A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
LiteraturaBiografía

Cotto, Juan E. (1900-1938).

Poeta salvadoreño, nacido en Suchitoto (en el departamento de Cuscatlán) el 8 de enero de 1900, y fallecido en Ciudad de México (México) el 24 de enero de 1938. En su breve existencia, sólo dejó concluido un poemario, Cantos de la Tierra Prometida (México: Universidad Autónoma de México, 1940), que vio la luz póstumamente, a los dos años de su desaparición. Fue un escritor prácticamente desconocido en su país natal, pero muy querido y admirado en otros lugares de América.

A muy temprana edad se sintió absorbido por una innata vocación literaria que le llevó a reunirse con otros jóvenes escritores como José Valdés -cultivador de la poesía pura-, Juan Vásquez Mejía -célebre por su maestría en la composición de sonetos- y otros poetas noveles como Bernardino Zamora, Manuel Farfán y Carlos Rodríguez Torres. Todos ellos solían reunirse, en largas caminatas vespertinas, en el pequeño parque de Santa Lucía, sito en la localidad salvadoreña de Santa Ana, donde transcurrió la adolescencia y la primera juventud de Juan E. Cotto.

Poco después, consciente de la necesidad de ampliar sus horizontes vitales en busca de un ambiente literario más abierto y cosmopolita, el joven poeta abandonó su país natal y, tras una breve estancia en Guatemala, se afincó en la gran urbe de México, donde, bajo el padrinazgo del gran prosista y periodista salvadoreño Gilberto González y Contreras, se integró plenamente en la fecunda y animada vida social y cultural del país azteca. Así, pronto tuvo ocasión de ser presentado a algunas de las grandes figuras de la literatura y la intelectualidad hispanoamericana que, a la sazón, residían en México, como el poeta peruano José Santos Chocano, el gran erudito y ensayista mexicano José Vasconcelos -quien, tras la muerte de Cotto, se habría de encargar de prologar su único poemario-, el genial autor español Ramón María del Valle Inclán, el pensador y escritor mexicano Antonio Caso, el también escritor Carlos Pellicer, el ingeniero y periodista Félix Fulgencio Palavicini, el político Adolfo de la Huerta, el poeta, novelista y diplomático Jaime Torres Bodet, el narrador, dramaturgo y periodista norteamericano Waldo Frank, y, entre otros destacados personajes de la actualidad política, social y cultural mexicana de la primera mitad del siglo XX, el pianista Salvador Ordóñez, la artista húngara Vilma Erenyi y el arzobispo Mora y del Río.

A su llegada a México, Juan E. Cotto consiguió un modesto empleo en la Secretaría Mexicana de Instrucción Pública. Pronto se dio a conocer por sus dotes de hombre culto y elocuente, que dejó bien patentes en el discurso que pronunció en la inauguración oficial de un monumento dedicado al genial músico alemán Ludwig van Beethoven. Merced al eco que tuvieron estas palabras suyas en los medios de comunicación, empezó a colaborar en algunos periódicos y revistas de la capital azteca, como el diario católico El tiempo (1928-1933), el rotativo El Universal y las revistas México Moderno y Ulises. En las cartas que desde allí enviaba a su madre, el poeta afirmaba que merced a su honradez, su trabajo periodístico y sus sanas costumbres, sobrevivía perfectamente en México, donde llevaba una "vida de gran señor"; y afirmaba mantener relaciones con "una novia bonita" con la que pronto esperaba contraer matrimonio.

Nada de esto, empero, tenía que ver con la realidad. Homosexual encubierto, Cotto llevaba una vida bohemia y libertina, siempre asediado por la pobreza, de la que a duras penas se zafaba merced al auxilio y mecenazgo de algunas de las figuras del arte y la cultura citadas en párrafos superiores. Para colmo de males, el estallido de la crisis bursátil de 1929 agravó considerablemente los problemas monetarios que le afligían, por lo que tuvo que desempeñar los trabajos más variados, desde funcionario del Ministerio de Hacienda a empleado de la embajada salvadoreña en México, pasando por vendedor de enciclopedias.

Cuando las circunstancias le eran propicias, llevaba una doble vida en la que podía mostrarse pulcro, educado, circunspecto, exquisito y solemne durante el día, capaz de pronunciar sesudas conferencias sobre Beethoven y, acto seguido, interpretar su música al piano con un virtuosismo que dejaba asombrados a todos los circunstantes. Y, sin apenas solución de continuidad, se entregaba, en su azarosa vida nocturna, a la gula, la dipsomanía y otros excesos propios de la depravación, en los que solía acompañarle otro amigo suyo, el también poeta y homosexual colombiano Miguel Ángel Osorio Benítez, más conocido por su pseudónimo literario de Porfirio Barba Jacob.

Además de experto en la música de Beethoven, Cotto también conocía en profundidad las obras de Bach, Mozart y Chopin, y estaba versadp en las grandes literaturas europeas, pues dominaba con solvencia las lenguas inglesa, francesa e italiana. Estos méritos intelectuales le permitieron acceder al cargo de representante de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) en la Universidad de El Salvador, lo que le brindó la oportunidad de regresar triunfalmente a su patria. Pero, tan pronto como pisó el campus de dicha institución en San Salvador, fue "saludado" con un recio lanzamiento de huevos y tomates por parte de la grey estudiantil salvadoreña, lo que le aconsejó retirarse para siempre a su amada Ciudad de México, donde tuvo ocasión de renegar una y mil veces de los que él mismo llamaba "los bárbaros de mi tierra".

Sus ansias cosmopolitas le impulsaron también a realizar varios viajes por otras capitales de América Central y las Antillas (Kingston, Panamá, La Habana...), así como a establecerse durante algún tiempo en Nueva York, donde recibió un buen impulso a su siempre maltrecha economía al ser contratado como conferenciante de literatura por la Universidad de Columbia. Luego regresó a la capital azteca, donde, víctima de una grave afección tuberculosa, perdió la vida a comienzos de 1938. Sus restos mortales, sepultados inicialmente en el Panteón Civil de la Ciudad de México, fueron repatriados más tarde a El Salvador, donde se dio el nombre de "Juan E. Cotto" a una escuela de San Luis del Carmen (Chalatenango).

Obra

Cantos de la Tierra Prometida, único poemario que escribió Juan E. Cotto, consta de treinta y cuatro composiciones en las que resulta fácil apreciar la huella de algunas de las figuras colosales de la poesía contemporánea escrita en lengua castellana, como el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera o los españoles Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Son poemas que revelan la gran versatilidad técnica y métrica del autor salvadoreño, quien maneja con idéntica soltura las formas cultas clásicas (el soneto), los moldes populares (el romance, la balada) y las nuevas modalidades de la expresión poética vanguardista (como el verso libre.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.