo Kansas City Star, donde dio inicio a una brillante trayectoria periodística que habría de prolongarse a lo largo de toda su vida.

A mediados de la segunda década del siglo XX, el estallido de la Primera Guerra Mundial le brindó la oportunidad de dar rienda suelta a su pasión por el riesgo y la aventura: antes de que los Estados Unidos de América hicieran oficial su entrada en la contienda internacional, Hemingway se embarcó rumbo a Francia y se alistó como voluntario en el cuerpo sanitario de las tropas aliadas, donde fue destinado al servicio de ambulancias. En julio de 1918, destacado en el frente italiano junto al célebre cuerpo de los Arditi, cayó herido por un balazo en un hombro que le dejó varios recuerdos imborrables: una placa de plata incrustada para siempre en su cuerpo; dos condecoraciones que reconocían su probado valor (la "Medaglia d'Argento al Valore Militare" y la "Croce di Guerra"); y, por encima de todo, el traumático encuentro directo con la amenaza cierta de la muerte, que a partir de entonces se convirtió para el joven escritor en un "demonio familiar" al que intentó exorcizar por vía del enfrentamiento cara a cara con el peligro y la violencia, así como por medio de su propia creación literaria, concebida por él como una fuerza vital destinada a sobrevivirle. A pesar de esta experiencia decisiva en la forja de su carácter y en la conformación de su poética, Hemingway recordó siempre con modestia su participación heroica en la conflagración mundial, con testimonios en los que venía a lamentar su escasa intervención en la lucha armada ("pasé la mayor parte del tiempo en hospitales", llegó a declarar en cierta ocasión).

Acabada la guerra, regresó a su país natal y contrajo nupcias con Hadley Richardson, para empezar a compaginar su nueva vida conyugal con la reanudación de sus actividades periodísticas, ahora ejercidas en calidad de cronista del Toronto Star. Este rotativo y la cadena de medios de comunicación Hearts le designaron corresponsal en Europa, por lo que en 1921 viajó otra vez al Viejo Continente y fijó su residencia en París, donde pronto estableció buenas relaciones de amistad con los escritores y periodistas norteamericanos congregados en torno a la figura (ya por aquel entonces matriarcal) de la autora de Pennsylvania Gertrude Stein, cuyo domicilio parisino )sito en el número 27 de la rue de Fleurus) era sede de uno de los salones literarios y artísticos más luminosos de su tiempo, frecuentado, entre otros, por los pintores Pablo Ruiz Picasso y Henri Matisse, y los escritores Sherwood Anderson, Francis Scott Fitzgerald y Jean Cocteau. Fascinado por la prosa de la Stein y del norteamericano Ezra Pound (a quien también había tenido ocasión de conocer en la capital francesa), durante aquellos años de aprendizaje al lado de dichos autores consagrados Hemingway fue elaborando, en el "laboratorio" rutinario de sus reportajes periodísticos, su peculiar técnica narrativa, que (según su propia definición) aspiraba a restituir al lector la "cosa real", es decir, "la secuencia constituida por la emoción y por el acontecimiento que la ha producido".

Primeros escritos

Erigida en la principal protectora del escritor principiante, Gertrude Stein (a quien se atribuye la invención del marbete "Generación Perdida") leía por aquel entonces todos los textos de Ernest Hemingway y le honraba con su amistad: ella fue la madrina de su primer hijo, John Hadley, y la encargada de presentar a la comunidad artística e intelectual de París su primer libro, publicado bajo el título de Three Stories and Ten Poems (Tres historias y diez Poemas, 1923). Sin embargo, el escritor de Oak Park pronto halló un estilo propio y una poética original que, anclados en su peculiar visión del mundo, le apartó tajantemente de la prosa de Stein y de otras influencias parisinas (como la del ya citado Sherwood Anderson), para presentarlo ante los ojos de la crítica como uno de los mejores exponentes de esa generación que, marcada por el signo de la violencia, acababa de superar el trauma de una guerra mundial para empezar a afrontar, sin remedio, nuevas catástrofes de proyección internacional (auge del fascismo, tiranía soviética, crisis económica, angustia existencial, Segunda Guerra Mundial, etc.). No es de extrañar que, unos años después, en un ensayo sobre la tauromaquia y el arte concebido como riesgo, Death in the Afternoon (Muerte en la tarde, 1932), Hemingway dejara estampado este impresionante testimonio de su aprendizaje que, en el fondo, bien puede aplicarse a la concepción del mundo de todos los miembros de su generación: "Me esforzaba por aprender el arte de escribir comenzando por las cosas más simples; y una de las cosas más simples y fundamentales de todas es la muerte violenta".

Fiesta (1926)

Este deseo de conocer in situ el horror de la muerte (como resumen supremo de la tragedia de la existencia humana) condujo a Hemingway a España, donde logró zafarse de esos ritos rutinarios de la intelectualidad parisina que ya empezaban a hastiarle, y sumirse de lleno en el dramático espectáculo de la vida y la muerte enfrentadas sobre la arena de un ruedo. El 6 de julio de 1923 llegó a Pamplona procedente de París, y quedó fuertemente impactado por el colorido, la explosión de júbilo, la exhibición de riesgo y, en suma, el ambiente festivo de los Sanfermines, hasta el extremo de regresar puntualmente a la capital navarra por aquellas fechas durante otros cuatro años consecutivos (desde 1924 hasta 1927, ambos incluidos). Integrado plenamente en las peñas pamplonicas, corrió en los encierros delante de las reses, compartió comida y bebida con los mozos, experimentó la euforia de la embriaguez y vio, incluso, cumplido su deseo de encontrarse otra vez de cerca con la muerte (que protagonizó los festejos de 1924, con la cogida del joven de veintidós años Esteban Domeño, primera víctima mortal de los Sanfermines). Las fuertes impresiones recibidas en sus primeras visitas a Pamplona constituyeron una parte importante del material narrativo de la novela que le consagró mundialmente como escritor, The sun also rises (El sol también se alza, 1926) -más conocida en España por el título de su versión en castellano: Fiesta-, donde dejó plasmado el luctuoso episodio de la muerte de Domeño. Posteriormente, Hemingway habría de acudir a Pamplona en otras cuatro ocasiones (1929, 1931, 1953 y 1958), y acabó por convertirse en uno de los parroquianos habituales de los principales puntos de encuentro de la afición navarra, como el bar "Txoko", el "Hotel La Perla" y el "Café Iruña" (todos ellos ubicados en la céntrica Plaza del Castillo), o el restaurante "Las Pocholas", el "Hotel Yoldi", el "Hotel Quintana", el "Café Suizo" y "Casa Marceliano". El 6 de julio de 1968, siete años después de su desaparición, el Ayuntamiento de Pamplona quiso honrar su memoria y agradecer la difusión internacional que había conferido a los Sanfermines con la inauguración de un monumento en el paseo que lleva su nombre, junto a la Plaza de Toros de la Casa de Misericordia (acto al que asistió la última esposa del escritor, Mary Welsh). En la base de dicha escultura, obra de Luis Sanguino, se colocó este elocuente testimonio de gratitud y admiración de la población pamplonesa: "A Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura, amigo de este pueblo y admirador de sus fiestas, que supo descubrir y propagar. La Ciudad de Pamplona, San Fermín, 1968".

Un año después de la aparición de su opera prima, el narrador norteamericano había dado a la imprenta In Our Time (En nuestro tiempo, 1924), una espléndida colección de diez relatos en los que se alza, señero, el protagonismo de Nick Adams, un joven héroe recién salido de la Primera Guerra Mundial y destinado a reaparecer en posteriores narraciones de Hemingway. Al cabo de dos años (y pocos meses antes de la publicación de Fiesta), el escritor norteamericano volvió a los anaqueles de las librerías con Torrentes of Spring (Aguas de primavera, 1926), una parodia de Dark laughter (Risa negra, 1925) de Sherwood Anderson, escrita (según confesó el propio Hemingway) "en honor de una raza desaparecida". Sin solución de continuidad, aquel mismo año dio a la imprenta la ya mencionada The Sun Also Rises (El sol también se alza, 1926), novela pionera en la presentación de una visión realista y desilusionada de la generación que acababa de vivir la primera gran guerra mundial. En ella, Hemingway refleja las relaciones entre un grupo de jóvenes abúlicos y decadentes que dedican la mayor parte de su tiempo a charlar y consumir alcohol en los cafés de París; entre ellos sobresale la figura de Brett, protagonista de la novela, una joven inglesa de buena posición social que va a divorciarse de su marido para unirse a Michael, un compatriota arruinado, a pesar de que en el fondo está enamorada de Jake, un periodista estadounidense al que una herida de guerra ha dejado impotente. Por su parte, el judío Robert Cohn, marcado por un evidente complejo de inferioridad, también ama a Brett, quien, en su búsqueda incesante de aventuras exóticas y peligrosas que le aporten alguna razón para seguir existiendo, arrastra a todos hasta España, donde presencian una corrida de toros en la plaza de Pamplona. Brett se enamora entonces de Romero, uno de los matadores que han actuado en el coso navarro, lo que da pie a diferentes conflictos entre los que destaca el estallido de la desesperación del acomplejado Cohn, quien riñe con Jake, con Michael y con el propio Romero. El torero, que parecía dispuesto a casarse con Brett, acaba renunciando a ella porque es consciente de que la joven puede arruinar su vida. A la postre, la inglesa decide unirse a Michael, cuyo carácter es, entre los de todos los hombres que la rodean, el más semejante al suyo.

Tras el éxito mundial cosechado por The Sun Also Rises (o, si se prefiere, Fiesta), Hemingway volvió al cultivo del relato breve (género en el que habría de consagrarse como uno de los mayores especialistas de su época) y publicó la colección de cuentos titulada Men without women (Hombres sin mujeres, 1927), en la que resulta obligado destacar, por su elevada calidad literaria y su exposición sórdida y despiadada de los hechos, la narración breve titulad "Los indómitos", protagonizada por el veterano torero Manuel García. Ya en el ocaso de su carrera, después de haber salido de un hospital en el que ha permanecido ingresado durante una larga temporada, el viejo matador busca desesperadamente una oportunidad para volver a ponerse delante de un toro; por fin, ayudado por su inseparable amigo Zurito, consigue torear de nuevo, pero su prolongada inactividad le lleva a protagonizar una patética actuación, en la que está a punto de ser corneado por la res en medio de la rechifla inmisericorde de la multitud que llena el graderío. Ante la angustiosa incapacidad de Manuel García, Zurito no tiene más remedio que dar muerte al toro, en una penosa reaparición del veterano espada que vuelve a dar con sus huesos en el hospital.

Adiós a las armas (1929)

La definitiva consagración de Ernest Hemingway como el narrador cimero de su generación tuvo lugar a finales de los años veinte, cuando su novela titulada A Farewell to Arms (Adiós a las armas, 1929), traducida a decenas de idiomas, difundió el nombre del escritor de Oak Park por todos los rincones del mundo. Las grandes miserias de la humanidad (en este caso, concretadas en la guerra, la violencia y la muerte) desempeñan también en esta obra un protagonismo esencial, aunque ahora enfrentadas a la pasión de un idilio amoroso que pone un contrapunto de ternura a la desolación dominante entre todos los héroes de Hemingway. El teniente norteamericano Frederick Henry, voluntario en el cuerpo sanitario del ejército italiano en calidad de conductor de ambulancia, se enamora de la enfermera inglesa Cathérine Berkley, quien corresponde a su amor y se reúne con él en Milán para atenderlo solícitamente después de que Henry resultara herido en combate. Tras un verano feliz en el que el amor y la ternura alivian la convalecencia del herido, Cathérine revela a su amado que está embarazada, circunstancia gozosa para ambos que se ve empañada, sin embargo, por la obligación del oficial de reincorporarse al frente. Envuelto, poco después, en la retirada de Caporetto (en la que la derrota italiana se saldó con el trágico balance de doscientas cincuenta mil bajas), Frederick Henry acaba desertando para reunirse con Cathérine en Stressa, con la intención de busca refugio para ambos en Suiza y consagrarse únicamente a su relación amorosa; pero la felicidad de la pareja no dura mucho, pues la joven inglesa muere al dar a luz a un niño que tampoco sobrevive al parto.

El mensaje fundamental de Adiós a las armas, envuelto en la profunda significación del gesto humano de renunciar a la violencia para acudir al encuentro del ser amado, introduce un rayo de luz esperanzadora en la pesimista visión del mundo difundida hasta entonces por la obra de Ernest Hemingway. En un tiempo lacerado por el odio y la desesperación, donde los seres humanos no logran hallar ningún apoyo sólido en medio del desmoronamiento de todo cuanto les rodea, los nuevos héroes de Hemingway parecen encontrar en el amor el único refugio posible, algo así como una religión privada que confiere la fuerza necesaria (aunque, a la postre, aguarde siempre la presencia inexorable de la muerte) para seguir viviendo. Por eso, a pesar del ritmo sostenido y trepidante de la acción (sobre todo en el relato de las hazañas bélicas), y a pesar de que los instintos primarios (la pasión carnal, el estallido de los nervios, la llamada seductora de la sangre, etc.) siguen señoreando (como en toda la obra de Hemingway) por encima de las reflexiones intelectuales, el amor no aparece en Adiós a las armas como una fuerza tiránica y avasalladora, sino más bien como un remanso cotidiano de sosiego y ternura en el que las cosas mas insignificantes (una palabra cariñosa, un apelativo cómplice, una tenue caricia o un gesto amable) cobran mayor importancia que el vigor impetuoso y arrebatado de las grandes tragedias amorosas.

Muerte en la tarde (1932)

Ya ha quedado consignada en parágrafos superiores la salida a la luz, a comienzos de los años treinta, de Death in the Afternoon (Muerte en la tarde, 1932), un ensayo sobre la tauromaquia y el arte de vivir al filo de la navaja que, merced a los exhaustivos conocimientos de Hemingway sobre la materia, adquiere en ocasiones las características de un complejo tratado taurómaco. El escritor de Oak Park, que alardeó en alguna ocasión de haber presenciado la muerte de unos mil quinientos astados, fue un auténtico aficionado cabal que llegó a la conclusión de que "sería bueno que hubiera un libro sobre tauromaquia, escrito en inglés", y de que "un libro serio sobre un tema tan inmoral podría tener su importancia". Impulsado por este afán entre didáctico y provocador, Hemingway introduce al lector profano en los entresijos de la fiesta brava, sin renunciar al bosquejo técnico-biográfico de algunas de las figuras más célebres del Arte de Cúchares, como Juan Belmonte y José Gómez Ortega ("Joselito" o "Gallito") -al que nunca vio torear, pues el diestro sevillano había perdido la vida en Talavera de la Reina en 1920, tres años antes de que Hemingway llegase por vez primera a España-; todo ello fruto del temprano conocimiento de la fiesta que tenía en 1932, año de la aparición del libro y, en feliz coincidencia, del nacimiento de quien luego habría de ser su mejor amigo dentro del escalafón de los matadores de reses bravas, el maestro rondeño Antonio Ordóñez. Apasionado defensor del toreo, Hemingway se propone también que el lector viva con él un día de toros, desde el reconocimiento veterinario matinal hasta el arrastre del último animal lidiado por la tarde; y, arrastrado por su oficio periodístico, explica dónde y cuándo tienen lugar los festejos taurinos más importantes, y anota otras informaciones tan interesantes como las que indican cuáles son las mejores localidades de las principales plazas españolas. Indaga, además, en la historia del Arte de Cúchares para analizar las diferencias entre el estilo sobrio y clásico de la escuela rondeña y el toque más alegre y romántico de los matadores sevillanos; y, al mismo tiempo, se deja llevar por su vocación literaria para recrear la vida del torero, al que radiografía no sólo en sus momentos de esplendor, vestido de luces sobre el albero, sino también en su compleja e íntima soledad, rodeado de miedos, supersticiones, luchas agónicas entre la cobardía y el valor, y dolores producidos por el fracaso o la cornada.

Pero, por encima de esa temática taurina que da sentido a la obra, Muerte en la tarde es un canto de amor y exaltación a España, a la cultura española y a la idiosincrasia del pueblo hispano. El escritor norteamericano, fascinado por la Península Ibérica, aprovecha el pretexto de su pasión taurómaca para celebrar con entusiasmo las Letras y las artes españolas, evoca con regocijo los paisajes hispanos (con sus luces, aromas y sonidos), y llega a dejar impresos algunos elogios tan sinceros y vehementes como el que dedica a Madrid, a la que tiene reputada por "la más española de las ciudades de España": "Cuando uno ha podido tener El Prado y, al mismo tiempo, El Escorial situado a dos horas al Norte, y Toledo al Sur, y un hermoso camino a Ávila y otro bello camino a Segovia, que no está lejos de La Granja, se siente dominado por la desesperación, dejando a un lado toda idea de inmortalidad, de pensar que un día habrá que morir y decirle adiós a todo aquello".

En 2005 llegó a las librerías una nueva edición de Muerte en la tarde, íntegra, revisada y comentada por Miriam B. Mandel y Anthony Brand, e ilustrada con imágenes de la época y escenas taurinas pertenecientes a la colección del propio autor.

Las verdes colinas de África (1935)

Desde 1930, Ernest Hemingway residía en la casa que había adquirido en Cayo Hueso (Florida), dedicado a la pesca y a la creación literaria y acompañado por su segunda esposa, Pauline Pfeiffer, con la que se había casado en 1927. Pero su espíritu inquieto y aventurero le impulsaba a viajar constantemente en busca de esas vivencias peligrosas que daban razón de ser a su existencia y surtían de material narrativo a sus escritos. En el primer lustro de los años treinta, junto a su nueva esposa Pauline, su amigo Karl y el guía inglés Jackson Phillips, había recorrido durante un mes diversos territorios del continente africano, entregado a otra de sus grandes aficiones: la caza mayor. Fruto de esta apasionante experiencia fue su novela-reportaje titulada Green Hills of Africa (Las verdes colinas de África, 1935), en la que por vez primera en su trayectoria literaria se introdujo a sí mismo, con nombres y apellidos, en la acción narrada, llevado del deseo de acreditar esa leyenda que ya le presentaba como un autor enérgico y, en ocasiones, heroico, capaz de protagonizar las acciones más arduas y de exhibir no sólo coraje y destreza para afrontarlas, sino también esos valores de frialdad e impasibilidad que conformaban el código moral de sus propios héroes. Extremaba así, pues, su concepción unitaria de vida y literatura; o, si se prefiere, su firme convicción de que quien está empecinado en relatar la "cosa real" (con los acontecimientos que la han provocado y las emociones que se desprenden de ella) debe haberla vivido en sus carnes.

A medio camino entre el reportaje sobre un safari y el relato de las vivencias y relaciones de los sujetos reales que lo protagonizan, Las verdes colinas de África se lee como una auténtica novela, con sabrosas descripciones del paisaje, los nativos y las costumbres de los lugares por donde transita la partida de cazadores. Según confesó el propio Hemingway, su propósito inicial al ponerse a relatar esta aventura era, en cierto modo, un ejercicio literario experimental: comprobar "si el paisaje de un país y la descripción de un mes de acción pueden competir con una obra imaginativa". Pero, a la postre, Las verdes colinas de África fue mucho más allá de su interés cinegético y sus aspiraciones literarias: Hemingway, que tanto en su propio modus vivendi como en sus obras ya publicadas, había mostrado su desdén por el esnobismo metaliterario, su desconfianza hacia la especulación pretenciosa, su rechazo de la retórica pomposa y grandilocuente de los escritores afectados y, por ende, su admiración hacia quienes habían sabido plasmar con sencillez y sobriedad las grandes hazañas del coraje humano, aprovechó el relato de su aventura africana para formular toda una poética que era, al mismo tiempo, un código de conducta para guiarse por la vida. En su opinión, casi todos los grandes autores norteamericanos de su tiempo se habían echado a perder por sus ridículas pretensiones intelectuales, su desmedida vanidad y su presunción de creerse entes superiores capaces de crear opinión y aleccionar desde lo alto de un pedestal a los lectores. Se habían convertido (siempre según la osada valoración del escritor de Oak Park) en "piojos de la literatura", en parásitos mimados por una crítica profesional que sólo se guiaba por sus propios intereses; habían, en resumen, perdido el contacto directo con el pueblo llano y con la aspereza vida cotidiana, para ubicarse en una ficticia región etérea desde la cual contemplaban con paternal superioridad al resto de los mortales. En su proceder dominaba una actitud totalmente contraria, heredada del ya veterano reportero que era, y arraigada en la necesidad de mezclarse directamente con los protagonistas de la "cosa real" que pretendía plasmar en sus obras (ya fuera tomando parte activa en la batalla, corriendo ante las astas de los toros en Pamplona o atravesando las sabanas africanas en una expedición de caza).

Obras menores de la década de los años treinta

El estallido de la Guerra Civil Española provocó el retorno de Hemingway a la Península Ibérica, en calidad de corresponsal de guerra. La crítica especializada ha señalado la inexactitud y el descuido de sus crónicas, defectos que no son de extrañar en quien, más que centrarse en la cobertura informativa del conflicto armado, se dedicó a tomar apuntes literarios de lo que veía a su alrededor, con los que elaboró, hacia 1937, su drama titulado The Fifth Column (La Quinta Columna, 1938), que no llegó a estrenarse en Nueva York a finales de los años treinta (como estaba previsto) porque el empresario que financiaba el montaje murió cuando estaba seleccionando el elenco de actores. Sí vio la luz, en cambio, en el transcurso de aquel mismo año de 1937 su novela titulada To Have and Have Not (Tener y no tener, 1937), la primera de sus obras ubicada en el continente americano. Su acción, que transcurre entre Key West (o Cayo Oeste, en la península de la Florida) y Cuba (país en el que habría de afincarse el escritor estadounidense en 1938), revela las peripecias del rudo y solitario Harry Morgan, propietario de un barco que suele arrendar los pescadores de su entorno cuando no lo destina al contrabando. La valentía y tosquedad del protagonista corren parejas a la descripción vigorosa e impresionista de aventuras y faenas marítimas, y, como no podía ser menos en una obra de Hemingway, de numerosas situaciones violentas (disputas de cantina, muertes truculentas, rituales primitivos, etc.). La firmeza del rudo Morgan, implacable en su lucha solitaria con la vida, contrasta con la insustancial laxitud de los ricos propietarios de yates que acuden a aquellas costas en busca de pesca o descanso.

Aunque no llegó a estrenarse (por los fatales contratiempos ya apuntados más arriba) hasta 1940, el drama La Quinta Columna vio la luz en un volumen titulado The Fifth Column and the First Forty-Nine Stories (La Quinta Columna y los primeros cuarenta y nueve cuentos, 1938), en el que Hemingway recogió, además de dicho texto teatral, las narraciones breves que había escrito hasta entonces. La suma de todas ellas ofrece una muestra acabada de las aficiones y vivencias personales que habían nutrido sus argumentos cuentísticos (caza, pesca, toros, avatares bélicos y vecindad constante con la violencia y la muerte); pero, por encima de todo, constituyen el mejor testimonio impreso de su particular estilo literario, caracterizado por la objetividad en la exposición de los hechos, la sobriedad extrema en el empleo del léxico y la sintaxis, y, en general, la economía necesaria para resaltar los valores expresivos inherentes a la descripción y el diálogo.

Por quién doblan las campanas (1940)

Aunque Ernest Hemingway había sido uno de los primeros intelectuales extranjeros que, tras el estallido de la Guerra Civil Española, habían solicitado su incorporación como voluntarios en las tropas republicanas, lo cierto es que nunca a llegó a tomar parte activa en la lucha armada. Cómodamente instalado en el Hotel Florida de Madrid, entre visitas esporádicas al frente y envíos de sus inexactas crónicas de guerra a los medios para los que trabaja, no sólo escribió la ya comentada pieza teatral La Quinta Columna, sino también abundantes bocetos de la que habría de ser (a juicio del propio autor norteamericano) su mejor novela. Se trata de For Whom the Bell Tolls (Por quien doblan las campanas, 1940), redactada ya en el Hotel Ambos Mundos, de La Habana, ciudad en la que habría de residir (y en la que pronto adquirió la finca Vigía, en San Francisco de Paula) hasta pocos meses antes de su muerte.

El título de la novela, que causó gran extrañeza en el momento de su aparición, procede de unas reflexiones en prosa del poeta metafísico inglés John Donne que, traducidas al castellano, vienen a decir: "La muerte de cualquier hombre me disminuye a mí, porque yo formo parte de la Humanidad. Y por consiguiente, no envíes a preguntar por quién doblan las campanas. Doblan por ti". Bajo la advertencia previa, pues, de que se encuentra ante una novela sobre la muerte, el lector se enfrenta con la peripecia romántica de Robert Jordan, un joven profesor estadounidense que, alistado en las Brigadas Internacionales, recibe la orden de volar un puente para impedir con ello la retirada de las tropas de Franco y facilitar así la victoria de la ofensiva republicana. Al mezclarse con gentes de ambos bandos, el protagonista advierte que las miserias de la condición humana (el odio, la mezquindad, la mentira, la injusticia, etc.) reinan con idéntico poder en los senos de las dos facciones combatientes; pero su convicción de estar sacrificándose en pro de una causa justa le impulsa a seguir luchando hasta el fin al lado de los republicanos. Junto a esta línea principal de la trama discurre la historia de amor protagonizada por Robert Jordan y María, una joven que no ha logrado superar los daños psíquicos ocasionados por la vejación a la que fue sometida por parte de los nacionales. Pero la gran creación femenina de Hemingway en esta novela (y, tal vez, en la suma de su producción prosística) es Pilar, una gitana campesina tan fea como sabia que, además de haber salvado anteriormente a Pilar, se convierte en jefe del comando guerrillero tras el hundimiento moral de Pablo, el comandante que ha intentado desertar en un súbito acceso de cobardía.

Obra, en cualquier caso, excesivamente lastrada por un sentimentalismo poco frecuente en los textos de Hemingway, Por quién doblan las campanas está lejos de ser esa pieza maestra que le parecía a su autor, aunque no falten en ellas numerosos pasajes de alta calidad literaria. Lo cierto es que ni siquiera gustó a la gran mayoría de los republicanos españoles, que se vio mal representada por el talante individualista y un tanto anárquico de Robert Jordan; sin embargo, alcanzó un éxito notable en su versión cinematográfica, rodada en 1943 por el cineasta norteamericano Sam Wood, con un reparto de lujo encabezado por Ingrid Bergman y Gary Cooper.

Al otro lado del río y bajo los árboles (1950)

Durante su estancia en España como corresponsal de guerra, Hemingway había conocido a la escritora y periodista Martha Gellhorn, enviada por la revista Collier's para cubrir la información sobre la contienda fratricida. Ella le dio a leer algunos relatos propios con el ruego de que le enseñara algunas técnicas literarias, y ambos escritores se enamoraron. El día 4 de noviembre de 1940, Pauline Pfeiffer obtuvo el divorcio en Kay West, lo que dio pie a que Martha y Ernest se casaran en Cheyenne (Wyoming) en el transcurso de aquel mismo mes (21 de noviembre). El matrimonio partió de viaje a China (donde ambos periodistas, a pesar de estar celebrando su luna de miel, trabajaron como corresponsales de guerra), y poco después se estableció en La Habana con la intención de consagrarse de lleno a la creación literaria. Hemingway comenzó a esbozar una nueva novela cuya redacción quedó bruscamente interrumpida por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que despertó de nuevo su instinto periodístico y le impulsó a ejercer como corresponsal de la citada revista Collier's.

Inmerso otra vez en los ardores bélicos, no se conformó con sus misiones de reportero y tomó parte activa en numerosas batallas (en una de las cuales, desarrollada en la selva de Hürtgen, cerca de la frontera alemana, estuvo a punto de perder la vida junto a sus diezmados camaradas del 22º Regimiento, que quedó prácticamente masacrado). En plena contienda internacional, conoció en Londres a Mary Welsh, corresponsal de la revista Times, con la que se casó poco después en La Habana tras haberse divorciado de Martha Gellhrn. Viajó luego a Italia en compañía de su cuarta esposa, y allí escribió una nueva novela basada en sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial, Across the River and into the Trees (Al otro lado del río y bajo los árboles, 1950). Se trata de una historia de amor y muerte con tintes autobiográficos, protagonizada por Richard Cantwell, un coronel del ejército americano que ya ha rebasado los cincuenta años de edad (al igual que curtido veterano de guerra Ernest Hemingway), aficionado al consumo de dry-martinis (se cuenta de Hemingway que llevaba en su cinturón de guerra dos cantimploras, una con ginebra y otra con vermouth, para tener siempre a mano su combinado favorito), y atormentado por oscuros presagios que le anuncian su muerte inminente (Hemingway escribió esta novela en un hospital, prácticamente desahuciado por los galenos, después de que se le extendiera gravemente una infección ocular producida por un trozo de metal). La acción se desarrolla en Venecia en el transcurso de tres días, en los que Richard Cantwell vive una intensa relación amorosa con una condesa italiana. La diferencia entre la ficción y la realidad estriba en que el coronel perece, víctima de sus graves dolencias cardíacas, mientras que Hemingway se repuso "milagrosamente" y logró regresar en buen estado de salud a su añorada ciudad de La Habana.

El viejo y el mar (1952)

De nuevo en Cuba, Hemingway abordó la redacción de la que habría de ser su última novela publicada en vida, The old man and the sea (El viejo y el mar, 1952), obra inspirada en la peripecia personal de un ser real, el pescador cubano Gregorio Fuentes (1898-2002). Se trata de una revisión serena y reflexiva, apoyada por el estilo sobrio y lacónico de Hemingway, del modelo épico creado por Herman Melville en Moby Dick (1851), centrado aquí en la lucha sorda, heroica y cotidiana del protagonista contra las fuerzas desatadas de la Naturaleza. Galardonada en 1953 con el prestigioso Premio Pulitzer, y mencionada un año después por la Academia Sueca como uno de los méritos indiscutibles que hacían a Hemingway merecedor del Premio Nobel, esta novela fue interpretada, desde el mismo momento de su aparición, como una fábula de la derrota y un testamento melancólico de despedida; algo así como un canto resignado a la épica del fracaso, proferido por un autor que ya no tenía ánimos para enriquecer sus historias con esa intensidad vitalista que (aunque ensombrecida siempre por la amenaza latente del dolor, la violencia y la muerte) animaba en el fondo a los personajes de sus obras juveniles.

Obras póstumas

Tras la obtención del Premio Nobel, Hemingway siguió arrastrando esa vida agitada y viajera que había llevado desde su adolescencia, aunque ya ciertamente fatigado de un constante vagabundeo que, a pesar de su cansancio y su hastío, aún habría de conducirle a viejos escenarios de sus andanzas juveniles (así, v. gr., a la Pamplona de 1958, en la que vivió sus últimos Sanfermines). Continuó pergeñando nuevas obras (o bocetos de obras) que no llegaron a ver la luz hasta después de su muerte, pero acabó dejándose vencer por el agotamiento, el desánimo, la evidente mengua del vigor juvenil y la presencia amenazadora de la enfermedad, síntoma inequívoco de decadencia en un hombre que había hecho de la acción su bandera de enganche a lo largo de toda su vida. Tras el disparo fatal con que puso fin a su existencia en su casa de Idaho, en vísperas de los Sanfermines de 1961, se hallaron entre sus papeles dos novelas inéditas: A Moveable Feast (Fiesta móvil, 1964) -publicada bajo el título de París era una fiesta (1964)- e Islands in the stream (Islas a la deriva, 1970). En la primera de ellas, cual si quisiera recuperar por medio del poder mágico de la palabra escrita el esplendor de sus años juveniles, repasaba sus episodios de gozo, ansiedad, diversión y desesperación en el París de los años veinte; en la segunda, en cambio, asumía en un crudo retrato los efectos devastadores de la vejez.

Sus textos periodísticos de juventud quedaron recopilados en By-Line: Ernest Hemingway (Enviado especial: Ernest Hemingway, 1967), volumen de gran interés para el estudio de la evolución de su estilo, pues en él queda bien reflejado su paso progresivo desde el periodismo hasta la literatura. Ya a finales del siglo XX, uno de los hijos del escritor de Oak Park recuperó y dio a la imprenta el manuscrito inédito de Verdad al amanecer (1998), una novela inconclusa, de corte autobiográfico, que Hemingway había comenzado a escribir en 1954, tras una de sus últimas expediciones africanas. En 1959, la llegada al poder en Cuba de Fidel Castro provocó el abandono de la isla caribeña de gran parte de los americanos allí afincados, entre ellos el propio Hemingway, quien se retiró en 1960 a su casa de Idaho y dejó sin terminar el voluminoso manuscrito de esta historia postrera; la edición de su hijo redujo el extenso original inacabado a algo más de ochocientas páginas, y recurrió a uno de los párrafos mejor perfilados para extraer el título con el que salió por fin a la luz.

Cabe citar, por último, algunos de los títulos de aquellos relatos por los que Ernest Hemingway, al margen de ulteriores discusiones críticas acerca de la calidad de su obra, ha sido unánimemente reconocido como maestro supremo de la narrativa breve contemporánea, como "The Short Happy Life of Francis Macomber" ("La feliz y corta vida de Francis Macomber", 1938), "The Snows of Kilimanjaro" ("Las nieves del Kilimanjaro, 1938") y "The Killers" ("Los asesinos", 1938).

Bibliografía

  • BARRIO MARCO, J. M. Ernest Hemingway: su dinámica narrativa. Valladolid: Universidad de Valladolid, Servicio de Publicaciones, 1990.

  • BIANCHI ROSS, C. Tras los pasos de Hemingway en La Habana. Madrid: Franco, J., 1993.

  • BURGESS, A. Ernest Hemingway y su mundo. Barcelona: Ultramar Editores, 1980 (tr. de María Isabel Merino).

  • CASTILLO PUCHE, J. L. Hemingway, entre la vida y la muerte. Barcelona: Ed. Destino, 1968.

  • HISPANO GONZÁLEZ, M. Ernest Hemingway. Barcelona: Afha Internacional, 1979.

  • IRIBARREN RODRÍGUEZ, J M. Hemingway y los Sanfermines. Burlada (Navarra), Ed. Gómez, 1970.

  • LANIA, L. Hemingway. Biografía ilustrada. Barcelona: Ediciones Destino, 1963.

  • LAPRADE, D E. La censura de Hemingway en España. Salamanca: Universidad de Salamanca, Servicio de Publicaciones, 1991.

  • LEANTE MAGALONI, C E. Hemingway y la revolución cubana. Madrid: Ed. Pliegos, 1992.

  • MARÍN MADRAZO, P. La gran guerra en la obra de Hemingway y Dos Passos. Salamanca: Ediciones Almar, 1980.

  • PENAS IBÁÑEZ, B. Análisis semiótico de los aspectos taurinos de la obra literaria de Ernest Hemingway. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, 1990.

  • STATON, E F. Hemingway en España. Madrid: Ed. Castalia, 1989.

  • VENTURA MELIÀ, R. [et alii]. Documenta Hemingway. Valencia: Diputación de Valencia, 1998.

Temas Relacionados

  • Estados Unidos de América: Literatura.

J. R. Fernández de Cano

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.