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LiteraturaOcio y entretenimientoBiografía

Domecq Díez, Álvaro (1917-2005).

Caballero rejoneador, criador de reses bravas y escritor español, nacido en Jerez de la Frontera (Cádiz) el 1 de julio de 1917 y fallecido el 5 de octubre de 2005 en la finca Los Alburejos (Cádiz). Perteneciente a una familia de alta alcurnia (era hermano del marqués de Domecq), desde la indiscutible altura de su arte a caballo dio origen a toda una dinastía taurina de rejoneadores, continuada en las figuras de su hijo Álvaro Domecq Romero y de sus nietos Luis y Antonio Domecq Domecq. Figura singular donde las haya, capaz de conciliar en su persona el ejercicio activo del toreo ecuestre y una rara facilidad para el cultivo de las Letras, estaba además estrechamente vinculado al planeta de los toros a través de la ganadería de reses bravas Torrestrella, cuya titularidad ostentaba, una de las explotaciones pioneras en la aplicación de las modernas técnicas genéticas a la mejora de cabaña brava española.

La seguridad y eficacia que mostró desde muy joven en la doma ecuestre le permitió tomar parte en numerosos festivales taurinos, en los que fue cuajándose como rejoneador hasta que decidió intervenir profesionalmente en corridas de toros. No obstante, esta "profesionalidad" de don Álvaro Domecq debe quedar bien matizada en lo que atañe al cobro de sus honorarios, ya que, por lo general, siempre que ha toreado a caballo por dinero ha destinado sus emolumentos a instituciones benéficas como el Oratorio Festivo Domingo Sabio (de Jerez) o las Escuelas Rurales de Jandilla. No es de extrañar, por ende, que el día 11 de junio de 1945 fuera reconocido su altruismo con la concesión de la Cruz de Beneficencia, condecoración que le fue impuesta pocos días más tarde en el transcurso de otro festival benéfico verificado en las arenas de su Jerez natal.

Hechas estas precisiones -de obligada mención a la hora de perfilar la verdadera figura de Álvaro Domecq Díez-, conviene retomar el hilo de su trayectoria taurina en el punto en que decidió, allá por el año de 1943, dedicarse a la ejecución del rejoneo frente a toros bravos. Al año siguiente, ante la expectación que había suscitado su recuperación del viejo arte campero que pusiera en boga antes de la Guerra Civil el caballero cordobés Antonio Cañero(arte que pasaba por una etapa de declive de la que no habría salido si no hubiera surgido la figura ecuestre de don Álvaro), dio por concluida su temporada tras haber cumplido cincuenta contratos. Toreó, en dicha campaña de 1944, en coliseos tan importantes como la plaza Monumental de Las Ventas(Madrid), y alcanzó éxitos tan memorables como el cosechado en la de Santander el día 20 de agosto, frente a un astado del hierro propiedad de su familia.

Resucitada, así, la antigua afición al noble arte del rejoneo, en la temporada de 1945 hizo cuarenta paseíllos, e idéntica cifra alcanzó al término de la campaña siguiente, en la que perdió, ante las astas de un toro, a una de sus mejores monturas: Cartucho, un pura sangre inglesa de origen argentino que había pasado a formar parte de su cuadra después de haber disputado varias pruebas en el hipódromo de La Zarzuela (Madrid). Poco después, en la plaza gaditana de La Línea de la Concepción, otro toro acabó con la vida de Espléndida, su yegua favorita. Acabada aquella temporada de 1946, cruzó el océano Atlántico y exhibió su toreo ecuestre por las principales plazas hispanoamericanas.

En 1947 sólo intervino en festejos portugueses. Aquel año, Álvaro Domecq vivió muy de cerca la tragedia de su gran amigo Manuel Rodríguez Sánchez ("Manolete"), cuya desgraciada muerte en Linares tuvo por testigo al caballero jerezano, presente en el coliseo jiennense y en la lenta agonía del malogrado espada. Tal era la amistad que unía a ambos toreros, y tanta la honrada caballerosidad que ya adornaba al jinete, que, a petición de la madre del propio "Manolete", Álvaro Domecq se encargó de poner en orden la cuantiosa herencia que dejaba el diestro fallecido.

Repuesto de esta tragedia, en 1948 volvió a hollar desde sus monturas las arenas españolas en veintiuna ocasiones, y de nuevo se enfundó la indumentaria campera en la campaña de 1949, al término de la cual se retiró del ejercicio activo del rejoneo. Sin embargo, por cumplir la palabra que tenía empeñada volvió a hacer un solo paseíllo en 1950, pues no quería faltar a un compromiso que había suscrito antes de anunciar su retirada. Diez años después, el día 1 de septiembre de 1960, tomó otra vez las riendas en la plaza de toros gaditana de El Puerto de Santa María, para conceder una simbólica alternativa a su hijo Álvaro Domecq Romero; y al cabo de otros quince años (concretamente, el día 12 de octubre de 1985, cuando don Álvaro contaba ya sesenta y ocho años de edad), de nuevo se subió a un caballo en el coliseo de Jerez de la Frontera, ahora para tomar parte en la despedida del toreo de su hijo.

Entre el legado que Álvaro Domecq aportó a la evolución del toreo del siglo XX, es justo señalar la ya mencionada recuperación del estilo campero de Antonio Cañero, así como su arrojo y decisión a la hora de echar pie a tierra cuando se veía obligado a estoquear a las reses que no permitían la ejecución de la suerte suprema desde la silla de montar. Empero, también es necesario consignar que su costumbre de enfrentarse con reses desmochadas -algo que nunca hubiera consentido el susodicho Cañero- acabó con la pureza del toreo ecuestre, ya que el toro, auténtico protagonista de la fiesta, dejó de ser el eje en torno el cual se movía el espectáculo para ceder su preeminencia a las monturas. Degeneró así el rejoneo a una suerte de ejercicio de doma (más o menos artística, y -sin duda- también arriesgada) que, en manos de algunos jinetes continuadores del legado de don Álvaro, y mucho menos ortodoxos que él, ha acabado por transformase en el habitual "número de los caballitos" del que hogaño reniegan los aficionados cabales.

En su faceta de escritor e historiador taurino, Álvaro Domecq Díez se dio a conocer con un folleto titulado El rejoneo, que vio la luz en Madrid en 1958. Posteriormente colaboró en la obra colectiva coordinada por Carlos Orellana Chacón, titulada Los toros en España (Madrid, 1969), en donde se responsabilizó del capítulo sobre "El arte del rejoneo". En 1985 publicó su obra más famosa, El toro bravo, un libro en el que vertía toda su experiencia en la crianza de reses de lidia. Finalmente, escribió un trabajo titulado "La cría y selección del toro de lidia en la actualidad", que salió impreso en el tomo XI del monumental tratado enciclopédico Los Toros, popularmente conocido como El Cossío (véase Cossío y Martínez Fortún, José María de). Además, ha publicado numerosos artículos sobre tauromaquia en el diario ABC, y en las revistas Blanco y Negro y El Ruedo.

Autor

  • JR