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ReligiónBiografía

Colonia, Sara (1914-1940).

Sara Colonia es, en la hagiografía peruana, la santa de los marginados de las ciudades. Sobre su vida se sabe muy poco; solamente los nombres de los parientes más cercanos y los datos concernientes al lugar y a las fechas de su nacimiento y su muerte son exactos.

Su historia y sus milagros han sido constante e intensamente recreados por la cultura popular y la oralidad limeña, 30 años después de su muerte, involucrando peculiares vivencias de su presencia mística. Esta mixtura ha hecho de la vida de Sara una memoria rica e indesligable de las particulares historias personales de los individuos que en ella ven un amparo de sus soledades y miserias. En tanto que recreación constante y oral, quizás sea la literatura la mejor forma de expresar la vida de la muy conocida Sarita Colonia. El peruano Eduardo González Viaña escribió una fascinante novela sobre su vida, la cual no pretende ser una biografía sino la recreación testimonial de los rumores y la fe de sus devotos.

Sara nació el 1 de marzo de 1914 en la ciudad de Huaraz, en la sierra norte del Perú. Fue hija mayor del humilde maestro de obra Amadeo Colonia Flores y de Rosalía Zambrano, y pasó su infancia en el Barrio Belén de la ciudad acompañada de sus dos hermanos menores.

Se dice que el 23 de enero de 1924, cuando en el barrio se festejaba la fiesta de La Belenita, los padres de Sara salieron de la casa dejándola a ella, como hermana mayor, al cuidado de sus hermanos menores. Sara, pequeña y distraída, se quedó conversando entretenidamente con su amiga Venusita Sarmiento, quien se encargaba de encender las velas en la iglesia y quien sabía mejor que nadie en la ciudad de la vida y los milagros de todos los santos. Fue entonces cuando ella predijo a Sarita que iba a ser una santa y que posteriormente saldría de Huaraz. Pasada la medianoche, los padres de Sarita regresaron a la casa y, al ver que sus hijos menores llegaban de jugar después que ellos, se dispusieron a castigarlos, frenando su deseo al ver que los relojes marcaban recién las ocho y media de la noche. Las gentes dicen que este suceso fue el primer milagro de Sarita. Ella estaba por cumplir los 10 años.

En los años treinta, la familia Colonia emigró a la capital e inició su vida en el Callao, el puerto de Lima. Por motivos económicos, el padre de Sarita viajó luego a la selva en busca de trabajo y no volvió a Lima hasta el año 1941. En este lapso la madre de Sarita falleció y ella, para ayudar a sus hermanos, trabajó como empleada doméstica en la casa de una señora italiana, pasando la mayor parte de su vida adulta en la casa de su patrona. De esta etapa de la vida de Sarita y de sus hermanos, marcada por la separación de los padres y el trabajo —tan común entre la gente pobre—, nada se sabe. Las historias cuentan con más énfasis los episodios en los que ella prestó ayuda a los enfermos y a los menesterosos durante los últimos meses de su vida.

Al comienzo de 1940, Sarita soñó que iba a morir el 20 de diciembre de este mismo año. Tenía tan sólo 26 años. Entonces, muy diligente, instaló junto a la puerta de su vivienda un toldo bajo el cual atendió en las tardes, después de su trabajo, a los enfermos del barrio del Callao en el que vivía.

El 15 de diciembre los enfermos esperaron en vano frente a la casa. Sarita no pudo salir a atenderlos. Después de algunos días de desaparecida, las personas que esperaban sus servicios día a día decidieron entrar para ver que ocurría con su benefactora, encontrándola inmóvil en su lecho. Sarita no se quejaba de nada, pero sus amigos temieron que empezara a desvanecerse. La despositaron delicadamente sobre una carretilla y la llevaron inmediatamente a un hospital. Allí falleció el 20 de diciembre de 1940, tal cómo lo había soñado.

De acuerdo con las historias que se cuentan, el padre de Sarita habría llegado a Lima en mayo de 1941 para buscar a su familia. Se enteró de la muerte de su esposa y de su hija mayor. Debido a que el cuerpo de Sarita fue llevado sin procesión fúnebre a alguna fosa común, el padre debió buscar por meses el lugar donde estaban los restos de su hija. Y cuando al final lo encontró, en el Cementerio Baquíjano del Callao, puso una cruz sobre su tumba.

Nada en la vida de Sarita fue milagroso. La pobreza, la migración de su familia a la capital con la esperanza de encontrar una mejor suerte, la posterior frustración de la familia al encontrarse desamparada, la probable vocación religiosa de Sarita, su trabajo en el servicio doméstico y su muerte prematura a causa de una fiebre tífica fueron parte de la pasión que en común compartían miles de personas humildes en el Perú de la primera mitad del siglo XX.

La leyenda y el culto de Sarita nacieron al comienzo de los años setenta, 30 años después de su muerte. Se cuenta que la compasión de Candelaria, una devota mujer que iba con frecuencia a visitar a las almas del Cementerio Baquíjano del Callao, fue atraída por una tumba que no había visto en sus cotidianos recorridos y, muy piadosa, dejó unas flores sobre ella pidiéndole que le concediese un favor —como generalmente se acostumbra en toda América Latina con los muertos. Era un día del año de 1972. La tumba llevaba el nombre de Sarita Colonia.

El mencionado favor consistía en la devolución de 500 soles que le adeudaba un muchacho desaparecido por más de un año después de tomar prestada la importante suma de dinero. Pasados dos días después de que Candelaria le hubiera dejado las flores a Sarita, el muchacho reapareció y saldó su deuda, siendo generoso con el pago de los intereses. Fue entonces cuando Candelaria empezó a pregonar el milagro que Sarita le había hecho y, en menos de medio año, la tumba empezó a llenarse de gente deseosa de milagros, pues Sarita ya había aprendido a hacerlos.

El milagro más frecuente de Sarita es otorgar trabajo a un desempleado. Inicialmente, la leyenda y el culto de Sarita se limitaron a Lima y al Callao, pero recientemente se divulgaron también en Centroamérica y últimamente están conquistando partes de la población hispanohablante de EE.UU.

Los devotos de Sarita son los marginados de las urbes, los desempleados y subempleados, los ladrones, los chóferes de transporte urbano, los vendedores ambulantes, los conductores de taxi, los vagos, las prostitutas y los enfermos de cuerpo y de alma. La iconografía de la estampita de Sarita se reduce a una foto que le fue tomada de adolescente, dos flores y un matiz rosado. A la vuelta suele llevar impresa una oración de Francisco de Asís. Posiblemente el noventa por ciento de los taxis o microbuses de transporte popular en el Perú la llevan adherida en la consola o el parabrisas. El culto nunca ha sido reconocido oficialmente por las autoridades eclesiásticas, ni menos aún existe un proceso de beatificación en marcha, pero ello no es ningún obstáculo para los devotos. Sobre todo los domingos y lunes —día de la luna y de los muertos— hay una infinidad de creyentes que frecuentan su tumba en el Cementerio Baquíjano del Callao para regalarle un ramo de flores, una vela, una placa recordatoria o una estampita; y para pedirle un milagro...

Bibliografía

  • FIGUEROA ANAYA, Nelson / MONTOYA ROJAS, Asunta: De voces, sueños y osadías. Mujeres ejemplares del Perú (Lima, 1995).

  • GONZÁLEZ VIAÑA, Eduardo: Sarita Colonia viene volando (Lima, 1990).

Autor

  • Annina Clerici