Máximo Gorki (1868–1936): El Poeta de la Revolución y Maestro de la Literatura Rusa

Máximo Gorki, uno de los escritores más relevantes de la literatura rusa, nació como Alexéi Maxímovich Pechkov el 28 de marzo de 1868 en Nizhni Nóvgorod, una ciudad situada en la confluencia entre los ríos Oka y Volga. Su vida comenzó en un contexto de lucha y pobreza, pues su familia vivió en condiciones de precariedad. Su padre era un modesto tapicero que falleció cuando Gorki tenía solo cinco años. Tras su muerte, el joven Alexéi pasó su infancia bajo el cuidado de sus abuelos. Su abuelo era un tintorero y remolcador en el Volga, mientras que su abuela, una mujer fuerte y llena de vitalidad, le inculcó el amor por la vida y le transmitió una fortaleza emocional que marcaría su carácter para siempre.

Aunque creció en condiciones de extrema pobreza, Gorki destacó por su ansia de aprender. Desde los siete años, se vio obligado a trabajar para contribuir al sostenimiento de la familia. Realizó todo tipo de oficios, desde pinche en un barco del Volga hasta aprendiz de zapatero, pasando por camarero, vendedor de bebidas y empleado ferroviario. Esta variedad de trabajos, en su mayoría relacionados con las clases más humildes de la sociedad rusa, le proporcionó una amplia base de experiencias que más tarde se plasmarían en su obra literaria.

A través de estas experiencias, Gorki se fue acercando a círculos de trabajo y lucha política, y su compromiso con la clase obrera fue tomando forma. Al mismo tiempo, conoció a figuras literarias que marcarían su trayectoria, como el escritor Vladímir Korolenko (1853-1921), quien se convirtió en su mentor y le introdujo en la vida literaria. A esta temprana edad, Gorki comenzó a tener contacto con el pensamiento marxista, lo que lo llevó a comprender que las injusticias sociales y la opresión eran elementos que debía combatir con su arte.

Primeros intentos de suicidio y el despertar literario

El punto culminante de estos primeros años de sufrimiento llegó en 1887, cuando Gorki, desesperado por la aparente imposibilidad de unir a los oprimidos en una lucha común contra el régimen zarista, intentó suicidarse. Afortunadamente, el disparo falló y, en lugar de morir, Gorki quedó con una grave afección pulmonar, secuela que lo acompañaría durante el resto de su vida. Este incidente, marcado por una profunda crisis emocional, reflejaba la desesperación de un joven que veía imposible la unión de las clases bajas frente a la opresión.

Después de su intento de suicidio, Gorki se dedicó a viajar por Rusia, en especial por Ucrania, Besarabia y el Cáucaso, donde conoció a más trabajadores y marginales, cuyas vidas y luchas inspiraron su obra literaria. Durante sus viajes, Gorki se dedicó a leer y escribir, influido por autores como Nikolái Gógol (1809-1852), quien le ayudó a perfilar su estilo narrativo.

En 1894, Gorki publicó su primer relato, Makar Chudra, bajo el pseudónimo de «Máximo Gorki». Este fue el primer paso para consolidarse como escritor, aunque su debut literario estuvo marcado por un acontecimiento importante: fue detenido por las autoridades zaristas, acusadas de incitar al desorden social. Este arresto no hizo más que reforzar su identidad como escritor rebelde y comprometido con la denuncia social. Tras ser liberado, regresó a Nizhni Nóvgorod, donde comenzó a trabajar como pasante de abogado, pero nunca dejó de escribir.

La consolidación como escritor

El relato Chelkas (1895), publicado en la prestigiosa revista Russkoe bogatstvo, consolidó a Gorki como un narrador de talento. A partir de este momento, su carrera literaria comenzó a despegar. El escritor comenzó a explorar en sus narraciones los temas de la explotación capitalista, las injusticias sociales y las vidas de los trabajadores. Su obra Los vagabundos (1898), una recopilación de relatos sobre personajes marginales y rebeldes, le valió el reconocimiento en el mundo literario y le permitió ingresar en círculos marxistas más prominentes.

Durante este período, Gorki se unió al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), que luego se dividiría en bolcheviques y mencheviques. Su obra fue marcando una clara crítica al sistema zarista y se convirtió en un referente de la literatura socialista. Con Formá Gordéiev (1899) y Los tres (1901), Gorki continuó explorando temas de lucha social y sufrimiento humano.

La política y la literatura de Gorki se unieron, y sus textos fueron utilizados como instrumentos para propagar ideales revolucionarios. A través de su poesía, como en El canto del Petrel (1901), Gorki presentó la inminente revolución como una esperanza para el pueblo oprimido.

El exilio y el retorno a la lucha revolucionaria

La persecución zarista y el exilio europeo

A medida que Gorki se consolidaba como uno de los grandes exponentes de la literatura rusa, también se convertía en un objetivo del régimen zarista. Su activa militancia política, especialmente su apoyo a las luchas revolucionarias, lo colocó en la mira de las autoridades. En 1901, debido a su activismo y su trabajo de denuncia, fue arrestado nuevamente por las autoridades zaristas. Su encarcelamiento estuvo relacionado con su participación en la publicación de El canto del Petrel, un poema que anunciaba la llegada inminente de la revolución. Esta obra, considerada como una incitación a la insurrección, llevó a Gorki a ser detenido y a sufrir una severa represión. Durante este período, el escritor, conocido por su fuerte carácter, se mostró desafiante ante las autoridades. Se destacó su actitud irreverente y su constante desafío al poder, algo que lo haría aún más querido entre los sectores más progresistas de la sociedad rusa.

Tras ser liberado, Gorki abandonó Rusia en 1906 debido a la creciente represión. Su exilio lo llevó primero a Alemania, luego a Francia y, finalmente, a los Estados Unidos, donde tuvo la oportunidad de conocer a varios intelectuales estadounidenses, como Mark Twain (1835-1910) y William Dean Howells (1837-1920), quienes lo recibieron con los brazos abiertos y lo apoyaron en su lucha por la libertad y los derechos de los pueblos oprimidos. Durante su estancia en los Estados Unidos, Gorki se dedicó a recaudar fondos para apoyar a los revolucionarios rusos, mientras criticaba el capitalismo estadounidense y la política exterior del país, que en su opinión ayudaba a consolidar la opresión en Rusia.

No obstante, su presencia en los Estados Unidos no fue tan bien recibida por el público en general. Una campaña de difamación orquestada por la embajada rusa en Washington lo pintó como un agitador y enemigo del régimen, acusándolo de tener una amante, lo que fue aprovechado por los medios sensacionalistas para atacar su figura. Esta campaña llevó a Gorki a ser rechazado por gran parte de la sociedad estadounidense, lo que lo obligó a vivir en condiciones precarias en una comuna de Staten Island. A pesar de este rechazo, el escritor continuó su labor literaria y política, escribiendo La madre (1907), una de sus obras más destacadas, que abordaba el tema de la lucha revolucionaria desde la perspectiva de una mujer común, Pelagea Vlásova, quien se convierte en un símbolo de la transformación social a través de su implicación en la revolución.

En La madre, Gorki mostró su visión de la revolución como un proceso de liberación, no solo para los trabajadores, sino también para las mujeres, los campesinos y los oprimidos en general. La protagonista, Pelagea, es una mujer que, tras la muerte de su esposo, se ve impulsada por su hijo Pavel a participar en las luchas revolucionarias. Su transformación es profunda, pasando de ser una madre sometida y sufriente a convertirse en una militante revolucionaria dispuesta a arriesgar su vida por la causa de la libertad. Esta obra fue un éxito rotundo, a pesar de la censura en Rusia, y fue traducida a varios idiomas, convirtiéndose en un símbolo de la resistencia al régimen zarista.

Influencias y cambios ideológicos

Durante su tiempo en el exilio, Gorki también experimentó una transformación en sus ideas políticas. Influenciado por autores como Lev Tolstoi (1828-1920), comenzó a desarrollar una visión más espiritual y filosófica de la revolución, que lo llevó a una aproximación al misticismo, algo que causó fricciones con otros líderes revolucionarios, como Lenin (1870-1924). En sus obras posteriores, Gorki intentó combinar el marxismo con una visión más filosófica y religiosa de la vida, lo que fue interpretado por algunos como una desviación de los principios revolucionarios estrictos.

En 1908, Gorki publicó La confesión, una obra profundamente espiritual que reflejaba sus dudas sobre el movimiento revolucionario y su creciente interés por la religión como un medio de salvación y regeneración moral. Esta aproximación al misticismo no fue bien recibida por todos los sectores de la izquierda rusa, ya que algunos lo consideraban una traición a los ideales del materialismo marxista. Sin embargo, Gorki, lejos de renunciar a sus creencias, continuó abogando por una reconciliación entre el marxismo y la espiritualidad, argumentando que la revolución no solo debía ser económica y política, sino también moral y espiritual.

El distanciamiento de Gorki con el marxismo ortodoxo también se reflejó en sus intervenciones en el seno del Partido Bolchevique. En 1913, durante su estancia en Capri, Lenin se reunió con él para discutir las diferencias ideológicas que existían entre ellos. Lenin, aunque respetaba a Gorki como escritor y pensador, le criticó su enfoque espiritualista, instándole a centrarse en la lucha material y política. A pesar de sus diferencias, Gorki siguió siendo un defensor de la revolución y de la causa del pueblo trabajador, aunque con una visión cada vez más matizada y menos dogmática.

El retorno a Rusia y los conflictos con la Revolución de Octubre

Tras varios años de exilio, Gorki regresó a Rusia en 1913, donde fue recibido como un héroe por la intelectualidad rusa. Sin embargo, su retorno coincidió con un periodo de creciente inestabilidad política en el país, que culminaría en la Revolución de 1917. Aunque Gorki apoyaba la idea de la revolución y el derrocamiento del zarismo, se mostró preocupado por las tensiones internas dentro del movimiento revolucionario. En sus escritos de esta época, como Mi infancia (1913), Entre los hombres (1915) y Mis universidades (1917), Gorki reflexionaba sobre el conflicto de clases, la lucha por la libertad y el papel del intelectual en la revolución.

El estallido de la Revolución de Octubre en 1917, con la toma del poder por los bolcheviques, sumió a Gorki en una profunda crisis emocional. Aunque en un principio celebró la caída del zarismo, pronto se sintió desilusionado por la violencia, la represión y el caos que acompañaron a la revolución bolchevique. Gorki, que había pasado gran parte de su vida luchando por la libertad y la justicia social, se horrorizó al ver que la revolución que tanto había esperado no traía la paz y el bienestar prometidos, sino más hambre, enfermedad, guerra civil y opresión. Esta situación lo llevó a criticar abiertamente a los bolcheviques, incluidos algunos de los líderes más importantes como Lenin.

La crítica de Gorki a la Revolución de Octubre lo aisló de muchos de sus antiguos aliados políticos, que lo acusaron de ser un traidor a la causa revolucionaria. Durante este período, Gorki se convirtió en una figura polémica, tanto para los bolcheviques como para los opositores al régimen. Sin embargo, a pesar de sus críticas, Gorki nunca abandonó su compromiso con los ideales del socialismo y la justicia social. Su obra de este período refleja un profundo sentido de desilusión y desesperanza, pero también una voluntad de encontrar una solución a los problemas que aquejaban a la Rusia revolucionaria.

Máximo Gorki en el «comunismo de guerra» y su apoyo a los bolcheviques

El panorama de la Revolución Bolchevique

Cuando Máximo Gorki regresó a Rusia a finales de 1913, no podía imaginar que el país pronto se sumergiría en una profunda agitación social y política. A pesar de su desencanto por los abusos del régimen zarista, Gorki no había previsto la magnitud de los cambios que se desatarían con la Revolución de Febrero de 1917 y la posterior Revolución de Octubre, cuando los bolcheviques tomaron el poder. El escritor, que había abrazado las ideas socialistas desde joven, vivió estos eventos con una mezcla de esperanza y creciente desilusión. Aunque al principio apoyó el derrocamiento del zar Nicolás II, al ver los primeros efectos de la revolución, Gorki comenzó a sentir que los ideales de justicia social que habían motivado el levantamiento popular se estaban transformando en un régimen autoritario.

La Revolución de Octubre, encabezada por Lenin y los bolcheviques, trajo consigo una serie de transformaciones radicales. En su primer momento, parecía que el sueño de una sociedad socialista estaba más cerca que nunca. Sin embargo, pronto surgieron disputas internas entre diferentes facciones del movimiento revolucionario, y el país comenzó a enfrentar un periodo de caos y represión conocido como el «comunismo de guerra». En este contexto, Gorki se vio atrapado entre su compromiso con la revolución y sus crecientes dudas sobre los métodos adoptados por los bolcheviques.

Gorki, en su capacidad como escritor y líder de opinión, comenzó a criticar abiertamente las políticas de los bolcheviques, especialmente la brutalidad que caracterizaba su lucha contra la oposición. Como intelectual comprometido, había sido un firme defensor del derecho del pueblo a la autodefinición y a la libertad, pero se dio cuenta de que el nuevo régimen estaba imponiendo una tiranía similar a la que había existido bajo el zarismo. A través de sus escritos y entrevistas, Gorki expresó su preocupación por el autoritarismo bolchevique, la represión de la oposición política, y la falta de libertades fundamentales bajo el nuevo gobierno soviético.

La crítica de Gorki y el distanciamiento de Lenin

El escritor nunca ocultó su descontento con la transformación que sufrió el socialismo tras la Revolución de Octubre. A pesar de que Gorki siguió siendo un defensor de la revolución en términos generales, la forma en que se desarrollaron los acontecimientos lo desconcertó. Se encontró con una situación en la que el ideal socialista de justicia social y equidad se veía eclipsado por la violencia y la brutalidad del «comunismo de guerra». Durante este periodo, los bolcheviques impusieron políticas de represión, incluyendo la ejecución de «enemigos de la revolución» y la imposición de estrictos controles sobre las libertades civiles. En lugar de la «sociedad sin clases» que Gorki había soñado, lo que se materializó fue un régimen de partido único con un líder centralizado, Lenin, a la cabeza.

El escritor se distanció cada vez más de los métodos bolcheviques, pero sus críticas fueron muy cuidadosas para no deslegitimar completamente la causa revolucionaria. En lugar de condenar el socialismo como tal, Gorki optó por criticar las prácticas de los bolcheviques, incluyendo la represión de las protestas y la ejecución de figuras políticas de la oposición. Gorki ya no podía ignorar la contradicción fundamental entre el propósito original de la revolución y las prácticas autoritarias del nuevo gobierno. A lo largo de 1918 y 1919, las tensiones aumentaron. Gorki denunció públicamente la violencia y el sectarismo dentro del Partido Bolchevique, lo que, por supuesto, lo hizo blanco de ataques tanto de sus antiguos aliados como de los nuevos líderes revolucionarios.

Sin embargo, en su relación con Lenin, Gorki se mantuvo un tanto ambivalente. A pesar de las críticas, Gorki no rompió completamente con Lenin. En 1918, cuando las diferencias entre ambos se agudizaron, Lenin viajó a la isla italiana de Capri para intentar recuperar la relación con el escritor. Lenin le pidió a Gorki que abandonara su crítica a las políticas de los bolcheviques y le sugirió que concentrara su energía en apoyar la revolución en su fase inicial. Pero Gorki, aunque respetaba a Lenin como líder del movimiento, no pudo aceptar la postura autoritaria del nuevo gobierno. A pesar de este desacuerdo, Gorki continuó manteniendo una comunicación con Lenin, y su relación fue compleja, marcada tanto por el respeto mutuo como por el conflicto ideológico.

En lugar de adherirse al dogma comunista estricto, Gorki continuó con su enfoque pluralista. Abogó por la necesidad de un socialismo que respetara los derechos humanos, la libertad de expresión y la democracia. Para Gorki, el régimen soviético que surgió después de la Revolución de Octubre no era lo que había imaginado. En su opinión, los bolcheviques estaban sacrificando los principios esenciales de la revolución por el control totalitario del poder.

El exilio en Sorrento y la tragedia personal

En 1921, debido a su desilusión con el nuevo régimen y las tensiones con los bolcheviques, Gorki se vio obligado a abandonar Rusia una vez más. Esta vez se trasladó a Sorrento, en Italia, donde se estableció con su familia. A lo largo de los años en el exilio, Gorki continuó escribiendo y reflexionando sobre su visión de la revolución. Sus obras de este periodo, como Los Artamonov (1925), una novela que abordaba las contradicciones del capitalismo ruso y los cambios sociales tras la abolición de la servidumbre, fueron un intento de dar forma literaria a sus opiniones sobre los efectos del capitalismo y la revolución.

El exilio en Italia fue un periodo de profunda introspección para Gorki. Sufría mucho al estar alejado de su país natal, pero también se sintió emocionalmente atrapado por las tensiones internas de la Rusia revolucionaria. Aunque continuó defendiendo la causa socialista, su apoyo al nuevo régimen de los bolcheviques fue cada vez más cuestionado. Gorki fue un hombre de convicciones profundas, y su vida en el exilio estuvo marcada por un conflicto constante entre su amor por Rusia, su apoyo a la revolución y su creciente desilusión con el rumbo que estaba tomando el país bajo los bolcheviques.

En Italia, Gorki también continuó desarrollando su obra literaria, pero a medida que pasaban los años, su salud empeoró debido a la enfermedad pulmonar crónica que había padecido desde su intento de suicidio en 1887. Su relación con los bolcheviques se volvió más distante, aunque siguió siendo una figura influyente en la política y la cultura rusa. A pesar de su creciente desilusión, Gorki nunca renunció por completo a la idea de una Rusia socialista, pero su visión del socialismo era más matizada y menos radical que la de los bolcheviques en el poder.

El regreso a la URSS y el final de su vida

Finalmente, en 1928, después de un largo periodo de exilio, Gorki regresó a la Unión Soviética. Fue recibido con honores como el «papa de la literatura rusa», una figura venerada por los bolcheviques. A pesar de las críticas y su creciente distanciamiento de las políticas de Lenin y de los bolcheviques, su retorno fue un acto simbólico de reconciliación entre el pasado y el presente de la revolución rusa. Sin embargo, el regreso de Gorki a la URSS estuvo marcado por la vigilancia constante y las tensiones internas, ya que su posición ambigua respecto al régimen soviético lo mantenía como una figura incómoda para los líderes del Partido Comunista.

A pesar de su desilusión con la revolución, Gorki siguió defendiendo la educación y la alfabetización como pilares fundamentales para el progreso de la sociedad. En los últimos años de su vida, dirigió la revista Nuestros éxitos y continuó trabajando en proyectos que promovieran la educación del pueblo ruso. Pero su salud seguía siendo frágil, y finalmente, Gorki falleció en Moscú el 18 de junio de 1936, a los 68 años, tras una larga lucha con la tuberculosis.

La muerte de Gorki dejó una profunda huella en la cultura rusa. Aunque nunca dejó de ser un crítico de los excesos del poder soviético, su legado como uno de los grandes escritores de la literatura rusa y su lucha incansable por la justicia social siguen siendo temas clave en la reflexión sobre la historia y el destino de Rusia.

Su influencia en la literatura soviética

El reconocimiento oficial y la transformación en figura central

Tras el regreso de Máximo Gorki a la Unión Soviética en 1928, su figura adquirió una relevancia incuestionable dentro del contexto literario y político del país. Aunque su relación con el régimen bolchevique había sido ambigua durante años, su retorno a la URSS fue un acto simbólico de reafirmación del escritor como un pilar de la cultura soviética. El Estado soviético, tras décadas de dificultades y contradicciones, finalmente lo reconoció como uno de los grandes patriarcas de la literatura rusa, a pesar de las diferencias que él mismo había mantenido con la interpretación oficial de la revolución. Gorki pasó a ser considerado el mayor exponente del realismo socialista, el estilo literario que el régimen soviético impulsó para exaltar los logros de la revolución y la lucha del proletariado. Este movimiento estético buscaba reflejar, de manera idealizada, los valores del socialismo, en contraposición con los enfoques individualistas o nihilistas que predominaban en las décadas anteriores.

A lo largo de sus últimos años, Gorki consolidó su papel como «el papa de la literatura rusa», como él mismo solía llamarse humorísticamente, y se convirtió en una especie de mentor de generaciones de jóvenes escritores. Su figura no solo fue celebrada en los círculos literarios, sino también en el ámbito político, pues su obra fue considerada como un modelo de cómo la literatura podía servir para la construcción del nuevo orden socialista. A pesar de que Gorki nunca se alineó completamente con los bolcheviques, su apoyo al régimen y su influencia literaria lo hicieron una figura fundamental en la era soviética.

Uno de los aspectos más complejos de la vida de Gorki es cómo, tras sus años de crítica al régimen, se fue adaptando, en parte, a las directrices que imponían los líderes soviéticos. Aunque sus preocupaciones sobre la libertad individual y la represión persistieron a lo largo de su vida, su lugar dentro de la literatura oficial de la URSS fue indiscutible. En el marco de la política cultural soviética, que buscaba homogeneizar el arte y la literatura en función de los intereses del Estado, Gorki logró convertirse en una especie de símbolo del escritor comprometido, capaz de adaptarse a las exigencias del momento histórico sin traicionar sus principios más esenciales.

A pesar de la percepción oficial de Gorki como el patriarca literario del socialismo, su relación con los bolcheviques no fue del todo exenta de tensiones. Durante su vida, Gorki fue testigo de una serie de cambios dramáticos dentro del Partido Comunista, especialmente tras la muerte de Lenin (1870-1924), cuando la URSS pasó de la figura carismática del líder revolucionario a la consolidación del poder en manos de José Stalin (1878-1953). Gorki, aunque nunca tuvo una relación estrecha con Stalin, fue consciente de las consecuencias trágicas que tendría la política de purgas masivas que se implementó bajo el liderazgo de Stalin. El escritor, como muchos otros intelectuales de su época, se sintió profundamente preocupado por la violencia y la represión que se desató, especialmente después de la instauración del régimen totalitario que marcaría el devenir de la URSS durante gran parte del siglo XX.

La trilogía autobiográfica y su redescubrimiento personal

Uno de los logros más importantes de Gorki en sus últimos años fue la publicación de su trilogía autobiográfica, que representó un intento de reflejar de manera profunda y honesta su vida y sus experiencias a lo largo de las distintas etapas de su existencia. Esta trilogía está compuesta por tres volúmenes fundamentales: Mi infancia (1913), Entre los hombres (1915) y Mis universidades (1917). En estos libros, Gorki no solo se dedica a relatar su vida, sino que también ofrece un análisis de la sociedad rusa y de los factores que influyeron en su desarrollo personal y literario.

La trilogía de Gorki es una especie de relato de su forja como escritor, desde sus humildes orígenes en Nizhni Nóvgorod hasta su eventual encuentro con el movimiento revolucionario. Sin embargo, más allá de ser una simple narración biográfica, las obras están impregnadas de un fuerte contenido ideológico y social. En estos textos, Gorki describe su crecimiento personal a través de la lucha contra las injusticias de la sociedad zarista y su participación en los movimientos revolucionarios que nacían en el país. Las tres obras de la trilogía exploran temas de opresión, resistencia, y la inevitabilidad de la lucha de clases, elementos recurrentes en toda su obra literaria.

A través de Mi infancia, Gorki narra los difíciles primeros años de su vida, marcados por la pobreza y la tragedia familiar, pero también por la influencia de figuras clave que formaron su pensamiento. En Entre los hombres, Gorki se adentra en su adolescencia y juventud, cuando comenzó a forjar sus ideales revolucionarios y se unió a los círculos políticos clandestinos que luchaban contra el régimen zarista. Finalmente, en Mis universidades, Gorki reflexiona sobre su periodo de formación literaria y su evolución como escritor, abordando sus primeras obras y la influencia de otros grandes autores, como Anton Chéjov (1860-1904) y Vladímir Korolenko (1853-1921), en su obra.

La trilogía de Gorki no solo ofrece una visión detallada de su vida, sino que también actúa como un testimonio de los procesos históricos y sociales de su tiempo. En sus páginas, el escritor plasma la lucha de una generación que anhelaba la transformación de Rusia, pero también los dilemas y contradicciones que surgieron con el ascenso del poder bolchevique. La obra de Gorki, particularmente esta trilogía, ha sido considerada como uno de los pilares de la literatura soviética, aunque su contenido autobiográfico también revela las complejidades de su relación con el poder y su constante cuestionamiento de las estructuras autoritarias, ya fuera del zarismo o del régimen soviético.

La figura de Gorki en la literatura rusa posterior

A lo largo de la historia de la literatura rusa, Gorki ha ocupado un lugar destacado como uno de los grandes escritores de su época. Su obra fue crucial no solo para el desarrollo de la literatura proletaria y revolucionaria, sino también para la evolución del realismo en la narrativa rusa. Los primeros relatos de Gorki, como Los vagabundos (1898) y Chelkas (1895), se destacan por su enfoque en los marginados y oprimidos de la sociedad rusa, temas que se mantuvieron presentes a lo largo de toda su carrera.

Además de su influencia literaria, Gorki también desempeñó un papel importante en el desarrollo del teatro ruso. Sus primeras obras teatrales, como Los pequeños burgueses (1901) y Los bajos fondos (1902), se caracterizan por su crítica a la moralidad y las estructuras sociales de la época. Estas obras no solo reflejan la miseria de los personajes, sino también las tensiones que existían entre las clases sociales, a menudo utilizando el teatro como un medio para explorar las contradicciones de la sociedad rusa.

Gorki, en su literatura y en su vida, representó una figura de transición entre el siglo XIX y el siglo XX, una figura literaria que, si bien fue influyente en el periodo de la Revolución Rusa, también mostró las limitaciones y problemas inherentes a la implementación de un cambio radical en la sociedad. Su legado sigue siendo un tema de estudio y debate dentro de la literatura rusa y mundial, especialmente en lo que respecta a la relación entre literatura y política, entre el arte y el poder.

El escritor dejó una huella profunda en generaciones posteriores, tanto dentro de la URSS como en el ámbito internacional. Su estilo de narrativa directa y su capacidad para reflejar la vida de las clases más humildes y oprimidas inspiraron a numerosos escritores y movimientos literarios a lo largo del siglo XX. Gorki, al igual que otros grandes de la literatura rusa, como Fiódor Dostoyevski (1821-1881), sigue siendo una figura clave para comprender no solo la historia literaria de Rusia, sino también las tensiones entre la política, la moral y la literatura.

La muerte de Gorki, su legado perdurable y la revalorización en la URSS

La enfermedad y los últimos años en Moscú

En la última etapa de su vida, Gorki continuó siendo una figura central de la literatura soviética, aunque su relación con el régimen de Stalin se complicó. Después de su retorno definitivo a la URSS en 1928, Gorki asumió una intensa vida pública, participando activamente en proyectos de alfabetización, educación de obreros y campesinos, y en la dirección de la revista Nuestros éxitos, que se convirtió en un espacio importante para promover los ideales del realismo socialista. Sin embargo, a pesar de su prominente rol dentro del aparato cultural soviético, Gorki sufrió a lo largo de sus últimos años una creciente desilusión con la realidad política del país.

A partir de su llegada a Moscú, Gorki vivió con la salud muy deteriorada. La tuberculosis que había padecido desde su intento de suicidio en su juventud nunca le permitió gozar de buena salud, y sus constantes problemas respiratorios se agravaron con el paso de los años. En 1931, a pesar de su debilidad física, se instaló definitivamente en la capital soviética, un lugar que le ofrecía más seguridad y reconocimiento por parte del gobierno. Su trabajo incansable por la educación popular y su apoyo a la ideología socialista le otorgaron un estatus dentro del nuevo régimen, pero Gorki, que siempre había sido un hombre con una conciencia crítica, no pudo evitar ver las profundas contradicciones del sistema que ayudó a construir.

En sus últimos años, Gorki se fue alejando gradualmente del centro de la política activa. Si bien se mantenía al tanto de los avances del socialismo en la URSS y seguía escribiendo y editando, su actitud frente a los cambios que experimentaba el país bajo el gobierno de Stalin era cada vez más reservada. Durante este tiempo, Gorki no sólo sufrió la represión de las purgas estalinistas, sino también el aislamiento que surgió entre los viejos revolucionarios y las nuevas generaciones que surgían bajo el régimen soviético. A pesar de que se le consideraba una figura intocable dentro de la cultura soviética, la tensión con las nuevas políticas de Stalin comenzó a generar una creciente incomodidad en el escritor.

La salud de Gorki empeoró en los últimos años de su vida, lo que lo llevó a realizar varios viajes a Crimea en busca de un clima más benigno para su tuberculosis. Durante estos viajes, no solo se dedicó a descansar, sino que también reflexionó profundamente sobre el futuro de Rusia y el destino de la revolución. Estos últimos años en la vida de Gorki estuvieron marcados por el sentimiento de impotencia ante la deriva autoritaria del régimen soviético, especialmente con los primeros años del «comunismo de guerra» y las purgas estalinistas que se avecinaban.

La muerte de Gorki y los rumores sobre su fallecimiento

El 18 de junio de 1936, Gorki falleció en Moscú a los 68 años de edad, después de una vida marcada por sus luchas literarias y políticas, así como por su relación compleja con el poder soviético. Su muerte, aunque lamentada oficialmente por el Estado soviético, fue objeto de una serie de rumores y especulaciones que siguen siendo objeto de debate hasta hoy. Algunos sostienen que la causa oficial de su muerte fue una neumonía derivada de su tuberculosis, pero existen teorías que sugieren que Gorki pudo haber muerto debido a envenenamiento o a una conspiración interna dentro del régimen soviético.

La muerte de Gorki ocurrió en un momento particularmente tenso en la política soviética, ya que Stalin estaba consolidando su poder y llevando a cabo las purgas que marcarían la historia de la URSS en los siguientes años. La relación de Gorki con el régimen de Stalin fue ambigua y compleja. Aunque fue un firme defensor del socialismo y uno de los mayores exponentes de la literatura proletaria, sus críticas a la dictadura de Stalin y su creciente desilusión con el autoritarismo que se estaba gestando en la URSS le generaron un distanciamiento del aparato estatal. Por lo tanto, algunos críticos e historiadores sugieren que su muerte podría haber sido facilitada por agentes de Stalin, quienes, temiendo la influencia del escritor sobre las generaciones futuras, decidieron acabar con él.

El legado de Gorki en la URSS y el culto a la personalidad

A pesar de los rumores sobre las circunstancias de su muerte, Gorki fue inmediatamente objeto de un culto de personalidad tras su fallecimiento. Su figura fue utilizada por el régimen soviético para consolidar la imagen de la URSS como un faro del socialismo y la justicia social, pero, al mismo tiempo, el régimen comenzó a manipular su legado de acuerdo con sus propios intereses. El Gorki oficial que se construyó durante los años posteriores a su muerte fue una figura patriótica y ejemplar, que había respaldado sin reservas la revolución y el socialismo soviético. Esta imagen de Gorki como el «padre» de la literatura soviética fue ampliamente promovida por el Estado, mientras que se silenciaron o distorsionaron sus críticas al régimen de Stalin.

A lo largo de la década de 1930, el culto a Gorki fue reforzado a través de monumentos, obras literarias y eventos culturales. Se crearon estatuas en su honor en varias ciudades soviéticas, y su obra fue constantemente promovida en las escuelas y en los medios de comunicación, donde se exaltaba su labor como defensor de la causa socialista. Sin embargo, esta imagen idealizada de Gorki contrastaba fuertemente con la realidad de su pensamiento y su actitud hacia el poder autoritario que había emergido en la URSS.

Aunque la figura de Gorki fue utilizada como un símbolo de la literatura socialista, algunos intelectuales y escritores que lo conocieron de cerca nunca dejaron de reconocer la complejidad de su vida y de su pensamiento. Por ejemplo, el escritor Vladímir Mayakovski (1893-1930), uno de los poetas más importantes del período soviético, tenía una profunda admiración por Gorki, pero también criticaba su tendencia a ceder ante las presiones del régimen, especialmente en lo que respectaba a la libertad creativa. Mayakovski, al igual que otros escritores de la época, vio en Gorki una figura crucial que representaba tanto la lucha por el cambio social como la trágica derrota de la independencia intelectual bajo la sombra del totalitarismo.

La revalorización del legado de Gorki tras la muerte de Stalin

A pesar del culto de personalidad que rodeó la figura de Gorki tras su muerte, su legado fue reevaluado después de la muerte de Stalin en 1953, cuando el nuevo liderazgo soviético comenzó a distanciarse de las políticas del dictador. En la década de 1950 y 1960, el estudio de la obra de Gorki pasó por un proceso de revalorización, en el que se comenzaron a reconsiderar tanto sus críticas al régimen como su contribución a la literatura mundial.

La nueva generación de escritores y pensadores soviéticos, influenciada por el proceso de desestalinización, empezó a explorar la figura de Gorki más allá de su rol como ícono del socialismo soviético. Aunque el escritor había sido, en muchos aspectos, una pieza clave de la construcción de la URSS, su pensamiento y su obra seguían siendo un testimonio de las contradicciones del sistema. Gorki, en su vida y obra, representó la tensión entre la idealización del socialismo y las dificultades inherentes al autoritarismo, lo que lo convertía en un personaje fascinante tanto para los intelectuales soviéticos como para los estudiosos internacionales.

En definitiva, el legado de Gorki sigue siendo el de un escritor profundamente comprometido con la justicia social, que luchó por transformar su país, pero que, al mismo tiempo, fue crítico con los excesos del poder. Aunque su figura fue manipulada por el régimen soviético, su contribución a la literatura y a la reflexión política sigue siendo inmensa. Gorki no solo fue un escritor que representó la lucha del pueblo ruso, sino que, al mismo tiempo, fue un hombre que se enfrentó a los límites de esa lucha, dejando una huella imborrable en la historia de la literatura mundial..

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Máximo Gorki (1868–1936): El Poeta de la Revolución y Maestro de la Literatura Rusa". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/gorki-maximo [consulta: 5 de octubre de 2025].