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LiteraturaBiografía

Fernández de Avellaneda, Alonso (s. XVI).

Seudónimo bajo el que apareció en 1614 en Tarragona el Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida, y es la quinta parte de sus aventuras, escrito por el Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas. Nada más sabemos de este autor. Cervantes, en la Segunda parte del Quijote, nos dice de él que era aragonés, y no de Tordesillas, como se afirma en la portada de su obra. Los críticos que se han ocupado de la obra han intentado descubrir el auténtico autor que se encubre bajo el seudónimo de Alonso Fernández. Baños y Baig rechaza la idea de que se trate de un seudónimo y adjudica la obra a fray Alonso Fernández, dominico natural de Palencia. Pero esta atribución ha sido rechazada por todos los críticos posteriores. A partir de aquí se han sugerido una gran cantidad de nombres, casi todos ellos de escritores aragoneses de la época. En el siglo XIX, Adolfo de Castro, Juan Eugenio de Hartzenbusch y Aureliano Fernández Guerra, entre otros, defendieron la autoría de fray Luis de Aliaga, dominico aragonés, confesor de Felipe III, al que se conocía en los ambientes de palacio como Sancho Panza, pero sólo en 1621 se conoció este apodo. Ceán Bermúdez y Díaz de Benjumea piensan que se trata de Juan Blanco de Paz, delator de Cervantes, aunque no presentan pruebas suficientes. A. Germond de Lavigne y Teófilo Braga lo atribuyen a los poetas aragoneses Bartolomé y Lupercio Leonardo de Argensola. También en el siglo XIX Adolfo de Castro atribuyó la obra a Juan Ruiz de Alarcón, a la que se sumó ya en este siglo Blanca de los Ríos. También fue adjudicada a Francisco López de Úbeda, autor de La pícara Justina. Menéndez Pelayo la atribuye a Alfonso Lamberto, poeta aragonés que participó en dos certámenes poéticos, en los que intervino también un estudiante al que se conoce con el apodo de Sancho Panza, y fue este poeta aragonés el unicó que se halló presente en ambos certámenes. Otros autores áureos a los que se les ha atribuido la paternidad son: Lope de Vega, Guillén de Castro o Francisco de Quevedo.

Martín de Riquer, en la introducción de su edición de la novela, saca las siguientes conclusiones sobre el autor: se trata de un hombre piadoso, de catolicismo contrarreformista y devoto del rosario, como lo demuestra la importancia que se le da en la obra, sobre todo en las dos novelas insertadas; de origen aragonés, como lo demuestran su perfecto conocimiento de la geografía aragonesa, en la que se mueve don Quijote frente al desconocimiento de la manchega, y los frecuentes aragonesismos del texto, presente en las palabras (tomar la mañana, repostón, de repapo, sorbiscones, pasar el rosario, etc) o en las construcciones sintácticas (en + gerundio, en + infinitivo, etc); que estudió o residió en Alcalá de Henares, ciudad que demuestra conocer muy bien; que sentía especial animadversión hacia Cervantes por haber aparecido en sinónimos en la primera parte del Quijote; y, por último, que era un gran admirador de Lope de Vega. Para Martín de Riquer todas estas características las reúne el soldado y escritor aragonés Jerónimo de Passamonte. Según Martín de Riquer, Jerónimo de Passamonte, que había sido compañero de armas de Cervantes, debió leer el Quijote de Cervantesen Nápoles y vio cómo aparecía denigrado bajo el nombre de Ginés de Passamonte, y que había escrito la Vida de Gerónimo de Passamonte. Los datos en los que se basa son: Gerónimo de Passamonte y el autor del Quijote apócrifo son aragoneses; ambos escriben en castellano, lleno de aragonesismos, con algunos tics y rasgos gramaticales comunes; ambos son profundamente religiosos y devotos del rosario; el autor del Quijote apócrifo acusa a Cervantes de haberlo ofendido con «sinónomos voluntarios»; el rompimiento del voto religioso, grave caso de conciencia en la vida espiritual de Gerónimo de Passamonte, constituye el tema esencial de las dos novelas intercaladas; en el capítulo IV del Quijote apócrifo se denigra a Cervantescomo marido consentido, acusación que parte de Lope y que propaló en Nápoles Gabriel de Barrionuevo, y que así debió llegar a oídos de Passamonte; Gerónimo de Passamonte se inscribió como cofrade de la Madre de Dios del Rosario Bendito en Calatayud, y en el Quijote apócrifo un canónigo bilbilitano se propone asentarse en la cofradía del Rosario de Calatayud; existe coincidencia entre las intitulaciones de Vida y trabajos de Gerónimo de Passamonte y Los trabajos de Persiles y Sigismunda, de Cervantes, con don Quijote «el Cavallero de los Trabajos»; Gerónimo de Passamonte relata que estando en Madrid reposó junto a la fuente del Caño Dorado, algo que también hace don Quijote en la novela apócrifa. Pero no hay ningún dato que nos permita identificar con certeza absoluta al autor de la novela.

Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

La novela comienza con don Quijote en su casa de Argamesilla recuperándose de su última salida, por lo que «fue metido en un aposento con una muy gruesa y pesada cadena al pie; adonde, no con pequeño regalo de pistos y cosas conservativas y sustanciales, le volvieron poco a poco a su natural juicio». Avellaneda da como nombre del personaje don Martín Quijada y a su sobrina la denomina Madalena, aunque ésta muere como consecuencia de unas calenturas de agosto «de las que los físicos llaman efímeras». Aparece en el pueblo don Álvaro de Tarfe que va camino de Zaragoza para participar en unas justas que se celebran en la capital aragonesa. Don Quijote escribe una carta de amor a Dulcinea del Toboso a la que responde Aldonza Lorenzo rechazando a don Quijote, que, a partir de entonces, pasa a llamarse el Caballero Desamorado. Decide salir otra vez y dirigirse a Zaragoza a participar en las justas de las que le había hablado Tarfe. En la venta del ahorcado reta al mesonero, al que en su locura confunde con un enemigo, aunque Sancho le convence y pasan allí la noche. En la plaza de Ariza fija un cartel desafiando a los caballeros que digan que las damas deberían ser amadas. Cerca de Ateca ataca a un melonero al que confunde con Roldán, que derriba a don Quijote con una honda y al que después, con la ayuda de otros, da una gran paliza. En el pueblo lo recoge mosén Valentín, al que confunde con el sabio Lirgando, y con él pasa ocho días. Por este accidente, llegan con ocho días de retraso a Zaragoza, y don Quijote intenta liberar a un ladrón que es azotado públicamente, por lo que es apresado y condenado a vergüenza pública. Don Álvaro de Tarfe lo libera y le cuenta que va a celebrarse una sortija en el Coso en la que triunfa don Quijote. En casa de don Carlos aparece el secreterio de éste dentro de uno de los gigantes del Corpus haciéndose pasar por el gigante Bramidán de Tajayunque, que reta al Caballero desamorado a un combate en el Pilar, aunque más adelante el lugar elegido es Madrid. Camino de Madrid, se encuentran con Antonio de Bracamonte, soldado que vuelve de Flandes, y a un ermitaño, fray Esteban. Sestean cerca de Calatayud con unos canónigos y un jurado de la ciudad. Durante este tiempo Bracamonte narra la historia del Rico desesperado, y fray Esteban la de los Felices amantes. Camino de Alcalá encuentran atada a un árbol a Bárbara, una mondonguera de Alcalá, a la que don Quijote identifica con la reina de las amazonas Zenobia. En Sigüenza Sancho insulta a un alguacil y es encerrado en la cárcel, donde le llenan el cuerpo de piojos y le roban el dinero. Posteriormente se encuentran con una compañía teatral en una venta, en la que don Quijote confunde al director con su enemigo el sabio Frestón, al que ataca, pero es desarmado y echado al suelo por los actores de la compañía. En Alcalá convierte el paseo triunfal de un catedrático con un torneo o justa, y de nuevo vuelve a recibir una paliza, aunque la intervención del director de la compañía lo salva de más severo castigo. En Madrid es invitado por un noble a su casa, aquí don Quijote imagina ser el Cid Campeador y Fernán González. Se encuentra otra vez en Madrid con don Álvaro de Tarfe y don Carlos que continúan con la broma de Bramidán de Tajayunque. Le presentan a un noble al que hacen pasar por el Gran Archipámpano de Sevilla, que quiere que Sancho Panza y su mujer Mari Gutiérrez se queden a su servicio. El mismo noble consigue que Bárbara ingrese en una casa de «mujeres recogidas». Don Quijote se convierte en «universal entretenimiento de la corte». El día de su enfrentamiento con el gigante Bramidán, éste se convierte en la princesa Burlerina, hija del rey de Toledo y sobrina del mago Alquife, que es perseguida por el príncipe de Córdoba. De esta manera, don Quijote marcha a Toledo acompañado de don Álvaro que, con engaños consique ingresarlo en la casa del Nuncio en Toledo. Aquí termina la narración, aunque Fernández de Avellaneda adelanta que Martín Quijada volvió a enloquecer, salió para Castilla la Vieja, llevando como escudero a una mujer embarazada disfrazada de soldado. Recuerda que pasó por Salamanca, Ávila y Valladolid, llamándose el Caballero de los trabajos.

La novela de Fernández de Avellaneda es una continuación del Quijote de Cervantes, escrita por un escritor que manifiesta animadversión hacia su predecesor, al que acusa de manco y deslenguado: «pues confiesa de sí que tiene sola una, y hablando tanto de todos, hemos de decir dél que, como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más lengua que manos»; y de cornudo: «Y pues Miguel de Cervantes es ya de viejo como el castillo de San Cervantes». En esta dirección continúa con el recurso cervantino de atribuir la obra a una traducción de la historia escrita por un áraba: Alisolán es el historiador que halló los anales escritos en lengua arábiga. Al final, como también había hecho Cervantes, refiere que no ha podido encontrar en los archivos de la Mancha más datos sobre la vida de Martín Quijana, y se limita después a comentar lo que ha podido recoger en tradiciones. Pero la continuación de Fernández de Avellaneda tiene sus características propias. La primera de ellas es la eliminación del personaje de Dulcinea del Toboso, a la que don Quijote escribe una carta con su sumisión que es contestada duramente por Aldonza Lorenzo con otra en la que afirma: «El portador desta había de ser un hermano mío, para darle la respuesta en las costillas con un gentil garrote». La respuesta produce la desilusión de Martín Quijada que, a partir de ese momento, se declara el Caballero Desamorado. Con esto, los hechos del protagonista dejan de tener la finalidad de los caballeros andantes y se convierten en meras locuras y extravagancias. Otra característica propia es la mayor recurrencia en los casos de desdoblamiento de la personalidad del protagonista, pero con la diferencia con respecto a su modelo de que los personajes en los que se desdobla pertenecen al romancero: así a la entrada de una venta cree ser Bernardo del Carpio y exhorta a las personas que se hospedan en ella a que le acompañen a Roncesvalles; también en el episodio en el que se encuentra en Madrid con un noble, al que denomina Perianeo de Persia, cree ser el Cid Campeador y más tarde el conde Fernán González, «primero conde de Castilla». Otra característica es que los ataques de locura del protagonista no guardan relación con episodios o personajes semejantes a los de los libros de caballerías, sino que son meros ataques de locura vehemente, en los que se comporta como un loco de atar; de hecho su locura es constante, no pasajera como en la novela cervantina, por lo que su deformación de la realidad no tiene respiros. También es personal la caracterización que Avellaneda hace de Sancho, al que convierte en un bobo, procaz y sin gracia desde el principio hasta el final de la obra. El personae de Avellaneda no cambia en el transcurso de la historia; todas sus actuaciones tienen como finalidad provocar la hilaridad de los personajes que lo rodean, en primera instancia, y sobre todo del lector. Avellaneda lo convierte en un típico bufón de corte en el que sobresalen su glotonería: «Tomó el capón, el cual estaba ya partido por sus junturas, y espetósele casi invisiblemente. Viendo la sutileza de sus dientes, los pajes dieron en vaciarle en la caperuza cuantos platos alcanzaban de la mesa, con lo cual se puso en breve rato Sancho hecho una trompa de París»; y su simplicidad, de la que se aprovechan los nobles para pasar buenos ratos. Otro rasgo personal es el de las dos historias intercaladas (la del Rico desesperado y el de Los felices amantes), en las que Fernández de Avellaneda con una concepción postridentina de la literatura pretende mostrar a los lectores lecciones de cristiana ejemplaridad: en la primera de ellas, monsiur de Japelín un estudiante libertino convertido por un domínico, abandona el conveto en el que había ingresado, se casa con una sobrina, de la que toma ventaja un soldado español, y termina con la muerte de los principales personajes de la historia por culpa de Japelín; la segunda, narra la caída en el pecado de Luisa, priora de un convento, por culpa de su primo Gregorio, un galán de monjas, pero que se salva por la intervención milagrosa de la Virgen. Otra diferencia entre las dos novelas es el carácter urbano de la continuación de Avellaneda; la novela se desarrolla fundamentalmente en tres ciudades: Zaragoza, Alcalá y Madrid, a las que se describe con cierto detalle, y en las que tienen lugar las principales aventuras del protagonista. El ambiente social en que se mueve también difiere del ambiente cervantino; Martín Quijada es durante gran parte de la novela un juguete de la nobleza aragonesa y madrileña: recordemos que es don Álvaro de Tarfe, caballero andaluz, el culpable de su salida, que son don Carlos y el mismo Tarfe los que se burlan de él en Zaragoza con el episodio de Bramidán de Tajayunque, que obliga a los protagonistas a abandonar la capital aragonesa y dirgirse a Madrid, adonde tienen que viajar don Carlos y don Álvaro, y que en Madrid dos nobles, bajo los nombres de Perianeo de Persia y el Gran Archipámpano de Sevilla, son los que montan todas las aventuras ridículas que les suceden a los protagonistas.

Pero también ha visto Martín de Riquer episodios en los que Cervantes parece imitar la novela de Avellaneda, lo que se justifica en el hecho incontrovertible de que éste último publicó su segunda parte en 1614 y Cervantes publicó la suya un año más tarde; así existen sospechosas coincidencias en ciertos detalles: Sancho escribe en las dos obras una carta a su esposa; don Quijote interrumpe con casi las mismas palabras la representación teatral en una venta (en un caso es una obra de Lope de Vega, en el otro el Retablo de Maese Pedro); el recurso del hombre que habla desde dentro de un gigante (en el caso de Avellaneda el del secretario de don Carlos dentro de un gigante, en el de Cervantes la cabeza parlante en Barcelona); un estudiante lee sus poesías a don Quijote en Avellaneda, el hijo de don Diego Miranda en el de Cervantes. Por último, un personaje del Quijote apócrifo aparece en el auténtico; se trata de don Álvaro de Tarfe, personaje del que se sirve Cervantes en el capítulo LXXII para demostrar que su versión es la auténtica, haciéndole declarar ante un alcalde «como no conocía a don Quijote de la Mancha, que asímismo estaba allí presente, y que no era aquel que andaba impreso en una historia intitulada Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas». Martín de Riquer resume los valores del Quijote de Avellaneda: «Cuanto más se penetra en Avellaneda se advierte que hay en él una actitud mental, literaria y de pensamiento, que le llevó a dar a su Quijote no tan sólo para continuar el de Cervantes, sino para oponerle otra ideología más afín, no a los tiempos, sino a la especial mentalidad contrarreformista, ortodoxa y a macha martillo y tradicionalmente piadosa del autor y de muchos de sus contemporáneos».

Bibliografía.

  • - Espín Rael, Joaquín, Investigaciones sobre el «Quijote» apócrifo, Madrid: Espasa-Calpe, 1952.

  • - Fernández de Avellaneda, Alonso, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ed. de F. García Salinero, Madrid: Castalia, 1971.

  • - Gilman, Stephen, Cervantes y Avellaneda: estudio de una imitación, México: Nueva Revista de Filología Hispánica, 1951.

  • - Riquer, Martín de, Cervantes, Passamonte y Avellaneda, Barcelona: Sirmio, 1988.

VICTORIANO RONCERO LÓPEZ.

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