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Cuadra y Vargas, José de la (1903-1941).

Poeta, narrador, ensayista, periodista, educador, político, diplomático y profesor universitario ecuatoriano, nacido en Guayaquil (en la provincia del Guayas) el 3 de septiembre de 1903 y fallecido en su ciudad natal el 27 de febrero de 1941. Autor fecundo y polifacético, dotado de una asombrosa capacidad para adaptar a la literatura contemporánea los mitos y leyendas tradicionales de su pueblo, a pesar de su breve existencia -murió sin haber alcanzado los treinta y ocho años de edad, víctima de su desmedida afición al consumo de bebidas alcohólicas- dejó una extensa y brillante producción impresa que le sitúa entre las voces más sobresalientes de la narrativa hispanoamericana del siglo XX. Miembro del denominado "Grupo de Guayaquil" (en el que figuran otras plumas tan conspicuas de las Letras ecuatorianas como Demetrio Aguilera Malta, Joaquín Gallegos Lara, Enrique Gil Gilbert y Alfredo Pareja Diezcanseco), fue a la vez uno de los autores más destacados de la llamada "Generación del 30", formada por un puñado de narradores ecuatorianos -en su mayoría, guayaquileños- que incorporaron la figura del montubio (campesino costero), sus costumbres y sus formas de vida a la literatura del país.

Vida

Nacido en el seno de una familia de alta alcurnia que había venido a menos en sus últimas generaciones, recibió desde niño una esmerada formación académica que le permitió desarrollar enseguida su innata curiosidad humanística. Así, tras cursar sus estudios elementales en el prestigioso Colegio Vicente Rocafuerte, siguió en su juventud la carrera de Leyes y obtuvo el título que le permitía ejercer la abogacía, profesión en la que -absorbido por otras inquietudes, como el cultivo de las Letras o la dedicación docente- nunca brilló entre sus colegas. Sí destacó en cambio, ya desde su época universitaria, en el terreno de la política, primero como bullicioso dirigente estudiantil y más tarde como humanista seriamente preocupado por la instrucción de sus compatriotas, afán que dejó patente en 1925, cuando, con tan sólo veintidós años de edad, se convirtió en uno de los promotores y fundadores de la Universidad Popular de Guayaquil.

Tras la "Revolución Juliana" -que puso fin a la hegemonía del Partido Liberal Radical el día 9 de julio de 1925-, el joven y animoso José de la Cuadra se afilió al Partido Socialista, en cuyo seno ejerció diversas funciones que, desde la práctica de un socialismo moderado, habrían de conducirle, con el paso del tiempo, hasta el desempeño de altos cargos en la vida pública de su nación. Así, fue Secretario de la Gobernación del Guayas, Secretario General de la Administración -rango equiparable al de ministro- durante el gobierno del general Alberto Enríquez Gallo y, en otros períodos de su carrera político-administrativa, agente consular en diferentes países de Hispanoamérica.

José de la Cuadra alternó esta activa dedicación a la política y a la diplomacia con el cultivo de la escritura periodística (desarrollada principalmente en las páginas de los medios de comunicación de su Guayaquil natal, como el rotativo El Telégrafo y la revista ilustrada Semana Gráfica), la creación literaria y el ejercicio de la docencia. En el citado Colegio Vicente Rocafuerte trabajó como profesor y bibliotecario, y llegó a desempeñar el cargo de Vicerrector, para pasar después a la enseñanza superior en las aulas de la Universidad de Guayaquil, donde impartió clases de Economía Política, Derecho Político, Derecho Penal y Ciencia de la Hacienda. Por desgracia, su grave dependencia del alcohol truncó de forma dramática esta brillante trayectoria literaria y profesional, hasta acabar con su vida a comienzos de 1937, cuando ejercía como juez primero del crimen de la Provincia del Guayas. Por aquel entonces, su pauta habitual de trabajo consistía en recorrer las poblaciones asentadas a las orillas de los grandes ríos del litoral, haciendo acopio de datos sobre la vida de los montubios; después, tumbado en una hamaca, dictaba sus célebres cuentos a su paciente esposa, quien los copiaba a mano para dárselos a corregir antes de llevarlos definitivamente a la imprenta.

Obra

Narrativa

Su temprana dedicación a la escritura creativa le animó, en los primeros compases de su carrera literaria, a probar suerte en el género poético, con la publicación de algunas composiciones que, difundidas a través de periódicos y revistas locales, pasaron prácticamente inadvertidas ante la crítica y los lectores. Estos poemas primerizos venían traspasados por un modernismo galante y caduco que, en cierto modo, siguió aflorando en las narraciones breves de su primera etapa, en las que el tema amoroso y el preciosismo estético mostraban a un joven José de la Cuadra cercano a la novela rosa y centrado, casi exclusivamente, en banales y sensibleros argumentos sentimentales. Estas directrices genéricas y temáticas quedaron patentes en los folletos narrativos titulados Oro de sol (Guayaquil: El Telégrafo, 1925), Perlita Lila (Id. Id., 1925), Olga Catalina (Id. Id., 1925) y Sueño de una noche de Navidad (Guayaquil: Artes Gráficas Senefelder, 1930), así como en las colecciones de relatos tituladas El amor que dormía (Id. Id., 1931) y La vuelta de la locura (Madrid: Revista Literaria Novelas y Cuentos, 1932).

Pero entre la publicación de estas dos recopilaciones de cuentos vio la luz, ante el asombro de críticos y lectores, otro volumen de relatos de José de la Cuadra que presentaba sustanciosas novedades respecto a la producción narrativa que hasta entonces había dado a la imprenta el joven escritor de Guayaquil. Se trata de Repisas (Guayaquil: Artes Gráficas Senefelder, 1931), un libro que, si bien recogía diversos cuentos que ilustraban la evolución de los postulados estéticos seguidos por José de la Cuadra durante la década de los años veinte (como "Iluso dominio"), daba cabida también a otra suerte de narraciones que habrían de determinar, a partir de entonces, la prosa de ficción del malogrado autor guayaquileño: por un lado, aparecía por vez primera en su obra narrativa el material legendario procedente de la tradición ancestral de los montubios (así, v. gr., en el cuento titulado "La cruz en el agua"); y, por otra parte, asomaba entre sus mejores páginas esa preocupación por los grupos sociales marginados que habría de caracterizar la escritura de los narradores ecuatorianos de la Generación del 30 (manifiesta en el relato "El desertor", una de las piezas maestras de José de la Cuadra).

Se había producido, pues, un giro radical en los intereses literarios del autor de Guayaquil, que a partir de entonces habrían de tomar un rumbo totalmente opuesto al que había marcado la singladura literaria inicial de José de la Cuadra. Conviene anotar, no obstante, que, como ha revelado uno de los mayores estudiosos de su obra, Humberto E. Robles, este relato había sido publicado en 1923 -es decir, ocho años antes de que viera la luz, por segunda vez, entre las páginas de Repisas- en la revista guayaquileña Germinal. Merced a este afortunado descubrimiento de Robles, puede afirmarse entonces que el germen de la obra de madurez de José de la Cuadra estaba ya presente en aquella etapa inicial de su carrera literaria, cuando sólo parecían aflorar a sus relatos las cursilerías blandengues y estereotipadas de la novela galante modernista; y de aquí se desprende también que la eclosión de las preocupaciones sociales en la narrativa ecuatoriana no se ajusta al ceñido corsé cronológico que fija su arranque en la Generación del 30 (como establecen todos los manuales al uso), ya que existían desde mucho tiempo atrás unas inquietudes parejas que pugnaban por abrirse camino entre las modas de la época (demasiado agitadas, por lo demás, en medio de la disputa entre los cultivadores de las ya desfasadas corrientes anteriores, y los partidarios de abrirse a las innovaciones que, de la mano de las tendencias vanguardistas, comenzaban a llegar desde Europa).

En cualquier caso, lo cierto es que el cuento "El desertor", con su objetivo enfocado hacia las penosas condiciones de vida de los campesinos costeros, abrió una nueva etapa en la producción narrativa de José de la Cuadra, quien años después glosaría el rumbo social tomado por su obra con algunas máximas como "la realidad y nada más que la realidad" y "literatura veraz y tendenciosa". Quería reafirmar con ello el escritor de Guayaquil su desprecio de las frivolidades sentimentales que le habían distraído en sus años juveniles, y su deseo de reflejar sobre el papel una realidad, bien patente y concreta en su crudeza, que había sido seleccionada concienzudamente -de ahí lo de "tendenciosa"- entre los aspectos reales de la vida cotidiana que mejor pueden ilustrar las afrentas e injusticias perpetradas contra la dignidad del hombre. Su tendenciosidad como escritor apunta, pues, a la necesidad de ir entresacando de la realidad circundante aquellos hechos que muestran nítidamente el horror, la miseria y las vejaciones que sufren los desheredados, al tiempo que se desprecian otras circunstancias -también reales, pero intrascendentes- que sólo servirían, sobre el papel impreso, para distraer la atención del lector ante la denuncia plasmada por el artista.

Lógicamente, esta evolución ideológica vino acompañada de notables variaciones formales y genéricas en su obra narrativa. El paso de la sensiblería galante a la radiografía del horror y la injusticia (que alcanza, avant la lettre, simas y honduras de la condición humana que luego habría de ocupar el tremendismo) trajo consigo, por un lado, la relegación de los materiales literarios procedentes de la tradición libresca (que, fundamentales en la composición de sus cuentos primerizos, continuaron ofreciendo un cierto rendimiento en sus narraciones basadas en mitos y leyendas, a través de los testimonios impresos dejados por viajeros, exploradores, colonizadores, religiosos, etc.), y su sustitución por otras fuentes de información mucho más directas e inmediatas, que en algunos casos acercan la labor literaria de José de la Cuadra a las faenas específicas del antropólogo o el etnógrafo; y, por otro lado, la transición desde una escritura culta convencional hasta unas nuevas formas expresivas que intentan reproducir la tradición oral del pueblo ecuatoriano. En este sentido, resulta notabilísimo el afán del escritor guayaquileño por transmitir, con la mayor fidelidad que permite la transcripción al papel, la voz auténtica de esos seres de carne y hueso que constituyen el referente real de sus personajes ficticios. Y cabe anotar también, entre los radicales cambios que pueden apreciarse en la comparación de las dos etapas literarias de José de la Cuadra, su evolución desde unos modelos genéricos y argumentales ampliamente fijados, trillados y sancionados por las modas vigentes (es decir, los de la novela amoroso-galante) hasta unos contenidos temáticos, modelos formales y registros léxicos que, de tan novedosos, pueden considerarse el preludio de ese "realismo mágico" -aquí, todavía, en su fase previa de "lo real maravilloso"- que, al cabo de tres décadas, habría de erigirse en la principal seña de identidad del denominado Boom de la narrativa hispanoamericana.

A la aparición de Repisas le siguió -después de ese retorno a los argumentos sentimentales cifrado en La vuelta de la locura- otra espléndida colección de relatos titulada Horno (Guayaquil: Talleres de la Sociedad Filantrópica, 1932), en la que figuran algunas de las obras maestras del género de toda la literatura hispanoamericana, como "Olor de cacao", "Chumbote" y "Banda de pueblo". En su patética visión del hombre vencido, vejado y acorralado, Horno presenta con inusitada crudeza e intencionado feísmo (no exentos, con todo, de algunas escalofriantes punzadas líricas) los tres grupos sociales que se convirtieron, desde la publicación de esta obra, en los referentes habituales de las historias de José de la Cuadra en la realidad ecuatoriana contemporánea: los marginados habitantes de los arrabales de las grandes urbes (en concreto, de las barriadas más pobres de Guayaquil), la humillada y paupérrima población indígena de la serranía, y el mundo rural, misérrimo y olvidado de los montubios (con toda su tradición oral de mitos y gestas legendarias). El éxito de las narraciones breves incluidas en Horno propició, al cabo de ocho años de su primera salida a la luz, una segunda edición del libro (Buenos Aires: Editorial Perseo, 1940), ahora enriquecido con la inclusión de la novela breve La Tigra -otra de las joyas de la narrativa de José de la Cuadra-, centrada en el personaje femenino de Francisca Miranda, "la niña Pancha", que pronto se convirtió en el emblema de la mujer perteneciente al campesinado costero ecuatoriano.

En la capital de España, a mediados de los años treinta, salió de la imprenta la primera edición de Los Sangurimas (Madrid: Cenit, 1934), unánimemente considerada por la crítica hispanoamericana como la obra maestra de José de la Cuadra y Vargas, y sin lugar a dudas una de las mejores narraciones del siglo XX escritas en lengua castellana. Estructurada como una saga familiar que recoge los principales episodios vividos por don Nicasio Sangurima, sus cuatro hijos legítimos y seis de sus nietos por espacio de cien años, es a la vez el marco narrativo en el que se encajan múltiples leyendas y acontecimientos maravillosos cuya transmisión oral acaba por configurar una suerte de tragedia griega ambientada en territorio montubio y sustentada por todos los mitos de su cultural y todos los engranajes anacrónicos de su tejido social. Tan representativa de la tradición montubia como desmitificadora -por intención expresa del autor- de los vicios y atrasos que seguían lastrándola en esquemas mentales y estamentos sociales cercanos todavía a la organización feudal, José de la Cuadra llegó a suprimir en su segunda edición (Guayaquil: Editora Noticia, 1939) dos relatos de la primera versión que eran ajenos al mundo de los montubios, consciente de que su obra había de pasar a la historia como la mejor radiografía literaria del agro costeño.

Entre esas dos ediciones de Los Sangurimas, el autor de Guayaquil redactó la novela breve La Tigra, que, en opinión del citado Humberto E. Robles, "contiene varios de los atributos que distinguen a buena parte de las narraciones de De la Cuadra sobre el montubio, y que habían sido máximamente interpretados en Los Sangurimas [...]: un personaje extraordinario, cultura oral, primaria; un lugar alejado y remoto; circunstancias misteriosas; impotencia ante poderes superiores y la correspondiente esperanza en algún auxiliar extraordinario como el ensalmo, el maleficio, la magia, el milagro; transformaciones de sucesos por medio de residuos de recuerdos que, antes que recuperar el pasado, animan a una concepción actual de la realidad; presencia de un narrador [...] que se desplaza como testigo, interlocutor, recopilador y emisor y que se interesa por desentrañar los procesos de pensamiento de sus principales personajes".

Tres años antes de su muerte, José de la Cuadra y Vargas dio a la imprenta otra deslumbrante obra, Guásinton: relatos y crónicas (Quito: Talleres Gráficos de Educación, 1938), en la que los dos géneros enunciados en su título se confabulan para describir y caracterizar a un gigantesco animal mítico de la tradición montubia, el caimán "Guásinton". En páginas que aúnan la invención fabuladora original con noticias procedentes de la relaciones escritas por cronistas y exploradores, el universo poético del autor guayaquileño vuelve a aflorar a través de sus temas y motivos predilectos (como la religión, la superstición, el mito, el miedo...), dando lugar de nuevo a esa espectacular simbiosis entre realidad y fantasía que pronto se conocería como "realismo mágico". Esta fascinación por lo misterioso y extraordinario entreverado en la cotidianidad había quedado plasmada también en su novela inconclusa Los monos enloquecidos (Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1951), publicada con carácter póstumo -merced a los desvelos de su viuda- a los diez años de la muerte del autor, pero escrita a comienzos de la década de los treinta, cuando aún estaban por nacer las mejores entregas narrativas de José de la Cuadra. Las maravillosas aventuras de su protagonista, el guayaquileño Gustavo Hernández, dan pie al esbozo de una desgraciadamente inconclusa biografía familiar que, proyectada desde el siglo XVII hasta el primer tercio del siglo XX, sirve al autor para describir e interpretar con asombrosa penetración las castas privilegiadas de su ciudad natal, en permanente crisis de identidad por su empeño en negar su naturaleza y herencia mestizas.

De mediados de los años treinta data otra narración inacabada del escritor de Guayaquil, Palo'e Balsa. Vida y milagros de Máximo Gómez, ladrón de ganado (1935), de la que apenas se conocen algunos capítulos recogidos en la monumental edición Obras Completas de José de la Cuadra (Quito: Casa de la Cultura, 1958), recopilada y anotada por Jorge Enrique Adoum, y prologada por Alfredo Pareja Diezcanseco. A pesar de que estos episodios sueltos apenas revelan el perfil de un vigoroso protagonista (un cuatrero costeño que se complace en robar a los ricos y favorecer a los pobres), puede advertirse en ellos una clara intención de presentar al bandido de antaño como un elemento subversivo prerrevolucionario

Ensayo y biografía

En su faceta de ensayista, José de la Cuadra continuó mostrando su interés por el conocimiento del universo montubio, aunque también dedicó algunas de sus páginas más brillantes a perfilar las semblanzas biográficas de algunas personalidades ecuatorianas coetáneas, muchas de ellas publicadas entre las páginas del hebdomadario Semana Gráfica. Esta última línea de trabajo cobró formato de libro a mediados de los años treinta, cuando dio a la imprenta una colección de biografías que, agrupadas bajo el título de 12 siluetas (Quito: Ed. América, 1934), contribuyeron decisivamente a enmarcar los criterios estéticos y los intereses literarios comunes a los autores de la Generación de 30 y el Grupo de Guayaquil. Poco antes de su muerte, De la Cuadra proyectó otra serie de biografías que, por desgracia, no llegaron a quedar fijadas en papel, entre ellas la del político y militar Eloy Alfaro Delgado, máximo exponente en su época del liberalismo radical.

Pero sus mayores aciertos en el género ensayístico hay que ir a buscarlos entre las páginas de El montuvio [sic] ecuatoriano (Buenos Aires: Imán, 1937), concebido con un estudio sociológico que venía a refrendar las ideas vertidas por el autor en su magnífico corpus narrativo. Así, desde un punto de vista antropológico repasa la tradición mítica y legendaria de los montubios y subraya la importancia de su confusión entre lo veraz y lo fantástico como venero de argumentos para el escritor interesado en lo real maravilloso; y, desde un perspectiva etnográfica, estudia la naturaleza racial del montubio, que según José de la Cuadra se compone de un sesenta por ciento de la raza india, un treinta por ciento de la negra y sólo un diez por ciento de la blanca.

Bibliografía

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  • ---: "Génesis y vigencia de Los Sangurimas", en Revista Iberoamericana (Pittsburgh [U.S.A.]), 106-107 (1979).

  • ---: Testimonio y tendencia mística en la obra de José de la Cuadra, Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1976.

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.