Pedro Fernández de Velasco (1430–1492): El Noble Estratega de Castilla y Condestable de los Reyes Católicos

Pedro Fernández de Velasco (1430–1492): El Noble Estratega de Castilla y Condestable de los Reyes Católicos

Primeros años y ascenso del linaje Velasco

Pedro Fernández de Velasco nació hacia 1430 en el seno de una familia noble que, aunque de origen modesto, fue ascendiendo en la jerarquía social de la Castilla de los Trastámara a lo largo de los siglos XIV y XV. Su linaje, los Velasco, fue clave en la política castellana, destacándose por su lealtad y habilidades militares. El abuelo de Pedro, Juan de Velasco, fue nombrado camarero mayor del rey Enrique III a finales del siglo XIV, lo que permitió que los Velasco consolidaran su influencia en la corte castellana. El padre de Pedro, Juan de Velasco, continuó con este ascenso social, manteniendo la preeminencia del linaje durante el reinado de Juan II de Castilla, quien lo recompensó con el título de conde de Haro en 1430. Este título fue un paso decisivo para encumbrar a los Fernández de Velasco a la nobleza titulada, convirtiéndose en una de las casas más poderosas de la Castilla medieval.

La familia de Pedro estaba completamente inmersa en la corte y los asuntos políticos de su tiempo. Durante los primeros años del reinado de Enrique IV, los Velasco apoyaron la política de la monarquía, aunque no sin ciertos reparos. En la década de 1450, las tensiones internas dentro de la nobleza castellana, exacerbadas por la desconfianza general hacia el joven Enrique IV, se intensificaron. Los nobles, incluidos los Velasco, no veían con buenos ojos la falta de control que Enrique IV tenía sobre los principales asuntos del reino. Sin embargo, Pedro, aún joven, fue inicialmente un fiel servidor del rey, participando en campañas militares y en los eventos significativos de la corte.

En 1455, Enrique IV emprendió una nueva campaña militar para reanudar la guerra en Granada, un conflicto que había comenzado en el reinado de su padre Juan II, pero que se había detenido durante los años del gobierno del nuevo monarca. En este contexto, los nobles castellanos, incluido Pedro Fernández de Velasco, se vieron obligados a colaborar en la empresa para dar unidad al reino, luchando juntos contra el reino nazarí de Granada. Pedro, junto con su padre, formó parte de la campaña del asedio de Málaga, aunque esta resultó infructuosa. El cronista Alonso de Palencia documentó que durante esta campaña, Pedro se destacó entre los jóvenes nobles como uno de los más críticos con la dirección política de Enrique IV. La campaña y el asedio no solo pusieron de manifiesto las tensiones entre los nobles y el rey, sino que también marcaron el comienzo de un distanciamiento entre Pedro Fernández de Velasco y el monarca.

No obstante, el joven Pedro continuó siendo parte activa de la corte, y en el mismo año de 1455, asistió a la segunda boda de Enrique IV con Juana de Portugal, un evento que, aunque aparentemente favorable para la monarquía, no logró estabilizar las relaciones entre el rey y sus nobles. En 1456, Pedro, junto a su padre, se unió a la corriente de nobles que se oponían a la aplicación de un impuesto gravoso por parte de Diego Arias Dávila, el converso contador mayor del rey. El impuesto tenía como propósito financiar la cruzada que Enrique IV había solicitado a la Santa Sede. Este acto de oposición a la política fiscal de Enrique IV fue un claro indicativo de la creciente desconformidad de Pedro con la gestión política del rey, lo que presagiaba los conflictos internos en la nobleza que pronto se desatarían.

A medida que los años avanzaban, Pedro Fernández de Velasco se fue destacando en la corte y las tierras castellanas, y su creciente posición en la política de la época le permitió formar alianzas estratégicas. En 1457, Pedro contrajo matrimonio con Mencía de Mendoza, hija de Íñigo López de Mendoza, el marqués de Santillana. Este matrimonio unió dos de los linajes más poderosos de Castilla, lo que fortaleció su posición en la corte. La unión con los Mendoza le dio a Pedro el respaldo de una de las casas más influyentes de la nobleza castellana, abriéndole las puertas a nuevas alianzas y recursos para fortalecer su poder y prestigio.

Tras este matrimonio, Pedro y Mencía de Mendoza participaron activamente en los eventos políticos de la corte, siendo testigos de las disputas internas que se desataron dentro del reino. En 1461, la familia Velasco, junto con otros linajes, se reunió con Enrique IV en Buitrago de Lozoya para discutir la rebelión del príncipe de Viana, Carlos de Aragón, quien se levantó contra su padre, el rey Juan II de Aragón. Esta rebelión fue uno de los episodios más complejos de la historia de la monarquía aragonesa, y la reacción de los nobles castellanos, incluida la familia Velasco, fue clave para mediar en los conflictos entre las dos coronas. Sin embargo, los intentos de negociación entre los nobles castellanos y Enrique IV no fueron suficientes para resolver la crisis, y las tensiones entre los diferentes sectores de la nobleza continuaron creciendo.

A pesar de su presencia en estas negociaciones, Pedro Fernández de Velasco no pudo evitar los conflictos internos que afectaban al reino. En 1464, su padre, el conde de Haro, ofreció a Pedro como rehén a Juan Pacheco, el marqués de Villena, para garantizar la integridad de la nobleza en una reunión con Enrique IV. Este episodio muestra que, a pesar de las tensiones, Pedro aún mantenía una cierta relación de respeto hacia el monarca, algo que cambiaría rápidamente en los años siguientes.

La política de alianzas y desavenencias continuó marcando la vida de Pedro Fernández de Velasco. Con el paso de los años, las discrepancias entre los nobles y el rey Enrique IV se hicieron más profundas, lo que culminó en la división del reino en dos bandos: los que apoyaban al rey y los que se alineaban con el hermano de Enrique IV, Alfonso el Inocente. Fue en este contexto de polarización política cuando Pedro Fernández de Velasco decidió tomar partido por Alfonso, un acto que marcaría el comienzo de su distanciamiento definitivo de la monarquía de Enrique IV.

En 1465, Pedro Fernández de Velasco proclamó la ciudad de Burgos como leal al hermano de Enrique IV, Alfonso, y tomó la ciudad bajo su control. Este acto de rebelión fue un punto de inflexión en su carrera, pues lo colocó en el centro de la guerra civil que se desató en Castilla. Sin embargo, a pesar de esta postura inicial en favor de Alfonso, la presión de su familia y la situación política cambiante lo obligaron a reconsiderar su lealtad. Durante los siguientes años, Pedro Fernández de Velasco se vería involucrado en una serie de movimientos políticos y militares que lo llevaron a cambiar de bando varias veces, lo que dejó claro su pragmatismo político en un periodo de inestabilidad.

Guerra civil y discordias internas

El ascenso de Pedro Fernández de Velasco en la nobleza castellana coincidió con uno de los periodos más turbulentos en la historia de Castilla: la Guerra Civil Castellana. Este conflicto no solo implicaba las luchas entre facciones nobiliarias, sino también la disputa por la legitimidad del trono entre los partidarios del rey Enrique IV y aquellos que apoyaban a su hermano Alfonso el Inocente, quien fue proclamado rey por un sector de la nobleza. Pedro, inicialmente aliado con el monarca, se vio rápidamente arrastrado a este enfrentamiento y, a pesar de sus intentos por mantener una postura moderada, acabó participando activamente en la rebelión.

A finales de junio de 1465, el desencadenante de la guerra civil se produjo con la conocida farsa de Ávila, un acto simbólico en el que los nobles, en su mayoría descontentos con el reinado de Enrique IV, decidieron deposear a su hermano del trono. En su lugar, los rebeldes proclamaron rey a Alfonso el Inocente, un niño de apenas 13 años, con la intención de que su juventud y su aparente inocencia representaran una mejor alternativa al régimen de Enrique IV. Esta situación agudizó las tensiones entre los diferentes sectores de la nobleza castellana, dividiendo el reino en dos bandos: los alfonsinos, que apoyaban la ascensión de Alfonso, y los enriqueños, leales al monarca legítimo.

Pedro Fernández de Velasco, a pesar de su aparente lealtad inicial hacia Enrique IV, se alineó con los alfonsinos, al menos en los primeros meses de la guerra civil. A finales de junio de 1465, tomó la ciudad de Burgos y la proclamó leal al nuevo monarca Alfonso XII de Castilla y León, convirtiéndose en uno de los principales líderes de la facción rebelde. Este acto de desafío hacia Enrique IV no solo significaba un cambio en la lealtad de Pedro, sino que también ponía en evidencia las fracturas dentro de la nobleza castellana. Pedro, apoyado por sus aliados, entre ellos los Mendoza y los Pacheco, fue reconocido como uno de los principales nobles que se oponían a Enrique IV.

El conflicto continuó con la intervención de Alfonso Carrillo, el arzobispo de Toledo y uno de los principales enemigos de Enrique IV. Pedro Fernández de Velasco se unió a Carrillo en 1466, en la toma de Portillo, un pequeño municipio cerca de la frontera con el reino de Aragón. Esta acción demostró su determinación en continuar luchando en el bando alfonsino, pero también alimentó la enemistad entre su linaje y los Mendoza, quienes se mantenían firmemente leales al rey Enrique IV. Los Mendoza, familiares de su esposa, Mencía de Mendoza, se sintieron traicionados por la postura de Pedro y comenzaron a presionar para que abandonara la causa alfonsina.

A medida que la guerra civil se intensificaba, las presiones internas y las consecuencias de la situación política comenzaron a influir en las decisiones de Pedro Fernández de Velasco. En 1467, durante una reunión entre los nobles castellanos y Enrique IV, Diego Hurtado de Mendoza, el segundo marqués de Santillana y cuñado de Pedro, lo instó a reconsiderar su postura y regresar al bando de Enrique IV. Los Mendoza, preocupados por las repercusiones políticas de la postura de Pedro, decidieron interceder para que este regresara al lado del rey legítimo. También influyó la influencia de su padre, el anciano conde de Haro, quien, aunque leal a Enrique IV, abogaba por una reconciliación que permitiera salvar la posición de los Velasco en la corte.

El cambio de bando de Pedro Fernández de Velasco no fue inmediato, pero en el verano de 1467, antes de la segunda batalla de Olmedo, Pedro decidió unirse nuevamente a las filas de los enriqueños. Este cambio de lealtad fue una maniobra pragmática que respondía a la necesidad de Pedro de asegurar su posición dentro de la corte, así como de buscar el favor del monarca para obtener beneficios políticos y económicos. La nobleza castellana en ese momento se regía por la conocida frase «Viva quien vence», y Pedro no fue ajeno a esta lógica de supervivencia política que predominaba entre los grandes señores.

La segunda batalla de Olmedo, ocurrida en 1467, marcó un hito en la guerra civil, ya que fue la confrontación decisiva entre las fuerzas de Enrique IV y los partidarios de Alfonso el Inocente. Aunque Pedro Fernández de Velasco no participó directamente en la batalla, su cambio de lealtad a última hora hizo que su contribución al bando de Enrique IV fuera crucial para la victoria en la contienda. Después de la derrota de los alfonsinos y la muerte de Alfonso el Inocente en 1468, Pedro se comprometió plenamente con el rey Enrique IV, aunque las tensiones con los Mendoza no desaparecieron, dado que ellos seguían siendo los aliados más cercanos de la reina Juana, la hermana de Alfonso.

Una vez muerto Alfonso el Inocente en 1468, la situación política de Castilla quedó aún más fragmentada. A pesar de la aparente victoria de los enriqueños, la guerra civil no terminó. La cuestión sucesoria seguía siendo un tema delicado, y Pedro Fernández de Velasco, como muchos otros nobles, fue consciente de que su posición dependía de la figura de la joven Isabel de Castilla, hermana de la difunta princesa Juana. La rivalidad entre los dos bandos dinásticos, el alfonsino y el enriqueño, no solo afectó las relaciones entre las distintas casas de la nobleza, sino que también condicionó el futuro de la política castellana.

En 1469, Pedro Fernández de Velasco intervino nuevamente en el proceso de la sucesión, alineándose con la política matrimonial de Enrique IV. El rey había proyectado el matrimonio de su hermana, Isabel, con el rey de Portugal, Alfonso V, para asegurar la estabilidad del reino. Pedro, aunque consciente de las tensiones dentro de la corte, era un firme defensor de este acuerdo, ya que consideraba que una unión entre Castilla y Portugal fortalecería la posición de Enrique IV. Sin embargo, la oposición de la propia Isabel y de sus consejeros cercanos, quienes preferían una unión con Fernando II de Aragón, pronto convirtió este matrimonio en un tema de división. Pedro Fernández de Velasco fue el encargado de viajar hasta Yepes (Toledo) para intentar convencer a Isabel de la conveniencia de este enlace con Alfonso V, aunque, según el cronista Alonso de Palencia, el trato con la princesa no fue bien recibido y, al contrario, causó una gran humillación a Isabel.

A pesar de los esfuerzos de Pedro, el matrimonio entre Isabel y Fernando de Aragón se consumó en 1469, y la situación política en Castilla empezó a cambiar de manera significativa. Pedro Fernández de Velasco, aunque en un primer momento mostró un apoyo a los Reyes Católicos, no logró conseguir el favor de Isabel en las mismas condiciones que su padre había hecho con Enrique IV. No obstante, su posición como uno de los nobles más influyentes del reino le permitió mantenerse a flote en el convulso mar político de la época.

Conde de Haro y Condestable de Castilla

La vida de Pedro Fernández de Velasco dio un giro trascendental en 1469, cuando su padre, el conde de Haro, falleció, lo que le permitió ascender al título de conde de Haro y asumir el liderazgo de la familia Velasco en la corte castellana. La muerte de su padre coincidió con una de las etapas más convulsas de la historia política de Castilla, marcada por la transición entre el reinado de Enrique IV y la consolidación de los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. En este periodo, la figura de Pedro, como nuevo conde de Haro, adquirió gran relevancia, pues no solo fue un protagonista en la reconfiguración de la nobleza castellana, sino que también intervino de manera decisiva en la resolución de las crisis dinásticas y políticas que se vivían en la península ibérica.

A la muerte de su padre, Pedro Fernández de Velasco se hizo cargo de los territorios familiares y, por lo tanto, asumió el control del condado de Haro y otras propiedades señoriales. Este cambio de mando lo situó en una posición de gran poder, no solo por su influencia política en la corte, sino también por su control sobre un extenso patrimonio territorial. Su matrimonio con Mencía de Mendoza, hija del marqués de Santillana, refuerza su figura como un hombre clave de la nobleza castellana. La alianza con los Mendoza no solo le proporcionó apoyo en la corte, sino que también le brindó un respaldo militar y económico fundamental en los momentos más críticos de su carrera.

En 1470, Pedro dejó el control directo de sus dominios a su esposa, Mencía de Mendoza, para poder continuar su carrera política en la corte de Enrique IV. A pesar de las tensiones entre los miembros de la nobleza, Pedro supo mantener una posición privilegiada dentro de la corte. Su habilidad para navegar entre las facciones enfrentadas, en un reino dividido por disputas internas, le permitió ascender rápidamente en la jerarquía nobiliaria. Su lealtad al monarca, y su participación en las decisiones más trascendentales del reino, le otorgaron un papel fundamental en los acontecimientos políticos de la época.

Un momento clave en la carrera de Pedro fue su ascenso al puesto de condestable de Castilla en 1473. Este título, obtenido tras la muerte de Miguel Lucas de Iranzo, representaba uno de los cargos más prestigiosos de la nobleza castellana, con un papel esencial en el ejército y en la administración del reino. De hecho, desde este momento, la condestablía de Castilla se convirtió en un cargo hereditario para los Velasco, un hecho que consolidó la posición de la familia en la cúspide de la nobleza castellana. Esta designación como condestable no solo fue un reconocimiento a sus méritos, sino también un símbolo de su lealtad hacia la monarquía de los Reyes Católicos, un acto que selló su vinculación con el futuro de Castilla.

El papel de Pedro Fernández de Velasco en la corte de los Reyes Católicos fue significativo no solo por su cargo, sino también por su participación activa en los asuntos militares del reino. Con el acceso a la condestablía, Pedro se convirtió en una de las figuras clave en las decisiones militares y en la organización de las fuerzas armadas del reino. Su lealtad a Isabel de Castilla y Fernando de Aragón fue esencial en los primeros años de su reinado. Fue uno de los nobles que más rápidamente juró fidelidad a Isabel tras la muerte de Enrique IV, un gesto que le permitió asegurar su posición en el recién formado reino de los Reyes Católicos.

Además de su lealtad a Isabel y Fernando, Pedro también jugó un papel clave en las guerras de sucesión que tuvieron lugar después de la muerte de Enrique IV, la denominada guerra de las banderas. En 1475, Pedro Fernández de Velasco desempeñó un papel fundamental en la toma de Burgos para la causa isabelina, un acto decisivo en el conflicto entre los partidarios de Isabel y los que apoyaban a la Beltraneja, la hija de Juana de Portugal, que pretendía ocupar el trono de Castilla. La lucha por el control de las ciudades clave en el reino fue uno de los aspectos fundamentales de la guerra, y la participación de Pedro en la toma de Burgos marcó un punto de inflexión en la defensa de la monarquía de los Reyes Católicos.

En este contexto de conflicto, Pedro también jugó un papel relevante en la defensa de las fronteras castellanas. La lucha contra las incursiones francesas fue uno de los grandes desafíos de la época, especialmente con la participación del reino de Francia en los asuntos de Castilla. En este escenario, Pedro Fernández de Velasco se destacó como comandante de la caballería castellana, enfrentándose a las tropas francesas en la zona de Fuenterrabía en 1475, donde sus acciones fueron cruciales para repeler la invasión. La importancia de esta intervención no solo fue militar, sino también simbólica, pues consolidó a Pedro como un defensor clave de los intereses castellanos en el norte de la península.

El apoyo de Pedro a los Reyes Católicos se extendió a otros aspectos de la política interna de Castilla. En 1477, fue uno de los nobles que acompañó a Isabel y Fernando en su viaje a Andalucía, donde la monarquía buscaba asegurar la lealtad de los nobles locales, como Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, un aliado estratégico para los Reyes Católicos en la región. Durante esta gira por el sur de España, Pedro continuó desempeñando un papel destacado como consejero y aliado de los monarcas, colaborando en la consolidación del poder real en una región que aún era un terreno conflictivo, dada la presencia de facciones leales a Juana la Beltraneja y a otros rivales.

El vínculo entre los Reyes Católicos y Pedro Fernández de Velasco se consolidó aún más en 1478, cuando Pedro González de Mendoza, cardenal de España, y Pedro Fernández de Velasco organizaron una reunión en Madrid para tratar de atraer a los últimos nobles que quedaban leales a los partidarios de la Beltraneja. A través de esta reunión, se buscaba una estrategia para consolidar la supremacía de Isabel y Fernando, y asegurar su control definitivo sobre el reino. Pedro participó activamente en estas intrigas políticas, utilizando su influencia para neutralizar a los opositores y garantizar el dominio de los Reyes Católicos en la corte.

El mecenazgo cultural también fue una de las facetas que distinguió a Pedro Fernández de Velasco. Aunque era conocido principalmente por su habilidad política y militar, Pedro también mostró un gran interés por las artes y las letras. Su relación con el cronista Hernando del Pulgar, que se convirtió en su consejero cercano y amigo, es un buen ejemplo de su apoyo a la cultura y el humanismo renacentista que comenzaba a aflorar en la España medieval. Pulgar dedicó a Pedro su obra Glosas a las Coplas de Mingo Revulgo, lo que muestra la cercanía y el aprecio que existía entre ellos.

Además de su relación con Hernando del Pulgar, Pedro Fernández de Velasco fue también un mecenas del incipiente humanismo castellano, algo que se reflejó en su biblioteca personal. Como heredero de una familia con tradición en la corte, Pedro se encargó de conservar y ampliar la biblioteca familiar, la cual se encontraba entre las más destacadas de la nobleza castellana. Este interés por el saber y el arte reflejaba el enfoque más amplio de la nobleza castellana del momento, que no solo se enfocaba en el poder militar y político, sino que también se interesaba por el enriquecimiento cultural y artístico.

La figura de Pedro Fernández de Velasco, entonces, no se limitó a un papel militar o político. Su capacidad para maniobrar en la compleja política de la época, su lealtad a los Reyes Católicos y su influencia en la consolidación de la monarquía en Castilla lo convirtieron en uno de los personajes más relevantes de su tiempo. Además, su interés por la cultura y el mecenazgo también contribuyó a su legado, consolidándose como una figura clave tanto en los campos de la política y la guerra como en la cultura.

Al servicio de los Reyes Católicos

El papel de Pedro Fernández de Velasco en la corte de los Reyes Católicos fue fundamental durante las primeras décadas del reinado de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. A lo largo de su carrera, se consolidó como uno de los más fieles colaboradores de los monarcas, quienes apreciaban su habilidad para moverse con destreza en las complejas dinámicas de poder de la época. Si bien la lealtad de Pedro hacia la pareja real fue clara, su actuación en las primeras fases de su gobierno fue marcada por su pragmatismo político, un factor que le permitió manejar con acierto las transiciones de poder y las situaciones complicadas.

Cuando Enrique IV falleció en 1474, la situación en Castilla era muy incierta. Isabel, hermana del fallecido rey, fue proclamada reina por sus seguidores, pero la oposición de los partidarios de Juana la Beltraneja, apoyados por el rey Alfonso V de Portugal, puso en peligro su acceso al trono. Durante esta etapa de inestabilidad, Pedro Fernández de Velasco fue uno de los nobles que rápidamente juró lealtad a Isabel y la acompañó en su coronación en Segovia, en un acto que sellaba su alianza con la nueva monarquía. Esta rápida fidelidad a los Reyes Católicos no fue solo un gesto político, sino también una manifestación de la pragmática visión de Pedro sobre el futuro de Castilla. Con la muerte de Enrique IV y el conflicto dinástico en pleno auge, era evidente que el reino necesitaba estabilidad y un liderazgo firme, algo que Isabel representaba para los nobles castellanos que deseaban consolidar la paz en la región.

Una de las primeras contribuciones de Pedro al nuevo régimen de los Reyes Católicos fue su participación en la toma de Burgos en 1475. Durante la guerra de sucesión, Burgos se convirtió en una plaza clave para los bandos enfrentados, pues su control significaba la posesión de una de las ciudades más estratégicas de Castilla. Pedro, como conde de Haro y condestable de Castilla, desempeñó un papel crucial en la captura de la ciudad, que estaba bajo el control de los partidarios de Juana la Beltraneja. Esta victoria no solo permitió a los Reyes Católicos avanzar en la consolidación de su poder, sino que también destacó la capacidad de Pedro para liderar y coordinar las operaciones militares en momentos críticos.

En ese mismo periodo, Pedro continuó desempeñando un rol activo en el campo militar, organizando las tropas castellanas para enfrentar a los franceses que apoyaban a los partidarios de Juana. Una de sus intervenciones más significativas tuvo lugar en Fuenterrabía, donde, como comandante de la caballería castellana, lideró las fuerzas en la lucha contra las incursiones francesas. Su habilidad estratégica en estas confrontaciones reafirmó su posición dentro del círculo de confianza de los Reyes Católicos, quienes ya contaban con él como uno de sus principales colaboradores en asuntos tanto políticos como militares.

A lo largo de su carrera al servicio de los Reyes Católicos, Pedro Fernández de Velasco también desempeñó una función esencial en la política interna de Castilla. En 1477, se unió a Pedro González de Mendoza, cardenal de España, para tratar de atraer a los nobles disidentes que aún se mantenían leales a los Austrias o a los intereses portugueses. En esta operación diplomática, Pedro trabajó para consolidar la victoria de los Reyes Católicos, ofreciendo pactos de rentas, tierras y matrimonios ventajosos para los principales nobles del reino. Esta capacidad para manejar las negociaciones y garantizar la estabilidad interna del reino fue clave para el éxito de los monarcas en los primeros años de su reinado.

Otro de los momentos decisivos en la carrera de Pedro Fernández de Velasco fue su intervención en las cortes de Toledo de 1480, donde se discutieron diversas reformas políticas y sociales para fortalecer la autoridad real. Durante estas cortes, Pedro fue una figura influyente en la toma de decisiones que afectaban a la estructura del poder en Castilla. Si bien la figura de los Reyes Católicos fue dominante, la colaboración de figuras clave como Pedro permitió que la monarquía consolidara su poder de manera eficaz en todo el reino.

Además de su importancia en la política interna, Pedro también fue esencial en los esfuerzos de los Reyes Católicos por avanzar en la reconquista de Granada. La toma de Granada representaba no solo una victoria militar y simbólica para la monarquía de los Reyes Católicos, sino también el cierre definitivo de una de las luchas más largas y complicadas de la historia de la península ibérica. Pedro, que había participado en la defensa de Castilla y la lucha contra los moros, fue enviado a la zona sur para coordinar las tropas y las estrategias militares en los últimos años de la guerra. A pesar de su avanzada edad, Pedro mostró una enorme dedicación a la causa, trabajando incansablemente para asegurar la victoria final.

El compromiso de Pedro con la causa de los Reyes Católicos fue tan fuerte que, incluso cuando los monarcas se vieron obligados a ausentarse del reino para continuar con la guerra en Granada, él aceptó el honor de asumir el puesto de gobernador de Castilla en su ausencia. Aunque muchos otros nobles hubieran considerado este cargo como un honor al que aspirar, Pedro prefirió quedarse en la retaguardia, ya que su sentido del deber hacia los Reyes Católicos y el reino era superior a sus intereses personales. En este sentido, Pedro se mantuvo fiel a los monarcas, sin buscar ganar poder para sí mismo, sino actuando siempre como un servidor leal.

En los últimos años de su vida, Pedro Fernández de Velasco también se vio envuelto en la intriga y la diplomacia de la corte. Aunque la guerra de Granada había sido ganada, la política interna de Castilla seguía siendo volátil. En 1485, Pedro formó parte del séquito del príncipe Juan, heredero de los Reyes Católicos, en un viaje a Toledo, donde el príncipe fue jurado como legítimo heredero del reino por las Cortes. Este acto marcó el fortalecimiento de la dinastía de los Reyes Católicos, y Pedro, como parte de la corte, se convirtió en un apoyo fundamental para consolidar el poder real en la figura del joven príncipe.

En 1488, Pedro Fernández de Velasco aún desempeñaba su rol como gobernador de Castilla, a pesar de su avanzada edad. Sin embargo, ya estaba claro que su salud comenzaba a deteriorarse. La política de Castilla seguía marcada por las decisiones estratégicas de los Reyes Católicos, pero la participación de Pedro en los asuntos del reino comenzó a disminuir. En ese periodo, su hijo Bernardino Fernández de Velasco asumió una mayor presencia en los círculos políticos y militares, preparando su propio camino como séptimo condestable de Castilla.

En las últimas etapas de su vida, Pedro Fernández de Velasco se retiró gradualmente de la vida pública. Sin embargo, su legado como uno de los más grandes nobles de su tiempo perduró. Fue considerado un hombre sabio, capaz de discernir los momentos de cambio con la agudeza política que le permitió sobrevivir en un ambiente tan competitivo y tumultuoso. La confianza que los Reyes Católicos depositaron en él, su papel fundamental en la consolidación de su reinado y su influencia en las decisiones clave de la época le aseguraron un lugar en la historia como uno de los más importantes condestables de Castilla.

La muerte de Pedro Fernández de Velasco, ocurrida en Burgos en 1492, coincidió con la culminación de la reconquista de Granada, el último gran acto militar de los Reyes Católicos. Aunque ya no participó directamente en los eventos finales de la guerra, su influencia política y militar perduró, dejando un legado en la historia de la Castilla medieval.

Descendencia, legado y valoración

La figura de Pedro Fernández de Velasco, Conde de Haro y Condestable de Castilla, no solo se define por su capacidad para maniobrar en los intrincados laberintos de la política castellana, sino también por el legado que dejó a través de su descendencia. Tras su muerte en Burgos el 6 de enero de 1492, su influencia continuó en el ámbito político y militar de la Castilla de los Reyes Católicos, pues su linaje se consolidó como uno de los más poderosos y respetados del reino. El papel de Pedro, tanto en la corte como en el campo de batalla, dejó una huella profunda en la historia de la nobleza castellana, cuyas repercusiones se extenderían más allá de su vida.

A través de su matrimonio con Mencía de Mendoza, hija de Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, Pedro Fernández de Velasco no solo consolidó una de las más grandes alianzas matrimoniales de la época, sino que también garantizó la continuidad de su linaje en la alta nobleza de Castilla. Los Mendoza, una familia de gran influencia en la corte y en la política castellana, fueron fundamentales para el ascenso de los Velasco, lo que fortaleció el poder de Pedro dentro de las luchas dinásticas y políticas que marcaron la época de los Reyes Católicos. De este matrimonio nacieron varios hijos, quienes continuaron con el legado de su padre y desempeñaron roles significativos en la política, la nobleza y la guerra de su tiempo.

Uno de los primeros sucesores de Pedro fue su hijo Bernardino Fernández de Velasco, quien se convirtió en séptimo condestable de Castilla tras la muerte de su padre. Bernardino, quien asumió el liderazgo del linaje Velasco, continuó con la tradición familiar y consolidó el poder de su casa, a menudo aprovechándose de las mismas tácticas políticas y militares que su padre había utilizado para lograr el éxito. La ascendencia de Bernardino no solo se limitó al condado de Haro, sino que también se extendió a duque de Frías, un título que los Reyes Católicos le otorgaron en reconocimiento a su lealtad y a sus servicios. Esta ascensión a la alta nobleza simbolizó el clímax del poder de los Velasco, que pasaron de ser nobles de linaje a una de las familias más poderosas de la Castilla de finales del siglo XV.

Íñigo Fernández de Velasco, otro hijo de Pedro, sucedió a Bernardino en el condado de Haro y el ducado de Frías tras su temprana muerte en 1512. La sucesión dentro de la familia Velasco fue fluida, con los descendientes de Pedro manteniendo el poder y la influencia que él había ganado durante su vida. Los Velasco continuaron siendo una de las casas más importantes de la corte castellana, participando activamente en los eventos más significativos de la historia de España durante el Renacimiento. La presencia de la familia en la corte, en los ejércitos y en los movimientos dinásticos continuó, garantizando la prominencia de su linaje durante las décadas siguientes.

Además de Bernardino e Íñigo, Pedro tuvo varios otros hijos que se destacaron por sus matrimonios estratégicos y por su implicación en las redes de poder de la nobleza castellana. Entre ellos se encontraban Beatriz de Velasco, quien se casó con Garci Fernández Manrique, marqués de Aguilar; Catalina de Velasco, quien contrajo matrimonio con Pedro de Estúñiga y Avellaneda, conde de Miranda; María de Velasco, que se casó en dos ocasiones, primero con Juan Pacheco, marqués de Villena, y luego con Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque; Leonor de Velasco, quien se casó con Juan Téllez Girón, conde de Ureña; Mencía de Velasco, quien se hizo monja en el monasterio de Santa Clara de Briviesca; e Isabel de Velasco, quien se casó con Juan de Guzmán, duque de Medina Sidonia. Estos matrimonios fueron fundamentales para reforzar la posición de la familia Velasco dentro de la red de poder y alianzas políticas que caracterizaba a la nobleza castellana de la época.

A través de sus hijas, los Velasco lograron extender su influencia en los círculos más altos de la nobleza, creando una red de parentesco que los vinculó con algunas de las casas más poderosas de Castilla. Las alianzas matrimoniales fueron una forma de consolidar y aumentar el poder político de la familia, un fenómeno que fue común entre los grandes linajes de la época. La familia Velasco, a través de estos matrimonios, se aseguró de mantener una presencia continua en las cortes y en los círculos de poder, lo que les permitió jugar un papel clave en los eventos que marcarían el rumbo de España en los siglos siguientes.

En términos de legado, Pedro Fernández de Velasco dejó una huella no solo a través de su descendencia, sino también mediante su mecenazgo cultural. A pesar de que la mayoría de los cronistas y contemporáneos de la época lo recordaron principalmente como un líder militar y político, su interés por la cultura y las artes fue igualmente importante. Pedro, como muchos nobles de su tiempo, fue un gran mecenas de las artes y las letras, y su relación con el cronista Hernando del Pulgar es uno de los ejemplos más claros de su apoyo a la intelectualidad castellana. Hernando del Pulgar, quien fue un cercano amigo y consejero de Pedro, le dedicó su obra Glosas a las Coplas de Mingo Revulgo, lo que demuestra la conexión entre la familia Velasco y el incipiente humanismo en Castilla.

Pedro también heredó una de las bibliotecas más importantes de su tiempo, un patrimonio literario que fue cuidadosamente conservado y ampliado. La biblioteca del Conde de Haro era un reflejo de la cultura de la nobleza castellana del Renacimiento, que buscaba no solo el poder militar y político, sino también el cultivo del saber. La biblioteca de Pedro se convirtió en un centro de conocimiento, en el que se almacenaban libros de diversa índole, desde textos teológicos y filosóficos hasta obras literarias y científicas. Esta afición por el conocimiento no solo reflejaba los valores culturales de la época, sino que también dejaba claro el compromiso de Pedro con el desarrollo de la ciencia y la cultura en su país.

El legado cultural de Pedro también puede observarse en su relación con otros escritores y figuras del Renacimiento. Además de su vínculo con Hernando del Pulgar, Pedro tuvo contacto con escritores como Hernando del Castillo, quien, en su Cancionero General, le dedicó un breve poema sobre el «penacho de penas», un símbolo literario de la época. Este tipo de intercambios culturales muestra el interés de Pedro por las nuevas corrientes literarias que emergían en Castilla y su deseo de estar al tanto de las tendencias intelectuales del momento.

La muerte de Pedro Fernández de Velasco en 1492, en el mismo año en que Cristóbal Colón llegaba al Nuevo Mundo, marcó el fin de una era en la historia de Castilla. Sin embargo, su legado perduró mucho después de su fallecimiento, tanto en términos políticos como culturales. La familia Velasco continuó ejerciendo una influencia significativa en la corte de los Reyes Católicos y en la política castellana, y sus descendientes seguirían ocupando cargos importantes en la corte y en el ejército durante los siglos venideros.

A nivel de valoración histórica, Pedro Fernández de Velasco es recordado como uno de los grandes condestables de Castilla, un hombre de gran astucia política y habilidad militar. Su capacidad para adaptarse a los cambios de poder y su habilidad para navegar entre las intrincadas alianzas de la nobleza castellana lo convirtieron en una de las figuras más destacadas de su época. Además, su dedicación al bienestar de su familia y su afán por preservar el legado cultural de su linaje lo aseguran como un personaje clave en la historia de la nobleza castellana.

La figura de Pedro Fernández de Velasco es un símbolo del poder y la influencia de la nobleza en la Castilla medieval, un periodo de grandes transformaciones que llevaría al reino a convertirse en una de las principales potencias de Europa. Su vida y legado son, sin duda, un reflejo de la complejidad y riqueza de la historia de España durante la Edad Media.


Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Pedro Fernández de Velasco (1430–1492): El Noble Estratega de Castilla y Condestable de los Reyes Católicos". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/fernandez-de-velasco-pedro-conde-de-haro [consulta: 6 de octubre de 2025].