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HistoriaPolíticaBiografía

Eduardo I, Rey de Inglaterra (1239-1307).

Rey de Inglaterra nacido en Westminster, Londres, en junio de 1239 y muerto el 7 de julio 1307. Apodado Zancos Largos a causa de su gran estatura y peso, es quizás el monarca inglés de la época medieval que más éxito tuvo, ya que pasó a la historia por haber conquistado Gales y mantenido Escocia bajo la dominación inglesa.

Síntesis biográfica

Fue el primogénito del rey Enrique III, primer representante de la dinastía Plantagenet, y de Leonor de Provenza, grandes defensores y amantes del arte y la cultura, y de ellos recibió una educación muy disciplinada, aprendió latín, francés, artes, música y ciencias. Eduardo I se casó dos veces. En 1254 contrajo matrimonio pactado con Leonor de Castilla, hija de Fernando III de Castilla y León, a quien amó profundamente hasta su muerte. La ceremonia se celebró en el monasterio español de las Huelgas, y ella tan solo contaba diez años. De este primer matrimonio, Eduardo tuvo 16 hijos. Cuando su primera esposa murió, el rey lo sintió tanto que erigió en su honor Las Cruces de Leonor: monumentos en piedra en cada uno de los doce lugares en los que el cortejo fúnebre de su mujer hizo noche en su camino desde Harby, Lincolnshire, a la Abadía de Westminster. Su segunda esposa fue Margarita, hija del rey Felipe III de Francia, y con ella tuvo otros tres hijos. Justo antes de su matrimonio, el rey Enrique le dio el ducado de Gascuña (una de las posesiones que aún se conservaban de las una vez extensas propiedades francesas de los reyes ingleses angevinos), al que acompañaban ciertos territorios de Irlanday las tierras del rey en Gales. Proclamado rey a la muerte de su padre en 1272, fue coronado dos años después. Sometió Gales (1284) y decretó la expulsión de los judíos de Inglaterra (1290). Eduardo I llevó a cabo una larga campaña para someter Escocia, pero murió antes de ver sus objetivos cumplidos.

Sus restos fueron llevados a la Abadía de Westminster y en su tumba, años más tarde, serían grabadas las palabras “Scottorum malleus” y “Pactum serva”. Richard Baker, en una crónica de los reyes de Inglaterra, diría de él que “tuvo las dos sabidurías, no fáciles de encontrar aún por separado (...): habilidad de juicio en sí mismo y la decisión de escuchar el juicio de otros. No se apasionaba fácilmente, pero una vez que lo hacía, no se le detenía fácilmente,”

El príncipe Eduardo

Enrique III sumió al país en la ruina a causa de una costosa intervención en Sicilia, a la que se había visto movido por la oferta que le hizo el papa Urbano IV de la corona de Sicilia para su hijo menor, Edmundo. Enrique pronto se convirtió en un pupilo de la Santa Sede que no tenía escrúpulos en aprovecharse de una situación privilegiada, al menos a ojos de buena parte del clero y de los barones. La nobleza, que ya estaba descontenta con la gestión del monarca, encabezada por el propio cuñado de Enrique, Simón de Montfort, conde de Leicester, montó en cólera. El rey, amenazado por la bancarrota y la excomunión, se vio obligado a aceptar una serie de reformas que limitaron en gran medida sus poderes: un Consejo de 24, que era en buena parte nombrado por los propios barones, asumió las funciones del Consejo Real. Es lo que se conoce como Provisiones de Oxford, de 1258.

Cuando en 1261, ante las nuevas tentativas de Montfort de extender las concesiones reales, Enrique III repudió las Provisiones, apoyado por el rey francés Luis IX, Eduardo estuvo por un tiempo de parte de la nobleza. Pero al estallar la guerra, siempre con el apoyo de Francia, el príncipe se pasó al lado de su padre (1263) y se convirtió en el peor enemigo de Montfort. Luchó por el rey en la batalla de Lewes (1264) y derrotó a Simón de Montfort definitivamente en la violenta batalla de Evesham, en 1265. Al contrario que su padre, Eduardo tenía un carácter belicoso. Hizo pronto muchos progresos militares, y en Evesham trató a los rebeldes de forma salvaje. El cuerpo de Simón fue mutilado y su cabeza cortada y exhibida por todo el país como advertencia de lo que sucedía a quienes se rebelaban contra el rey. Incluso, tras el fin de la guerra, persiguió sin descanso a los supervivientes de la familia Montfort, que eran sus propios primos. Sin embargo, supo desenvolverse en la escena política, y al final de la contienda buscó y logró la paz social y la reconciliación política entre su padre, que restableció la estructura de la Carta Magna y con ella sus tradicionales poderes, y los rebeldes.

Primeros años de reinado

Eduardo I fue proclamado rey a la edad de treinta y tres años, en 1272 a la muerte de Enrique III. En esos momentos, se encontraba luchando en la Cruzada; el príncipe había partido de Inglaterra en 1270 para reunirse con Luis IX en la Cruzada desencadenada por la conquista en 1263, por parte del sultán mameluco Baibars IV, de Nazaret y su avance hacia Acre. Pero el monarca francés falleció en Túnez antes de su llegada. A pesar de que las tropas francesas decidieron entonces abandonar la campaña, Eduardo prefirió continuar y llegó a Acre en 1271. Sin embargo, sus fuerzas eran muy limitadas, ya que solo le acompañaban 1.000 caballeros entre la fuerza internacional de los cruzados cristianos, y se vio obligado a aceptar una tregua con Baibars IV. Cuando en junio de 1272 se salvó de un intento de asesinato, abandonó la cruzada y nunca más volvió a una.
Tras la muerte de su padre, el 16 de noviembre de 1272, Eduardo fue proclamado rey de Inglaterra sin oposición, e incluso los barones le juraron lealtad, de modo que cuando Eduardo llegó a Londres en agosto, fue coronado a la edad de 35.

Política interior: reformas administrativas y endeudamiento creciente

A lo largo de su reinado, Eduardo I, aunque en ocasiones fue muy agresivo, mantuvo el concepto de comunidad, y actuó en pro del bienestar de sus súbditos. La autoridad real estaba soportada por la ley, y debía actuar siempre por el bien público, pero esa misma ley proporcionaba protección a los súbditos reales. El nivel de interacción entre el rey y sus súbditos permitió a Eduardo una considerable libertad para conseguir sus objetivos.

A nivel administrativo, extendió la burocracia iniciada por Enrique II con el fin de incrementar su eficiencia como rey. Dividió la administración en cuatro áreas principales: Cancillería, Hacienda, Interior y Consejo. La Cancillería investigaba y creaba documentos legales, mientras que Hacienda se encargaba de la administración del dinero, investigaba y registraba las cuentas. Estos dos departamentos funcionaban dentro de la autoridad real pero con independencia de su supervisión personal. El de Interior, por el contrario, era una corte móvil de consejeros que viajaban con el rey, mientras que el Consejo, el más activo de los cuatro órganos, estaba formado por un grupo de personas selectas de diversos ámbitos que se encargaban de los asuntos de máxima importancia para el reino.

Con el objetivo de conseguir dinero, Eduardo reunió el Parlamento. En 1295, al necesitar fondos para costear la guerra contra Francia, convocó el más completo de los que había conocido Inglaterra, un Parlamento Modelo que reunía a representantes de varios estamentos: barones, clérigos, caballeros y gente de la ciudad. Hasta el final de su reinado, los Parlamentos solieron reunir a estos mismos estamentos.

Las medidas de Eduardo I en el campo legal favorecieron el descenso de las prácticas feudales. El Estatuto de Gloucester (1278) frenó la expansión de los grandes grupos privados, y estableció el principio de que todos los negocios particulares habían de ser por delegación y bajo la subordinación a la corona. Las instituciones reales pasaron a ejercer de árbitros en disputas financieras, de propiedad o criminales, y otra serie de medidas contribuyeron a la preparación del escenario para convertir la tierra en un objeto de comercio.

Otro aspecto destacado de la política interior de Eduardo I fue su público antisemitismo. En el transcurso de su campaña en Gales, impuso fuertes impuestos a los prestamistas judíos, de manera que pronto acabó con sus reservas. Cuando estos ya no pudieron pagar lo que se les exigía, el sentimiento xenófobo se incrementó, y los judíos fueron acusados de deslealtad. Al principio las medidas antisemitas se limitaron a prohibir los derechos de los judíos a prestar dinero, para ir pasando después a manifestaciones más acusadas de racismo: limitó primero su capacidad de movimiento y sus actividades; decretó que todos los judíos debían llevar distintivos en sus vestimentas para ser identificados públicamente; llevó a cabo ejecuciones masivas de judíos para, en 1290 decretar la expulsión definitiva de los judíos de Inglaterra.

La agresividad de su política exterior

En Gales

La política exterior de Eduardo I fue muy agresiva, ya que el rey estaba decidido a imponer los derechos de los reyes ingleses en las Islas Británicas. La primera parte de su reinado estuvo dedicada al control de Gales, que en esos momentos consistía en un pequeño y desunido número de principados. Los principados del sur mantenían una complicada alianza con los Señores de Marcher (señores feudales y barones establecidos por los reyes normandos para proteger la frontera inglesa de las agresiones galesas) mientras que los del norte estaban dominados por Gwynedd, bajo el fuerte liderazgo del príncipe Llywelyn ap Gruffyd. En 1247, Llywelyn acordó en el tratado de Woodstock pagar tributo al rey inglés, aunque, fue aprovechando las guerras civiles inglesas para fortalecer su poder, y en la Paz de Montgomery (1267) se confirmó su título como príncipe de Gales y fueron reconocidas sus conquistas.

Llywelyn mantuvo que los derechos de su principado quedaban completamente fuera del derecho inglés. No estuvo presente en la coronación de Eduardo y se negó a rendir vasallaje. Finalmente, en 1277 Eduardo I le declaró la guerra como “rebelde y perturbador de la paz”. En 1282 la guerra estalló de nuevo cuando Llywelyn se unió en rebelión a su hermano David, pero pronto tuvo que replegarse en las montañas del norte de Gales, a causa de la gran determinación de Eduardo, su experiencia militar, su excelente uso de los barcos ingleses en la costa norte de Gales y la acción de una de las mayores armadas jamás reunidas por un rey inglés. Llywelyn murió en el campo de batalla ese mismo año, y David fue ejecutado, terminando de esta forma las ansias galesas de independencia.

Gales entró dentro del marco legal de Inglaterra (estatuto de Gales, 1284). Como símbolo de su fuerza militar y de su autoridad política, Eduardo gastó cerca de 80.000 libras en diversas construcciones y castillos en el norte de Gales, para lo que empleó una mano de obra de más de 3.500 hombres procedentes de toda Inglaterra.

En Escocia

El otro asunto que marcó la política exterior del reinado de Eduardo I es el que se conoce como “La Gran Causa”: Escocia. Por un tratado del año 1174, Guillermo el León de Escocia se convirtió en vasallo del rey inglés Enrique II, pero en 1189 Ricardo I liberó a Guillermo de este deber y durante años, hasta la muerte prematura de Alejandro III en 1286, se mantuvo la paz entre ambos países gracias a los matrimonios entre sus respectivas familias reales. Su nieta y heredera Margarita, la doncella de Noruega, que estaba destinada a contraer matrimonio con el entonces único superviviente hijo de Eduardo, Eduardo de Caernavon, también murió (el mismo año, por otra parte, que lo hacía la muy amada esposa del rey, Leonor).

En ausencia de un claro heredero al trono escocés, los desunidos terratenientes escoceses invitaron a Eduardo a mediar en la disputa, quien, a fin de conseguir la aceptación de su autoridad en el veredicto, buscó y consiguió el reconocimiento de los diferentes candidatos de su poder sobre Escocia y su derecho a determinar sus pretensiones. De esta forma, en 1294 Eduardo y sus 104 asesores dieron el reino a John Balliol, que era el candidato más cercano a la línea real, frente a Robert Bruce, (abuelo del que habría de ser Robert I de Escocia). Balliol juró lealtad a Eduardo y fue coronado en Scone.

Muy pronto, la posición de Balliol se mostró difícil. Ante los deseos de Eduardo de ejercer de señor de Escocia y sus continuas exigencias, como la que le llevó en 1294 a acudir a Westminster tras recibir orden de Eduardo, Balliol fue perdiendo autoridad entre los magnates escoceses. Estos últimos decidieron buscar aliados en Francia, entonces en guerra con Inglaterra por el ducado de Gascuña, y firmaron la Alianza de Allud, rubricada por el mismo Balliol en 1295. En marzo de 1296, tras fracasar por la vía diplomática, Eduardo arrasó la ciudad escocesa de Berwick, lo que llevó a Balliol a renunciar formalmente a su vasallaje a la corona inglesa en abril de ese mismo año.

La oposición era cada vez mayor entre los escoceses, alentados por la insensible política que Eduardo I llevaba a cabo con ellos (llegó incluso a llevarse la Piedra de Scone, en la que tradicionalmente eran coronados los reyes escoceses, a la Silla de la Coronación de la Abadía de Westminster) y los conflictos se fueron haciendo más difíciles y prolíficos.

En 1297 Eduardo I estaba pasando por los momentos más difíciles de su reinado. Las continuas guerras en las que embarcó al país, contra Gales, Francia, Flandes y Escocia, le tenían arruinado. Los clérigos rehusaron pagar parte de los costes y el Parlamento dudaba de contribuir a las caras y poco exitosas campañas militares. Al final, Eduardo se vio obligado a aceptar ciertas concesiones, incluida la reconfirmación de la Carta Magna, para obtener el dinero necesario.

Mientras, los rebeldes escoceses, dirigidos por el legendario sir William Wallace, se hacían fuertes. Wallace, que ya había participado anteriormente en algunas campañas contra las tropas invasoras inglesas, afirmó definitivamente su liderazgo cuando uno de los caballeros más importantes del país, sir Andrew de Moray, se unió a su causa en agosto de 1297. Ese mismo mes, las tropas de ambos, comandadas siempre por Wallace, se dirigieron a sitiar el castillo de Stirling, un estratégico enclave que había sido tomado fácilmente por las tropas de Eduardo en la primera oleada invasora. En esta batalla, que se conoce como del puente Stirling, los escoceses obtuvieron una brillante victoria que sirvió para acrecentar la popularidad de los rebeldes y su euforia.

Eduardo y sus consejeros consideraban a Wallace un simple bandolero, y confiaban en batirlo con facilidad en cualquier momento sin sospechar de la gran audacia de este personaje, que llegó en 1297 a invadir Inglaterra por Northumberland y Cumberland. El éxito de su campaña sirvió a Wallace para llegar al cenit de su popularidad y ganar de paso la alianza del resto de los nobles; al rey, que se vio obligado ante los acontecimientos a retirarse de la campaña que estaba llevando a cabo en esos momentos en Francia, para darse cuenta de la gran talla de su motivado adversario.

El 3 de julio de 1298, Eduardo I, él mismo al frente de un gran ejército, invadió de nuevo Escocia, y venciendo el 22 de julio en la batalla de Falkirk a las tropas que, comandadas también esta vez por Wallace, trataron de hacer frente a la invasión. Wallace desapareció en esta batalla. Parece ser que durante varios años realizó diversos intentos diplomáticos en Europa para conseguir alianzas contra Inglaterra, incluida la de Felipe el Hermoso de Francia. La política exterior de este último, sin embargo, viraba en esos momentos hacia la paz con los ingleses, ya que en 1303 se firmó entre ambos países un tratado por el que el rey francés devolvía a Eduardo el ducado de Gascuña.

En 1304, los ingleses reconquistaron el Castillo de Stirling, hecho que llevó a la mayoría de los nobles escoceses a desear firmar la paz con Inglaterra, pero Eduardo, dando una vez más muestra del vengativo carácter que ya mostró con Simón de Montfort, no quiso aceptar hasta que no le fuese entregado el propio Wallace. En 1305, el héroe popular fue capturado, tal vez víctima de una traición, llevado a Londres, juzgado y ejecutado con especial crueldad para escarmiento público. El año anterior, el Parlamento inglés había tomado varias disposiciones para el futuro de Escocia. Se estableció un consejo en el país que incluía a Robert Bruce, pero este se rebeló en 1306 al asesinar a otro consejero y fue coronado rey de Escocia. A pesar de la precariedad de su salud, Eduardo estaba decidido a invadir de nuevo el país, así que se dirigió hacia el norte una vez más. Sin embargo, murió en el camino el 7 de julio de 1307 a la edad de 68 años.

Bibliografía

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  • TOUT, T.F. Edward the first. Londres, 1983.

JMMT

Autor

  • Juan Miguel Moraleda Tejero