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PolíticaHistoriaBiografía

Enrique de Aragón, Infante de Aragón (1399-1445).

Infante aragonés de origen castellano, maestre de la Orden de Santiago, marqués de Villena y conde de Ledesma. Nació en 1399 y murió en Calatayud (Zaragoza) hacia el 22 de mayo de 1445, a consecuencia de las heridas recibidas tres días antes en la batalla de Olmedo. Junto a sus hermanos, Alfonso el Magnánimo y Juan de Aragón, fue Enrique de Aragón tal vez el más famoso integrante del clan de los infantes de Aragón, los hijos de Fernando de Antequera, quienes protagonizaron gran parte del devenir político de ambos reinos peninsulares, Castilla y Aragón, durante la primera mitad del Cuatrocientos.

Primeros años

Enrique de Aragón fue el tercer hijo de Fernando de Antequera y de Leonor de Alburquerque, lo que, en principio, vedaba su aspiración a reinar por vía hereditaria. Sin embargo, el infante Enrique fue la pieza clave en los planes de su padre para el control de Castilla por la familia real aragonesa, sobre todo merced a sus títulos (marqués de Villena), posesiones, rentas y, en especial, por el dominio de la orden militar de Santiago. Antes de ello, Fernando de Antequera ya había intentado conseguir para su hijo algún enlace matrimonial ventajoso. Así, con tan solo tres años de edad, Enrique fue prometido en 1402 con la infanta Leonor de Portugal, hija de Juan I de Avís. No obstante, las reticencias de los lusos ante este enlace hicieron presión para que finalmente no se llevase a cabo.

Este revés significó que el destino del infante cambiase hacia otra dirección: la del maestrazgo de Santiago. Como había sucedido con su otro hermano, Sancho (maestre de la Orden de Alcántara desde el año anterior, con ocho años), en 1409 Fernando de Antequera aprovechó la muerte del maestre de la Orden de Santiago, Lorenzo Suárez de Figueroa, para proclamar a su hijo como nuevo máximo dirigente de la orden. Los planes paternos chocaron con la negativa de un gran número de freires, ya que la elección debían validarla los miembros de la congregación, pero Fernando de Antequera utilizó todos los medios de que disponía, como relata el historiador Rades y Andrada (op. cit., f. 56r):

Y para esto escrivió a todos los Trezes y a otros Comendadores; y aunque don Garci Fernández de Villagarcía, Comendador mayor de Castilla, le fue contrario porque pretendía ser Maestre, con todo esso los Trezes y Comendadores se juntaron en Bezerril y le dieron [i.e, a Enrique de Aragón] el hábito y Maestradgo, a lo qual finalmente dio su voto el dicho don Garci Fernández porque el infante don Fernando le dio quinientos mil maravedís. Mas, según después pareció, este su consentimiento no fue del todo voluntario.

En efecto, Garci Fernández de Villagarcía parece que olvidó el dinero obtenido y optó por presentar batalla contra los deseos de Fernando de Antequera sublevando las guarniciones que la orden poseía en Extremadura; pero la rápida intervención de Juan de Sotomayor, comendador de Alcántara, acabó por apaciguar la polémica. De esta manera, Enrique de Aragón quedó convertido en gran maestre de Santiago, aunque su edad, diez años, hizo que, de facto, fuese su padre quien manejase los hilos del más poderoso ejército castellano. Al dominio del maestrazgo hay que sumar que, como receptor de los bienes de su madre, doña Leonor, era conde de Alburquerque, lo que incluía unas ricas rentas y un extenso patrimonio territorial (Medellín, Ledesma, Alba de Liste, Ureña y, naturalmente, el propio Alburquerque).

A todo ello se le sumó el proyecto de matrimonio con la infanta Catalina de Castilla, hija de Enrique III y de la reina Catalina de Lancáster; por tanto hermana de Juan II y, a la sazón, prima hermana del propio maestre. La boda serviría para que Enrique de Aragón sumase a su patrimonio territorial y económico el marquesado de Villena, uno de los más ricos y codiciados señoríos castellanos, recibido en calidad de dote por la citada boda. Este poderío económico y esta posición fuerte en la política de Castilla queda reflejada en una de las habituales peticiones de dinero que un poeta cortesano de la época, Alfonso Álvarez de Villasandino, realizó a Enrique de Aragón, poema que fue recopilado por Juan Alfonso de Baena en el famoso cancionero que lleva su nombre:

Noble Infante de Aragón,
maestre de Santiago,
de quien yo toda sazón
mucho me contento e pago,
non lo ayades por falago,
mas dezid por quál razón
non resçibo galardón
de quanto digo nin fago,
o sacadme d'este lago
en que yago.

(Cancionero de Baena, ed. Dutton & González Cuenca, nº 70, p. 95).

El atraco de Tordesillas (1420)

Sin embargo, los proyectos tuvieron que esperar debido a ciertas desavenencias surgidas no sólo en el seno del Consejo Real, sino entre los propios hermanos, Juan y Enrique de Aragón, que no se ponían de acuerdo para elegir a quiénes les representarían en Castilla y que abocaron la tan ansiada por su padre unión de los infantes hacia un fracaso estrepitoso. En un intento de la facción castellana del Consejo Real opuesta al dominio aragonesista en Castilla, se sometió a propuesta la declaración de Juan II como mayor de edad en 1419, con el objeto de que el monarca comenzase su andadura en solitario al frente de los problemas de gobierno. Tal propuesta fue aceptada por las Cortes del reino celebradas en Madrid el 7 de marzo de 1419, lo que abrió un pequeño período de pugnas entre los infantes de Aragón, sus afines en Castilla y la nobleza contraria. Quizá queriendo solucionar con un golpe de efecto estas disquisiciones políticas que tan mal llevaba su carácter impaciente, Enrique de Aragón decidió arriesgarse con un atrevido plan: el secuestro del rey. Los acontecimientos se desencadenaron precipitadamente, desde el atraco de Tordesillas (14 de julio de 1420), en que Enrique de Aragón, evidenciando un cada vez mayor distanciamiento con su hermano Juan, decidió secuestrar a su primo, el monarca Juan II, en un intento por saltarse la vigilancia que los nobles castellanos opuestos al bando aragonesistas mantenían sobre el rey, y también guiado por sus intereses personales en alzarse con el dominio económico de Castilla, el rico marquesado de Villena. De esta forma, acompañado por sus más leales partidarios castellanos, como el condestable Ruy López Dávalos o el futuro conde de Buelna, Pero Niño, hizo prisioneros a Juan Hurtado de Mendoza y a Pedro de Mendoza, señor de Almazán, y levantó al rey de su cama para llevarle consigo como rehén, en espera de que se cumplieran sus intereses.

Juan de Aragón, que se hallaba en Navarra celebrando su boda con la princesa Blanca, montó en cólera cuando supo las noticias de Castilla y apresuró su regreso para instar a su hermano a abandonar tan descabellado plan. Pero Enrique siguió custodiando al rey Juan II, llevándoselo desde Tordesillas a Segovia y desde allí a Talavera de la Reina, lugar donde, en este período de semicautiverio del rey, también se celebró la boda entre Enrique de Aragón y la infanta Catalina de Castilla, con la consiguiente concesión del marquesado de Villena al infante. Pero el más grave error cometido por Enrique de Aragón fue ceder en que uno de los acompañantes de Juan II fuera su hombre de confianza en la corte, un por entonces semidesconocido paje llamado Álvaro de Luna. Con ayuda de varios nobles, don Álvaro logró evadir la vigilancia del maestre y fugarse con el rey el 29 de noviembre de 1420. Rota de esta forma la pretendida unión de todos los hermanos que tanto había deseado Fernando I de Aragón, Álvaro de Luna comenzó su hegemonía en la política castellana a partir de la caída en desgracia del infante Enrique tras su rebeldía por entregar a la Corona el marquesado de Villena (1421), que él reclamaba como dote por la boda con la infanta Catalina. Una vez en libertad, el rey convocó Cortes en Madrid, en noviembre de 1421, y exigió la presencia del infante Enrique. A pesar de que sus afines le aconsejaron lo contrario, el maestre se presentó ante el rey en Madrid el día 13 de junio de 1422. Apenas le dio tiempo a besarle la mano cuando dos guardias le hicieron prisionero y le condujeron al castillo de Mora (Toledo).

La prisión o fuga de gran parte del partido aragonesista de Castilla en 1422 fue la primera acción directa de Álvaro de Luna contra sus enemigos, pero no la única. Alfonso V dirigió duras epístolas a Juan II en que se criticaba la prisión del infante Enrique, llegando incluso a respirarse en el ambiente una amenaza de guerra entre Aragón y Castilla. En 1425, la entrada del Magnánimo en Castilla con todo un aparato militar forzó a ambas partes, aragonesistas y lunistas, a tomarse una tregua en las diferentes aspiraciones de ambos bandos. En conclusión, el infante fue liberado de su prisión toledana; desde ese momento, los infantes de Aragón, esta vez sí que todos a una, jugarían mejor sus cartas para conseguir, en 1427, el primer destierro de Álvaro de Luna y, como consecuencia, el control casi absoluto de los destinos de Castilla vía dominio del Consejo Real. Con Juan de Aragón más ocupado en atender sus asuntos propios en el reino de Navarra, la jefatura oficial del partido aragonesista de Castilla recayó en el maestre Enrique, que de esta manera se ocupó casi con exclusividad de las tareas de gobierno en esta época. Ninguna mejor muestra del clima de bonanza que la ostentación efectuada por Enrique de Aragón en las fiestas celebradas en Valladolid en 1428, con ocasión de la recepción efectuada a su hermana Leonor, que se hallaba en viaje hacia Portugal para contraer matrimonio con el príncipe Duarte. En estas fiestas, Enrique de Aragón deslumbró al reino entero con la preparación de todo tipo de justas, torneos y empresas caballerescas, que tuvieron su culminación en uno de los más famosos pasos de armas medievales: el Paso de la Fuerte Ventura, un verdadero espectáculo prodigioso en el que Enrique construyó hasta un castillo de madera donde llevar a cabo los combates deportivos.

De la prisión a la batalla de Ponza

El condestable Luna había participado en las citadas fiestas a instancias de los infantes, en un vano intento de llegar a un entendimiento que evitase más enfrentamientos. La guerra entre lunistas y aragonesistas se extendió otra vez desde 1429 hasta 1430. Enrique de Aragón comenzó las operaciones en la zona fronteriza entre Castilla y Portugal con la ayuda de su hermano, Pedro de Aragón, en especial las fortalezas de Trujillo y Alburquerque. En una de las muchas escaramuzas mantenidas contra las tropas del condestable Luna, Pedro fue hecho prisionero por los enemigos, lo que motivó que el maestre Enrique se declarase vencido a cambio de que su hermano recobrase la libertad. Seguramente en el ánimo del maestre pesaban mucho sus tres años de cárcel en el castillo de Mora (Toledo), y no quiso que Pedro corriese la misma suerte, aunque tampoco dudó en jugarse una última carta en una acción que demuestra su osadía y, naturalmente, la época caballeresca en la que se desarrollaron los hechos: desafió a Álvaro de Luna a un duelo singular para solucionar sus diferencias. El sagaz condestable, con la situación dominada, rehusó este primer desafío caballeresco (no sería el último), para hacerse con un fácil triunfo que, en última instancia, motivó que los infantes de Aragón, junto a algunos nobles castellanos afines a sus ideas, huyesen hacia el exilio. Desde Lisboa, Enrique y Pedro partieron en 1432 con rumbo a Valencia, donde se les unió Juan para viajar hacia Italia.

En su ánimo, en especial en el del infante Enrique, no había más razón que la de persuadir a Alfonso V de Aragón de que la intervención armada en Castilla era necesaria para restaurar los planes paternos. Pero una vez en Italia, la casualidad quiso que al monarca aragonés se le presentase la oportunidad de conquistar Nápoles y reclamar el trono, merced a varias muertes en la casa real napolitana. Al derivar el conflicto en lucha armada, Alfonso no quiso desaprovechar la presencia de su hermanos, cuyas cualidades militares estaban fuera de toda duda, con lo que los cuatro hijos de Fernando de Antequera combatieron a la flota genovesa en las aguas del golfo de Gaeta. La batalla de Ponza, celebrada en agosto de 1435, significó la muerte de Pedro de Aragón y la prisión de sus hermanos, custodiados por el duque de Milán. De esta forma, aunque en unas condiciones hospitalarias realmente sorprendentes, Enrique de Aragón permaneció en tierras italianas hasta 1438, año en que regresó a Castilla para, definitivamente, intentar apartar al condestable Luna de la posición de absoluto dominio que mantenía en el entorno de Juan II.

Últimos años

El 19 de octubre de 1439 falleció de parto en Zaragoza la infanta Catalina de Castilla, su primera esposa, de la que Enrique de Aragón no tuvo descendencia. En el plano político, el maestre se encontraba plenamente inmerso en las negociaciones del llamado Seguro de Tordesillas, una ronda de conversaciones mantenidas en la citada ciudad entre todos los bandos implicados, donde, bajo la vigilancia del conde de Haro, Pedro Fernández de Velasco, los infantes de Aragón lograron imponer severas restricciones al poder real, detentado por Álvaro de Luna (que recibió un nuevo reto caballeresco lanzado en la citada villa por Enrique de Aragón) pero, en esencia, en abierta discrepancia con las tesis autoritarias inherentes a la autoridad regia. Enrique de Aragón logró, además, la por otra parte inexplicable connivencia del entonces príncipe de Asturias, el futuro Enrique IV, lo que significó un importante aldabonazo político a las aspiraciones del maestre y de los infantes de Aragón en su lucha por imponer su modelo de gobierno. El condestable Luna armó sus tropas en 1440, lo que hizo posible que, de nuevo, Enrique de Aragón contestase con un cartel de batalla presentando un duelo singular como solución al conflicto. Este desafío, como los dos anteriores, tampoco se llevó a cabo, quedando en alza el dominio de la situación por parte de Enrique y de su hermano el rey de Navarra. Esta posición de solidez se vio incrementada en 1441, cuando el rey Juan II cayó en manos de los infantes de Aragón y le obligaron a firmar la llamada Sentencia de Medina del Campo, en la que el recorte del gobierno autoritario de la monarquía sólo era comparable al nuevo destierro del condestable Luna, aspecto éste en el que con más ahínco había trabajado Enrique de Aragón. Durante tres años, el dominio del maestre y de su hermano, el rey de Navarra, parecía incuestionable.

En 1444, Enrique de Aragón contrajo un nuevo matrimonio con Beatriz de Pimentel, hermana del conde de Benavente, Rodrigo Alonso de Pimentel, lo que conllevó que el conde abandonase la línea política del condestable Luna y se alinease en las filas del partido aragonesista. Esta dama sería madre del único vástago del maestre, también llamado Enrique de Aragón, aunque más conocido con el nombre de Enrique Fortuna por las crónicas de la época. Poco después de contraer matrimonio, Enrique viajó hacia Andalucía, para hacerse con el control de ciudades opuestas a la política de los infantes. Así, después de tomar Córdoba, Cantillana y Alcalá de Guadaira, el maestre se dirigió hacia Sevilla, pero fue frenado en seco por el condestable Luna, que había regresado de su destierro para presentar una apuesta final contra los infantes de Aragón.

Esta apuesta se libró en la villa vallisoletana de Olmedo (véase: Batalla de Olmedo), en mayo de 1445, en una de las acciones que definen a la perfección las maniobras de la época, plagadas de un fastuoso despliegue ceremonial que incluía desfile de tropas, armaduras y estandartes, pero que de acción guerrera tenía más bien poco. En la única escaramuza grave disputada, las bajas fueron mínimas por ambos bandos, y si la historiografía ha considerado a esta batalla como un triunfo de las posiciones autoritarias defendidas por Álvaro de Luna fue, precisamente, a que uno de los fallecidos fue el infante Enrique de Aragón, que tampoco murió en la batalla, sino que falleció en Calatayud, a los pocos días, al parecer debido a la infección de las heridas que recibió en una mano. Las anónimas Coplas de la Panadera, una sátira compuesta pocos días después de la batalla de Olmedo, apuntan hacia que el ímpetu con que acometió el maestre a los enemigos fueron la causa de esta derrota y, en última instancia, de las heridas que le causaron la muerte (vv. 348-355):

Con discreçión muy somera
más que con seso constante,
el ardid señor Infante
fue a dar de cabeçera
en la batalla primera
que delante se falló,
por lo qual no dubdo yo
que su gente se perdiera.

Con su muerte, Juan de Aragón quedaba solo y desdibujado para mantener a flote el proyecto de los hijos de Fernando de Antequera. En el recuerdo quedaba todo un carácter, irritable, tosco y pendenciero, de quien en su época fue estimado como un caballero "vindicativo e osado y esforzado" (Benito Ruano, Los infantes de Aragón, p. 96).

Fortuna literaria del infante don Enrique de Aragón

Con este título, tan eufónico como acertado, el profesor Eloy Benito Ruano realizó un artículo en 1964 en el que se daba a conocer la vertiente literaria del maestre Enrique. En este aspecto, hay que destacar que su biografía puede trazarse con bastante solvencia y fidelidad utilizando fuentes puramente literarias. Enrique de Aragón contó con una biografía lírica, realizada por Pedro de Escavias, alcaide de Andújar, que se conserva en uno de los cancioneros cuatrocentistas más destacados, llamado Cancionero de Oñate-Castañeda (Véase: Cancioneros españoles):

Yo me so el Infante Enrique
d'Aragón e de Seçilia,
fijo del rey Don Fernando,
nieto del rey de Castilla,
maestre de Santiago,
de la gran cavallería,
el gran conde de Alburquerque,
señor de Huete y Gandía,
señor de muchos vasallos
en Aragón y Castilla,
el mayor duque ni conde
qu'en España se sabía...
(Recogido por Benito Ruano, art. cit., p. 163).

En otro repertorio poético manuscrito, el ya citado Cancionero de Baena, además de Alfonso Álvarez de Villasandino también fray Diego de Valencia de Don Juan le dedicó algunos versos, así como Gonzalo de Cuadrós y el propio compilador, Juan Alfonso de Baena. En otros cancioneros, poetas como Pedro de Santa Fe, Juan de Dueñas, el marqués de Santillana (en su Comedieta de Ponza y en uno de sus sonetos al itálico modo) o Juan de Mena (en el Laberinto de Fortuna) también glosaron en metros las andanzas del personaje. No sólo vates castellanos hicieron al infante Enrique protagonista de sus composiciones, sino también catalanes, como es el caso de Fra Johan Basset, que trató de confortar al maestre de su prisión en el castillo de Mora ofreciéndole una enigmática poesía en catalán conservada en el Cancionero de Vega-Aguiló. De su estancia en Italia también se ha conservado una epístola laudatoria en latín, de indudable corte encomiástico, redactada por José Brivio, un humanista con quien el infante Enrique departió muchas horas de conversación durante su prisión en Milán.

Más allá de todos estos poemas dedicados al infante Enrique, y como no podía ser de otro modo, también destacó el maestre por dedicarse a labores literarias. En la biblioteca del monasterio de El Escorial se conserva un manuscrito (b.IV.7) titulado Establecimiento de la Orden de Santiago (ca. 1440), que se atribuye a su pluma. Por otra parte, el maestre compuso algunas poesías menores, plenamente imbuidas del concepto lírico del amor cortés, tema central de la poesía cancioneril castellana de la época. Sus composiciones figuran en uno de los cancioneros manuscritos albergados por el Museo Británico (LB2), así como en la copia del Cancionero de Martínez de Burgos realizada por Rafael Floranes en el siglo XIX. Todos estos poemas del infante Enrique pueden leerse en el suplemento que Brian Dutton y Joaquín González Cuenca realizaron al final de su edición del Cancionero de Baena (pp. 830-832), de donde se toma el que sirve para finalizar este bosquejo biográfico del maestre Enrique:

Yo me siento tan leal
que no me puede noçer
Fortuna con su poder.

Muchos hay que desesperan
con la guerra de Fortuna.
Por servir yo sola una
quiero que morir me vean
antes que no ser leal
que me supiesse empecer
Fortuna con su poder
.

Bibliografía

  • ÁLVAREZ PALENZUELA, V. A. "Enrique, Infante de Aragón, Maestre de Santiago", Medievalismo. Boletín de la Sociedad Española de Estudios Medievales, 12 (2002), pp. 37-89.

  • BENITO RUANO, E. Los infantes de Aragón. (Pamplona, CSIC, 1952).

  • BENITO RUANO, E. "Fortuna literaria del Infante D. Enrique de Aragón" (Archivum, XIV [1964], pp. 161-201).

  • RADES Y ANDRADA, F. DE. Chrónica de la Orden y Cauallería de Sanctiago. (Toledo, Juan de Ayala, 1572).

  • SUÁREZ FERNÁNDEZ, L. Nobleza y monarquía. Puntos de vista sobre la historia política castellana del siglo XV. (Valladolid, Universidad de Valladolid, 1975).

  • SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., et al. Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo XV. (Madrid, Espasa-Calpe, 1968. Vol. XV de Enciclopedia de Historia de España, dir. R. Menéndez Pidal).

  • VALDEÓN BARUQUE, J. Los Trastámaras. El triunfo de una dinastía bastarda. (Madrid, Temas de Hoy, 2001).

  • VICENS VIVES, J. Els Trastàmares. (Segle XV). (Barcelona, Teide, 1956).

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez