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LiteraturaBiografía

Eguren, José María (1874-1942).

Poeta peruano, nacido en Lima en 1874 y muerto en la misma ciudad en 1942, cuya obra poética ha sido objeto durante los últimos veinte años, en forma paulatina, de un merecido reconocimiento a nivel continental y es ahora considerada en Hispanoamérica como una de las más importantes del período de transición entre el siglo XIX y el XX. En la primera edición de su Antología crítica de la poesía modernista hispanomericana (1989), el crítico cubano José Olivio Jiménez, luego de comentar las frecuentes afirmaciones acerca de una poesía egureniana que supera o trasciende el modernismo (la línea estética finisecular predominante), afirma que prefiere pensarla en términos de "Un otro modernismo, más esencial y depurado que por eso parece ya también poesía nueva, con respecto a aquél y, por tanto y para nosotros, poesía más próxima".

Lo que Jiménez llama "poesía nueva" es una serie de técnicas y estructuras poéticas que aparecen de manera sobresaliente en la obra de Eguren, y que se han presentado luego como elementos básicos en la escritura de los poetas del siglo XX. Cuando se trata de hablar de poesía moderna en el Perú, este aspecto novedoso ha llevado a que la crítica nacional coloque el trabajo de Eguren, unánimemente, junto a la de César Vallejo (1892-1938). En la introducción a su prestigiosa Antología de la poesía peruana (1965), el peruano Alberto Escobar traza la historia de las tendencias poéticas de este siglo y llama a ambos poetas "fundadores de la tradición".

El período histórico en el que vive Eguren se abre tanto en el continente como en Hispanoamérica, con los últimos grandes reordenamientos geopolíticos del siglo XIX: la Guerra del Pacífico (1879-1883) que enfrentó a Chile, Bolivia y el Perú, y la Guerra Hispano-Americana (1898), que dio fin al imperio español en América. Y, por otro lado, a nivel mundial se cierra con los conflictos de mayor repercusión en el siglo XX: la Primera (1914-1918) y la Segunda Guerra Mundial (1937-1945).

Los poemas iniciales de Eguren aparecieron en 1899, en la revista Lima Ilustrado, durante los años en que se habían hacía poco afirmado como urbes modernas y afrancesadas las grandes ciudades cosmopolitas de Hispanoamérica: Ciudad de México, Buenos Aires y Santiago de Chile. Su primer libro se publicó una década más tarde, cuando terminaba la belle epoque, se expandía rápidamente la prensa escrita y el sistema capitalista estadounidense y, en la nueva sociedad de masas latinoamericana, se agudizaban las migraciones y sus problemas laborales. Durante estos años agitados Eguren llevó aparentemente una vida aislada del medio artístico de su época, sus contactos con otros escritores no fueron muchos pero sí fundamentales.

Estableció amistad con autores de generaciones previas, como Manuel González Prada (1848-1918); con contemporáneos suyos, como José Santos Chocano (1875-1934) y Abraham Valdelomar (1888-1919); y con otros más jóvenes, como José Carlos Mariátegui (1895-1930) y Martín Adán (1908-1985). Su amistad en interacción, sobre todo con aquellos que daban la nota disonante en un medio conservador, lo muestran bien enterado de la literatura de sus coetáneos e inmerso en las preocupaciones estéticas de su momento.

Los biógrafos de Eguren han subrayado casi sin excepción la importancia que tuvo en su obra el que hubiera pasado su infancia en la campiña de las afueras de Lima, ciudad donde nació, y los años de su juventud al lado del mar. En estas circunstancias se ha apoyado la crítica para explicar la inclinación que el poeta siempre mostró por la naturaleza, y por la contemplación detallada del paisaje rural y del neblinoso ambiente de la costa limeña. Mas esta constante en su obra podría explicarse también de otra manera: Eguren estuvo siempre interesado en explorar modelos espacio-temporales distintos a los ya fijados por el paisaje romántico (de una naturaleza de protagonismo dramático) o la linealidad narrativa del Realismo finisecular (un orden temporal progresivo y una disección sistemática del espacio social humano).

En un orden mundial requebrajado por la modernidad, cuyos cambios habían traído la caída del orden monárquico, el reemplazo de Dios por la ciencia, la idea de la subconciencia como alterantiva a la antigua concepción del alma, Eguren explora y da forma artística a espacios inéditos que parecen desvanecerse en el aire. Y para ello escoje diseñar sensorialmente paisajes multidimensionales, pobres en racionalidad y ricos en percepciones, tomando de la costa peruana, de apariencia infinita e intemporal, los elementos para levantar sus novedosas escenografías. Las sutiles estructuras verbales sobre las que se despliegan los espacios de Eguren son justamente el tipo de bases sobre la que se construye la "nueva poesía" del siglo XX. En sus Siete Ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928), José Carlos Mariátegui percibe este interés en un espacio-tiempo indeterminados, y le halla también una vinculación estrecha con la costa del Perú y, sugiriendo tal paisaje como la razón que le impide a Eguren percibir la cruda realidad peruana con todas sus contradicciones sociales, escribe: "[una] naturaleza incolora y monótona, es responsable, en todo caso, de que su poesía sea algo así como una poesía de cámara".

El estilo de Eguren es por cierto sensorial y meticuloso hasta la miniatura, como en estos versos del poema "Juan Volatín": "Y viene la silfa / que mece la rosa, / florida, pequeña, / del campo la diosa; / en pluma cabalga / y dulce sonriente / durmiendo las flores / camina al Oriente. / Con dardo agudos / la siguen armados / cuadrillas, montones / de insectos dorados". La miniaturización es un aspecto que muchos críticos encuentran particular de Eguren, olvidando que fue un recurso usado no sólo por los artistas de la Inglaterra victoriana, sino también por escritores en lengua española de su tiempo tan diversos como José Martí (Cuba, 1853-1895) y Juan Ramón Jiménez (España, 1881-1958).

En lo sonoro, los versos de Eguren consiguen una musicalidad refinada y compleja. A esto contribuye el uso de un rico vocabulario, como puede apreciarse en las líneas iniciales del poema "Avatara", de su colección La canción de las figuras (1916): "Resonaban los dulces orfeones... / Pintó el farolero, / violeta lucero, / y vimos tristeza clara en los balcones.", o en éstos de "Sonela", de Rondinelas (1929): "Vuela volón / el azulón. / Pasaron los días / de crespos y gules / las tardes rosadas / los bailes azules." Visualmente, las imágenes egurenianas son inestables, misteriosas, envueltas por un escenario lleno de vaguedades y sombras crepusculares. Pero este tipo de visualidades no son las únicas en su obra.

La obra de Eguren también comprende dibujos, acuarelas, óleos y fotografías donde explora estructuras imaginarias similares a las de su literatura. En la fotografía, Eguren fue un dedicado técnico que construyó cámaras en miniatura "del tamaño aproximado de un corcho de botella", según testimonio de su amigo Estuardo Núñez, y experimentó con microfilm. Imágenes poéticas donde se hace uso de una luz que sugiere un tratamiento de revelado fotográfico se presentan en versos de poemas como "La niña de la lámpara azul": "En el pasadizo nebuloso / cual mágico sueño de Estambul, / su perfil presenta destelloso / la niña de la lámpara azul. // Ágil y risueña se insinúa, / y su llama seductora brilla, / tiembla en su cabello la garúa / de la playa de la maravilla."

Eguren se sirve, además, del imaginario mitológico nórdico para ensamblar escenografías en donde no se llevan a cabo acciones dramáticas sino, más bien, desfiles de personajes memorables, como por ejemplo los que figuran en los textos "Los reyes rojos", "Syhna la blanca", "La tarda", "Peregrín, cazador de figuras", "El centinela de fuego" o "La niña de la lámpara azul". El predominio de unidades sensoriales de medida espacial y de una utilería tomada de elementos naturales y, sobre todo, marinos, han hecho posible una lectura "simbolista" de su trabajo. A esto también contribuye significativamente el título de su primer volumen: Simbólicas (1911), y las reminicencias al trabajo del estadounidense Edgar Allan Poe y del francés Charles Baudelaire.

A pesar de que su aprendizaje de la lírica europea moderna a través de la obra un de los escritores mencionados es evidente en forma directa o indirecta, la voz de Eguren se impone llena de sugerencias y de sutileza por sobre la lección aprendida, como puede apreciarse por ejemplo en algunas estrofas de "Canción marina", de su colección Sombra (1929): "Cuando viva grana / el cielo arrebola, / viene la chalana / de la verde ola. // En ella lontana, / dulce barcarola / canta una hermosura marina, pagana, / que siempre está sola. //... Al banco de arena / va, con cinta gualda, / la esquiva morena / de ojos de esmeralda.// Pescadores viejos / le envían sus loas; / la siguen, de lejos, / en mustias canoas."

La crítica no ha dejado de mencionar a Poe en los análisis de la obra del peruano. Existen, de hecho, numerosos elementos comunes entre ambos escritores: ambientes medievales y góticos, divagación especulativa, situaciones mortecinas y espeluznantes, tono narrativo "infantil" (que consta básicamente de estructuras tomadas de los "Tales" folklóricos recopilados por lingüístas del románticismo) y rigurosidad formal, entre otros. Eguren se apropió eclécticamente de cuanto necesitaba. Esta actitud, y muchos de los mismos elementos, son también compartidos por el poeta boliviano Ricardo Jaimes Freyre (1868-1933). Una comparación más seria entre estos tres artistas se sostiene si uno lleva el análisis más allá de lo temático y de las herramientas estilísticas. Todos ellos cumplen una función "fundadora" en la vida cultural de sus naciones, que fueron cambiando de modelos aristocráticos rurales a otros democrático industriales.

Es Poe quien inicia la exploración de maneras modernas de concebir tiempo y espacio en el arte mientras construye los fundamentos literarios del primer proyecto moderno de nación democrática, industrial y capitalista. Comentaristas angloparlantes contemporáneos como William Carlos Williams (1883-1963) y T.S. Eliot (1888-1962), han hecho énfasis en el papel "original" (de ser y de dar lugar a novedad) de la obra de Poe en lengua inglesa. Una perspectiva semejante puede aplicarse al caso de Eguren y de la formación moderna de una nacionalidad en el Perú, y se puede obtener resultados que dan otras luces a su trabajo. Siguiendo esa línea, el complejo imaginario desplegado y levantado por estos escritores (lugares, personajes, ambientes), al no existir con anterioridad, espacial ni temporalmente, en parte alguna, establece sus orígenes en el propio lenguaje.

Este tipo nuevo de palabra poética, que ha marcado la poesía occidental de este siglo, tiene formas y contenidos que llaman la atención del lector sobre sí mismos. La lectura se detiene para advertir la naturaleza artificial del poema, como obra de arte que pretende sostenerse por sí misma, sin verse obligada a reflejar ni reproducir ninguna realidad conocida previamente. La geografía, el paisaje, los protagonistas y los objetos de esta poesía (su tiempo y espacio) tienen contornos difusos que -como es el caso en Eguren- los hacen irreconocibles, ello deja fuera del marco de lectura la posibilidad de que el poema sea reflejo estilizado u ornamentado de una realidad ya existente. Con ello, la poesía de Eguren (como la de Poe o Jaimes Freyre) consigue proponerle al lector otros parámetros de percepción y, con éstos, una nueva consideración de la realidad sensorial, un tipo de "conciencia" moderna.

Esta poética precede la reorganización del mundo de comienzos del siglo XX. Junto con la producción industrial y la sociedad de masas, se llevan a cabo (como se ha mencionado líneas antes) las guerras que definieron los territorios y las relaciones económicas de las naciones modernas. A la luz de este contexto se animan los personajes de la poesía de Eguren, como puede observarse en el poema "El caballo", donde esta figura aparece muerta "en antigua batalla": "En la plúmbea esquina / de la barricada, / con ojos vacíos / y con horror, se para.// Más tarde se escuchan / sus lentas pisadas, / por vías desiertas, / y por ruinosas plazas."

La atmósfera de evocaciones infantiles, de decadencia y desintegración en los poemas de Eguren, es expresión que acompaña un proceso de modernización que tiene una doble cara: la destrucción militar y la promesa del progreso tecnológico. Tanto la contemplación de la naturaleza como el tratamiento de la "infancia" cobran otra faceta en el trabajo de Eguren, sobre todo si se considera que estos remiten a la experiencia de los años de la Guerra del Pacífico, la ocupación militar chilena del país y la mayor crisis económica en el Perú del siglo XIX. Diez años después de terminada la guerra, Eguren y sus hermanas dejaron la hacienda donde vivían en las afueras de Lima, y se mudaron a la localidad de Barranco, a orillas del Pacífico. Este pueblo y el vecino balneario de Chorrillos fueron zonas residenciales saqueadas e incendiadas por las tropas de ocupación.

Junto a su obra literaria en verso, Eguren dejó una serie de textos en prosa que fueron publicados póstumamente bajo el título de Motivos estéticos. En éstos elabora ideas sobre el arte, la poesía y la manera en que el artista le da forma a la modernidad. Eguren ve al poeta como quien "guía a sus coetáneos a la civilización", y también dice: "El poeta debe consagrar sus aptitudes a romper los límites hasta el día alcanzados, pues si esto no consigue allí quedará; pero de ninguna manera le está concedido volver el rostroñ porque lo vencerán los vencidos." La concepción moderna de Eguren se apoya en la labor especializada del escritor, entendido como la persona que se dedica a la producción de nuevas formas de lenguaje e interpretación de su mundo.

Luego de no ser reconocido en su momento por quienes formaban parte activa del circuito difusor de cultura en el Perú, y de ser valorado tan sólo por algunos de sus coetáneos, Eguren es ahora considerado como uno de los escritores más difíciles y fascinantes de Hispanoamérica. Pasado el Modernismo y la Vanguardia, su obra todavía ofrece facetas inexploradas para sus críticos.

Autor

  • Luis Rebaza-Soraluz