Juan Sebastián Elcano (1476–1526): El Marinero que Dio la Vuelta al Mundo

Orígenes, formación y primeras navegaciones

Infancia y entorno familiar en Guetaria

Juan Sebastián Elcano nació en 1476 en la localidad de Guetaria, un pequeño pueblo costero en la provincia de Gipuzkoa, en el País Vasco. Su origen humilde, en una familia de pescadores acomodados, marcó el inicio de una vida que lo llevaría a protagonizar una de las mayores hazañas de la historia de la navegación. Elcano fue hijo de Domingo Sebastián del Cano y Catalina del Puerto, dos individuos que, a pesar de no pertenecer a la nobleza, gozaban de una situación económica relativamente estable, con una casa y una embarcación propias. Esta estructura familiar permitió a Elcano, desde temprana edad, familiarizarse con el mar y sus desafíos, influyendo decisivamente en la dirección de su vida.

Elcano tuvo cuatro hermanos, y dos de ellos también siguieron el camino del mar. Esta cercanía con el mar se tradujo en que Elcano, desde joven, se dedicara a la pesca y a la navegación. En un contexto tan ligado a la marinería, no era extraño que Sebastián se sintiera atraído por la vida marinera y decidiera seguir el oficio de su familia. A una edad temprana, se convirtió en capitán de su propia nave, una embarcación de 200 toneles, con la que comenzó a experimentar la dureza de la vida en alta mar.

Juventud como marino y experiencias tempranas

Durante su juventud, Elcano tuvo la oportunidad de participar en diversas expediciones navales que marcaron su carrera como marinero. Uno de los episodios más destacados de sus primeros años fue su implicación en las campañas militares del Gran Capitán en Italia, entre 1500 y 1504. Elcano, en ese momento al servicio de la Corona de Castilla, formó parte de la flota española que participó en las campañas de Italia, una serie de enfrentamientos en los que el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, logró importantes victorias. A pesar de que estas campañas no le proporcionaron grandes recompensas, contribuyeron a consolidar la carrera de Elcano como marino de guerra, dotándolo de experiencia en la gestión de barcos y en las maniobras navales en un contexto bélico.

Posteriormente, Elcano también participó en las expediciones lideradas por el cardenal Francisco Cisneros, quien organizó diversas operaciones militares contra las plazas de Orán, Bujía y Trípoli en el norte de África. En estos enfrentamientos, Elcano se vio involucrado en diversas incursiones marítimas que ampliaron su conocimiento sobre la navegación en aguas internacionales.

Sin embargo, su vida no estuvo exenta de dificultades. Tras las campañas, Elcano sufrió un revés económico cuando se vio obligado a hipotecar su barco a unos mercaderes vasallos del Duque de Saboya. Elcano no pudo hacer frente a la deuda, lo que le obligó a vender su embarcación, un acto prohibido por la legislación española de la época debido a la situación de guerra. Esta venta forzosa lo puso en conflicto con la ley, lo que lo obligó a huir de su tierra natal y a refugiarse en Sevilla, un paso crucial en su carrera hacia la expedición de Magallanes.

Elcano en Sevilla y su ingreso en la expedición de Magallanes

En Sevilla, en 1518, Elcano se unió a la expedición organizada por Fernando de Magallanes, un navegante portugués que había logrado convencer a la Corona de Castilla para financiar un viaje hacia las Islas de las Especias, o Molucas, en el sudeste asiático. Elcano, con su experiencia como marinero, fue reclutado para unirse a la flota que debía descubrir una nueva ruta hacia las islas productoras de especias, un objetivo codiciado por las potencias europeas debido al valor de las especias.

Gracias a su vasta experiencia en la navegación, Elcano fue nombrado Maestre de la nao Concepción, lo que equivalía a ser el segundo al mando de la nave, bajo las órdenes de Gaspar de Quesada. Esta asignación fue clave para Elcano, ya que le permitió desempeñar un papel importante en una de las expediciones más ambiciosas de la historia de la navegación. La flota, compuesta por cinco naves, zarpó desde Sanlúcar de Barrameda el 10 de agosto de 1519, en lo que sería el inicio de la famosa expedición que buscaría una nueva ruta hacia las Molucas, y que, con el tiempo, se convertiría en la primera vuelta al mundo de la historia.

Elcano, al ser un marinero experimentado, jugó un papel fundamental en la gestión de la nave Concepción durante la travesía, aunque los primeros meses del viaje transcurrieron sin mayores incidentes. Sin embargo, la expedición pronto enfrentaría serias dificultades, tanto externas como internas, que transformarían la naturaleza del viaje y marcarían un punto de inflexión en la vida de Elcano.

La expedición de Magallanes y el giro hacia la gloria

Rumbo a lo desconocido: travesía inicial

La expedición de Magallanes comenzó con altas expectativas, pero los primeros meses de navegación estuvieron llenos de desafíos. Tras zarpar de Sanlúcar de Barrameda el 10 de agosto de 1519, la flota se dirigió hacia las Islas Canarias antes de continuar a lo largo de la costa de Brasil, luego del Río de la Plata, y finalmente, de arribar al Puerto de San Julián en la actual Argentina. Durante este trayecto, el capitán Fernando de Magallanes y sus hombres atravesaron una serie de dificultades, tanto naturales como humanas, que serían solo el preludio de las mayores crisis de la expedición.

Uno de los eventos clave que ocurrió durante esta travesía fue el motín de San Julián en abril de 1520, un momento crucial para la historia del viaje y para la carrera de Elcano. En este episodio, un grupo de marineros descontentos, encabezados por Juan de Cartagena y Gaspar de Quesada, intentaron sublevarse contra Magallanes, al que acusaban de autoritarismo. Elcano, que se encontraba en la nao Concepción, se vio envuelto en este motín, aunque su papel no fue decisivo. Según algunas crónicas, fue uno de los hombres que se encargó de vigilar la nave San Antonio, que también se sublevaría durante la revuelta. En este contexto, Elcano se alineó con los amotinados, pero no participó directamente en los enfrentamientos.

El motín se resolvió de forma violenta, con Magallanes recuperando el control sobre la flota. El líder portugués impuso castigos severos: Gaspar de Quesada fue decapitado, mientras que Juan de Cartagena y el clérigo Pedro Sánchez de la Reina fueron abandonados en tierra firme. A pesar de esta represalia, la expedición continuó su marcha hacia el sur, atravesando el Estrecho de Magallanes, una de las etapas más cruciales del viaje.

Crisis de liderazgo tras la muerte de Magallanes

La travesía continuó con nuevas dificultades. La flota cruzó el Estrecho de Magallanes y llegó al Océano Pacífico el 27 de noviembre de 1520, al que Magallanes, con su habitual espíritu optimista, bautizó como el «Mar del Sur» debido a sus aguas calmadas. Sin embargo, las tensiones dentro de la flota no cesaron, y la situación empeoró aún más tras la muerte de Magallanes en Mactán, el 27 de abril de 1521, cuando fue abatido en combate durante una confrontación con los lugareños de las Filipinas.

La muerte de Magallanes alteró el rumbo de la expedición. En lugar de ser liderada por un solo capitán, la flota pasó a estar bajo el mando de un comité formado por Juan Rodríguez Serrano y Duarte de Barbosa. Este sistema de doble mando no resultó eficaz, y la autoridad sobre la flota pasó nuevamente a manos de los españoles. En este contexto de incertidumbre y desacuerdos, Elcano fue nombrado capitán de la nao Victoria, mientras que Gonzalo Gómez de Espinosa asumió el mando de la Trinidad. Junto a la nao Concepción, la flota se redujo a tres naves tras una serie de deserciones y dificultades.

Elcano, en este momento, se enfrentaba a una decisión histórica. Mientras que algunos miembros de la tripulación deseaban regresar a España por la misma ruta que habían seguido hasta las Filipinas, Elcano, junto con Espinosa, optó por un giro audaz: llevar la Victoria hacia el oeste, siguiendo una ruta que nunca antes se había intentado, buscando finalmente regresar a España.

La decisión de circunnavegar el planeta

El 7 de noviembre de 1521, la flota española alcanzó las Molucas, el objetivo final del viaje, después de casi dos años de navegación. A pesar de la incertidumbre y las pérdidas sufridas durante la travesía, Elcano y los demás oficiales de la expedición decidieron que era el momento de regresar a casa. Sin embargo, la Trinidad, que estaba en malas condiciones, no pudo emprender el viaje de regreso, y la flota se redujo a solo dos naves: la Victoria y la Trinidad.

Elcano asumió el mando de la Victoria, mientras que la Trinidad fue enviada a repararse. En un momento de desesperación, Elcano y Gonzalo Gómez de Espinosa, capitán de la Victoria, tomaron una decisión trascendental: la vuelta al mundo. De acuerdo con las fuentes históricas, esta idea no había sido contemplada inicialmente por Magallanes ni por los miembros de la expedición, quienes siempre habían planeado regresar por la misma ruta por la que habían llegado. Fue en las Molucas, tras la destrucción de la Concepción y la fallida reparación de la Trinidad, cuando se optó por un giro radical: regresar a España por una ruta desconocida, rodeando el planeta.

Este momento de crisis transformó lo que originalmente era un viaje de exploración en la primera circunnavegación de la historia. Elcano y sus hombres comenzaron su travesía de regreso hacia España, navegando por el océano Índico, el sur de Asia y el océano Atlántico, sin escalas y lejos de las costas, para evitar ser detectados por los portugueses, que dominaban las rutas comerciales en esas aguas.

El regreso heroico y el reconocimiento imperial

Travesía oceánica sin precedentes

Tras abandonar las Molucas el 21 de diciembre de 1521, Juan Sebastián Elcano emprendió una de las travesías más arriesgadas y asombrosas de la historia de la navegación. Con apenas 47 europeos y 13 indios a bordo de la nao Victoria, el marino vasco se lanzó a cruzar medio mundo sin escalas, navegando por el océano Índico y bordeando el extremo sur de África, todo ello sin posibilidad de auxilio ni apoyo logístico. El objetivo era regresar a España por la ruta portuguesa, una empresa que requería evitar cualquier contacto con las colonias lusas para no ser apresados o perder el valioso cargamento de especias.

Elcano decidió seguir un rumbo meridional, buscando mantenerse lo más alejado posible de las rutas conocidas. En su camino, recaló brevemente en la isla Mare, donde recolectó madera, y más tarde en la isla Moa, donde carenó la nave durante dos semanas. Finalmente, arribó a Timor, donde cargó agua y víveres en el puerto de Amaban. Desde allí zarpó el 11 de febrero de 1522, iniciando una odisea que duraría cinco meses sin escalas, a través de mares peligrosos y zonas desconocidas.

Durante la travesía, los tripulantes sufrieron de escorbuto, hambre, sed extrema y otras enfermedades que diezmaron a la tripulación. La Victoria navegaba a la deriva por el océano Índico, pasó sin avistar el mítico cabo de Batigara, mencionado por Ptolomeo, y alcanzó el Cabo de Buena Esperanza el 6 de mayo de 1522, tras haber cruzado el océano más vasto del planeta. Desde allí, bordeó el África occidental hacia el Atlántico Norte, con la tripulación en condiciones desesperadas.

El 9 de julio, avistaron las islas de Cabo Verde y decidieron arriesgarse a desembarcar en la isla de Santiago, controlada por los portugueses. Elcano, consciente de que la nave estaba en condiciones críticas, envió una chalupa con 12 hombres para conseguir víveres y agua dulce. Aunque las dos primeras expediciones fueron exitosas, en la tercera los portugueses descubrieron el origen del clavo ofrecido como pago y capturaron a los marineros, al darse cuenta de que procedían de las Molucas. Elcano, al ver frustrado su intento de socorro y temiendo una ofensiva, ordenó partir de inmediato con los 17 marineros restantes.

Llegada triunfal a España

Tras sortear una última tormenta en las Azores, Elcano y su tripulación finalmente avistaron la costa de Andalucía. El 6 de septiembre de 1522, la nao Victoria arribó a Sanlúcar de Barrameda, y fue remolcada a través del Guadalquivir hasta Sevilla, donde desembarcaron en la tarde del 8 de septiembre. De los 275 hombres que habían partido originalmente, solo 18 regresaban. Habían pasado casi tres años desde que partieron, y la hazaña era, sin duda, extraordinaria: habían dado la primera vuelta al mundo.

El regreso fue recibido con júbilo popular. La tripulación, tal como había prometido, acudió descalza y con cirios a la Iglesia trianera de Nuestra Señora de la Victoria, como muestra de devoción y gratitud. A pesar del sufrimiento, el éxito de la expedición supuso un golpe de efecto político y simbólico de enorme magnitud para la Corona de Castilla y para la figura de Elcano.

Audiencia con Carlos V y honores recibidos

Poco después de su llegada, Elcano escribió al Emperador Carlos V para comunicar el éxito de la expedición y solicitar clemencia para los marineros apresados por los portugueses en Cabo Verde, que habían sido trasladados a Lisboa. El monarca, impresionado por la proeza, ordenó que Elcano viajara a Valladolid acompañado de dos de sus hombres para dar testimonio de la expedición. Elcano eligió a Francisco Albo y Fernando de Bustamante, dos de los tripulantes más fieles.

La entrevista con el emperador fue un momento de alta carga simbólica. Carlos V se encontraba rodeado de una corte fascinada por la hazaña. Los tres marinos fueron tratados como héroes, como hombres que habían pisado tierras ignotas y que habían demostrado, más allá de cualquier teoría, que la Tierra era efectivamente redonda. Elcano, sin haber sido el impulsor inicial de la expedición, se había convertido en su gran artífice final.

Como muestra de reconocimiento, el Emperador le concedió diversos honores. Elcano fue nombrado caballero, recibió 500 ducados anuales de por vida con cargo a la recién fundada Casa de Contratación de La Coruña y se le indultó del delito anterior relacionado con la venta ilegal de su nave en Guetaria. Más aún, le fue otorgado un escudo de armas único, que conmemoraba su hazaña. Este escudo contenía un castillo sobre fondo rojo en el cuartel superior y en el inferior elementos alusivos a las especias —dos palos de canela, tres nueces moscadas en aspa y dos clavos de olor— sobre campo dorado. Como cimera, un globo terráqueo coronado por la inscripción latina: «Primus circumdedisti me» (“Fuiste el primero en rodearme”), que reconocía a Elcano como el primer hombre en circunnavegar el planeta.

Justificación del viaje y consolidación de la memoria

Como parte de la investigación oficial sobre la expedición, el alcalde de Casa y Corte, Santiago Díez de Leguizano, fue comisionado por Carlos V para tomar declaración jurada a los tres marinos. Durante estos interrogatorios, Elcano ofreció una narración franca de los hechos, en la que no escatimó críticas hacia Magallanes, a quien acusó de autoritarismo y de favorecer a los portugueses en los mandos de la flota. También reconoció su papel en el motín de San Julián, aunque subrayó que sus acciones fueron en gran medida reactivas frente al trato injusto que recibían los marineros españoles.

Las declaraciones de Elcano ayudaron a matizar la figura de Magallanes ante la corte imperial y confirmaron que la decisión de circunnavegar el globo fue tomada después de la muerte del portugués, en Tidore, por necesidad logística y por acuerdo conjunto de Elcano y Espinosa.

Pese a su papel crucial, Elcano nunca escribió un diario completo del viaje —al menos no uno que haya llegado a nosotros—. Sin embargo, cronistas como Fernández de Oviedo aseguran haber tenido acceso a un documento escrito por el propio Elcano, del cual extrajeron datos que luego formaron parte de sus crónicas. Así, aunque Elcano no dejó testimonio directo en primera persona, su gesta quedó inmortalizada en las obras de autores como Pigafetta, Maximiliano de Transilvano, Albo y otros.

Últimos años, segunda expedición y muerte en el Pacífico

Vida en la corte y legado familiar

Tras su regreso triunfal y el reconocimiento imperial, Juan Sebastián Elcano vivió un breve periodo de estabilidad y relativa prosperidad. Durante casi tres años, permaneció en la corte de Valladolid, donde disfrutó de los honores y mercedes concedidas por Carlos V. A pesar de su fama, Elcano no se incorporó de inmediato a nuevas expediciones, y se mantuvo en un segundo plano mientras maduraba su siguiente paso.

Durante este periodo, estableció una relación con María Vidaurreta, una mujer con la que tuvo una hija fuera del matrimonio. Aunque la existencia de esta hija es solo conocida por referencias testamentarias, en las que Elcano le deja una manda de 40 ducados, su mención sugiere que el navegante tuvo la intención de asegurarle cierta protección económica. Esta preocupación por su descendencia se complementa con la relación que mantuvo con su hijo legítimo, Domingo del Cano, a quien había dejado en Guetaria antes de embarcarse en la expedición de Magallanes. Domingo sería su heredero principal según su testamento.

Elcano también participó en debates geopolíticos sobre la posesión de las Molucas entre España y Portugal, asistiendo a las juntas de Elvas y Badajoz, celebradas en 1524. Estas reuniones tenían como objetivo establecer si dichas islas se encontraban dentro de la demarcación española o portuguesa según el Tratado de Tordesillas. Su experiencia directa en la región aportó información valiosa para los delegados españoles, aunque el litigio no se resolvería de manera definitiva hasta años más tarde.

Participación en la expedición de Loaysa

La pasión por el mar nunca abandonó a Elcano. A pesar del desgaste físico y las secuelas del viaje anterior, solicitó enrolarse en una nueva expedición a las Molucas, liderada esta vez por el noble castellano frey García Jofre de Loaysa, prior de la Orden de San Juan. Aunque no se le concedió el cargo de capitán general —ya otorgado a Loaysa—, fue nombrado lugarteniente del General y Piloto Mayor de la armada, cargos de enorme relevancia que reconocían su experiencia inigualable.

La expedición, compuesta por seis naves, zarpó del puerto de La Coruña el 24 de julio de 1525, con el objetivo de consolidar la presencia española en el archipiélago de las especias. Desde el principio, la travesía fue desastrosa. Dos de las naves se perdieron antes de alcanzar el estrecho, y la armada confundió la entrada al Estrecho de Magallanes, lo que retrasó y desorganizó aún más la expedición. La nao Sancti Spiritus, en la que viajaba Elcano, naufragó en una tormenta, mientras que otra nave, la San Gabriel, desertó.

Finalmente, el 26 de mayo de 1526, lo que quedaba de la armada logró cruzar el estrecho y adentrarse en el océano Pacífico. Pero el 2 de junio, una nueva tormenta dispersó las naves, y el 30 de julio, el general Loaysa falleció a bordo. Elcano, en un intento por mantener la cohesión de la expedición, asumió el mando general. Sin embargo, su estado de salud era precario desde hacía meses.

Muerte en altamar y últimas disposiciones

El 4 de agosto de 1526, apenas cinco días después de la muerte de Loaysa, Juan Sebastián Elcano murió a bordo de la nave Victoria, la misma con la que había dado la vuelta al mundo cuatro años antes. Su cuerpo no regresó a tierra firme, ni fue enterrado en lugar conocido: murió en alta mar, como muchos de los grandes navegantes de su tiempo.

Antes de morir, redactó su testamento, en el que designó como heredero principal a su hijo Domingo del Cano. En caso de que este falleciera sin descendencia, los bienes debían pasar a su hija nacida de María Vidaurreta. Además, nombró como albacea de sus bienes a su madre, Catalina del Puerto, quien seguía viva en Guetaria. El documento refleja el deseo de Elcano de proteger a su familia y de preservar su memoria y patrimonio tras su muerte, un gesto que revela una dimensión más íntima y personal del navegante, lejos de las gestas oceánicas.

Interpretaciones posteriores y legado histórico

La figura de Juan Sebastián Elcano ha sido objeto de múltiples revalorizaciones históricas. Durante siglos, su papel fue opacado por la fama de Fernando de Magallanes, cuya muerte prematura en Filipinas impidió que completara la circunnavegación. Sin embargo, en tiempos más recientes, los historiadores han rescatado la relevancia de Elcano como el verdadero culminador de la empresa. No solo logró salvar lo que quedaba de la flota, sino que concibió, lideró y ejecutó la primera vuelta al mundo, superando obstáculos físicos, geográficos y políticos inmensos.

Curiosamente, el relato personal de Elcano se ha visto enturbiado por la ausencia de documentos escritos de su puño y letra. Se sabe que escribió un Diario, pero este se ha perdido. No obstante, cronistas como Gonzalo Fernández de Oviedo aseguraron haberlo leído y utilizaron su contenido en sus obras. Este vacío ha sido parcialmente llenado por testimonios de testigos como Antonio Pigafetta, Francisco Albo, el Roteiro genovés, y las relaciones de Ginés de Mafra y Maximiliano de Transilvano, entre otros. En todos ellos, Elcano emerge como una figura pragmática, valiente y, sobre todo, determinante.

El legado de Elcano perdura como símbolo de la era de los descubrimientos, pero también como emblema de la resiliencia y la navegación estratégica. No fue un explorador visionario como Colón, ni un geógrafo como Vespucci. Fue, ante todo, un marino completo, con instinto de supervivencia, audacia táctica y firmeza de carácter. Su escudo de armas y la célebre frase latina “Primus circumdedisti me” han inmortalizado su contribución.

Hoy, su figura forma parte del imaginario colectivo no solo de España, sino de la historia universal de la navegación. Juan Sebastián Elcano es, sin duda, uno de los protagonistas clave del paso de la Edad Media al mundo moderno, un mundo que él contribuyó decisivamente a globalizar.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Juan Sebastián Elcano (1476–1526): El Marinero que Dio la Vuelta al Mundo". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/elcano-juan-sebastian [consulta: 3 de octubre de 2025].